Colombia...Con una diferencia tan estrecha el mandato de los ciudadanos sirve para que los políticos negocien y no para retornar a la guerra. Esto es altamente positivo para el proceso de paz…, dice Villalobos.
Aquí
no ha pasado nada/Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es asesor del Gobierno colombiano en el proceso de paz con las FARC.
El
País, 5 de octubre de 2016…
Dice
mi amigo Héctor Aguilar Camín en una de sus novelas que “la política, vista de
cerca, aun la política más alta, es siempre pequeña, mezquina, miope, una riña
de vecindario. Solo el tiempo da a los hechos políticos la dignidad distante,
el sentido superior que es su justificación y, con suerte, su grandeza”. El
virtual empate en el plebiscito colombiano es menos fatal de lo que parece y
podría derivar en una mayor solidez para la paz. Toda negociación es un proceso
compuesto por negociaciones simultáneas que ocurren entre los contendientes y
dentro de los contendientes. Desde el inicio fue claro que la paz estaba cerca
en La Habana, pero lejos de los consensos de Bogotá. El resultado del
referéndum no es el regreso a la guerra, sino el comienzo de la política y este
es el propósito fundamental del proceso, por lo tanto aquí no ha pasado nada.
Durante
muchas décadas Colombia ha sido, por un lado, una democracia que ha funcionado
bastante mejor que en otros lugares del continente, pero al mismo tiempo ha
vivido una violencia más severa y prolongada que la que generaron algunas
dictaduras. Terminar el conflicto supone lidiar con estas realidades como si se
tratara de unir a dos países distintos. Esto implica confrontar diferencias
sobre cómo se vive o se ha vivido el conflicto. A mayor proximidad o lejanía de
la guerra corresponden más unidad o mayor indiferencia de la sociedad para un
acuerdo. El éxito de la estrategia militar del Estado alejó el conflicto de los
centros vitales, pero creó un nicho electoral rentable para la
competencia
política que dificulta los consensos sobre el acuerdo de paz. En ese sentido,
el plebiscito fue más una medición de fuerzas de cara a las elecciones
presidenciales del 2018 que un referéndum sobre la paz.
Se
podría pensar que fue incorrecto realizar la consulta. Sin embargo, el casi
empate en el plebiscito deja clara la importancia que tenía su realización. Con
una sociedad dividida la implementación de los acuerdos estaría en riesgo sin
consensos políticos. Para imponerse, tanto el sí como el no, requerían una
ventaja abrumadora, pero con una diferencia tan estrecha el mandato de los
ciudadanos sirve para que los políticos negocien y no para retornar a la
guerra. Esto es altamente positivo para el proceso de paz.
Se
puede pensar también que fue incorrecto firmar el acuerdo con las FARC sin
tener un consenso con la oposición, pero eso hubiera implicado perder la
oportunidad de desatar la dinámica que sobre la marcha ha puesto fin a medio
siglo de guerra. La existencia de un acuerdo minuciosamente elaborado, los
encuentros con las víctimas, el cese de fuego bilateral que ya está
funcionando, los contactos entre militares y combatientes, el cese de fuego
unilateral del ELN, la posibilidad de que este grupo se sume al proceso, el
impresionante interés de la comunidad internacional, el perdón público ofrecido
por el líder de las FARC, el despliegue de Naciones Unidas para verificar el
desarme y la reducción dramática de la violencia en el último año, son todas
sólidas conquistas que se relacionan con haber tomado la oportunidad por la
paz.
La
voluntad de combate tanto de insurgentes como de militares está ahora bajo la
influencia de esta realidad construida por el acuerdo firmado. En otras
palabras, la guerra está atrapada y bajo pleno control de la política. Nadie
puede despreciar el enorme valor que esto tiene, al igual que no se puede
despreciar la necesidad del consenso con quienes llamaron a votar por el no.
Pero sin guerra hay mejores condiciones para que los políticos colombianos
hagan ahora su oficio de negociar.
Dicen
que no hay mal que por bien no venga y al parecer esto ha ocurrido en Colombia.
La polarización es claramente la amenaza más grave al posconflicto y ha venido
creciendo exponencialmente entre las principales fuerzas políticas, dividiendo
no solo a la sociedad, sino a las familias. La polarización no solo haría
fracasar el proceso de paz, sino que podría llevar al país a una crisis de
gobernabilidad. Algo similar a lo ocurrido en El Salvador, donde la paz fue un
éxito que los partidos convirtieron en fracaso. El empate del referéndum obliga
a que los políticos se reconcilien para detener y revertir la polarización y
esto es buena noticia. La guerra ha concluido y ha comenzado la política y en
esta, recordando a Camín, la intriga, los egos y las vanidades pesan tanto como
los intereses estratégicos, esto la vuelve complicada y peligrosa, pero también
menos aburrida.
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