Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 12/02/12.
Y ahora, Siria. Muchos
juzgaron, hace un año, que al hilo de la primavera árabe comenzaba una nueva
era no sólo de democracia y libertad sino también de paz en Oriente Medio. Pero
tal periodo no ha llegado y no llegará en breve plazo. La situación en Siria es
mala. Han sido asesinadas cinco mil personas, tal vez más, y los disturbios
pueden convertirse en una guerra civil en toda regla. Cunde la preocupación en
la diplomacia estadounidense y europea: ¿qué podría hacerse para mejorar la
situación y detener el derramamiento de sangre? Parece estar descartada una
intervención militar; Estados Unidos y la OTAN han aprendido la lección… La
Liga Árabe, siempre renuente a intervenir incluso a nivel diplomático, ha
fracasado en sus tibias misiones. Una resolución de la ONU sobre Siria no
prosperará debido a la oposición de Rusia y China. Tampoco era seguro que fuera
a tener un efecto apreciable en el futuro. Estados Unidos y otros países han
retirado a su embajador de Damasco pero ello no modificará el panorama.
Todo el mundo dice que es
menester destituir a Bashar el Asad. Pero no está solo. Siria es un país
profundamente dividido; alrededor del 30% de la población es no suní y buena
parte de las minorías existentes temen que un nuevo régimen les conceda menos
libertades que el antiguo. Hay conflictos locales entre tribus y clanes, entre
ricos y pobres, entre las ciudades del norte y Damasco. El dilema a que hace
frente Occidente estriba en que, aunque resulta muy de desear la sustitución de
los gobernantes actuales tanto por razones humanitarias como políticas –pues
representaría asestar un golpe a los planes de Irán de ganar supremacía en
Oriente Medio–, nadie quiere un régimen tan malo como el actual y que aún puede
empeorar en el futuro. Es un problema al que hacen frente numerosos países de
Oriente Medio.
La oposición siria está
profundamente dividida. Las autoridades en Washington hablan de la necesidad de
apoyar a la oposición y preparar el periodo posterior a la caída de El Asad. ¿A
quién apoyar? En Londres funciona el Congreso Nacional Sirio fundado en una
conferencia y que recibe la influencia de los Hermanos Musulmanes. Existe
también el Comité de Coordinación Nacional, de signo más laico, asentado
básicamente en el interior de Siria. Numerosos grupos locales representan
intereses religiosos y tribales. Incluso los desertores de las fuerzas armadas
sirias se dividen entre el Movimiento de Oficiales Libres y el Ejército Libre
Sirio, y mantienen una colaboración pero no muy estrecha.
Se ha acusado al Comité de
Coordinación Nacional de no ser suficientemente radical; está dispuesto a
negociar con el Gobierno actual pese a sus fechorías. Se ha acusado al Congreso
Nacional Sirio de ser un instrumento de los Hermanos Musulmanes deseosos de
imponer el islamismo político, el sistema legal de la charia.
En relación con este
último punto, si bien es cierto que no cabe equiparar a los Hermanos Musulmanes
con al Qaeda y es verdad que no plantean de momento demandas de tipo radical
(sus líderes egipcios han aclarado que “en los primeros cinco años no se
cortarán manos”), siguen queriendo imponer una dictadura religiosa. Es su misma
razón de ser; de lo contrario, serían como los demás partidos. Los diplomáticos
occidentales han hablado con los distintos partidos, incluidos los Hermanos
Musulmanes, pero ¿recogerán algún fruto?
Los disturbios en Siria
pueden adoptar diversas formas en el futuro. El régimen actual podría caer
repentinamente a consecuencia de alguna conspiración en el seno del mando de
las fuerzas de seguridad o de las fuerzas armadas. Podría también producirse
una situación de punto muerto, que podría durar un mes o varios meses. O podría
tener lugar una solución a la egipcia en la que Bashar El Asad y algunos más
serían expulsados del poder. Posteriormente podrían surgir jefes locales en
representación de diversas facciones. Cabe la posibilidad de que durante un
cierto tiempo se corra un velo sobre los conflictos existentes en el seno de la
oposición, aunque se precisarán grandes esfuerzos para alcanzar este modesto
objetivo. Además, el resultado puede ser magro: los conflictos son demasiados y
demasiado profundos.
Entre tanto, los
diplomáticos occidentales podrán decir que ni Oriente Medio ni Siria en
particular serán nunca los mismos y que la libertad prevalecerá. Es decir, que
hemos de situarnos en el lado correcto de la historia, como acaba de decir
Hillary Clinton. Sin embargo, ¿cuál es el lado correcto de la historia en
Oriente Medio? No deberíamos ser demasiado duros con los diplomáticos que
intentan encontrar una solución pacífica. Su tarea es casi imposible. La
historia parece apuntar hacia el caos y a cualquier cosa menos a la libertad y
la democracia en Siria y en otros muchos otros lugares de Oriente Medio. Es de
esperar que no para siempre, pero indudablemente para un largo tiempo.
Las perspectivas señalan que habrá un gran desorden bajo el cielo, como
reza una de las expresiones de Mao. Pobres diplomáticos. Pobre pueblo sirio.
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