Columna Razones
MEDIOS Y NARCOS: REGLAS NO ESCRITAS/Jorge Fernández Menéndez
Excelsior, 24 de septiembre de 2014
En la vida, como en los medios, hay que imponerse reglas y tratar de respetarlas si no se quiere ser arrollado por las circunstancias.
Hace muchos años, cuando comencé a investigar y publicar seriamente temas relacionados con el narcotráfico, le pregunté a un muy alto funcionario de seguridad que era, además, un hombre respetable y honesto, qué reglas no debía romper para tratar de preservar la seguridad, siempre tan volátil al investigar ese tipo de asuntos. Me dijo que tres eran básicas: primero no escribir de las familias (novias, esposas, amantes, hijos) salvo en los casos en que evidentemente éstos estaban involucrados en los negocios de esos personajes. Segundo, tener siempre fuentes que confirmaran lo que se publicaba: suena muy bien decir que es información exclusiva que no proviene de fuente alguna (siempre hay alguna fuente en realidad), pero cuando hablamos de narcotráfico alguien tiene que hacerse responsable de lo que se afirma, particularmente cuando se trata de adjudicar un delito, sea a un inocente o a un traficante. Tercero, me dijo aquel alto funcionario de seguridad, nunca aceptes, nunca publiques información de la que no sepas el origen: en la mayoría de los casos es información que proviene de un grupo para golpear a sus rivales, en el momento en que la publiques, aunque sea información verídica o verosímil y si no está confirmada por una fuente identificable, uno de los grupos te asumirá como un aliado implícito y el otro como un adversario potencial. En las dos opciones estará en peligro tu seguridad.
Un cuarto punto surgió unos años después. Un célebre delincuente detenido desde tiempo atrás en el penal de Almoloya, me escribió una carta. Decía que había leído alguno de mis libros y me ofrecía escribir su biografía a partir de una serie de entrevistas que se podrían realizar en el mismo penal de alta seguridad. Consulté el tema nuevamente con el mismo amigo y me recomendó desechar la oferta: era atractiva editorialmente pero era también una forma de involucrarse con ese grupo criminal, aunque fuera indirectamente y atenerse a las opiniones de ese delincuente, de sus aliados que todavía estaban en libertad o de sus enemigos. Una vez más tenía razón. Desde entonces he tenido como norma no entrevistar, no establecer relación consciente, nunca, con ese tipo de personajes.
Todos sabemos que a lo largo de estos años, la historia que le cuento es de mediados de los 90, las reglas han cambiado. Si antes los narcotraficantes al estilo Juan José el Azul Esparragoza o el propio Amado Carrillo Fuentes trataban de preservar la seguridad de la parte de su familia que no estaba en el negocio y muy rara vez involucrar a hijos o esposas en ellos, hoy ese negocio se ha vuelto cada día más indiscriminado e inclemente, y las venganzas se ceban, también, en todos: madres, hijos, novias, esposas. Si en el pasado era norma no ofrecer información sin fuente conocida, hoy proliferan reportajes, textos, libros, con historias, algunas, muy bien construidas, pero con otras francamente inverosímiles (¿cómo describir el diálogo a solas, según esto textual, entrecomillado, entre dos narcotraficantes si se dice explícitamente que no hay testigos del mismo?) y todo parece igual, nada se debe comprobar. Es obvio que en muchas ocasiones se trata de expedientes construidos con algún interés particular. Hoy son, o eran, en ocasiones las autoridades las que buscan que se entreviste a determinados delincuentes, o éstos proponen, con o sin coerción, esos encuentros con comunicadores. Por mi parte, he mantenido aquellas viejas reglas durante años y sigo pensando que son acertadas, correctas y que establecen una suerte de código ético sobre cómo tratar el tema. No vamos a decir que nunca se han generado amenazas, pero sí que, respetándolas, se puede mantener un cierto control sobre la situación.
Todo esto viene a cuento por los dos periodistas que aparecieron en un video con Servando Gómez La Tuta. No voy a juzgar a dos colegas que no conozco y soy consciente de que cubrir la información de seguridad en Michoacán fue y es complejo para los medios locales. Pero también es obvio cómo se comienzan a complicar las cosas cuando se borran los límites o las reglas se olvidan. En Michoacán, más allá de la violencia y la coerción, hubo un involucramiento casi generalizado con los grupos criminales, por buenas o malas razones. Por eso hemos visto al hijo de un gobernador, a un exgobernador, a presidentes municipales, a políticos y empresarios y ahora a periodistas filmados con La Tuta y todos esos encuentros se dan en un marco de cordialidad con el jefe de Los Templarios y en la mayoría de los casos de franca colaboración con éste. Puede haber habido amenazas pero, como ocurriría en Colombia en los tiempos de Pablo Escobar, lo que importaba era la conveniencia, el dinero, el acercamiento al poder que representaban esos grupos. Y en la vida, como en los medios, han que imponerse reglas y tratar de respetarlas si no se quiere ser arrollado por las circunstancias.
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