4 jun 2017

(Norberto) Impune, retorna a las tinieblas

Impune, retorna a las tinieblas/RODRIGO VERA
Revista Proceso # 2118, 4 de junio de 2017
Este martes 6 el cardenal Norberto Rivera cumplirá 75 años, por lo que debe presentar su renuncia al cargo de arzobispo primado de México, luego de haberlo ejercido 22 años, tiempo durante el cual se caracterizó por tejer relaciones con el poder, hacer negocios con el culto guadalupano y protagonizar escándalos como protector de curas pederastas, relegando a un segundo plano sus actividades pastorales en la principal arquidiócesis del país.
Mientras tanto ya empiezan a barajarse los nombres de sus posibles sucesores, entre quienes va a la cabeza el cardenal Carlos Aguiar Retes, arzobispo de Tlalnepantla, muy cercano al presidente Enrique Peña Nieto y señalado como el principal operador eclesiástico del candidato priista Alfredo del Mazo en las elecciones para gobernador del Estado de México (Proceso 2115).

Otros aspirantes con posibilidades son Jorge Carlos Patrón Wong, cercano al Papa Francisco y actual secretario para los seminarios de la Congregación para el Clero; Ramón Castro, obispo de Cuernavaca que impulsa una pastoral social comprometida; y Víctor Sánchez Espinoza, el conservador arzobispo de Puebla, considerado delfín de Rivera Carrera.
Pero cualquiera que supla a Rivera encontrará, a decir del investigador Rodolfo Soriano, una descuidada arquidiócesis cuya “descatolización avanza a un ritmo más acelerado que en el resto del país” y donde las parroquias “son pocas para atender a los fieles y además no se han adecuado a las nuevas realidades”.

Soriano explica: “En todos estos años, el cardenal Rivera ha estado más interesado en tejer relaciones con políticos y empresarios, y en aparecer en las páginas de sociales, que en apoyar realmente a la gente necesitada. Esa es la arquidiócesis que le deja a su sucesor”.
Negocio guadalupano
Tan pronto fue nombrado arzobispo primado, en junio de 1995, Rivera Carrera se dio a la tarea de obtener el control de la principal fuente de ingresos del arzobispado, la Basílica de Guadalupe. Pero necesitaba primero desplazar al poderoso abad del santuario, Guillermo Schulenburg, quien tenía nombramiento vitalicio y guardaba cierta independencia de la arquidiócesis.
Rivera Carrera detectó muy pronto el punto débil de Schulenburg: no creía en las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Por este hecho, en mayo de 1996 atizó un movimiento de linchamiento contra el abad, valiéndose de las organizaciones de laicos católicos.
En la Ciudad de México hubo protestas de católicos exigiendo la expulsión del abad, pues les resultaba inconcebible que el mismo encargado del santuario no creyera en el llamado “Milagro de las Rosas”. Las manifestaciones se extendieron incluso a otras plazas, como Ciudad Juárez, donde grupos de jóvenes repartían volantes en los templos con las leyendas “Abad traidor” o “¡Viva Juan Diego!”
Enrique Dussel, historiador de la Iglesia, advertía entonces que se trataba de una encarnizada disputa interna por las riquezas del santuario, disfrazada de guadalupanismo: “La virgen de Guadalupe está siendo utilizada en esta sorda lucha por el poder. Estos grupos internos de la jerarquía la tironean de un lado para otro con objeto de obtener ventajas económicas. Es una pugna inútil para el pueblo de México. Ambos grupos no tienen ningún compromiso con las verdaderas realidades de nuestro país. Da lo mismo que gane uno u otro” (Proceso 1022).
Schulenburg no resistió los golpes de Rivera Carrera. Y en septiembre de ese año tuvo que renunciar a su cargo bajo la figura de odium plebis (odio del pueblo), ya que se había ganado la repulsa popular y cualquier fanático podía incluso agredirlo físicamente.
Al salir Schulenburg, el arzobispo tomó el control del santuario para después lucrar con el culto guadalupano. Primero vendió, en 12.5 millones de dólares, el copyright de la imagen guadalupana a la empresa estadunidense Viotran, mediante un contrato suscrito el 31 de marzo de 2002.
En él se estipulaba que la empresa con sede en Orlando, Florida, explotaría en “exclusividad” los “derechos de propiedad” de la imagen religiosa un periodo de cinco años (Proceso 1371).
Otro gran negocio de Norberto fue la Plaza Mariana, que empezó a gestarse en abril de 2003, cuando el entonces jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, expidió un decreto mediante el cual donó un terreno de 30 mil metros cuadrados a la Fundación Plaza Mariana, presidida por Rivera y cuyo tesorero era Fernando Chico Pardo, operador financiero del magnate Carlos Slim.
Sin embargo, parte de ese terreno –aledaño al atrio del santuario– pertenecía a 250 pequeños locatarios que ahí tenían sus negocios y forman la Agrupación de Comerciantes Emiliano Zapata. Fueron expulsados brutalmente por la fuerza policiaca para dar paso a la construcción. Desde entonces llevan un litigio pidiendo su reinstalación… e insistiendo y señalando que detrás del negocio de la Plaza Mariana no sólo está Rivera Carrera, sino también Carlos Slim.
El negocio consistió en los donativos que el cardenal recibió durante años por parte de los fieles para levantar la Plaza Mariana. Entraban a cuentas bancarias abiertas ex profeso. Nunca dio a conocer el monto de estas multimillonarias limosnas.
El 31 de agosto de 2010 –cuando ya había un cuantioso capital, mantenido en secreto, para levantar la obra–, Carlos Slim anunció públicamente que la construcción de la Plaza Mariana correría por su cuenta: “La vamos a donar”, dijo ufano, apareciendo como gran benefactor.
Pero la Agrupación de Comerciantes Emiliano Zapata, que desde años atrás alertaba sobre la injerencia de Slim, insistió en que fueron los fieles quienes realmente costearon la obra. Y además señalaron que Slim sacaría ganancias de la Plaza Mariana, pues se trata de un enorme mall religioso-comercial cuyo objetivo es tener como clientela cautiva, en el propio atrio del santuario, a los alrededor de 20 millones de fieles y turistas que anualmente visitan la Basílica.
Estos oscuros negocios eran denunciados ante el Papa Benedicto XVI por uno de los propios canónigos de la Basílica de Guadalupe, Jesús Guízar Villanueva. En informes confidenciales que le enviaba por conducto de la nunciatura apostólica en México, el canónigo le pedía al pontífice investigar “a fondo” el problema, ya fuera mediante “auditorías o con una visita canónica, pues todos estos asuntos de injusticia, corrupción y prepotencia ya están flotando en el ambiente clerical”.
En enero de 2010 a Guízar Villanueva se le encontró golpeado e inconsciente en su domicilio. Luego murió en el hospital. Sus familiares sospecharon que fue eliminado porque “se había convertido en una piedra en el zapato” para el cardenal (Proceso 1769).
Protección a pederastas
Además, y como ningún otro obispo mexicano, Rivera Carrera protagonizó los más sonados escándalos de protección a sacerdotes pederastas.
Siendo todavía obispo de Tehuacán, a mediados de los ochenta, Rivera Carrera supo que su sacerdote Nicolás Aguilar abusaba de menores de edad. En vez de castigarlo, lo transfirió a la arquidiócesis de Los Ángeles, California, donde siguió éste delinquiendo.
Por tal motivo, en 2006 Rivera fue demandado en la Corte de Los Ángeles por el joven Joaquín Aguilar, una de las víctimas de Nicolás. El cardenal se sometió a largos interrogatorios. Pero la demanda no prosperó porque dicha Corte determinó no tener jurisdicción en el caso, pues este abuso se perpetró en México.
Actualmente el cardenal también es sospechoso de haber encubierto a su sacerdote Carlos López Valdés, quien estuvo abusando del niño Jesús Romero Colín entre 1994 y 1999, en la casa parroquial del templo de San Agustín de las Cuevas, en Tlalpan (Proceso 2004).
En este espinoso caso ya fueron citados a comparecer, en la procuraduría capitalina, dos prelados que en ese tiempo eran obispos auxiliares del cardenal: Jonás Guerrero, actual obispo de Culiacán, y Marcelino Hernández, actual obispo de Colima. Ambos ya confesaron que supieron de los abusos del párroco, pero nunca los denunciaron ante las autoridades civiles.
En su paso por la arquidiócesis, el polémico cardenal también se centró en cultivar relaciones con la alta clase política y empresarial. Es común verlo fotografiado en sus ceremonias y convivios.
Por ejemplo, el 12 de agosto de 2001, en el templo de Santiago Tianguistenco, ofició la misa de cuerpo presente del empresario priista Carlos Hank González, exgobernador del Estado de México.
Dijo Norberto ante el féretro: “Carlos supo administrar y multiplicar aquello que se le confió en vida, ya que con sus acciones benefició a innumerables familias que buscaban su apoyo y protección”.
Y el 18 de agosto de 2012, en Saltillo, Coahuila, celebró la misa de bautizo de Eva Catalina, hija de Humberto Moreira, exgobernador de ese estado y acusado de desfalcar las arcas de la entidad.
En agosto de 2013 fue el empresario Olegario Vázquez Raña, dueño de los Hospitales Ángeles y del diario Excélsior, quien se llevó al cardenal a su pueblo natal, Avión, España, para celebrar las fiestas patronales.
Ahí, Rivera Carrera encabezó procesiones religiosas e incluso les ofició una misa a los invitados especiales de Vázquez Raña, entre ellos los empresarios mexicanos Carlos Slim y Miguel Alemán.
A los festejos se sumaron empresarios españoles de alto nivel, como Amancio Ortega, considerado el hombre más rico de España, dueño de Zara, la trasnacional de tiendas de ropa. Y el cardenal fungió como capellán de estos magnates (Proceso 1923).
Ahora, como lo marca el derecho canónico, Rivera deberá presentarle este martes su renuncia al Papa Francisco.
Una versión publicada el viernes 2 por el periódico El Universal, que cita al vocero de la arquidiócesis, Hugo Valdemar, afirma que el arzobispo ya entregó esa renuncia y sólo se espera saber si el Papa la aceptará de inmediato o dejará a Rivera un tiempo más al frente de la arquidiócesis.

Tal versión no pudo ser confirmada por Proceso

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