Un teólogo de la liberación a los altares/Fred Alvarez
Publicado en La Silla Rota, 5 de febrero de 2015
Treinta
y cinco años después, Jorge Mario
Bergoglio, el papa Francisco autorizó en la mañana de este martes 3 de
febrero la promulgación del decreto que reconoce el martirio de Mons. Óscar Arnulfo Romero Galdámez,
arzobispo de San Salvador, asesinado aquel martes 24 de marzo de 1980 cuando
oficiaba un servicio religioso.
La
autorización para elevarlo a la categoría de beato se la ha dado en audiencia
privada con el Cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las
Causas de los Santos. Días antes, el Colegio de los teólogos de la Congregación
confirmó con voto unánime el martirio “in odium fidei” (Odio a la fe).
El
proceso de beatificación ha sido largo, y con mucho tropiezos tanto por las
oposiciones respecto al pensamiento y a la acción pastoral del arzobispo como
por la situación conflictiva que se había creado en torno a su figura.
Fue
un proceso largo, comenzó en 1994, y llegó a Roma en 1996, después de que en El
Salvador hubiera concluido la fase diocesana. Ahí las cosas se dilataron, dicho
sea con todo respeto hubo grillas para que el asunto se congelará.
Y
afortunadamente el proceso cobró fuerza en diciembre de 2012 y se aceleró con
la llegada de Francisco.
Y
es que el pecado de Monseñor Romero es que era teólogo de la liberación, y eso
era un pecado mayor.
El
postulador de la causa ha comentado en una entrevista una anécdota. Dice que
un día un periodista le preguntó a
Monseñor Romero:
–
“¿está de acuerdo con la teología de la liberación?’
Y
Romero contestó: –"Sí, por supuesto. Pero hay dos teologías de la
liberación. Una es la que ve la liberación sólo como liberación material. La
otra es la de Pablo VI. Yo estoy con Pablo VI".
Debemos
decir que hace años, durante el Jubileo 2000, Juan Pablo II, quiso recordar a
monseñor Romero Galdámez en la celebración de los Nuevos Mártires incluyendo su
nombre, ausente en el texto, en el oremus final. Mencionó el hoy Santo también
a Pablo VI “que Romero veía como su inspirador y que para él fue un defensor”.
Bienvenida
esa beatificación. Es la primera vez en la historia de la iglesia católica que
un papa latinoamericano ha elevado a los altares a un hombre proveniente de una
iglesia pobre para los pobres.
¿Qué paso en
1980?
Justo
a las 18 horas del 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la Comunión en la
capilla de la Divina Providencia en San Salvador, un francotirador le disparó
una bala expansiva que le destrozó el corazón y lo mató casi en el instante.
El
magnicidio fue cometido por Álvaro
Rafael Saravia, excapitán de las fuerzas áreas salvadoreñas, y la orden la
habrían dado los Escuadrones de la Muerte de aquel paía hermano.
Pero
la bala expansiva que le destrozó el pecho no sólo ensució de sangre la sotana
blanca del prelado sino que deshonró también el gobierno de ese país
centroamericano, que nunca se atrevió a siquiera sentar en el banquillo de los
acusados a los asesinos materiales e intelectuales del arzobispo.
A
decir verdad, hubo un valiente Juez de nombre Atilio Ramírez que se atrevió a abrir la investigación pero fue
obligado a renunciar tras un atentado a su vida, lo que lo obligó a solicitar
asilo a Costa Rica.
El
crimen permaneció durante casi 25 años en total impunidad. Pero gracias a una
demanda presentada por una ONG vinculada a Amnistía Internacional, el caso fue
abierto; pero no en El Salvador, sino en los Estados Unidos; y ello se pudo
hacer debido a una ley muy particular que data del siglo XVIII – por cierto
poco conocida- que permite que quienes cometieron crímenes y otros delitos y se
encuentran físicamente en ese país ya sea viviendo o simplemente de paso,
pueden ser acusados contra daños y perjuicios, no así por la vía penal.
Se
pudo comprobar que el acusado residía desde años en San Francisco, California.
Y
en septiembre de 2003 el Juez Oliver
Wangler después de analizar las pruebas calificó al crimen de lesa
humanidad, al tiempo que aplicó una condena- en ausencia del acusado- de 10
millones de dólares.
El
asunto es significativo.
La
muerte de monseñor Romero tuvo repercusión internacional
Sobretodo
a que su última homilía el prelado había exigido a las tropas del Ejército a
desobedecer las órdenes de reprimir que daban los jefes castrenses.
También
había solicitado a Washington DC cesar el envío de ayuda militar al régimen cívico-militar
imperante.
El
asesinato de Monseñor Romero marcó el inicio de un río de sangre que cubrió
todo aquel país centroamericano
Ah
por cierto, Juan Pablo II envió como su representante a los funerales al
cardenal primado de México don Ernesto Corripio Ahumada. Don Ernesto regresó a
México triste.
Hoy
Monseñor Romero estará en los altares es una buena noticia, seguramente lo
veremos como santo en los próximos años...
Para
eso se requieren milagros, seguramente los habrá.
Espero
ansioso una estampita de Monseñor Romero.
El
periodista Andrés Beltramo entrevista para la web Vatican Insider al postulador
de su proceso, Monseñor Vincenzo Paglia.
–Esta
beatificación cierra una causa que fue muy larga, complicada, con dificultades
objetivas pero con incomprensiones y prejuicios, sea dentro como fuera de la
Iglesia, que retardaron el itinerario. Finalmente la documentación
extraordinaria recopilada con gran competencia histórica por el doctor Robero
Morozzo della Rocca, mostró la verdad de la tesis que se proponía: Que Romero
fue asesinado en “odium fidei”, en odio a la fe. No a una fe abstracta, lo
asesinaron por ser un pastor surgido de una larga tradición evangélica y del
magisterio de la Iglesia. Romero había comprendido que esta era la Iglesia que
debía encarnar, una Iglesia madre de todos pero especialmente de los pobres.
-Todo
ha sido aclarado a tal punto que la comisión de teólogos y la entera comisión
de cardenales todos votaron a la unanimidad, sin ningún voto contrario. Esto
muestra la fuerza de la documentación, pero también la fuerza espiritual de
este arzobispo que no quiso venir a Roma cuando se lo pidieron cuando había
peligro y él respondió: Un pastor se queda entre la gente incluso cuando hay
peligro de morir. Además la Congregación para la Doctrina de la Fe analizó
hasta dos o tres veces sus escritos de Romero y todas las ocasiones concluyó
que en ellos no existe ningún tipo de error.
–En
35 años él pasó de ser un “obispo rojo”, un “obispo comunista” a ser reconocido
beato. ¿Qué ocurrió?
–Esta
etiqueta era normal en esa época en los países latinoamericanos. Cualquiera que
fuese con los pobres era indicado como comunista porque ponía en peligro ese
equilibrio terrible de poquísimas familias que detentaban el entero poder
político y social. Las oposiciones fueron muy duras, tuvo problemas con el
nuncio, tuvo problemas con sus hermanos obispos. Era acusado de estar en contra
del Papa. Pero Romero escribió: “Yo todo lo hago derivar de la enseñanza del
Papa, pero lo que temo más no es la muerte sino que se me acuse de estar contra
el Papa”.
–Estas
acusaciones permanecen todavía, incluso algunos cardenales eran contrarios a la
beatificación hasta hace poco tiempo, ¿no?
–Los
antiguos decían que es sabio cambiar de opinión. La documentación encontrada
convenció a los delegados de parte del Papa para este examen que en realidad
las acusaciones realizadas eran totalmente infundadas.
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