Una lágrima de dolor y rabia
Hoy está claro que a muy pocos les importa el nuevo asesinato de un periodista “cuyo pecado” fue cumplir su tarea, y cumplirla bien.
Columna Itinerario Político/Ricardo AlemánMiguel López Velasco era uno de los periodistas más críticos en el estado de Veracruz. Su oficio periodístico y su capacidad de cuestionar todas las formas del poder lo convirtieron en el periodista más leído en esa entidad, a través de su imprescindible columna Va de nuez.
En todo Veracruz, pero especialmente en Jalapa y en el puerto, todos conocían a Milo Vela —apócope de su nombre—, ya que en la última década su certera crítica periodística y diligencia profesional se volvieron lectura obligada. Y, dígalo si no la casualidad de que en la última entrega de Va de nuez, Miguel Ángel cuestionó con acierto esa farsa de seguridad que la Conferencia Nacional de Gobernadores bautizó como “Conago 1”, operativo policiaco incapaz de impedir su muerte.
Y es que en la madrugada de ayer Milo Vela fue asesinado, en su casa, por un comando de sicarios que entró a matarlo hasta su habitación, en donde también le quitaron la vida a su esposa y a su hijo. ¿Por qué? ¿Hasta cuándo terminará la muerte de periodistas a manos del crimen o de los enemigos del periodismo?
Hoy está claro que a muy pocos les importa el asesinato de un periodista “cuyo pecado” fue cumplir su tarea, y cumplirla bien. Y no le importa a nadie —o le importa a muy pocos—, porque hasta este momento ninguna autoridad había movido un dedo por esclarecer ese nuevo crimen; porque son práctica común —y una ofensa para la sociedad toda—, la nula eficacia de las autoridades municipales, estatales y federales, en torno a los asesinatos, en general, y de los periodistas, en particular.
Porque de nada sirven y de poco servirán los “¡Ya basta!” y los gritos de “¡Ni uno más!” salidos de un gremio poco o nada organizado, incapaz de regalar una lágrima de dolor y rabia por la muerte impune y brutal de uno de los suyos. Porque de nada han servido y al parecer de nada servirán los reclamos colectivos de los “egos robustos”, de “los intocables”, como tampoco serán útiles las movilizaciones gremiales, los pactos y los llamados a establecer nuevos códigos de protección periodística.
Porque, para vergüenza de todos —del alcalde de Veracruz, del gobernador del estado, de la sociedad en general y del gremio en particular—, el de Miguel Ángel López Velasco será uno más de los números fríos de una estadística que debiera apenar y avergonzar a una sociedad que se dice democrática y en donde se pregona la libertad de expresión. Porque el asesinato de Milo Vela elevará a 69 el número de periodistas muertos en la última década, junto con los 13 periodistas desaparecidos. Y nada más.
Pero eso sí, sin pudor alguno, el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, no faltó al ritual del cinismo con el consabido “se investigará hasta sus últimas consecuencias”, bla, bla, bla. Pero no se quedó en eso. Regaló al gremio periodístico de Veracruz la siguiente perla, digna de los bronces de la estupidez. La muerte de Milo Vela —según el mandatario— “no es un hecho aislado, sino que forma parte de una serie de hechos que corresponden a lo que es la presencia de grupos delincuenciales… es el reflejo de lo que está pasando en todo el país y que Veracruz no escapa a estas acciones”.
Es decir, que el “chiquito” de Javier Duarte se puso la cachucha de Ministerio Público —porque ya investigó y determinó que se trató de un asesinato cometido por las bandas del crimen organizado—, luego se convirtió en juez —porque ya sentenció el hecho— y, por último, justificó el crimen como parte de la violencia que vive todo el país. Y con esa vulgar conclusión le dio vuelta a la página. ¡Y a otra cosa, mariposa!
¿Por qué? ¿Hasta cuándo? Otra vez las balas convertidas en mordaza macabra; otra vez la cobardía criminal que cree que matando al mensajero podrá callar las voces críticas; otra vez la estupidez y la ineficacia oficiales y, probablemente, otra vez la indiferencia del gremio. Y se podrá entender —que no justificar— la lógica criminal y la incapacidad del gobierno, pero nunca comprenderemos el valemadrismo gremial. Y es que como gremio seguimos creyendo —sueño de egos robustos que nos hace pensar que somos indestructibles— que, a pesar de que han venido por nuestro vecino, por nuestro colega, no vendrán por nosotros. Seguimos ejerciendo la máxima del periodismo mexicano: la mezquindad gremial.
Hoy los criminales se llevaron a Milo Vela, pero no callarán las voces críticas, en Veracruz o en otros rincones del país. Y no se trata de un irresponsable acto suicida, sino de la convicción de que no podrán callar a todos todo el tiempo.:
En todo Veracruz, pero especialmente en Jalapa y en el puerto, todos conocían a Milo Vela —apócope de su nombre—, ya que en la última década su certera crítica periodística y diligencia profesional se volvieron lectura obligada. Y, dígalo si no la casualidad de que en la última entrega de Va de nuez, Miguel Ángel cuestionó con acierto esa farsa de seguridad que la Conferencia Nacional de Gobernadores bautizó como “Conago 1”, operativo policiaco incapaz de impedir su muerte.
Y es que en la madrugada de ayer Milo Vela fue asesinado, en su casa, por un comando de sicarios que entró a matarlo hasta su habitación, en donde también le quitaron la vida a su esposa y a su hijo. ¿Por qué? ¿Hasta cuándo terminará la muerte de periodistas a manos del crimen o de los enemigos del periodismo?
Hoy está claro que a muy pocos les importa el asesinato de un periodista “cuyo pecado” fue cumplir su tarea, y cumplirla bien. Y no le importa a nadie —o le importa a muy pocos—, porque hasta este momento ninguna autoridad había movido un dedo por esclarecer ese nuevo crimen; porque son práctica común —y una ofensa para la sociedad toda—, la nula eficacia de las autoridades municipales, estatales y federales, en torno a los asesinatos, en general, y de los periodistas, en particular.
Porque de nada sirven y de poco servirán los “¡Ya basta!” y los gritos de “¡Ni uno más!” salidos de un gremio poco o nada organizado, incapaz de regalar una lágrima de dolor y rabia por la muerte impune y brutal de uno de los suyos. Porque de nada han servido y al parecer de nada servirán los reclamos colectivos de los “egos robustos”, de “los intocables”, como tampoco serán útiles las movilizaciones gremiales, los pactos y los llamados a establecer nuevos códigos de protección periodística.
Porque, para vergüenza de todos —del alcalde de Veracruz, del gobernador del estado, de la sociedad en general y del gremio en particular—, el de Miguel Ángel López Velasco será uno más de los números fríos de una estadística que debiera apenar y avergonzar a una sociedad que se dice democrática y en donde se pregona la libertad de expresión. Porque el asesinato de Milo Vela elevará a 69 el número de periodistas muertos en la última década, junto con los 13 periodistas desaparecidos. Y nada más.
Pero eso sí, sin pudor alguno, el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, no faltó al ritual del cinismo con el consabido “se investigará hasta sus últimas consecuencias”, bla, bla, bla. Pero no se quedó en eso. Regaló al gremio periodístico de Veracruz la siguiente perla, digna de los bronces de la estupidez. La muerte de Milo Vela —según el mandatario— “no es un hecho aislado, sino que forma parte de una serie de hechos que corresponden a lo que es la presencia de grupos delincuenciales… es el reflejo de lo que está pasando en todo el país y que Veracruz no escapa a estas acciones”.
Es decir, que el “chiquito” de Javier Duarte se puso la cachucha de Ministerio Público —porque ya investigó y determinó que se trató de un asesinato cometido por las bandas del crimen organizado—, luego se convirtió en juez —porque ya sentenció el hecho— y, por último, justificó el crimen como parte de la violencia que vive todo el país. Y con esa vulgar conclusión le dio vuelta a la página. ¡Y a otra cosa, mariposa!
¿Por qué? ¿Hasta cuándo? Otra vez las balas convertidas en mordaza macabra; otra vez la cobardía criminal que cree que matando al mensajero podrá callar las voces críticas; otra vez la estupidez y la ineficacia oficiales y, probablemente, otra vez la indiferencia del gremio. Y se podrá entender —que no justificar— la lógica criminal y la incapacidad del gobierno, pero nunca comprenderemos el valemadrismo gremial. Y es que como gremio seguimos creyendo —sueño de egos robustos que nos hace pensar que somos indestructibles— que, a pesar de que han venido por nuestro vecino, por nuestro colega, no vendrán por nosotros. Seguimos ejerciendo la máxima del periodismo mexicano: la mezquindad gremial.
Hoy los criminales se llevaron a Milo Vela, pero no callarán las voces críticas, en Veracruz o en otros rincones del país. Y no se trata de un irresponsable acto suicida, sino de la convicción de que no podrán callar a todos todo el tiempo.:
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