El informe del reportero Benito Jiménez para Reforma sobre el desfile cívico-militar de ayer revela un evento desvirtuado, transformado de una solemne muestra de fuerza y patriotismo a una carrera logística y operativa cuyo principal objetivo fue evitar la imagen incómoda de una coincidencia con una pequeña protesta ciudadana.
Lo que presenciamos no fue un desfile tradicional, sino una maniobra de evasión dictada desde la "orden superior".
El dato central es demoledor: la reducción del evento a solo 29 minutos, un contraste abismal con las habituales hasta tres horas. Este ritmo, calificado de "paso veloz," evidencia una priorización de la velocidad sobre el contenido y el simbolismo.
La crónica lo subraya: la ceremonia "perdió su carácter contemplativo." Se eliminaron las demostraciones, los saludos pausados, y la presencia estática de unidades. La columna marchó "como si estuvieran en un desplazamiento táctico," lo cual es, por definición, contrario al espíritu de un desfile cívico. La prisa despoja al evento de su capacidad de ser visto, asimilado y aplaudido por el ciudadano.
La orden de "Más rápido las unidades" que se escucho en las radios y la indicación de llegar al Monumento a la Revolución antes de la vanguardia de la marcha opositora revela que la agenda política y de control de imagen superó a la agenda conmemorativa.
La crónica destaca un "operativo inusual" que subraya el nerviosismo oficial ante la protesta:
La utilización de trabajadores del Gobierno de la CDMX y dependencias locales para ocupar las primeras filas de las vallas es un método de contención que no recurre a la policía, pero sí al muro humano de empleados públicos.
Esto no solo es una táctica de "blindaje" física, sino una manipulación del espacio público que limita la libre expresión de los ciudadanos.
La desproporción es clave. La Policía de la CDMX desplegó cientos de elementos para contener una marcha que la autoridad minimizó en número, alegando solo 150 personas de la Generación Z. Este despliegue masivo para una amenaza tan pequeña sugiere una sobrerreacción cuyo fin último no era la seguridad, sino la inhibición total de la protesta y el control narrativo.
El episodio de ayer es un claro ejemplo de cómo la gestión de imagen y la aversión a la disidencia distorsionan los actos oficiales. Un desfile cívico-militar, que debería ser un ejercicio de unidad y solemnidad, fue convertido en un instrumento para eludir una manifestación, incluso si esta era minoritaria.
Pero debemos agradecer la prudencia del alto mando militar; quizá tuvo la intención de cancelar el desfile nada que ver con aquella fiesta civica del pasado 16 de septiembre…
El general de División de Estado Mayor, Juan José Gómez Ruiz, comandante de la IV Región Militar y comandante de la Columna del Desfile rindió el parte de novedades:
“Desfilaron ante el pueblo de México, una bandera monumental, cuatro estandartes de guerra, 2 mil 759 integrantes del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, 19 deportistas, 100 charros, 44 civiles, 62 niños, 34 vehículos terrestres, nueve vehículos antiguos, 503 caballos, 23 aeronaves, tres águilas. Sin novedad”, refirió.
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