21 jun 2011

la biblioteca del poeta Ali Chumacero

Esther Alvarado entrevista a Luis Chumacera (hijo de Ali)
La Biblioteca
Espacio abierto, lugar de reunión
Reforma, 19-Jun-2011;
-¿Cómo se vinculan con la biblioteca de su padre los recuerdos de su infancia, su juventud, de la historia familiar?
Siempre viví entre libros, dibujos y algunas esculturas. La casa en la que pasé mi infancia al lado de mis hermanos era muy chica y, por supuesto, la biblioteca había invadido todas las habitaciones.
Crecí en una sala biblioteca, en un comedor biblioteca, en un pasillo en que había un librero en cada pared. En esa época, los libros servían para hacer muros y barricadas cuando jugaba con mis hermanos.
Poco antes de la adolescencia, empezó a tener importancia estar dentro de una biblioteca porque descubrí que no era difícil acercarse a los mapas, a los libros que tenían ilustraciones sobre las mitologías, y a que había autores que podían leerse muy bien, como Edgar Allan Poe, Emilio Salgari, Mark Twain, Ray Bradbury, que mi padre me descubrió, y pintores renacentistas, contemporáneos y mexicanos como nuestros muralistas.
Algún tiempo después, nos cambiamos a una casa que mi madre diseñó como un lugar en que todo giraba alrededor de la biblioteca, que como era de esperarse, irrumpió en el comedor, luego en la sala y derribó la ventana que daba a un patio interior para que ahí mi padre manejara, clasificara sus libros de filosofía, psicoanálisis, historias de la literatura y otros que había adquirido en su juventud por ahí de los años 30 en Guadalajara.
-¿La biblioteca era un espacio privado, un lugar íntimo para su padre o solía recibir visitas en ella?, ¿quiénes lo frecuentaban?
-La biblioteca jamás fue un sitio privado, alejado. Era un lugar de reunión, era un lugar vivo y cálido, siempre había gente, no sólo los amigos de mis padres sino también los de nuestra generación.
Entre los que frecuentaban la biblioteca, con sus respectivas parejas, recuerdo a José Luis Martínez, Jorge González Durán, Andrés Henestrosa, Agustín Pineda, José Alvarado, Abel Quezada, Agustín Yáñez, Ernesto Mejía Sánchez, Augusto Monterroso, Joaquín Díez Canedo, Bernardo Giner, Juan Soriano, Federico Cantú, Bárbara Jacobs, Ricardo Martínez, Ricardo Salazar, Emmanuel Carballo, Paulina Lavista, Ramón Xirau, Salvador Elizondo, Héctor Morales Saviñón, Henrique González Casanova, Eduardo Lizalde, Miguel Capistrán, Luis Mario Schneider, Lucinda Urrusti, Hugo Latorre Cabal, Olga Costa, Jaime García Terrés, José Chávez Morado, Federico Ortiz Quesada, Efraín Huerta, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Juan José Utrilla, Marco Antonio Pulido, y la lista es incompleta si no se añade a quienes también asistían a consultar libros y revistas, a conversar y, con el paso del tiempo, también tenían las puertas abiertas, como Alejandro y Laura González Durán, Marco Antonio Campos, Bernardo Ruiz, Óscar Mata, Guillermo Terroba, Raúl Renán, Carlos Montemayor, Susana de la Garza, Vicente Quirarte, Juan y Mara Gelman, Alejandra Herrera y, como dicen los clásicos, por falta de espacio algunos no son mencionados.
-¿Cuáles son los libros que más aprecia de la biblioteca paterna?
-Entre lo más valioso hay dos ediciones de San Juan de la Cruz. Una es de principios del siglo 18, regalo de José Luis Martínez allá por lo años 50, y otra de 1729; Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México desde la Conquista hasta nuestros días, de Francisco Pimentel, publicado a principios de 1880, y que había pertenecido a mi bisabuelo; primeras ediciones de literatura mexicana, entre ellas de Mariano Azuela, Alfonso Reyes, Manuel Gutiérrez Nájera; de Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, del siglo 18, de Molière, Quevedo, Calderón de la Barca, Samuel Feijoo, y sobre historia de México, entre otros, el proceso y condena a Maximiliano.
-Además de libros, ¿qué objetos atesora la biblioteca de su padre?
-Hay en la biblioteca, entre otros, un óleo de Ricardo Martínez, una escultura de Ortiz Monasterio, un retrato de Xavier Villaurrutia pintado por Carlos Orozco Romero, dibujos de Juan Soriano, de Federico Cantú, una pieza de Jean Charlot, dos de Lucinda Urrusti, de Francisco Icaza, de Olga Costa, Cordelia Urueta, una mixografía de Rufino Tamayo, el cartel inaugural de la Plaza México, las fotografías de mis padres recién casados, la de mi bisabuela, una de mi abuela, una litografía de Siqueiros dedicada a mis padres, el diploma del ingreso de mi padre a la Academia Mexicana de la Lengua, el del Premio Nacional; además de sus colecciones de revistas como Rueca, Taller, Azul, Siglo XX, Tierra Nueva, El Hijo Pródigo, Letras de México, y los libros dedicados por sus amigos, libros que siempre se preocupó por conservarlos encuadernados.
"La biblioteca jamás fue un sitio privado, alejado. Era un lugar de reunión, era un lugar vivo y cálido, siempre había gente".
Luis Chumacero

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