Directo al infierno/Robero Blancarte
Publicado en Milenio Diario, 5/02/2008
Marcial Maciel fue un pederasta, paidófilo, abusador de menores, mentiroso, manipulador, ambicioso y cruel con sus víctimas. También fue un hombre que le dio mucho a la Iglesia católica: escuelas, dinero, vocaciones, poder político. Al final, todo mundo está haciendo un balance de lo que hizo. Para algunos, sus obras dentro de la Iglesia son suficientes para redimirlo. Para otros, sus pecados y crímenes no tienen absolución, sobre todo porque él mismo nunca pidió perdón por sus pecados a sus víctimas y nunca admitió públicamente los mismos. Así funciona la Iglesia católica: parecería que siempre y cuando se trabaje en beneficio de la institución, todo lo demás puede ser perdonado. Sin embargo, hasta donde alcanzan mis conocimientos sobre el asunto, uno sólo puede ser perdonado si se arrepiente real y sinceramente y si Dios (no la Iglesia) lo perdona. Porque en el juicio final, para los que creen en él, no estará la Iglesia sino Dios.
Dudo que Marcial Maciel alguna vez se haya arrepentido real y sinceramente. Según el propio vocero de los Legionarios, “él mismo (es decir Maciel) decía que era un instrumento de Dios, definía que la obra no era suya sino de Dios”. Así que, para mi gusto, Marcial Maciel está ahorita en el infierno, suponiendo que exista. Claro, eso no lo puedo saber ni probar. Es más, tampoco me interesa. Creo que el verdadero infierno es el que debió haber vivido torturándose cotidianamente por la enorme incongruencia en que vivió durante toda su vida, sabiendo que lo que hacía era un pecado y un crimen y que, por más obras que hiciera para la Iglesia, eso no lo redimiría ni lo podía realmente tranquilizar. Y ese infierno debió haber aumentado cuando fue condenado por el Vaticano, es decir cuando esos pecados y crímenes se hicieron públicos, para su vergüenza y la de sus irreflexivos y acríticos admiradores. El fin no puede justificar los medios y las obras no justifican el crimen.
La jerarquía católica mexicana no parece estar de acuerdo conmigo y, lo peor del caso, insiste en negar los abusos de Maciel. De acuerdo con una nota de MILENIO del viernes pasado, el vicepresidente del Episcopado habría pedido respeto a su memoria ante las acusaciones de pederastia de que fuera objeto y dijo que si el sacerdote fundador de los Legionarios de Cristo cometió “algún error”, éste es el momento para orar por él y pedir por la salvación de su alma. Según la misma nota, al ser cuestionado sobre si las acusaciones de pederastia manchan el legado que deja a la Iglesia, el vicepresidente del Episcopado católico contestó: “Todos estamos manchados, todos los hijos de Adán nacimos manchados del pecado, pero Dios es misericordioso y su buena intención no tiene duda y fue servir a la Iglesia”. Después de esas declaraciones me queda clarísimo por qué la Iglesia ha permitido y sigue permitiendo todo tipo de abusos, incluso aquellos perpetrados a niños inocentes. Si todos estamos manchados, nadie puede juzgar a otro y nadie puede pedir cuentas a los sacerdotes abusadores y nadie puede tampoco exigirle rectitud a los demás. Si es así, mejor ruego por la salvación de la Iglesia.
Por lo demás, existirá probablemente el juicio de Dios, pero también está ciertamente el juicio de la historia. Y la tendencia con el tiempo es que se sepan más cosas y surjan nuevos testimonios de personas o documentos que de alguna manera prueben o confirmen lo que ya se sabe. Pero aún si no fuera así, Maciel tiene suficientes elementos en su expediente no sólo para impedir cualquier intento de beatificación o canonización, sino incluso de glorificarlo dentro de su propia orden. Su memoria, de hecho, por más esfuerzos que hagan sus seguidores, será la de un pederasta que fue condenado por el Vaticano. La Santa Sede no le pide al fundador de una orden que se retire de la vida pública por una falta menor. Cualquier intento de mejorar su imagen se encontrará con la reacción de sus víctimas y la posibilidad de abrir más la cloaca dentro de la orden. Aunque quizás es lo que algunos están esperando. De todas maneras, mientras viva Benedicto XVI, los Legionarios y sus seguidores saben que reivindicar la figura de Maciel es imposible y hasta contraproducente.
El problema, para los Legionarios, sigue siendo el mismo: sobrevivir la presencia y liderazgo personal de Marcial Maciel. Como en el caso de otras órdenes y organizaciones religiosas, el problema central es superar el momento de la transición entre una agrupación dirigida por un líder carismático y una organización que tiene una clara vocación, diferente a otras, pero con la capacidad de constituir para algunos un nuevo impulso religioso. Sin embargo, con el legado de Maciel, que más bien es un estigma vergonzoso, el pasado es un lastre que los legionarios querrán olvidar o por lo menos disimular. No veo sinceramente cómo la orden podrá construir un pasado glorioso, basado en ese pecado original de la paidofilia de su fundador. Más allá de sus cuestionables posiciones pastorales, los Legionarios de Cristo tendrán que hacer mucho para hacer olvidar lo que hizo su fundador, escudándose en su obra y en la supuesta complicidad de Dios. Para mi gusto, nada más por esa pretensión Marcial Maciel se debe estar pudriendo en el infierno.
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