Repudian ataques a la Santa Muerte/Reportaje
Martha Martínez, reportera.
Suplemento Enfoque de Reforma, 19 abril 2009;
Suplemento Enfoque de Reforma, 19 abril 2009;
En este altar no hay vírgenes, sólo una imagen de sonrisa tétrica y manos descarnadas que del lado derecho sostiene una guadaña, y en el izquierdo, el mundo. Ante ella acuden ancianos, niños, madres con hijos en brazos y hombres corpulentos ataviados con tatuajes, camisas de manga corta, pantalones holgados y cadenas de oro.
Algunos fuman cigarros que compraron en la tienda de al lado, otros, los churros de marihuana que prepararon mientras esperaban su turno para acercarse a "La Niña Blanca", como también le llaman. En lo que esperan, dirigen hacia sus propias imágenes el humo que exhalan de la boca, esto las purifica, dicen.
La fila es larga y parece no terminar, conforme avanza la mañana más gente se incorpora a ella; así será hasta las ocho de la noche cuando el maestro de ceremonias comience el rosario.
En las manos los devotos llevan manzanas rojas, veladoras, rosas, botellas de tequila e imágenes de "La Flaquita"; esperan dejar sus ofrendas a los pies de la estatua de casi dos metros para agradecerle algún favor concedido. El altar se llena poco a poco mientras la señora Enriqueta Romero, guardiana de la imagen, solicita apresurar las oraciones porque el lugar no se da abasto.
Es la Santa Muerte de Alfarería 12, en Tepito, en el Distrito Federal, el primer altar de esta religión que vio la luz de la calle hace ocho años y gracias al cual los seguidores de este culto los popularizaron hasta contarse por cientos.
De acuerdo con el antropólogo danés Regnar Kristensen, cada primer día de mes acuden a este lugar alrededor de 7 mil devotos a solicitar favores, agradecer aquellos que consideran concedidos o simplemente rezarle a su deidad.
Creencia ligada a la delincuencia
El de la Santa Muerte es hoy uno de los cultos más polémicos del país, no sólo por la fisonomía descarnada que veneran miles de fieles, sino porque esta devoción se extendió principalmente en barrios y estados identificados con altos índices de marginación, inseguridad o consumo de drogas.
Aunque no hay datos exactos, se cree que en el país existen mil 500 altares; Kristensen sostiene que al menos 300 se encuentran en el Distrito Federal, en barrios como Tepito, San Antonio Tomatlán, Peralvillo, San Juan de Aragón, la colonia Barrio Gómez y Martín Carrera. En el interior del país los altares se localizan principalmente en Tijuana, Nuevo Laredo, Oaxaca, Puebla, Chihuahua e Hidalgo.
Entre los devotos a este culto se pueden observar amas de casa, choferes, albañiles, ancianos y vendedores ambulantes, pero también a personas ligadas a actividades ilícitas como el narcotráfico, el secuestro y la delincuencia en general.
Los lugares en donde se rinde culto, el perfil de los devotos y los altares encontrados a importantes delincuentes al momento de su detención -como en el caso de Daniel Arizmendi, alias El Mochaorejas- han llevado a algunas autoridades a considerar esta creencia como una expresión de la delincuencia.
En marzo pasado, el presidente de la Comisión de Desarrollo Social y Familia de Tijuana, Luis Moreno Hernández, presentó un plan anticrimen que prohíbe la "operación" de capillas dedicadas a la Santa Muerte porque a decir del funcionario "promueven las actividades ilícitas". La iniciativa fue apoyada por el presidente municipal de Tijuana, el panista Jorge Ramos Hernández.
Para la antropóloga Perla Fragoso es un error identificar a los fieles como parte de un sector único y homogéneo.
"Así como la Santa descarnada tiene devotos que se dedican al narcotráfico y otras actividades delictivas, tiene fieles que trabajan en la informalidad y lidian cotidianamente con una condición de desventaja económica y social", agrega.
En el mismo sentido se pronuncia el obispo de esta iglesia, David Romo, para quien identificar a los delincuentes con la Santa Muerte refleja ignorancia, pues no se toma en cuenta que todos pueden cometer actos ilegales.
"Los católicos son más ladrones que quienes profesamos la devoción por la Santa Muerte", asegura.
En contraparte hay fieles que reconocen el vínculo entre delincuencia y los seguidores de la Santa Muerte, pero esto no es algo que les alarme.
"No debemos juzgar a nadie porque cada quien será juzgado a la hora de morir y en eso la Santísima es implacable", señala Jorge Hernández, un comerciante de 42 años que acude al altar de la calle Alfarería a pedir por la salud de su hijo menor.
Fragoso, autora de la primera tesis sobre la santificación de la muerte, indica que el culto a esta deidad tampoco puede plantearse como algo homogéneo, porque mientras la devoción heredada de padres a hijos exalta a la Santa Muerte como el ser encargado de valorar las acciones de cada persona y decidir cómo morirá, el crimen orga- nizado reinterpretó el culto para adaptarlo a sus propias necesidades.
Para ellos, la deidad es un ente protector que no los juzga por sus actividades, por el contrario, los protege y les brinda prosperidad a cambio de su veneración con ritos que son extraídos de la santería. Así, el culto a la Santa Muerte tiene también un submundo.
Culto reciente
Aunque no se conoce a ciencia cierta el origen de esta adoración, se sabe que su antigüedad no sobrepasa los 50 o 60 años. La primera mención que se tiene registrada se encuentra en la obra de Oscar Lewis, Los Hijos de Sánchez, publicada en 1961.
En el texto, una de las protagonistas, Marta, cuenta que su hermana, Antonia, le dijo que "cuando los maridos andan de enamorados, se le reza a la Santa Muerte".
Enriqueta Ramos, uno de los personajes más representativos de este culto, señala que es devota de la imagen desde hace más de 52 años.
La manera en la que la hoy guardiana del altar de Alfarería se acercó a la Santa Muerte es similar a la de otros devotos: su tía le rezaba todas las tardes a la imagen que tenían en la sala de su casa; a la muerte de ella, Doña Queta, como se le conoce en Tepito, continuó con la tradición, misma que inculcó a sus siete hijos.
Para el cronista Alfonso Hernández éste es un culto que se ha esparcido de boca en boca, pues en sus más de 50 años de existencia muchos de los devotos han llegado a él después de escuchar de vecinos, amigos o familiares lo efectivo que puede ser pedir un favor a la Santa descarnada.
Aquí no hay una biblia, mucho menos una liturgia oficial, por el contrario, los elementos que envuelven la devoción son un laboratorio en el que cada creyente ensaya, adopta y desecha ritos.
Así, sin más explicaciones filosóficas y contrario a lo que la imagen puede evocar, quienes adoran a "La Niña Blanca" la ven como un ser de luz, justo y democrático, que se llevará a ricos y pobres, a hombres de bien, y a quienes no lo son.
Según sus devotos, la Santa Muerte es el ente encargado de calificar las acciones de las personas y decidir cómo morirán, por eso la adoran, pero también le temen. Ambos sentimientos están plasmados en la representación de la deidad.
La guadaña que sostiene del lado derecho es la herramienta con la que la Santa Muerte abre caminos y ayuda, pero también representa la justicia. El mundo que porta en la izquierda significa que la muerte no tiene fronteras, está en todo lugar y no distingue sexo, raza o nivel socioeconómico. El reloj de arena es la medida de la vida sobre la tierra, pues basta girarlo para volver a comenzar.
Los elementos del culto se aprenden observando altares o retomando costumbres de otras religiones; al final, cada rito es diferente de altar en altar y de casa en casa.
Derriban altares
En los últimos meses, autoridades municipales de Tijuana, Nuevo Laredo y Oaxaca intentaron contrarrestar la fe en la Santa Muerte modificando leyes, derribando altares y prohibiendo el uso y venta de sus principales símbolos.
La noche el 23 de marzo de este año, más de 30 altares de la figura esquelética fueron derribados por trabajadores de la SCT y del municipio de Nuevo Laredo, resguardados por elementos del Ejército; con maquinaria pesada los trabajadores echaron abajo los nichos ubicados en el kilómetro 22 de la carretera Nuevo Laredo-Monterrey.
En un primer momento las autoridades municipales señalaron que la acción obedecía a que las construcciones habían sido levantadas sin permiso, en terrenos federales. En cuestión de horas, la versión cambió: se trataba de una medida tomada en el marco de la lucha contra el crimen organizado.
La respuesta de los devotos no se hizo esperar; el domingo 1o. de abril, el obispo de la iglesia de la Santa Muerte -cuyo nombre oficial es Iglesia Santa, Católica, Apostólica, Tradicional México-USA-, David Romo, anunció que gracias a la donación de uno de sus fieles se construirá en Nuevo Laredo una capilla dedicada a esta deidad.
A los fieles de Tijuana y Oaxaca, en donde se prohibió la manifestación pública de este culto, el obispo los convocó a organizar protestas por lo que considera una violación a sus derechos humanos. Romo anunció que buscaría incursionar en la política para defender los derechos de esta iglesia.
Para Romo, el derribo de altares de la Santa Muerte no inhibirá las actividades delincuenciales de narcotraficantes y secuestradores.
Según el obispo de la iglesia de la Santa Muerte -la cual perdió el registro de la Secretaría de Gobernación en 2005, por violar sus propios estatutos-, las autoridades locales y federales han colocado a sus seguidores la etiqueta de delincuentes, aun cuando la mayoría son familias que, por la vulnerabilidad económica en la que viven, tienen que habitar en barrios pobres e inseguros de sus ciudades.
En el mismo sentido se pronuncia la antropóloga Perla Fragoso, pues indica que si los devotos de la Santa Muerte tienen una característica común ésta es la vulnerabilidad económica y social, aquella que tiene que ver con la inestabilidad y la fragilidad del entorno.
La antropóloga precisa que los adoradores de la "Santísima" son personas que pueden llegar a obtener recursos económicos para satisfacer todas sus necesidades, pero no cuentan con un empleo formal, por ello pueden perderlo todo de un momento a otro.
La marginación de los creyentes, explica, hace que se identifiquen con una imagen que también es marginada, en este caso por las autoridades civiles y católicas.
Abunda que el arraigo a esta fe obedece a que los significados y bondades fueron construidos por ellos mismos, por eso la consideran más cercana, más humana y más real.
A estas características se suma la comunicación directa entre los devotos y la Santa Muerte; no existen sacerdotes, ministros o intermediarios que puedan deformarla. Para Fragoso es determinante que en este culto el intercambio de dinero entre guías espirituales y creyentes sea mal visto, por ello, entre los ritos a esta imagen, no hay intercambio de objetos que denoten un alto valor monetario.
También afirma que es necesario separar el culto que llevan a cabo los devotos "promedio" y los que pertenecen al crimen organizado.
Asegura que la relación entre esta creencia y la delincuencia se debe a que la primera vez que se habló en los medios de comunicación sobre el tema fue tras la detención del secuestrador Daniel Arizmendi, alias El Mochaorejas, en agosto de 1998.
A partir de ese momento la relación con el crimen organizado fue casi natural, por lo menos en el discurso público.
Para la autora de la tesis La Muerte Santificada, el culto a esta imagen fue reinterpretado por narcotraficantes y delincuentes hasta adaptarlo a sus actividades, de ahí que las muestras de fe de este tipo de devotos difieran con las de otros que no forman parte de la delincuencia.
"Como la propia imagen evoca muchos valores negativos, entonces el crimen organizado pudo hacer una reinterpretación de la imagen y saben usarla de una forma intimidatoria porque finalmente saben que infunde miedo y temor", advierte.
En el libro El hombre sin cabeza, el periodista Sergio González Rodríguez reproduce la entrevista a un decapitador de Los Zetas, el brazo armado del cártel del Golfo. En ella, el personaje, adorador de la Santa Muerte, narra cómo se siente después de cortarle la cabeza a su víctima: "Me siento fuerte, sé que estoy protegido, porque de la sangre que queda siempre recojo un poco en un frasco y se la llevo al jefe en la ceremonia que se hace en privado con él, que es cuando reza ante el altar de la Santa Muerte".
Fragoso señala que ese ritual, que parece extraído de la santería, es una interpretación subjetiva. "Es una manera de sentirse protegido", señala.
Insiste en que ésta es la lectura específica que realiza el crimen organizado de una imagen que por su apariencia les beneficia, pues genera temor.
Para narcotraficantes, secuestradores y otros delincuentes la Santa Muerte se convierte en un ser protector, que los cuida sin importarle sus actividades; mientras que el significado "tradicional" de la deidad señala que este ser no sólo ayuda, también juzga las acciones de cada persona, por eso es mejor tenerla como amiga, porque de ella depende la forma en la que cada quien padecerá su muerte.
A decir de Fragoso, en estas formas de fe el imaginario colectivo se pierde y se deforma en una sola sentencia: todos los adoradores a la Santa Muerte son delincuentes por el simple hecho de venerar una imagen repudiada por la Iglesia Católica.
Al margen:
Algunos fuman cigarros que compraron en la tienda de al lado, otros, los churros de marihuana que prepararon mientras esperaban su turno para acercarse a "La Niña Blanca", como también le llaman. En lo que esperan, dirigen hacia sus propias imágenes el humo que exhalan de la boca, esto las purifica, dicen.
La fila es larga y parece no terminar, conforme avanza la mañana más gente se incorpora a ella; así será hasta las ocho de la noche cuando el maestro de ceremonias comience el rosario.
En las manos los devotos llevan manzanas rojas, veladoras, rosas, botellas de tequila e imágenes de "La Flaquita"; esperan dejar sus ofrendas a los pies de la estatua de casi dos metros para agradecerle algún favor concedido. El altar se llena poco a poco mientras la señora Enriqueta Romero, guardiana de la imagen, solicita apresurar las oraciones porque el lugar no se da abasto.
Es la Santa Muerte de Alfarería 12, en Tepito, en el Distrito Federal, el primer altar de esta religión que vio la luz de la calle hace ocho años y gracias al cual los seguidores de este culto los popularizaron hasta contarse por cientos.
De acuerdo con el antropólogo danés Regnar Kristensen, cada primer día de mes acuden a este lugar alrededor de 7 mil devotos a solicitar favores, agradecer aquellos que consideran concedidos o simplemente rezarle a su deidad.
Creencia ligada a la delincuencia
El de la Santa Muerte es hoy uno de los cultos más polémicos del país, no sólo por la fisonomía descarnada que veneran miles de fieles, sino porque esta devoción se extendió principalmente en barrios y estados identificados con altos índices de marginación, inseguridad o consumo de drogas.
Aunque no hay datos exactos, se cree que en el país existen mil 500 altares; Kristensen sostiene que al menos 300 se encuentran en el Distrito Federal, en barrios como Tepito, San Antonio Tomatlán, Peralvillo, San Juan de Aragón, la colonia Barrio Gómez y Martín Carrera. En el interior del país los altares se localizan principalmente en Tijuana, Nuevo Laredo, Oaxaca, Puebla, Chihuahua e Hidalgo.
Entre los devotos a este culto se pueden observar amas de casa, choferes, albañiles, ancianos y vendedores ambulantes, pero también a personas ligadas a actividades ilícitas como el narcotráfico, el secuestro y la delincuencia en general.
Los lugares en donde se rinde culto, el perfil de los devotos y los altares encontrados a importantes delincuentes al momento de su detención -como en el caso de Daniel Arizmendi, alias El Mochaorejas- han llevado a algunas autoridades a considerar esta creencia como una expresión de la delincuencia.
En marzo pasado, el presidente de la Comisión de Desarrollo Social y Familia de Tijuana, Luis Moreno Hernández, presentó un plan anticrimen que prohíbe la "operación" de capillas dedicadas a la Santa Muerte porque a decir del funcionario "promueven las actividades ilícitas". La iniciativa fue apoyada por el presidente municipal de Tijuana, el panista Jorge Ramos Hernández.
Para la antropóloga Perla Fragoso es un error identificar a los fieles como parte de un sector único y homogéneo.
"Así como la Santa descarnada tiene devotos que se dedican al narcotráfico y otras actividades delictivas, tiene fieles que trabajan en la informalidad y lidian cotidianamente con una condición de desventaja económica y social", agrega.
En el mismo sentido se pronuncia el obispo de esta iglesia, David Romo, para quien identificar a los delincuentes con la Santa Muerte refleja ignorancia, pues no se toma en cuenta que todos pueden cometer actos ilegales.
"Los católicos son más ladrones que quienes profesamos la devoción por la Santa Muerte", asegura.
En contraparte hay fieles que reconocen el vínculo entre delincuencia y los seguidores de la Santa Muerte, pero esto no es algo que les alarme.
"No debemos juzgar a nadie porque cada quien será juzgado a la hora de morir y en eso la Santísima es implacable", señala Jorge Hernández, un comerciante de 42 años que acude al altar de la calle Alfarería a pedir por la salud de su hijo menor.
Fragoso, autora de la primera tesis sobre la santificación de la muerte, indica que el culto a esta deidad tampoco puede plantearse como algo homogéneo, porque mientras la devoción heredada de padres a hijos exalta a la Santa Muerte como el ser encargado de valorar las acciones de cada persona y decidir cómo morirá, el crimen orga- nizado reinterpretó el culto para adaptarlo a sus propias necesidades.
Para ellos, la deidad es un ente protector que no los juzga por sus actividades, por el contrario, los protege y les brinda prosperidad a cambio de su veneración con ritos que son extraídos de la santería. Así, el culto a la Santa Muerte tiene también un submundo.
Culto reciente
Aunque no se conoce a ciencia cierta el origen de esta adoración, se sabe que su antigüedad no sobrepasa los 50 o 60 años. La primera mención que se tiene registrada se encuentra en la obra de Oscar Lewis, Los Hijos de Sánchez, publicada en 1961.
En el texto, una de las protagonistas, Marta, cuenta que su hermana, Antonia, le dijo que "cuando los maridos andan de enamorados, se le reza a la Santa Muerte".
Enriqueta Ramos, uno de los personajes más representativos de este culto, señala que es devota de la imagen desde hace más de 52 años.
La manera en la que la hoy guardiana del altar de Alfarería se acercó a la Santa Muerte es similar a la de otros devotos: su tía le rezaba todas las tardes a la imagen que tenían en la sala de su casa; a la muerte de ella, Doña Queta, como se le conoce en Tepito, continuó con la tradición, misma que inculcó a sus siete hijos.
Para el cronista Alfonso Hernández éste es un culto que se ha esparcido de boca en boca, pues en sus más de 50 años de existencia muchos de los devotos han llegado a él después de escuchar de vecinos, amigos o familiares lo efectivo que puede ser pedir un favor a la Santa descarnada.
Aquí no hay una biblia, mucho menos una liturgia oficial, por el contrario, los elementos que envuelven la devoción son un laboratorio en el que cada creyente ensaya, adopta y desecha ritos.
Así, sin más explicaciones filosóficas y contrario a lo que la imagen puede evocar, quienes adoran a "La Niña Blanca" la ven como un ser de luz, justo y democrático, que se llevará a ricos y pobres, a hombres de bien, y a quienes no lo son.
Según sus devotos, la Santa Muerte es el ente encargado de calificar las acciones de las personas y decidir cómo morirán, por eso la adoran, pero también le temen. Ambos sentimientos están plasmados en la representación de la deidad.
La guadaña que sostiene del lado derecho es la herramienta con la que la Santa Muerte abre caminos y ayuda, pero también representa la justicia. El mundo que porta en la izquierda significa que la muerte no tiene fronteras, está en todo lugar y no distingue sexo, raza o nivel socioeconómico. El reloj de arena es la medida de la vida sobre la tierra, pues basta girarlo para volver a comenzar.
Los elementos del culto se aprenden observando altares o retomando costumbres de otras religiones; al final, cada rito es diferente de altar en altar y de casa en casa.
Derriban altares
En los últimos meses, autoridades municipales de Tijuana, Nuevo Laredo y Oaxaca intentaron contrarrestar la fe en la Santa Muerte modificando leyes, derribando altares y prohibiendo el uso y venta de sus principales símbolos.
La noche el 23 de marzo de este año, más de 30 altares de la figura esquelética fueron derribados por trabajadores de la SCT y del municipio de Nuevo Laredo, resguardados por elementos del Ejército; con maquinaria pesada los trabajadores echaron abajo los nichos ubicados en el kilómetro 22 de la carretera Nuevo Laredo-Monterrey.
En un primer momento las autoridades municipales señalaron que la acción obedecía a que las construcciones habían sido levantadas sin permiso, en terrenos federales. En cuestión de horas, la versión cambió: se trataba de una medida tomada en el marco de la lucha contra el crimen organizado.
La respuesta de los devotos no se hizo esperar; el domingo 1o. de abril, el obispo de la iglesia de la Santa Muerte -cuyo nombre oficial es Iglesia Santa, Católica, Apostólica, Tradicional México-USA-, David Romo, anunció que gracias a la donación de uno de sus fieles se construirá en Nuevo Laredo una capilla dedicada a esta deidad.
A los fieles de Tijuana y Oaxaca, en donde se prohibió la manifestación pública de este culto, el obispo los convocó a organizar protestas por lo que considera una violación a sus derechos humanos. Romo anunció que buscaría incursionar en la política para defender los derechos de esta iglesia.
Para Romo, el derribo de altares de la Santa Muerte no inhibirá las actividades delincuenciales de narcotraficantes y secuestradores.
Según el obispo de la iglesia de la Santa Muerte -la cual perdió el registro de la Secretaría de Gobernación en 2005, por violar sus propios estatutos-, las autoridades locales y federales han colocado a sus seguidores la etiqueta de delincuentes, aun cuando la mayoría son familias que, por la vulnerabilidad económica en la que viven, tienen que habitar en barrios pobres e inseguros de sus ciudades.
En el mismo sentido se pronuncia la antropóloga Perla Fragoso, pues indica que si los devotos de la Santa Muerte tienen una característica común ésta es la vulnerabilidad económica y social, aquella que tiene que ver con la inestabilidad y la fragilidad del entorno.
La antropóloga precisa que los adoradores de la "Santísima" son personas que pueden llegar a obtener recursos económicos para satisfacer todas sus necesidades, pero no cuentan con un empleo formal, por ello pueden perderlo todo de un momento a otro.
La marginación de los creyentes, explica, hace que se identifiquen con una imagen que también es marginada, en este caso por las autoridades civiles y católicas.
Abunda que el arraigo a esta fe obedece a que los significados y bondades fueron construidos por ellos mismos, por eso la consideran más cercana, más humana y más real.
A estas características se suma la comunicación directa entre los devotos y la Santa Muerte; no existen sacerdotes, ministros o intermediarios que puedan deformarla. Para Fragoso es determinante que en este culto el intercambio de dinero entre guías espirituales y creyentes sea mal visto, por ello, entre los ritos a esta imagen, no hay intercambio de objetos que denoten un alto valor monetario.
También afirma que es necesario separar el culto que llevan a cabo los devotos "promedio" y los que pertenecen al crimen organizado.
Asegura que la relación entre esta creencia y la delincuencia se debe a que la primera vez que se habló en los medios de comunicación sobre el tema fue tras la detención del secuestrador Daniel Arizmendi, alias El Mochaorejas, en agosto de 1998.
A partir de ese momento la relación con el crimen organizado fue casi natural, por lo menos en el discurso público.
Para la autora de la tesis La Muerte Santificada, el culto a esta imagen fue reinterpretado por narcotraficantes y delincuentes hasta adaptarlo a sus actividades, de ahí que las muestras de fe de este tipo de devotos difieran con las de otros que no forman parte de la delincuencia.
"Como la propia imagen evoca muchos valores negativos, entonces el crimen organizado pudo hacer una reinterpretación de la imagen y saben usarla de una forma intimidatoria porque finalmente saben que infunde miedo y temor", advierte.
En el libro El hombre sin cabeza, el periodista Sergio González Rodríguez reproduce la entrevista a un decapitador de Los Zetas, el brazo armado del cártel del Golfo. En ella, el personaje, adorador de la Santa Muerte, narra cómo se siente después de cortarle la cabeza a su víctima: "Me siento fuerte, sé que estoy protegido, porque de la sangre que queda siempre recojo un poco en un frasco y se la llevo al jefe en la ceremonia que se hace en privado con él, que es cuando reza ante el altar de la Santa Muerte".
Fragoso señala que ese ritual, que parece extraído de la santería, es una interpretación subjetiva. "Es una manera de sentirse protegido", señala.
Insiste en que ésta es la lectura específica que realiza el crimen organizado de una imagen que por su apariencia les beneficia, pues genera temor.
Para narcotraficantes, secuestradores y otros delincuentes la Santa Muerte se convierte en un ser protector, que los cuida sin importarle sus actividades; mientras que el significado "tradicional" de la deidad señala que este ser no sólo ayuda, también juzga las acciones de cada persona, por eso es mejor tenerla como amiga, porque de ella depende la forma en la que cada quien padecerá su muerte.
A decir de Fragoso, en estas formas de fe el imaginario colectivo se pierde y se deforma en una sola sentencia: todos los adoradores a la Santa Muerte son delincuentes por el simple hecho de venerar una imagen repudiada por la Iglesia Católica.
Al margen:
1,500 altares, se calcula, existen en el país.
300 en el DF, según Regnar Kristensen.
7,000 devotos van al altar de Alfarería cada mes.
60 años se calcula que tiene este culto.
300 en el DF, según Regnar Kristensen.
7,000 devotos van al altar de Alfarería cada mes.
60 años se calcula que tiene este culto.
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