19 abr 2009

Entre Los Zetas y SIEDO

Entre Los Zetas y la SIEDORICARDO RAVELO
Revista Proceso,
http://www.proceso.com.mx, # 1694, 19 de abril de 2009,
Una comerciante secuestrada en Nuevo Laredo durante dos semanas por sicarios de Los Zetas, en mayo de 2008, narra a Proceso el infierno que vivió. Asegura que sus captores contaban con el apoyo de la Policía Ministerial de la localidad. Dice que lo peor ocurrió cuando presentó su denuncia ante la SIEDO en la Ciudad de México, pues funcionarios de esa dependencia pretendieron comprar su silencio para detener las investigaciones.
La tarde del 8 de mayo de 2008 la señora Marta Reyes Martínez, quien se dedica al comercio, no quería regresar a su domicilio, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, si
n antes pasar, como de costumbre lo hacía, a comprar dólares en la casa de cambio Mi Banquito, donde ya era conocida desde hacía 20 años por Leopoldo Castañeda García, el dueño.Oriunda del estado de Michoacán, con residencia en Texmelucan, Estado de México, Reyes Martínez había llegado a esa ciudad fronteriza acompañada de su hijo, un niño de 14 años que no habla y se le debe alimentar mediante mamilas.

Poco antes de la siete de la noche, su esposo, José Luis Carlos López Beltrán, la dejó en la casa de cambio, donde después de comprar los dólares –llevaba consigo unos 145 mil pesos– esperaría a las personas provenientes de Laredo, Texas, que le surtían perfumes, zapatos, chamarras y otros artículos que ella vende. Sin embargo, sus proveedores nunca llegaron.
Cuando salió del establecimiento fue secuestrada por agentes de la Policía Ministerial de Nuevo Laredo que –asegura– están coludidos con Los Zetas.
Entrevistada por Proceso el miércoles 15, Reyes Martínez narra la pesadilla que vivió en Nuevo Laredo durante los 15 días que permaneció atada de pies y manos en una casa de seguridad de Los Zetas que, según ella, operan con la protección de la policía y de altos funcionarios de la Procuraduría General de la República (PGR) adscritos a la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Asegura que elementos de esas dependencias le ofrecieron dinero para que se desista de su den
uncia y del señalamiento que hizo contra tres miembros de Los Zetas a quienes reconoció como sus plagiarios.
Cuenta que el día de su secuestro sus proveedores se retrasaron y decidió no esperarlos. Cuando se despidió del dueño de la casa de cambio, éste le dijo que aguardara un momento. Y ocurrió algo inusual: le pidió un taxi para que la llevaran a su casa. Después de abordar el vehículo, Castañeda García le dijo al taxista: “Llévate a Martita, por favor, a su casa… Tú ya sabes…”
–¿Sintió miedo en ese momento? –se le pregunta.
–No. Tenía la certeza de que ya iba a mi casa. El taxista me preguntó si podía pasar a recoger a una persona que lo estaba esperando; le dije que sí y me senté a un lado de él.
–¿Qué pasó después?
–Pasamos por la persona y cuando se subió al coche empezó a hablar por radio. Hablaba en clave. Escuché que se refería a una persona o a un lugar, algo así como El Ocho. El vehículo avanzó y cruzamos varias calles. Le pedí al chofer que me dejara en un Oxxo, porque ahí iba yo a comprar la leche para mi hijo.
“Me dijo que no podía bajarme. Yo le pregunté por qué y comenzó a insultarme; me golpeó la cabeza y me jaló el bolso. Pensé que se trataba de un robo, y que eso sería todo.
“Durante el forcejeo llegó una patrulla y pensé que llegaba en mi auxilio, pero no fue así: me entregaron con los policías municipales de Nuevo Laredo. Me bajaron del taxi y me subieron a la patrulla. Uno de los agentes me golpeó y me puso un trapo negro en la cabeza; me despojaron de mi nextel y del dinero que llevaba. Sólo me quedé con un teléfono celular chiquito y planito que había guardado en la bolsa de mi pantalón de mezclilla.
“La patrulla comenzó a avanzar y logré observar que íbamos por el panteón Los Ángeles, entre callejones y brechas; llegamos a un lote baldío, donde había unas rampas de cemento. Ahí me sentaron. Yo seguía con la cara semitapada. Escuché que empezaron a llegar varios vehículos.
“Me ataron de pies y manos y entre varios hombres me aventaron a una camioneta que de inmediato emprendió la marcha. Mientras el vehículo avanzaba escuché que alguien decía ‘vete despacio porque por aquí andan los guachos’. Oí que llegamos a una casa porque se abrió un zaguán. Me levantaron y me dijeron: ‘no se mueva ni grite, porque le disparo’. Me bajaron y me metieron a un cuarto, donde me caí tres veces, hasta que me detuve en una cama o un sofá.
“Me caí porque tropezaba con pies y manos de otras personas que estaban secuestradas y tiradas en el piso. Al acomodarme en el sofá me comenzaron a golpear. Sentí que me jalaron mis arracadas y una esclavita de oro que traía puesta. También me sacaron mis anillos y me quitaron el reloj. Les pregunté por qué me tenían ahí y me respondían que no me podían contestar.”
EjecuciónLa señora Reyes no tuvo duda, dice, de que aquella pesadilla era un secuestro. El 18 de mayo –10 días después del plagio perdió la noción del tiempo y “se me borraron las fechas”– sigilosamente sacó su teléfono celular y marcó el número telefónico de un amigo, cuyo nombre “prefiero omitir”, pero al que se refiere con el sobrenombre de Popeye.
Recuerda que en el cuarto donde estaba no había luz. Sólo escuchaba los diálogos y la música de fondo de una película que nunca terminaba. El volumen era muy alto. “Cuando me contestó mi amigo le dije que estaba en peligro, pero tuve que colgar porque una persona que estaba cerca de mí me dijo que no hablara, que eran Los Zetas quienes nos habían secuestrado. Al oír eso lo primero que pensé es que no saldría con vida de ahí, por lo que yo había escuchado de ellos en las noticias”.
En el momento en que la escucharon, uno de los centinelas de Los Zetas entró a la recámara y le preguntó con quien hablaba. Pero Reyes Martínez dice que después de la llamada “rompí mi celular y le dije a la persona que entró al cuarto que mi teléfono no servía”. Se tranquilizaron, recuerda, aunque escuché otra voz que, con tono de enojo, dijo: “Si vuelve a hablar sacas a la vieja para que la tablees”.
Tan pronto el custodio salió de la recámara, uno de los secuestrados, que gemía de dolor debido a que llevaba varios días esposado, “me sugirió que ya no hablara”. “La van a matar, señora”, me dijo.
–¿Qué le daban de comer?
–La mitad de un sándwich y un vaso de agua. Nada más me daban permiso de ir una vez al baño, por eso prefería no comer y beber poco líquido. Un día me interrogaron. Fue terrible. Me quitaron la venda del rostro y sólo me dejaron una playera negra sobre la cabeza, pero se me ocurrió levantar la cara y les ví el rostro a dos o tres de mis secuestradores. Se molestaron mucho y uno de ellos dijo: “Dale un pinche plomazo”. “¿Qué me ve?” –gritaba. “No lo vi, joven”, le dije.
Al verla en crisis, sus captores le preguntaron qué medicamentos tomaba, “porque les dije que yo estaba enferma, que padezco de cirrosis hepática. Me llevaron unas pastillas y comencé a tranquilizarme”.
Ese mismo día, Los Zetas dieron la orden de asesinar a una de las personas secuestradas, al que llamaban, según Reyes Martínez, El Camaleón, pues traía una figura de cocodrilo tatuada en la espalda; tenía como 27 años de edad, y estaba rasurado como militar.
–¿Usted vio cuando lo asesinaron?
–Sí, entre tres zetas lo ahorcaron. Fue espantoso. Yo pensé que me harían lo mismo. Luego arrastraron el cuerpo y ya no supe qué pasó
Mientras Reyes Martínez vivía esa pesadilla, su esposo, José Luis Carlos López Beltrán, llevaba varios días tratando de localizarla. Desesperado, acudió a la casa de cambio para preguntarle a Leopoldo Castañeda si sabía algo, y éste le respondió: “Ya te he dicho que la puse en un taxi, y que no supe más, qué quieres que haga”.
Atenazado por la angustia, López Beltrán –quien acompaña a su esposa durante la entrevista– cuenta que no tuvo más remedio que presentar una denuncia en Nuevo Laredo e informar a las autoridades que su mujer había desaparecido.
Entre el 20 y el 23 de mayo, Reyes Martínez fue liberada. Dice que no recuerda el día preciso porque estaba muy confundida. En horas de la madrugada la subieron a golpes a una camioneta para llevarla a un sitio oscuro en donde la abandonaron.
–¿Cómo fue su liberación? ¿Que le dijeron Los Zetas? ¿Como la trataron?
–Me dejaron en una colonia sin luz. Iba yo descalza. Uno de Los Zetas le decía a otro que ya le parara, que yo ya estaba grande, pero ese hombre me gritaba que si volteaba a verlos me iba a meter un plomazo.
“Yo le dije: ‘No, joven, le juro que no voy a voltear; es más, no voy a decir nada’. Y cuando me aventaron a un zacatal me dijeron que a temprana hora fuera yo a la Ministerial a retirar la denuncia que había puesto mi esposo. Caminé por ese terreno hasta que me encontré a unos señores y me llevaron a mi casa. Eran las siete de la mañana y sólo pensaba en regresar a la Ciudad de México.”
La otra pesadilla
Horas después de haber sido liberada por Los Zetas, un grupo de agentes ministeriales de Nuevo Laredo, Tamaulipas, acudió al domicilio de Marta Reyes. Llevaban órdenes de presentarla para que retirara la denuncia contra Los Zetas, lo cual hizo porque, según afirma, así se lo pidió el comandante Adán Cervantes, policía judicial del estado de Tamaulipas adscrito al área de homicidios.
“Es mejor que retiren esa denuncia y no vuelvan más a Nuevo Laredo”, les dijo Cervantes a Marta y a su esposo. Después giró instrucciones a dos agentes de su confianza –uno de ellos de apellido Camacho– para que los llevaran a su departamento a sacar sus pertenencias (principalmente ropa) y luego los escoltaran hasta el kilómetro 26.
Luego, a bordo de un Chevy de su propiedad, la pareja viajó a la Ciudad de México y, tan pronto como llegaron, se trasladaron a su domicilio, en Texmelucan, Estado de México.
Unas semanas después, el señor López Beltrán, quien es camionero, tuvo que salir a buscar trabajo. Poco antes habían pensado en denunciar su caso ante la Procuraduría General de la República (PGR).
En los primeros días de junio de 2008, Marta Reyes acudió a las instalaciones de la SIEDO. Dice que fue atendida por Gisela Morales Núñez, agente del Ministerio Público federal.Ante ella narró todo lo ocurrido y, conforme recordaba detalles de su secuestro, los asentaba en la averiguación previa que se integró en la SIEDO. Morales Núñez no le proporcionó el número del expediente e incluso le recomendó que no contratara abogado porque ella sería su defensora.
La averiguación previa, según pudo confirmar Proceso, es la PGR/SIEDO/UEIS/198/2008, por el delito de secuestro.
Reyes Martínez comenta que nunca olvidó los rostros de Los Zetas que vio en la casa de seguridad donde la tuvieron secuestrada. Recuerda que el 15 de agosto de 2008, cuando veía la televisión, se sorprendió al ver un corte informativo que anunciaba la captura de varios integrantes del cártel del Golfo y de Los Zetas, todos ellos operadores de Heriberto Lazcano, El Lazca, en el Distrito Federal y en Tamaulipas.
“Cuando vi a esas personas, de inmediato las reconocí. Sus rostros nunca se me olvidaron, y acudí de inmediato a la SIEDO a declarar que algunos de los detenidos eran los mismos que me habían secuestrado.
El 16 de agosto la PGR dio a conocer la captura de varios miembros de Los Zetas, entre ellos, Alfredo Rangel Buendía, El L-46, quien controlaba las plazas del Distrito Federal, Estado de México, Michoacán, Nuevo León y Oaxaca. También fueron capturados varios miembros de su célula: Norberto Estévez, Alberto Velásquez, Francisco Cárdenas, Eduardo Villanueva, José Ramírez y Eduardo Gabriel Heder.
El agente del Ministerio Público Federal Braulio Robles Zúñiga citó a Reyes Martínez para que acudiera a reconocer a los detenidos. “Me puse muy mal cuando los vi, porque reconocí a tres de ellos: a Alfredo Rangel, Alberto Velásquez y a otro Zeta que habían detenido antes y que se apellida Bravo. Lo recuerdo porque es un hombre gordo que me golpeó”.
Para mantenerse en comunicación con la agente del MP Morales Núñez, Reyes Martínez adquirió un teléfono celular: “Sólo anoté el número en una libreta y pensé que si me llamaban sería la licenciada Morales o agentes de la SIEDO”.
Sin embargo, asegura que un día recibió llamada de una persona, que se identificó como “el licenciado Martínez, de la SIEDO”. Era sábado y me dijo que estaba acompañado de Julio Sánchez Iturbe, agente de la Policía Judicial del Distrito Federal adscrito a las oficinas ubicadas en la calle de Niños Héroes, a quien Reyes Martínez dice conocer de tiempo atrás.
El tal licenciado Martínez le pasó el teléfono a Sánchez Iturbe y éste le pidió a Marta que se vieran cuanto antes. “Yo dudé porque en la SIEDO no trabajan los sábados. Me citaron en el Wings del aeropuerto. Yo acudí con mis hijos. Mi hija se sentó en una mesa, a cierta distancia de donde estábamos, y filmó la charla con el teléfono celular.
“En el encuentro, la persona que se identificó como el licenciado Martínez, de la SIEDO, me ofreció 300 mil pesos a cambio de que no incriminara al zeta Alberto Velázquez Núñez, de quien me dijo era “como el hijo de Igor Labastida”, agente de la PFP asesinado el 26 de junio de 2008 por sus presuntas ligas con el narcotráfico.
–¿Usted confirmó que la persona que le ofreció el dinero era funcionario de la SIEDO? –se le pregunta.
–El lunes siguiente acudí a esa dependencia y denuncié todo ante la licenciada Gisela Morales. Dentro de las instalaciones vi al sujeto que me ofreció el dinero y en cuando se percató de que yo estaba en las oficinas se perdió. Yo le dije a la ministerio público que esa era la persona que me quiso sobornar; ella lo negó y dijo: “No, él no puede ser, está usted mal, señora”.
–¿Y qué pasó después?
–Le entregué el video para que viera a la persona que me citó para ofrecerme el dinero. Pedí que citaran al comandante Julio Sánchez Iturbe para que declarara sobre el ofrecimiento que me hizo ese licenciado, pero desde entonces ella (Gisela Morales) no ha citado a nadie. Mi expediente está guardado y mi caso parece que ya lo sepultaron, pues ya ni las llamadas me toma. Cuando no está de vacaciones me dicen que está ocupada, y así me han traído desde el año pasado.
El martes 14, un día antes de la entrevista con Proceso, Marta Reyes presentó una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en la que narra su secuestro y acusa a los funcionarios de la SIEDO “por su falta de probidad, honestidad y seriedad, pues no es posible que la información confidencial que yo proporcioné haya sido revelada por las autoridades” de la PGR.
–¿Perdió la confianza en la SIEDO?
–Totalmente. Me siento desprotegida. Sé que me puede pasar algo porque esas personas (Los Zetas) están libres. Me han robado mi tranquilidad y sólo puedo tener un poco de sosiego cuando me encierro en mi casa, con las luces apagadas, para que nadie sepa que yo estoy ahí.Una comerciante secuestrada en Nuevo Laredo durante dos semanas por sicarios de Los Zetas, en mayo de 2008, narra a Proceso el infierno que vivió. Asegura que sus captores contaban con el apoyo de la Policía Ministerial de la localidad. Dice que lo peor ocurrió cuando presentó su denuncia ante la SIEDO en la Ciudad de México, pues funcionarios de esa dependencia pretendieron comprar su silencio para detener las investigaciones.

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