17 oct 2021

Alfonso Leyzaola, "La Onza"

"¿Héroe o Villano?"

"70 Años de Leyenda Negra"

"Margarita, la hija, rescata la figura de su padre, Alfonso Leyzaola, "La Onza", en una narrativa que conmueve y revierte los decires."

Noroeste, 06/11/2015

 Texto de Adrián García Cortés

"Han pasado treinta años y en el Culiacán de Alfonso Leyzaola, los hombres siguen cayendo muertos como moscas. Pum, pum, pum, por un "quítenme de ahí esas pajas", mejor dicho, por un "sáqueme para allá esas amapolas" los hombres mueren a la vuelta de cualquier encuentro; todas las esquinas son buenas; el disparo es certero, los coches salen huyendo como en las películas de la mafia, los cadáveres guardan silencio. Si Leyzaola como jefe de la policía tuvo su 38 Special, ahora hay armas muy modernas, fusiles automáticos M1, M2, R16, metralletas de quien sabe qué denominación y los cuerpos reciben 22 impactos o 35 o los que usted quiera y mande; si entonces morían cinco o seis hombres, ahora mueren cuarenta y cinco; mueren hombres y mujeres que nada tienen que ver en el asunto de la droga, mueren los que van pasando, los que salieron a comprar el pan, los que estaban esperando el camión". 

Este relato corrosivo, demoledor y agudo de Elena Poniatowska, sobre el Culiacán de entonces, lo escribió en 1975. Primer año de Alfonso G. Calderón Velarde como gobernador, y de Fortunato Álvarez Castro como presidente municipal, época cercana al período de intensa persecución del narcotráfico de la llamada "Operación Cóndor". 

Si Elena volviera a Culiacán en nuestros días, otros treinta años después, ¿qué no diría? Seguramente: ¡Cuánto ha cambiado Culiacán! 

Un libro, la otra cara de un legendario personaje 

Tal relato fue escrito como prólogo de un libro sensacional, emotivo, transparenten en su intención, laudatorio en suma sobre un personaje que durante 70 años ha sido objeto de vilipendio, de una "leyenda negra" propalada en los medios de comunicación como la de un jefe de la Policía Judicial que no tenía clemencia contra los narcotraficantes y que, en su época, nunca tuvo el respaldo de la Federación ni de policía y ejército comandados desde el centro del país. 

Su gran error fue haberle dado muerte a un "santón" de entonces, muy querido en el sur del Estado, que se había erguido como precandidato a la gubernatura teniendo al frente el poder de "los coroneles" que entonces dominaban todo ejercicio, público y privado, del poder político. 

Publicado el pasado marzo del año en curso, como edición familiar, nos llegó un ejemplar de la obra de Margarita Leyzaola Reyes con el nombre: "En nombre de mi padre", enviado por Paulina Tercero, una de sus hijas. Es un trabajo de investigación de años que la hija de Alfonso Leyzaola Salazar efectuó sólo para "lavar" o desvanecer esa imagen de depravación que le habían adjudicado a su padre. 

Ella misma lo explica: 

"Y volví a Sinaloa, treinta años después de la tragedia, a reportear la vida y la muerte de mi padre, antes de que muchos testigos de todo ello desaparecieran; para entregarla simplemente a mis hijos". 

El drama en el Hotel Rosales, sin ambages 

El pasado 10 de junio, precisamente, se cumplieron 70 años del drama ocurrido en la cantina del entonces Hotel Rosales, esquina Rosales y Carrasco. Fue así como la tarde de aquel viernes fatídico, Alfonso Tirado, expresidente municipal de Mazatlán y líder de la rebelión de los "del monte" en contra de la reforma agraria, fue abatido supuestamente por uno de los tres disparos que Leyzaola percutió; y a partir de entonces, las versiones de la tragedia se multiplicaron para denostar al "criminal" y darle pábulo a la leyenda que aún perdura y que la hija, antes de morir quiso deslucir. 

Margarita fue la segunda de las cuatro hijas que Leyzaola procreó con Martha Reyes, una dama estupenda, dulce y generosa de la sociedad culiacanense: Sandy la mayor, Marta la tercera y Luz María ?la "Yusi" la cuarta. Yo las conocí en México en la casa de huéspedes que doña Martha había montado en la calle de Tapachula de la Colonia Roma, mismo lugar en que coincidimos Alejandro Avilés, el poeta, y Guillermo Cervantes Avilés, sobrino de éste y compañero mío de secundaria en el Centro Escolar del Noroeste, de Los Mochis. 

Eran tres las hijas casaderas; la más exigente y la más bonita lo era Margarita, de ojos grandes, impactantes, como los de su padre; hiperactiva, dueña de su vida, se hizo periodista y casó con un periodista compañero de trabajo. Durante el tiempo en que me tocó convivir en la casa de huéspedes, nunca se habló de aquel drama que, finalmente, culminó con la muerte, sumamente dramática del padre y esposo de aquella familia señalada en Sinaloa con cierta hostilidad. Doña Martha había impuesto el silencio familiar. 

Pero Margarita no aceptó el silencio, y por su cuenta, aun antes de casarse, tomó el tema, apenas iniciando su carrera, como si ésta se hubiera fincado sobre el "gran reportaje" de su vida: la muerte de su padre y el drama que la provocó. 

La hagiografía familiar fue objetivo de vida Margarita nos relata: 

"Cuando mi padre murió victimado, siendo yo muy pequeña, me traumaticé profundamente. Después vino la adolescencia sin apoyos y aquella especie de tabú que se creó sobre su muerte, protegiendo a las niñas, para que no sufrieran. No podíamos preguntar como había muerto mi papá, ni por qué su vida de militar en un país de luchas internas, de revoluciones y asonadas y campañas presidenciales y peligro y pistolas y hombres armados y contingentes de soldados. No podíamos conocer --como niñas? toda la trama en la que se había desenvuelto. Sólo gajos de su historia... Tenía yo que rehacer la historia. Tenía que recoger la voz pueblerina que canta en estrofas de corrido, parte de la leyenda de Leyzaola". 

Desafortunadamente, para Margarita, no pudo en vida ver publicado su libro. Murió a los 48 años, en 1977 ?otros 30 años han transcurrido--, cuando la publicación estaba en proceso de contratación editorial. 

Oscar Lara Salazar  reivindica al injuriado 

Dos años antes de esta publicación que se comenta, Oscar Lara Salazar (ahora director de COBAES), ganó el primer lugar en un concurso de DIFOCUR, crónica y ensayo, con el título "La Carraca". El tema fue Alfonso Leyzaola Salazar, en sus últimos días y muerte. Como lo relata Oscar, fue esta narración una especie de exaltación del valor y la hombría con que "la Onza" enfrentó a la muerte y a sus verdugos. 

Por el camino de Alisos, en Badiraguato, un grupo de doce "cazadores" de Santiago de los Caballeros acechaban a lo ocho que iba con Leyzaola. La carraca fue bien preparada; no les dieron tiempo para tomar posiciones, y no pudieron hacer nada. Hubo fuego cruzado y heridos de uno y otro lado. Compañeros de "la Onza" huyeron despavoridos. A Leyzaola le dispararon en el estómago, en el muslo y en una mano; se le cayó la pistola; mal herido llegó a las casas de Alisos. Creyéndolo muerto, los santiagueños regresaron al poblado. Más tarde, enterados de que seguía con vida, volvieron por él, seguros de que debía cumplirse la venganza. 

Otro día, martes 31 de marzo de 1941, lo "rescataron" dizque para "llevarlo a curar". El desenlace final lo describe Oscar Lara: 

"Colocó la soga al cuello. Tiró la reata a uno de los brazos del palo banco y le dio dos estirones que levantaron aquel cuerpo envuelto en la cobija que asemejaba una sotana. La inexperiencia del muchacho lo llevó a dejarle la lazada por debajo del cuello y eso le permitía seguir resollando. ?Esperen un momento ?gritó Leyzaola--. Yo les voy a enseñar cómo se cuelga a un hombre. 

"Lo bajaron. Las débiles piernas no sostuvieron su cuerpo. Calló de rodillas. Entonces se acercó el "Güilo" Medina para ponerlo en posición de volverlo a jalar, a lo que "la Onza" le clavó la mirada, y sacando por última vez aquel fuego que traía oculto, exclamando con voz ya muy menoscabada: --No me verán de rodillas ni en la hora de mi muerte-. Se cambió la lazada para arriba, y ahora sí: ¡jálenle!" 

A manera conclusión Óscar Lara refiere: "El temible jefe policíaco, Alfonso Leyzaola, apodado "la Onza", había muerto víctima de lo que parecía una venganza cuando apenas había cumplido 47 años de edad. Eran las seis de la mañana del 31 de marzo de 1941". 

Tanto la muerte de Alfonso Tirado en 1938 como la de Leyzaola en 1941, después del indulto que se le concedió en 1940, han sido vistas con sospecha de que fueron crímenes de estado. La incógnita sigue en pie. La historia investigada dirá la última palabra. 

Por ahora, Paulina, la nieta, responsable de la edición, cuenta esta anécdota infantil: --"¿Acaso eres nieta de Alfonso Leyzaola? (le preguntó una dama mamá de una amiga). ¿Sí? ¡Entonces sabes que tu abuelo fue un héroe!".<> (adriang@live.com.mx) 

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