Un nuevo antisemitismo/Ralf Dahrendorf
Publicado en LA VANGUARDIA, 19/03/06;
Estos son tiempos violentos. Algunos creen que estamos experimentando un nuevo tipo de conflicto: guerra de culturas, como las que enfrentan a los musulmanes suníes y chiíes o a los grupos tribales de África y Asia o, de hecho, a los islamistas y los occidentales. Sin embargo, las razones más profundas para algunos de esos conflictos pueden muy bien ser más tradicionales.
La pertenencia a un grupo cultural particular es un simple pretexto para batallas entre los vencedores y los perdedores de la mundialización. Dirigentes implacables movilizan a seguidores desorientados. En particular los perdedores, con frecuencia representados por jóvenes sin futuro, pueden verse inducidos a adoptar medidas, suicidas incluso, contra el supuesto enemigo.
Tal vez no debería extrañarnos que en una época así esté reapareciendo de entre las sombras el más antiguo de nuestros horribles - mortíferos, en realidad- resentimientos: el antisemitismo. Su regreso adopta la forma clásica de los ataques a personas, como el reciente asesinato de un joven judío en Francia, o de la desfiguración de lugares simbólicos, como cementerios y sinagogas, pero existe también una sensación más general de hostilidad a todo lo judío.
Era como para pensar que el antisemitismo habría desaparecido para siempre con el holocausto, pero no fue así. Hay quienes niegan que el holocausto ocurriera o que así fuese en una forma demasiado bien documentada.
Los negacionistas van desde historiadores de segunda fila como David Irving hasta políticos aparentemente populares como el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. La documentación sobre lo que la Alemania nazi hizo es tan abrumadora, que probablemente se pueda lidiar con quienes la niegan aun sin meterlos en la cárcel, cosa que les brindaría mayor atención de la que merecen.
El caso es que ahora la causa del antisemitismo es diferente, lo que justifica que hablemos de un nuevo antisemitismo. Esta causa tiene que ver con Israel. Desde luego, Estados Unidos es el primer nombre en el resentimiento antioccidental, pero su segundo nombre es Israel. El único país moderno construido en Oriente Medio, que también está muy militarizado, es una potencia ocupante y defiende implacablemente sus intereses.
Resulta difícil exagerar el extraño sentimiento existente en Occidente y que podríamos llamar romanticismo palestino. Intelectuales como el difunto Edward Said le dieron voz, pero tiene muchos seguidores en Estados Unidos y en Europa. El romanticismo palestino glorifica a los palestinos como víctimas de la dominación israelí, señala el trato que reciben los palestinos israelíes como ciudadanos, en el mejor de los casos, de segunda clase, y cita muchos incidentes de opresión en los territorios ocupados, incluidos los efectos de la barrera de seguridad.Implícita o explícitamente, la gente se pone de parte de las víctimas, les envía contribuciones en dinero, declara legítimos incluso a los terroristas suicidas y se aparta aún más de la defensa y el apoyo a Israel.
Naturalmente, es cierto que en teoría se puede uno oponer a las políticas de Israel sin ser antisemita. Al fin y al cabo, entre los israelíes hay bastantes críticos de las políticas de Israel. Sin embargo, la distinción ha resultado cada vez más difícil de mantener. Los judíos que viven fuera de Israel tienen la sensación de que deben defender - con razón o sin ella- el país que, al fin y al cabo, es su esperanza suprema de seguridad. Así, sus amigos vacilan a la hora de hablar con claridad por miedo a ser considerados no sólo antiisraelíes, sino también antisemitas. La actitud defensiva de los judíos y el incómodo silencio de sus amigos significan que el escenario del debate público está abierto para quienes son de verdad antisemitas, aunque se limiten a usar un lenguaje antiisraelí. El antisemitismo es repugnante, sea cual fuere la forma como aparezca. Lo mismo se puede decir de otros tipos de odio grupal, pero el holocausto hace que el antisemitismo sea único, porque es una emoción cómplice de la aniquilación casi total de todo un pueblo.
Sin embargo, no se puede luchar con éxito contra el nuevo antisemitismo mediante la instrucción y la argumentación sólo en el resto del mundo. Está vinculado a Israel. Si uno pertenece a una generación que consideró a Israel uno de los grandes logros del siglo XX y admiró la forma como ese país brindó una patria digna a los perseguidos y oprimidos, le preocupa en particular que ahora pueda estar en riesgo.
La pertenencia a un grupo cultural particular es un simple pretexto para batallas entre los vencedores y los perdedores de la mundialización. Dirigentes implacables movilizan a seguidores desorientados. En particular los perdedores, con frecuencia representados por jóvenes sin futuro, pueden verse inducidos a adoptar medidas, suicidas incluso, contra el supuesto enemigo.
Tal vez no debería extrañarnos que en una época así esté reapareciendo de entre las sombras el más antiguo de nuestros horribles - mortíferos, en realidad- resentimientos: el antisemitismo. Su regreso adopta la forma clásica de los ataques a personas, como el reciente asesinato de un joven judío en Francia, o de la desfiguración de lugares simbólicos, como cementerios y sinagogas, pero existe también una sensación más general de hostilidad a todo lo judío.
Era como para pensar que el antisemitismo habría desaparecido para siempre con el holocausto, pero no fue así. Hay quienes niegan que el holocausto ocurriera o que así fuese en una forma demasiado bien documentada.
Los negacionistas van desde historiadores de segunda fila como David Irving hasta políticos aparentemente populares como el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. La documentación sobre lo que la Alemania nazi hizo es tan abrumadora, que probablemente se pueda lidiar con quienes la niegan aun sin meterlos en la cárcel, cosa que les brindaría mayor atención de la que merecen.
El caso es que ahora la causa del antisemitismo es diferente, lo que justifica que hablemos de un nuevo antisemitismo. Esta causa tiene que ver con Israel. Desde luego, Estados Unidos es el primer nombre en el resentimiento antioccidental, pero su segundo nombre es Israel. El único país moderno construido en Oriente Medio, que también está muy militarizado, es una potencia ocupante y defiende implacablemente sus intereses.
Resulta difícil exagerar el extraño sentimiento existente en Occidente y que podríamos llamar romanticismo palestino. Intelectuales como el difunto Edward Said le dieron voz, pero tiene muchos seguidores en Estados Unidos y en Europa. El romanticismo palestino glorifica a los palestinos como víctimas de la dominación israelí, señala el trato que reciben los palestinos israelíes como ciudadanos, en el mejor de los casos, de segunda clase, y cita muchos incidentes de opresión en los territorios ocupados, incluidos los efectos de la barrera de seguridad.Implícita o explícitamente, la gente se pone de parte de las víctimas, les envía contribuciones en dinero, declara legítimos incluso a los terroristas suicidas y se aparta aún más de la defensa y el apoyo a Israel.
Naturalmente, es cierto que en teoría se puede uno oponer a las políticas de Israel sin ser antisemita. Al fin y al cabo, entre los israelíes hay bastantes críticos de las políticas de Israel. Sin embargo, la distinción ha resultado cada vez más difícil de mantener. Los judíos que viven fuera de Israel tienen la sensación de que deben defender - con razón o sin ella- el país que, al fin y al cabo, es su esperanza suprema de seguridad. Así, sus amigos vacilan a la hora de hablar con claridad por miedo a ser considerados no sólo antiisraelíes, sino también antisemitas. La actitud defensiva de los judíos y el incómodo silencio de sus amigos significan que el escenario del debate público está abierto para quienes son de verdad antisemitas, aunque se limiten a usar un lenguaje antiisraelí. El antisemitismo es repugnante, sea cual fuere la forma como aparezca. Lo mismo se puede decir de otros tipos de odio grupal, pero el holocausto hace que el antisemitismo sea único, porque es una emoción cómplice de la aniquilación casi total de todo un pueblo.
Sin embargo, no se puede luchar con éxito contra el nuevo antisemitismo mediante la instrucción y la argumentación sólo en el resto del mundo. Está vinculado a Israel. Si uno pertenece a una generación que consideró a Israel uno de los grandes logros del siglo XX y admiró la forma como ese país brindó una patria digna a los perseguidos y oprimidos, le preocupa en particular que ahora pueda estar en riesgo.
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