Tecnodictaduras/ Manuel Castells
La
Vanguardia |27 de junio de 2015..
La
negociación con Grecia para imponer condiciones presupuestarias al Gobierno
Tsipras, bajo amenaza de salida del euro, es fundamentalmente política. Aunque
se disfraza de medidas económicas proclamadas necesarias por los técnicos de la
troika que oponen racionalidad económica a irracionalidad política. En la raíz
del problema, la impagable deuda publica griega. Impagable porque la mayoría de
expertos internacionales consideran que no se puede pagar, salvo en un
larguísimo plazo. Eso es la reestructuración de la deuda. Porque con intereses
que representan una tercera parte del presupuesto, no hay capacidad de gasto
público para reactivar la economía, y sin crecimiento y sin captación fiscal el
problema se agrava.
Los
gobiernos europeos nacionalizaron la deuda privada griega para salvar a los
bancos griegos endeudados con los bancos alemanes y franceses que les habían
prestado de forma insensata. Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario
Internacional (FMI) dieron dinero al Gobierno griego para absorber la deuda
bancaria que así pasó a ser deuda pública. Entonces, ante la incapacidad del
Gobierno griego de pagar los intereses de la deuda los acreedores
internacionales, representados por los hombres de negro, pasaron a supervisar
directamente las decisiones presupuestarias de Grecia para asegurar el
cumplimiento de sus instrucciones. Grecia perdió por completo su soberanía y
los griegos sufrieron en sus carnes, sin tener arte ni parte en la corrupción y
mala gestión de sus dirigentes financieros y políticos, el más duro ajuste de
cualquier economía europea. Pero como las sociedades son algo más que la
economía, la reacción social y política en Grecia condujo a Syriza al Gobierno.
Con la promesa de que no se aceptaría la dictadura de la troika y que se
negociaría una salida pactada de la crisis. La estrategia de Tsipras es
sencilla y razonable. Si nadie quiere la salida de Grecia del euro, que podría
provocar una estampida contra la divisa europea en los mercados globales,
pactemos una reestructuración de la deuda a largo plazo, con ayudas temporales
de las instituciones europeas para cubrir los pagos más inmediatos mientras
surten efecto medidas de reforma administrativa y estímulo económico que sitúen
a Grecia de nuevo en la senda del crecimiento. Pero con una condición: aliviar
de inmediato la miseria que sufre una gran parte de la población griega, porque
lo insostenible es la crisis social. En particular no incrementar la presión
sobre las pensiones, reduciéndolas todavía más. Este es el caballo de batalla
de la negociación. Porque en el 52% de los hogares griegos la pensión es el
principal ingreso, en una economía marcada, como la española, por el paro. Y no
son pensiones de lujo como publican los medios alemanes. El 45% de los 2,5
millones de jubilados cobran menos de 665 euros al mes, y sólo un 14% supera
los 1.000 euros. Es cierto que en un sistema político clientelar como fue el
griego se permitió la jubilación a los 52 años en algunas “profesiones de
riesgo”, y esto Syriza acepta cambiarlo. Al igual que limitar las
prejubilaciones. Pero se niega Tsipras a eliminar el subsidio especial para el
40% de las pensiones más bajas, que no permiten vivir a la gente.
Por
otro lado, para limitar el déficit publico, sin proceder al despido masivo de
trabajadores y sin congelar la economía, Syriza propone, además de incrementar
el IVA, aumentar considerablemente los impuestos para las clases altas y para
las grandes empresas, lo cual parece obvio: se obtiene el dinero de donde está.
Curioso que el FMI se haya opuesto precisamente a este aumento impositivo, con
el típico argumento de que esto reduciría el empleo. Argumento clásico y falaz,
porque las grandes empresas (a diferencia de las pymes) no emplean en función
de sus impuestos, sino de sus perspectivas de mercado, según se ha demostrado
en Estados Unidos, donde el mismo argumento se utiliza reiteradamente. En parte
porque los tecnócratas viven en la puerta giratoria entre sus funciones
públicas y su trabajo para las grandes empresas.
Pero
la madre del cordero es política porque Merkel y demás políticos norteuropeos
se enfrentan a un electorado que rechaza cualquier ayuda a los supuestos
conciudadanos europeos. Y por tanto no pueden decir la verdad: que se tienen
que tragar la deuda que ellos crearon para salvar a sus bancos. Y por
consiguiente tienen que castigar a Grecia el máximo posible, para proclamar el
triunfo de la disciplina de austeridad. Pero sin romper la cuerda, porque
nadie, y Alemania menos que nadie, se puede permitir un Grexit que ponga en
peligro el euro. Hoy día, las encuestas muestran que la mayoría de europeos
consideran un error la creación del euro, pero al mismo tiempo no quieren salir
del euro porque temen, con razón, una catástrofe financiera.
En
el trasfondo de la negociación con Grecia hay una cuestión fundamental: la
pérdida de la soberanía popular con respecto a decisiones esenciales para
nuestras vidas. Por eso se quiere doblegar a Syriza, que insiste en presentar
en el Parlamento la marcha de las negociaciones. No es sólo soberanía nacional,
aunque en el caso de Grecia sí lo es, sino popular. Es decir, que los técnicos
deciden lo que debe ser menospreciando al ciudadano. Como la infundada
declaración de Linde, el gobernador del Banco de España, sobre la
insostenibilidad de las pensiones en nuestro país. Ya se curan en salud
políticos y técnicos por si Podemos y el PSOE plantean una redistribución de
recursos en el país mas desigual de Europa.
Otro
día escribiré sobre esta falacia que presupone factores inamovibles (demografía
por ejemplo) que en realidad justifican intereses sociales encubiertos, porque
hay opciones diversas. Pero lo que se detecta es una evolución hacia acotar
técnicamente un debate que es en primer lugar políticosocial. Así se esbozan
las tecnodictaduras para reemplazar una clase política deslegitimada.
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