México,
¿quién fue?/Joaquín Villalobo,s fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.
El
País | 14 de julio de 2015
Los
seguidores de las teorías conspirativas nunca se preguntan ¿qué pasó?, sino
¿quién fue? Ante la segunda fuga del Chapo no hay duda que el debate en México
se concentrará en buscar culpables. Como para los conspirativos el contexto no
importa, la culpa recaerá en el enemigo predilecto de cada quien. Esto incluirá
carceleros, ministros, el presidente y hasta los Estados Unidos. Ante hechos
como este hay dos opciones: tomar el camino reactivo para intentar pasar el mal
rato o darse cuenta del tamaño que tiene el monstruo y repensar la estrategia
para enfrentarlo.
El
problema del narcotráfico en México es más grave y antiguo que en Colombia. El
narcotráfico en México lleva casi un siglo: comenzó cuando el país apenas
estaba organizando su Estado, incluye marihuana, cocaína, heroína y
metanfetaminas y es vecino del consumidor más voraz del mundo. Las policías de
México nacieron involucradas con el narcotráfico y parte de la sociedad aceptó
esta actividad como normal. Esto implica que las raíces históricas, económicas,
sociales y culturales del problema son muy profundas. La cultura es el eslabón
más elevado de un fenómeno social porque supone prácticas largamente aprendidas
que se convierten en costumbres y tradiciones. El Chapo Guzmán, como Pablo
Escobar en su día, cuenta con miles de admiradores y seguidores: esto es
cultura criminal.
Un
noticiero británico presentó recientemente un reportaje con imágenes de
fabricación de crack en el Distrito Federal y de metanfetaminas a escala
industrial en Culiacán. El nivel de impunidad cínica de los delincuentes
evidencia que dominan policías y territorios urbanos. La condición esencial
para que exista crimen organizado es que haya agentes del Estado involucrados.
Si las metanfetaminas son una droga industrial lo lógico es que las fabricaran
criminales estadounidenses: entonces, ¿por qué se fabrican en México? Esto no
se explica por la relación entre oferta y demanda que se utiliza para culpar a
la demanda como la causa principal del problema. El efecto criminal de las
drogas en México y el resto de Latinoamérica no lo explican solo las rentas del
narcotráfico, sino también y fundamentalmente la debilidad de los Estados, la
cultura de ilegalidad de los ciudadanos y la inexistencia de Estado de Derecho.
Para
la solución de este problema no existe camino corto. No es solo una batalla
policial y judicial, sino una lucha por un cambio cultural sobre el valor de la
legalidad. Los colombianos aprendieron con sangre que cuando al crimen no se le
combate crece y termina llegando hasta tu casa. Pagaron caro haber empezado
tarde a combatir el problema. Es cierto que Estados Unidos ha impuesto la
guerra contra la oferta, pero por muy justa que sea esta queja, la idea de que
la solución es “dejar pasar porque las drogas son un problema de los gringos”
es un camino directo al infierno.
México
debe, puede y necesita tener un Estado fuerte, porque esa es la respuesta a
este y muchos otros problemas del país. Son indispensables unas instituciones
de seguridad que se correspondan con su extenso territorio, con su numerosa
población, con los elevados niveles de cultura de ilegalidad de sus habitantes
y sobre todo con la potencia de las amenazas criminales que enfrenta. Los
delincuentes le han arrebatado territorio, población y autoridad al Estado, por
eso pueden hacer un túnel de 1.500 metros sin ser detectados. Solo una fuerza
de seguridad numerosa y cercana a los ciudadanos puede recuperar esos
territorios.
En
Colombia existían en los ochenta más de 50.000 paramilitares, insurgentes y
narcotraficantes y la violencia era la marca país. El Estado apenas tenía
70.000 policías y soldados con graves problemas de corrupción en sus filas. Los
colombianos comenzaron a ganar la batalla cuando expulsaron a los criminales de
las instituciones, multiplicaron exponencialmente sus fuerzas militares y policiales,
convirtieron los derechos humanos en parte de la doctrina de seguridad y se
decidieron a invertir hasta el 6% de su PIB en proteger a sus ciudadanos. El
problema de las drogas continúa, pero ahora casi 500.000 policías y soldados
han desmovilizado y dado de baja a más de 80.000 delincuentes e insurgentes, la
seguridad mejoró sustancialmente, la economía creció y Colombia recuperó su
identidad como país de oportunidades y progreso. Determinar el tamaño del reto
que enfrenta el país implica saber cuántos criminales tiene México y cuanto
territorio dominan.
Imagen tomada de Reforma.
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