El
pasado que devora al futuro/Sergio Ramírez es escritor.
El
País |15 de febrero de 20145
He
cumplido la hazaña de leerme las casi seiscientas páginas de El capital en el
siglo XXI, de Thomas Piketty, a quien un día de tantos veremos en la lista de
los Premios Nobel de Economía. Y lo he hecho como si se tratara de una carrera
a campo traviesa, cogiendo a veces el segundo aire cuando las cuestas me
parecían más empinadas, y disfrutando de las travesías a campo llano.
Proponerse
la lectura de un tratado de economía de semejante peso y grosor puede parecer
arduo para un novelista que mejor se deja seducir por lo que tienen de
entretenido los caminos de la imaginación. Pero, emprendida la tarea, uno se da
cuenta de que Piketty no es árido, ni aburrido, y cuenta los fenómenos de la
economía en su relación con la historia de la humanidad como si de verdad se
tratara de una novela donde, como en Guerra y paz de Tolstói, uno entiende que
los fenómenos sociales y económicos no son más que las expresiones colectivas
de las vidas de los seres humanos.
Coincidí
con Piketty en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y más
que un profesor de la Escuela de Ciencias Económicas de París parece un
estudiante de sus aulas, más cómodo en sus jeans desteñidos que vestido de saco
y corbata; y entre las cosas que me seducen de él es que, contaminado por la
literatura, la convierte en parte esencial de sus explicaciones económicas.
A
comienzos del siglo XIX, antes de que la Revolución Industrial trastocara todo
el panorama, para vivir como rico en la ciudad, o al menos holgadamente, era
necesario tener rentas suficientes que dependían de la cantidad de tierras
cultivables de que se fuera dueño, o de la posesión de títulos bancarios. De
modo que si queremos entender cómo funcionaba la economía entonces, una lectura
de Papa Goriot de Honoré de Balzac, o de Mansfield Park de Jane Austen, nos
darán claves suficientes.
No
es que en sus diálogos, Rastignac y la baronesa de Nuncigen, personajes de Papa
Goriot, en lugar de temas amorosos discutan acerca de las teorías de la
relación entre beneficios y salarios de David Ricardo, o de las tesis del
crecimiento de la población de Malthus. Pero en el relato percibimos cómo los
mecanismos económicos mueven las vidas de los personajes, y determinan su
riqueza o su ruina. No sólo en esta novela, sino en toda La comedia humana
podemos ver esos mecanismos en acción.
Lo
que fascina a Piketty es que Balzac da por supuesto que el lector de su tiempo
entiende de qué le está hablando cuando dice que un personaje dispone de tantos
miles de francos como renta anual. De allí se puede deducir si se trata de un
pobre diablo con disposición de arribista, o de una muchacha soltera que es un
buen partido, o se quedará para vestir santos. Y cuando Jane Austen cuenta que
Sir Thomas, uno de sus personajes de Mansfield Park, tiene plantaciones en las
Antillas, y lo que esas plantaciones representan en rentas para él, la
novelista, sin ningún propósito didáctico, nos está explicando los entresijos
de la economía colonial de Inglaterra, en los comienzos de su auge.
Y
Austen, tanto en Sentido y sensibilidad como en Persuasión, dos de sus novelas
más populares, se ocupa de las injustas consecuencias del mayorazgo, esa
institución de resabios feudales mediante la cual se despojaba de la herencia a
los demás hijos en favor del primogénito varón, para que la propiedad no se
fragmentara; y la novelista sabía de qué hablaba, porque tanto ella como su
hermana, desheredadas de esta manera, y sin dote que ofrecer, se quedaron
solteronas, recuerda Piketty.
Al
contrario, dos siglos después, un novelista como Orhan Pamuk, ya no tendrá que
ocuparse de entrar en detalles sobre rentas para explicar las vidas de sus
personajes, pues el mundo ha cambiado. La economía ya no depende de las rentas
agrarias, sino de otras formas más complejas de formación de los capitales. En
las novelas de Pamuk, ambientadas en Estambul de los años setenta, en un
período durante el cual la inflación ha vuelto ambiguo el sentido del dinero,
dice Piketty, se omite la mención de cualquier suma específica.
Esta
conexión fascinante entre economía y literatura nos enseña que el autor de El
capital en el siglo XXI no es un frío analista de cifras, sino un humanista que
utiliza la economía para explicar el fenómeno de la desigualdad, que ha
acompañado a lo largo de los siglos la historia de la humanidad. Es lo que está
ya en las novelas de Balzac y Austen, visto desde la ficción encarnada en la
realidad.
Porque
este es un libro sobre la desigualdad social, causada por la acumulación
desmedida de capital, cuando esta alcanza cotas muy por encima de las tasas de
crecimiento económico; abismo que, según Picketty, amenaza con ser
catastróficamente mayor en el siglo XXI, si no hay políticas públicas, sobre
todo políticas fiscales, que intervengan para cerrarlo. Volveríamos al reinado
de los voraces rentistas, dice. El pasado, que devorará al futuro.
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