La
mayoría rota/Arcadi Espada
El
Mundo | 13 de junio de 2015
Querido
J:
La
situación de Venezuela se ha convertido en una inesperada piedra de toque de la
política española. Esta semana el ex presidente Felipe González viajó a Caracas
a defender las libertades amenazadas por el régimen chavista y a interesarse,
en lo concreto, por la delicada suerte que corren los opositores encarcelados.
El desarrollo de su viaje, y la consiguiente prohibición del régimen de que
visitara a dos de los encarcelados, Leopoldo López y Daniel Ceballos, fueron
exponentes por sí solos del trance por el que pasan los demócratas. Esta
actividad de González se une a la que lleva desarrollando desde hace tiempo el
ex presidente José María Aznar. Aparte de mostrar cuál es la forma mejor y más
eficaz de ser un egregio jubilado político, la actividad conjunta de los dos ex
presidentes organiza un interesante frente común de beligerancia democrática.
Aznar y González han sido encarnizados enemigos; no distingo en la política
española una animosidad como la suya, que ha sido política y también personal.
Deben de quedar rescoldos, porque lo cierto es que, respecto a Venezuela van
juntos pero no revueltos.
Sin
embargo, la animosidad aún viva o sus rescoldos aún humeantes no impiden
deducir la importante lección política en clave española que cabe deducir de su
empresa venezolana. Este jueves, Felipe González participó en un acto en Madrid
de homenaje a Miguel Henrique Otero, director del diario El Nacional. No
consiguió cumplir su deseo de no mezclar la situación venezolana con la
española. Hasta tal punto no lo consiguió que se diría que ni siquiera era su
deseo. No solo ironizó con desprecio sobre Podéis: «Prefiero contestar a Maduro
que contestar a sus monaguillos». No sólo les amenazó: «Probablemente tengo más
información de la que se tiene en España» [sobre las relaciones entre Podemos y
el chavismo]. La cuestión importante es que irrumpió directamente en la actual
coyuntura de pactos española: «No se pueden conformar mayorías para ocupar sólo
instituciones. Las mayorías tienen que dar estabilidad y coherencia a la acción
de gobierno».
Las
dos Españas de hoy se pueden definir perfectamente respecto a Venezuela. Está
la España de Joan Tardà («Late el corazón y la contestación de millones de
personas que valoran la tarea desarrollada por Chávez y el papel histórico
ejercido por la revolución bolivariana para el progreso social y económico de
las clases populares»), la de Bildu («Valoramos la labor histórica de Chávez e
instamos a la ciudadanía de Venezuela a seguir trabajando en el camino de la
revolución bolivariana»), la de Compromís (Joan Ribó: «Mi homenaje a Hugo
Chávez. Con ellos comenzó la ola de crecimiento y justicia en Sudamérica que
hoy es hegemónica»), la de la monja Forcades ([El cáncer que padecía Chávez] es
consecuencia de poner en riesgo la vida biológica por el sentido de la vida
plena»), la del BNG («¡Viva la revolución bolivariana!»), la de Cayo Lara («A
Felipe González se le ha parado el reloj. Sigue pensando que se puede ir a
América Latina como un colonizador»), la de Podéis (Pablo Iglesias: «Hugo
Chávez era la democracia de los de abajo. Era la democracia de las mayorías
sociales. Era la democracia. Era un escrache para los poderosos. Por eso le
temían y por eso le siguen temiendo»), e incluso la de Manuela Carmena, sus
labores («Tampoco yo soy una politóloga, no soy una persona que esté leyendo
mucho todas las noches sobre asuntos internacionales, reconozco que la política
como tal tampoco me interesa mucho»).
Luego
está la España, inequívocamente antichavista, del Partido Popular y de
Ciudadanos. La pregunta subsiguiente, y del máximo interés político y público
es dónde está el Psoe respecto a Venezuela, que hoy es decir respecto de la
libertad. No hay duda de dónde está Felipe González. ¿Pero dónde está el Psoe
en Madrid, en Valencia, en Cádiz, en La Coruña, en Zaragoza, en Vitoria y por
supuesto en Barcelona? Venezuela, obviamente, no es un problema de política
exterior. Como tampoco lo es Cuba, desplazada provisionalmente del foco, pero
donde el arrasamiento de los derechos humanos es más antiguo y tenebroso. La
evidencia es de una cierta brutalidad: la socialdemocracia del frágil Pedro
Sánchez prefiere el entendimiento con el magma antivacunas, cerril, anacrónico,
populista e inmoral de la extrema izquierda española antes que con el
liberalismo ¡socialdemócrata! del Partido Popular. Ninguno de los aliados de
este insólito partido socialista viajarían con Felipe González a reclamar la
libertad de los presos de Venezuela. Y el que menos, Podéis, al que el chavismo
interpela como el paciente del chiste a su dentista: no, no vayamos a hacernos
daño.
Es
probable que Aznar y González no se hayan apeado de su antipatía mutua. Pero la
confluencia de su visión del mundo y de la libertad es sombríamente meditable
para el Partido Socialista. El espacio de la razón, del sentido común y de la
democracia es ampliamente mayoritario en España, y de él forma parte la inmensa
mayoría de los votantes del Partido Popular y del Psoe. Quien lo está rompiendo
(como lo rompe la derecha francesa cuando pacta con Le Pen), propiciando
mayorías estupefacientes, casi lisérgicas, donde cuenta el poder y no el gobierno,
es el Partido Socialista. Al que este González venezolano observa con una
mezcla, apenas disimulada, de rabia y desaliento.
Sigue
con salud
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