Abuso de menores: ¡Nunca más! Cardenal Ouellet.
En el simposio "Hacia la curación y la renovación"
"¡Es intolerable que el abuso de menores pueda ocurrir dentro de la Iglesia! ¡Nunca más!". Fueron las palabras del cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, en la homilía de la vigilia penitencial celebrada este martes 7 de febrero de 2012 en la iglesia de San Ignacio en Roma. La ceremonia formó parte del simposio internacional sobre el abuso de menores.
A continuación la homilía íntegra.
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Queridos hermanos obispos y sacerdotes, hermanos y hermanas en Cristo:
En el contexto de la reflexión que venimos realizando durante el Simposio "Hacia la curación y la renovación", recordamos que estamos aquí esta noche no sólo como creyentes, sino también como penitentes. La tragedia del abuso sexual de menores cometidos por los cristianos, sobre todo cuando son cometidos por miembros del clero, es causa de una gran vergüenza y de un escándalo enorme. Es un pecado contra el cual Jesús mismo dijo: "Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños" (Lc 17,2). El abuso es de hecho un delito que provoca una experiencia de muerte para los inocentes, que sólo Dios puede revitalizar con el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, con profunda convicción y conscientes de lo que hacemos ahora, nos dirigimos al Señor y le imploramos.
Este acto de purificación compromete a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros --obispos, superiores religiosos, educadores, a todos los cristianos--, que sufre por lo que ha sucedido. Pedimos que el Espíritu de Dios que sana y renueva desde la raíz todas las cosas, descienda sobre nosotros. Como miembros de la Iglesia, debemos tener la valentía de pedir perdón a Dios con humildad, e incluso el perdón de sus "pequeños" que han sido heridos; debemos permanecer cerca a ellos en su camino de sufrimiento, buscando todas las formas posibles para sanar y curar sus heridas, según el ejemplo del Buen Samaritano. El primer paso en esta dirección consiste en escuchar con atención y creer en sus dolorosas historias.
El camino de la renovación para la Iglesia, que continuará educando a la gente y estableciendo sus propias estructuras para ayudar a prevenir crímenes similares, debe incluir el sentimiento del "nunca más”.
Como mencionó al beato Juan Pablo II: "No hay lugar en el sacerdocio y la vida religiosa para quienes dañen a los jóvenes" (Discurso a los Cardenales de Estados Unidos, 23 de abril de 2002, n. 3). ¡Es intolerable que el abuso de menores pueda ocurrir dentro de la Iglesia! ¡Nunca más!
Lamentablemente vemos con claridad, que el abuso sexual de menores está presente en toda la sociedad moderna. Tenemos la profunda esperanza de que los esfuerzos de la Iglesia por afrontar este terrible flagelo, fomente la renovación en otras comunidades e instancias de la sociedad afectada por esta tragedia.
En este nuevo camino, los cristianos debemos ser conscientes de que sólo la fe puede ofrecer una auténtica obra de renovación en la Iglesia: la fe entendida como personal, como una relación de amor verdadero y vivificante con Jesucristo. Conscientes de nuestros propios vacíos de fe viva, pidamos al Señor Jesús que nos renueve a todos y cada uno de nosotros y que nos guíe desde su agonía en la cruz a la alegría de la Resurrección.
A veces la violencia es cometida por personas profundamente perturbadas o por otras que a su vez han sido objeto de abusos. Era necesario tomar medidas en contra de ellos e impedirles continuar toda forma de ministerio, del cual obviamente no eran dignos.
Esto no siempre se ha hecho correctamente, y una vez más, pedimos disculpas a las víctimas. Después de haber aprendido de esta experiencia terrible y humillante, los pastores de la Iglesia tienen el grave deber de ser responsables del discernimiento y de la aceptación de los candidatos dispuestos a servir a la Iglesia, sobre todo aquellos que aspiran al ministerio ordenado.
Todavía impactados por estos tristes acontecimientos, esperamos que esta vigilia litúrgica nos ayude a ver estos pecados horribles, que han ocurrido en medio del pueblo de Dios, a la luz de la historia de la salvación, una historia sobre la que hemos vuelto juntos esta noche. Es una historia que habla de nuestra miseria, de nuestras culpas repetidas, pero sobre todo de la misericordia infinita de Dios, de la cual siempre tenemos necesidad.
También nos apoyamos enteramente en la poderosa intercesión del Hijo de Dios, que "se despojó de sí mismo" (Fil. 2,7) en el misterio de la encarnación y de la redención, que tomó sobre si todas las formas del mal, incluso este mal, destruyendo su poder de tal manera que no tenga la última palabra.
El Cristo resucitado, es de hecho, la garantía y la promesa de que la vida triunfa sobre la muerte. Él es capaz de llevar la salvación a todos.
Continuando con nuestra vigilia de oración, oramos, con las palabras del papa Benedicto XVI, por un aprecio más profundo de nuestras respectivas vocaciones, a fin de redescubrir las raíces de nuestra fe en Jesucristo y de beber abundantemente del agua viva que Él nos ofrece a través de su Iglesia (cf. Carta pastoral a los católicos de Irlanda).
Que el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, siempre actuante en el mundo, descienda sobre nosotros y nos ayude a través de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, cuya poderosa intercesión nos sostiene y nos acompaña para ser dóciles y receptivos al amor divino. Amén.
Traducido del italiano por José Antonio Varela V.
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Viaje de Benedicto XVI a América: entre la fe y la esperanza
El cardenal Ouellet analiza el significado de la visita papal
CIUDAD DEL VATICANO, martes 14 febrero 2012 (ZENIT.org).- Según el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, el papa va a México y Cuba para fortalecer la fe de un pueblo amenazado hoy por los vientos del secularismo.
En una entrevista concedida al diario vaticano L'Osservatore Romano, publicada este martes, el cardenal Ouellet afirma que “la presencia del papa en Cuba y México tendrá un significado que va más allá de cualquier valoración cultural o política, porque su finalidad principal será la de confirmar y fortalecer la fe de la inmensa mayoría de los pueblos de América Latina”.
“Por cierto –añade- que no se debe perder de vista los contextos y las circunstancias en los cuales se desarrollará esta visita pastoral. La peregrinación del Papa será sobre todo el anuncio de Cristo, esperanza del continente. En este sentido, su presencia tendrá como efecto el anticipar de alguna manera, el Año de la fe para América Latina”.
El papa ha exhortado a los pueblos latinoamericanos a renovar su vocación a la esperanza, mientras se constata que América se presenta ante el mundo con un protagonismo emergente.
El cardenal observa que ante este protagonismo de América Latina “se espera de ella una importante contribución a la superación de la grave crisis, centrada principalmente en los EU y en algunos países europeos. La principal contribución de América Latina al mundo, sin embargo, es su originalidad histórico-cultural de una fe inculturada en la vida de los pueblos, simbolizada por excelencia en el rostro mestizo de Nuestra Señora de Guadalupe. Sin ella, no se hablaría de América Latina como continente de la esperanza”.
Sin embargo todavía queda un largo camino por recorrer para lograr una integración aceptable entre los distintos pueblos.
El cardenal Ouellet subraya que “América Latina lleva marcada en su historia una vocación de unidad, fundada en la cercanía geográfica de sus países, con un lenguaje y una cultura común, con acontecimientos históricos comunes y sobre todo con la fe católica que marca toda su vida. Esto se manifiesta en el profundo sentido de hermandad vivido entre los latinoamericanos. La integración económica y política ha dado pasos muy importantes en las últimas décadas en América Latina, pero sigue siendo insuficiente y está plagado de obstáculos y resistencias. Amenaza con empantanarse si se mantiene en el nivel de los intercambios comerciales o de las retóricas políticas.
Se necesitan bases más sólidas y una mística que sólo puede ser dada por un renovado sentido de la identidad, y por la unidad de los pueblos animados con la vitalidad de la fe católica”.
¿Cómo puede afrontar la Iglesia los desafíos de la la pobreza, el analfabetismo, la inseguridad social, las amenazas a la vida por nacer, la corrupción, la violencia o el tráfico de drogas?
El cardenal reconoce que estos son problemas sociales “ciertamente muy graves y urgentes”. “La misión de la Iglesia –añade- abarca todas las necesidades de los individuos, de las familias y pueblos. No puede faltar su compromiso en todos los niveles, especialmente en la responsabilidad que concierne a los laicos, protagonistas de los movimientos de solidaridad, de paz y de justicia, sostenidos por el testimonio evangélico de los religiosos y de las enseñanzas y orientación de sus pastores. Debemos hacer más y mejor en línea con lo trazado por la encíclica Caritas in veritate, y con la convicción de que la solución a los problemas sociales no proviene de las ideologías del mundo, siempre parciales y decepcionantes, sino con la caridad creativa, perseverante y concreta para ayudar a las personas y cambiar las estructuras injustas”.
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