El factor Mouriño enturbia el debate energético
Carlos Acosta Córdova, reportero
Revista Proceso, No. 1637, 16/03/2008;
Carlos Acosta Córdova, reportero
Revista Proceso, No. 1637, 16/03/2008;
Los reflejos del gobierno de Felipe Calderón en torno a la reforma de la industria petrolera, y en particular en cuanto al futuro de Pemex, son tan malos como los efectos del factor Mouriño. A tal grado se le están complicando las cosas al mandatario que la búsqueda de consensos para la reforma energética quedó aplazada, mientras que la paraestatal y la Secretaría de Energía aún no definen si se propondrán cambios constitucionales y alianzas con empresas extranjeras para la exploración en aguas profundas.
Tanto se ha tardado el gobierno de Felipe Calderón en presentar su propuesta de reforma energética que ya se le hizo bolas el engrudo: el sainete protagonizado por su secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, en relación con los contratos que firmó con Petróleos Mexicanos cuando era funcionario público y, al mismo tiempo, apoderado legal de una empresa familiar, polarizó y desvió aún más el debate sobre qué hacer con la industria petrolera nacional.
Así, la búsqueda de consensos se pospuso, en tanto que Pemex y la Secretaría de Energía no aciertan a definir si se propondrán cambios constitucionales y alianzas con empresas extranjeras para la exploración en aguas profundas.
Ocupado en arropar a su endeble secretario de Gobernación, a Calderón se le va de las manos todo, no sólo el debate: alimenta el rechazo popular a cualquier cambio en Pemex que implique la mínima privatización y, lo que menos hubiera querido, resucitó de tal manera a Andrés Manuel López Obrador, quien, fortalecido, se da el lujo de amagar con “parar” al país con “huelgas legislativas” y “cercos ciudadanos” en todos los aeropuertos, en las instalaciones estratégicas de la paraestatal, en instituciones financieras y en las principales carreteras.
Ha sido incapaz el gobierno de ordenar el debate y apaciguar los ánimos. Con la demora –ajena al trabajo, por ahora inexistente, de construir consensos–, Felipe Calderón se ve temeroso, inseguro, y parece darle la razón al coordinador de los senadores priistas, Manlio Fabio Beltrones, en el sentido de que si el gobierno presenta una iniciativa agresiva de reforma energética –que incluya cambios a la Constitución y a las leyes secundarias–, le estaría entregando la presidencia a Andrés Manuel López Obrador.
También, de manera absurda, ha perdido un tiempo valioso. Desde mediados de febrero –10 días antes del acto masivo de AMLO en las inmediaciones de la Torre de Pemex–, planteó con claridad lo que a su juicio son las tres únicas opciones para resolver la crisis de la industria petrolera. De gira en Estados Unidos, señaló: “Una es quedarnos como estamos, y si esa es la decisión del Congreso, yo la respetaré plenamente”.
La segunda es “destinarle más recursos a Pemex del presupuesto federal; ya lo hemos hecho con la reforma fiscal y sin embargo no es suficiente”. Y la tercera opción, según Calderón, es “ver qué han hecho otras empresas públicas en el mundo; digo ‘empresas públicas’ porque yo tengo la firme convicción de que Pemex tiene que seguir y seguirá siendo del gobierno y de los mexicanos, exclusivamente”.
Eso fue el 14 de febrero. Y ahí quedó, en discurso, que no retomó en los días siguientes. Consecuencia lógica hubiera sido darle sustento, es decir, aun sin el formato de iniciativa, presentar públicamente las líneas generales, de forma y de fondo, de lo que para el gobierno sería la reforma energética.
Pero no. Dejó pasar el tiempo. Lo aprovechó López Obrador para ponerse adelante en la discusión pública, mientras que el gobierno no acertaba a dar pasos firmes. La secretaria de Energía, Georgina Kessel, tibia y sin ganas de convencer, se reúne con legisladores panistas, federales y estatales, apenas para decirles que la solución son las alianzas estratégicas, las asociaciones, con empresas extranjeras para sacar petróleo de las profundidades del mar. Pero ha pasado de afirmar que son necesarios los cambios a la Constitución y las leyes secundarias para darle entrada a esas alianzas, a decir que, bueno, estudiaríamos cómo hacer las alianzas sin necesidad de esos cambios. Sin rumbo, pues. O miedo a la reacción pública.
Pero por más que cabildean diputados y senadores panistas y funcionarios gubernamentales, la secretaria no logra siquiera reunirse con las bancadas de oposición para exponerles el diagnóstico del sector energético del país y explicarles lo que, a juicio del gobierno, se necesitaría para salir del bache.
Y los directivos de Petróleos Mexicanos, por su parte, dan tumbos igual. Les ha resultado un dolor de cabeza el ya famoso spot titulado Tesoro de México sobre las presuntas inmensas cantidades de petróleo y gas que México tiene en el fondo del mar.
Desde el 17 de febrero, en el cibersitio YouTube empezó a circular el video –del que en un principio Pemex y Sener negaron ser los autores–, en el que el punto central es la necesidad de efectuar alianzas con empresas extranjeras, que tienen la experiencia y la tecnología para explorar y extraer hidrocarburos hasta 3 mil metros abajo de la superficie.
Dice el video de YouTube, firmado por el Gobierno Federal:
“Trabajar en aguas profundas requiere de tecnología de punta, como sistemas satelitales georreferenciales, construcción de plataformas semisumergibles, manejo de vehículos submarinos de control remoto y robótica. Afortunadamente, como lo han hecho otros países del mundo, México puede establecer alianzas con quienes ya cuentan con la tecnología y la experiencia para explotar yacimientos en aguas profundas. Podemos aprovechar ese conocimiento para sacar el petróleo que es nuestro”, dice una premonitoria y alarmante voz en off, apoyada por imágenes sucesivas de infraestructura de Pemex y de niños jugando.
Luego, 16 días después, la paraestatal difundió el mismo spot en las principales televisoras, en los horarios de mayor audiencia, pero sin aludir al tema de las polémicas alianzas con las trasnacionales petroleras.
Adicionalmente, ha estado induciendo –y pagando, por supuesto– menciones en programas televisivos, en todos los horarios, en los que conductores de emisiones dedicadas a la farándula, actores de programas cómicos y programas dedicados a las amas de casa, aluden –sin tener la mínima idea de lo que hablan– a la necesidad de explorar aguas profundas para sacar el “tesoro de México”.
Sin embargo, para lo que han servido el spot y esas menciones es para polarizar más el debate, para azuzar el rechazo público a la privatización, al grado de que, el jueves 13, la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados aprobó un exhorto a la Secretaría de Energía y a Pemex para que retiren el video promocional sobre el “tesoro bajo el mar”. El argumento: confunde a la opinión pública, no ofrece un diagnóstico claro del sector petrolero del país ni aborda realmente todas las opciones posibles para modernizarlo.
Alarma energética
Pero independientemente de la incapacidad del gobierno para direccionar el debate público y definir qué es lo que quiere en materia petrolera, del desconcierto y la displicencia de los partidos y el Congreso, y de la desinformación que permea en la sociedad, no hay duda de la urgencia de cambios en la industria.
El petróleo, por lo menos el de extracción barata, se está acabando. Las reservas probadas sólo alcanzan para poco más de nueve años, según datos oficiales, nacionales e internacionales. Y si no se hace algo ya, al término de ese tiempo México empezará a ser importador neto de petróleo.
De los 20 principales países productores del energético, sólo Noruega tiene reservas con menos vida que México: 8.4 años. Pero el resto están por encima. Sólo por citar algunos: Irak y Kuwait tienen reservas para más de 100 años; los Emiratos Árabes Unidos, para 90; Venezuela, para 78; Brasil, para 18; Estados Unidos, para 12; Canadá, para 15 años.
Y es mucho lo que se perderá. México ocupa actualmente el sexto lugar entre los países productores y el décimo entre los principales exportadores de petróleo; es el número 17 en reservas probadas.
A nivel de empresas, Pemex destaca internacionalmente en algunos indicadores, pero en otros es un verdadero lastre. De entre las 15 principales petroleras del mundo, ocupa el tercer lugar en producción de crudo, superada sólo por Saudi ARAMCO, de Arabia Saudita, y NIOC de Irán. Pero está por encima de las estatales PDVSA, de Venezuela, y Petrobras, de Brasil, y de todas las trasnacionales más poderosas: Exxon Mobil, British Petroleum, Shell, Chevron-Texaco.
En ventas totales, sin embargo, cae al octavo lugar, ahí sí superada por todas éstas. Sólo para ver la diferencia: en 2006, Exxon Mobil tuvo ventas totales por 339 mil 938 millones de dólares, mientras que las de Pemex fueron por 97 mil 244 millones, es decir, apenas 28.6% de lo que vendió la estadunidense, no obstante que la producción de ésta fue de 2 millones 523 mil barriles diarios, contra los 3 millones 256 mil barriles diarios de la empresa mexicana.
A pesar de datos como ese, ha sido un lujo para el país tener a Pemex. Prácticamente le ha resuelto la vida a los gobiernos, de López Portillo al actual. Baste revisar la información reciente sobre sus resultados financieros, los de 2007. En ese año, la utilidad de la paraestatal, antes de impuestos y derechos, fue de 660 mil 152 millones de pesos, poquito más de 60 mil millones de dólares, y superó por vez primera a la poderosa Exxon Mobil, que obtuvo utilidades por 40 mil 600 millones de dólares.
Para no ir tan lejos, en 2007 la utilidad operativa de Pemex fue tres veces la utilidad conjunta de las 30 mayores empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores: 221 mil 500 millones de pesos.
Es decir, Pemex volvió a demostrar el año pasado que es una de las empresas más rentables del mundo… aunque más por regalo de la naturaleza y por condiciones de la economía internacional que por eficacia y eficiencia en su conducción. Y vaya que si no: a la empresa le cuesta poco menos de 5 dólares extraer cada barril de crudo y lo vendió, el año pasado, en un promedio de 61.6 dólares; en estos días el precio de la mezcla mexicana anda arriba de los 90 dólares por barril.
Cualquier gobierno querría tener un Pemex. Ingresos fáciles, sin necesidad de empujar la actividad económica ni de hacer esfuerzos recaudatorios en el resto de la economía. Pero la gran tragedia de la empresa es la sangría brutal a la que la somete el fisco federal. En 2007 el pago de impuestos, derechos y aprovechamientos de Pemex fue de 676 mil 278 millones de pesos (casi 12% más que en 2006), es decir, más que las utilidades obtenidas.
El gravoso pago de impuestos –ninguna empresa en el mundo, de ningún sector, paga más del 100% de sus utilidades brutas, como lo hace Pemex–, más la importación creciente y cada vez más cara de petrolíferos, dieron como resultado que en 2007 tuviera pérdidas netas por 16 mil 127 millones de pesos. ¡La empresa más rentable del mundo… con pérdidas! British Petroleum paga 30 veces menos de impuestos que Petróleos Mexicanos: en 2006 pagó 2% de sus ventas totales, mientras que la mexicana pagó el 61% de sus ventas.
Y con todo y que es la tercera gran productora de crudo en el mundo, la más rentable –por la relación costo de producción-precio de venta–, Pemex, por ser usada en décadas para resolver los problemas financieros del gobierno federal y de los locales (con los excedentes), registra indicadores que la convierten en un verdadero lastre, sobre todo en términos de eficiencia y productividad.
Datos del Senado de la República señalan que de las principales petroleras del mundo la paraestatal es la más improductiva por empleado. Para 2006 contaba con el mayor número de trabajadores: 135 mil, pero cada uno de ellos generó ventas por 412 mil dólares, mientras que cada uno de los 50 mil trabajadores de Chevron-Texaco hizo ventas por 2 millones 407 mil dólares. En general, de acuerdo con la información del Senado, la productividad por trabajador de las trasnacionales superó a la de Pemex de cinco a ocho veces. En producción, cada trabajador de Chevron produjo al día 38.7 barriles diarios, en tanto que el de Pemex, 23.5 barriles, 64% menos.
El desastre que ha implicado el manejo de Pemex en los últimos años, se ilustra también con el magro patrimonio con que cuenta actualmente la empresa. Los resultados financieros de 2007 indican que la paraestatal tenía un valor técnico de poco menos de 52 mil millones de pesos, cuando sus activos son de 1 billón 331 mil 127 millones… pero con pasivos totales de 1 billón 279 mil 300 millones de pesos.
Ante este escenario general lo peor sería, como dicen muchos analistas, no hacer nada en el sector petrolero, o sólo apostar a arreglos cosméticos por miedo al costo político. Lo más fácil sería obviar la urgencia de los cambios, cuando no es mentira que el petróleo se está acabando.
Pero el gobierno de Calderón sigue pasmado frente al alboroto que él mismo provocó.
Tanto se ha tardado el gobierno de Felipe Calderón en presentar su propuesta de reforma energética que ya se le hizo bolas el engrudo: el sainete protagonizado por su secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, en relación con los contratos que firmó con Petróleos Mexicanos cuando era funcionario público y, al mismo tiempo, apoderado legal de una empresa familiar, polarizó y desvió aún más el debate sobre qué hacer con la industria petrolera nacional.
Así, la búsqueda de consensos se pospuso, en tanto que Pemex y la Secretaría de Energía no aciertan a definir si se propondrán cambios constitucionales y alianzas con empresas extranjeras para la exploración en aguas profundas.
Ocupado en arropar a su endeble secretario de Gobernación, a Calderón se le va de las manos todo, no sólo el debate: alimenta el rechazo popular a cualquier cambio en Pemex que implique la mínima privatización y, lo que menos hubiera querido, resucitó de tal manera a Andrés Manuel López Obrador, quien, fortalecido, se da el lujo de amagar con “parar” al país con “huelgas legislativas” y “cercos ciudadanos” en todos los aeropuertos, en las instalaciones estratégicas de la paraestatal, en instituciones financieras y en las principales carreteras.
Ha sido incapaz el gobierno de ordenar el debate y apaciguar los ánimos. Con la demora –ajena al trabajo, por ahora inexistente, de construir consensos–, Felipe Calderón se ve temeroso, inseguro, y parece darle la razón al coordinador de los senadores priistas, Manlio Fabio Beltrones, en el sentido de que si el gobierno presenta una iniciativa agresiva de reforma energética –que incluya cambios a la Constitución y a las leyes secundarias–, le estaría entregando la presidencia a Andrés Manuel López Obrador.
También, de manera absurda, ha perdido un tiempo valioso. Desde mediados de febrero –10 días antes del acto masivo de AMLO en las inmediaciones de la Torre de Pemex–, planteó con claridad lo que a su juicio son las tres únicas opciones para resolver la crisis de la industria petrolera. De gira en Estados Unidos, señaló: “Una es quedarnos como estamos, y si esa es la decisión del Congreso, yo la respetaré plenamente”.
La segunda es “destinarle más recursos a Pemex del presupuesto federal; ya lo hemos hecho con la reforma fiscal y sin embargo no es suficiente”. Y la tercera opción, según Calderón, es “ver qué han hecho otras empresas públicas en el mundo; digo ‘empresas públicas’ porque yo tengo la firme convicción de que Pemex tiene que seguir y seguirá siendo del gobierno y de los mexicanos, exclusivamente”.
Eso fue el 14 de febrero. Y ahí quedó, en discurso, que no retomó en los días siguientes. Consecuencia lógica hubiera sido darle sustento, es decir, aun sin el formato de iniciativa, presentar públicamente las líneas generales, de forma y de fondo, de lo que para el gobierno sería la reforma energética.
Pero no. Dejó pasar el tiempo. Lo aprovechó López Obrador para ponerse adelante en la discusión pública, mientras que el gobierno no acertaba a dar pasos firmes. La secretaria de Energía, Georgina Kessel, tibia y sin ganas de convencer, se reúne con legisladores panistas, federales y estatales, apenas para decirles que la solución son las alianzas estratégicas, las asociaciones, con empresas extranjeras para sacar petróleo de las profundidades del mar. Pero ha pasado de afirmar que son necesarios los cambios a la Constitución y las leyes secundarias para darle entrada a esas alianzas, a decir que, bueno, estudiaríamos cómo hacer las alianzas sin necesidad de esos cambios. Sin rumbo, pues. O miedo a la reacción pública.
Pero por más que cabildean diputados y senadores panistas y funcionarios gubernamentales, la secretaria no logra siquiera reunirse con las bancadas de oposición para exponerles el diagnóstico del sector energético del país y explicarles lo que, a juicio del gobierno, se necesitaría para salir del bache.
Y los directivos de Petróleos Mexicanos, por su parte, dan tumbos igual. Les ha resultado un dolor de cabeza el ya famoso spot titulado Tesoro de México sobre las presuntas inmensas cantidades de petróleo y gas que México tiene en el fondo del mar.
Desde el 17 de febrero, en el cibersitio YouTube empezó a circular el video –del que en un principio Pemex y Sener negaron ser los autores–, en el que el punto central es la necesidad de efectuar alianzas con empresas extranjeras, que tienen la experiencia y la tecnología para explorar y extraer hidrocarburos hasta 3 mil metros abajo de la superficie.
Dice el video de YouTube, firmado por el Gobierno Federal:
“Trabajar en aguas profundas requiere de tecnología de punta, como sistemas satelitales georreferenciales, construcción de plataformas semisumergibles, manejo de vehículos submarinos de control remoto y robótica. Afortunadamente, como lo han hecho otros países del mundo, México puede establecer alianzas con quienes ya cuentan con la tecnología y la experiencia para explotar yacimientos en aguas profundas. Podemos aprovechar ese conocimiento para sacar el petróleo que es nuestro”, dice una premonitoria y alarmante voz en off, apoyada por imágenes sucesivas de infraestructura de Pemex y de niños jugando.
Luego, 16 días después, la paraestatal difundió el mismo spot en las principales televisoras, en los horarios de mayor audiencia, pero sin aludir al tema de las polémicas alianzas con las trasnacionales petroleras.
Adicionalmente, ha estado induciendo –y pagando, por supuesto– menciones en programas televisivos, en todos los horarios, en los que conductores de emisiones dedicadas a la farándula, actores de programas cómicos y programas dedicados a las amas de casa, aluden –sin tener la mínima idea de lo que hablan– a la necesidad de explorar aguas profundas para sacar el “tesoro de México”.
Sin embargo, para lo que han servido el spot y esas menciones es para polarizar más el debate, para azuzar el rechazo público a la privatización, al grado de que, el jueves 13, la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados aprobó un exhorto a la Secretaría de Energía y a Pemex para que retiren el video promocional sobre el “tesoro bajo el mar”. El argumento: confunde a la opinión pública, no ofrece un diagnóstico claro del sector petrolero del país ni aborda realmente todas las opciones posibles para modernizarlo.
Alarma energética
Pero independientemente de la incapacidad del gobierno para direccionar el debate público y definir qué es lo que quiere en materia petrolera, del desconcierto y la displicencia de los partidos y el Congreso, y de la desinformación que permea en la sociedad, no hay duda de la urgencia de cambios en la industria.
El petróleo, por lo menos el de extracción barata, se está acabando. Las reservas probadas sólo alcanzan para poco más de nueve años, según datos oficiales, nacionales e internacionales. Y si no se hace algo ya, al término de ese tiempo México empezará a ser importador neto de petróleo.
De los 20 principales países productores del energético, sólo Noruega tiene reservas con menos vida que México: 8.4 años. Pero el resto están por encima. Sólo por citar algunos: Irak y Kuwait tienen reservas para más de 100 años; los Emiratos Árabes Unidos, para 90; Venezuela, para 78; Brasil, para 18; Estados Unidos, para 12; Canadá, para 15 años.
Y es mucho lo que se perderá. México ocupa actualmente el sexto lugar entre los países productores y el décimo entre los principales exportadores de petróleo; es el número 17 en reservas probadas.
A nivel de empresas, Pemex destaca internacionalmente en algunos indicadores, pero en otros es un verdadero lastre. De entre las 15 principales petroleras del mundo, ocupa el tercer lugar en producción de crudo, superada sólo por Saudi ARAMCO, de Arabia Saudita, y NIOC de Irán. Pero está por encima de las estatales PDVSA, de Venezuela, y Petrobras, de Brasil, y de todas las trasnacionales más poderosas: Exxon Mobil, British Petroleum, Shell, Chevron-Texaco.
En ventas totales, sin embargo, cae al octavo lugar, ahí sí superada por todas éstas. Sólo para ver la diferencia: en 2006, Exxon Mobil tuvo ventas totales por 339 mil 938 millones de dólares, mientras que las de Pemex fueron por 97 mil 244 millones, es decir, apenas 28.6% de lo que vendió la estadunidense, no obstante que la producción de ésta fue de 2 millones 523 mil barriles diarios, contra los 3 millones 256 mil barriles diarios de la empresa mexicana.
A pesar de datos como ese, ha sido un lujo para el país tener a Pemex. Prácticamente le ha resuelto la vida a los gobiernos, de López Portillo al actual. Baste revisar la información reciente sobre sus resultados financieros, los de 2007. En ese año, la utilidad de la paraestatal, antes de impuestos y derechos, fue de 660 mil 152 millones de pesos, poquito más de 60 mil millones de dólares, y superó por vez primera a la poderosa Exxon Mobil, que obtuvo utilidades por 40 mil 600 millones de dólares.
Para no ir tan lejos, en 2007 la utilidad operativa de Pemex fue tres veces la utilidad conjunta de las 30 mayores empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores: 221 mil 500 millones de pesos.
Es decir, Pemex volvió a demostrar el año pasado que es una de las empresas más rentables del mundo… aunque más por regalo de la naturaleza y por condiciones de la economía internacional que por eficacia y eficiencia en su conducción. Y vaya que si no: a la empresa le cuesta poco menos de 5 dólares extraer cada barril de crudo y lo vendió, el año pasado, en un promedio de 61.6 dólares; en estos días el precio de la mezcla mexicana anda arriba de los 90 dólares por barril.
Cualquier gobierno querría tener un Pemex. Ingresos fáciles, sin necesidad de empujar la actividad económica ni de hacer esfuerzos recaudatorios en el resto de la economía. Pero la gran tragedia de la empresa es la sangría brutal a la que la somete el fisco federal. En 2007 el pago de impuestos, derechos y aprovechamientos de Pemex fue de 676 mil 278 millones de pesos (casi 12% más que en 2006), es decir, más que las utilidades obtenidas.
El gravoso pago de impuestos –ninguna empresa en el mundo, de ningún sector, paga más del 100% de sus utilidades brutas, como lo hace Pemex–, más la importación creciente y cada vez más cara de petrolíferos, dieron como resultado que en 2007 tuviera pérdidas netas por 16 mil 127 millones de pesos. ¡La empresa más rentable del mundo… con pérdidas! British Petroleum paga 30 veces menos de impuestos que Petróleos Mexicanos: en 2006 pagó 2% de sus ventas totales, mientras que la mexicana pagó el 61% de sus ventas.
Y con todo y que es la tercera gran productora de crudo en el mundo, la más rentable –por la relación costo de producción-precio de venta–, Pemex, por ser usada en décadas para resolver los problemas financieros del gobierno federal y de los locales (con los excedentes), registra indicadores que la convierten en un verdadero lastre, sobre todo en términos de eficiencia y productividad.
Datos del Senado de la República señalan que de las principales petroleras del mundo la paraestatal es la más improductiva por empleado. Para 2006 contaba con el mayor número de trabajadores: 135 mil, pero cada uno de ellos generó ventas por 412 mil dólares, mientras que cada uno de los 50 mil trabajadores de Chevron-Texaco hizo ventas por 2 millones 407 mil dólares. En general, de acuerdo con la información del Senado, la productividad por trabajador de las trasnacionales superó a la de Pemex de cinco a ocho veces. En producción, cada trabajador de Chevron produjo al día 38.7 barriles diarios, en tanto que el de Pemex, 23.5 barriles, 64% menos.
El desastre que ha implicado el manejo de Pemex en los últimos años, se ilustra también con el magro patrimonio con que cuenta actualmente la empresa. Los resultados financieros de 2007 indican que la paraestatal tenía un valor técnico de poco menos de 52 mil millones de pesos, cuando sus activos son de 1 billón 331 mil 127 millones… pero con pasivos totales de 1 billón 279 mil 300 millones de pesos.
Ante este escenario general lo peor sería, como dicen muchos analistas, no hacer nada en el sector petrolero, o sólo apostar a arreglos cosméticos por miedo al costo político. Lo más fácil sería obviar la urgencia de los cambios, cuando no es mentira que el petróleo se está acabando.
Pero el gobierno de Calderón sigue pasmado frente al alboroto que él mismo provocó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario