Cómo
los humanos causan extinciones masivas/ Anne H. Ehrlich, Paul R. Ehrlich
Paul R. Ehrlich is Professor of Population Studies, Department of Biological Sciences, Stanford University; Anne H. Ehrlich is the associate director and policy coordinator of the Center for Conservation Biology, Stanford University.
Traducción de Kena Nequiz
Project
Syndicate |15 de agosto de 2015.
No
cabe duda de que en la Tierra está ocurriendo la sexta extinción masiva de su
historia –la primera desde el cataclismo que exterminó a los dinosaurios hace
sesenta y cinco millones de años. Según los resultados de una investigación
reciente, la extinción de las especies se produce entre diez y hasta miles de
veces más rápido que la ocurrida durante periodos estables de la historia del
planeta, y las poblaciones de las especies están desapareciendo incluso más
rápido, a un factor de cientos a miles de veces más rápido. De acuerdo con un
estudio, la Tierra ha perdido la mitad de su fauna silvestre en los últimos
cuarenta años. Tampoco queda duda de cuál es la causa: nosotros.
Estamos
participando en un proceso de eliminación de nuestros únicos compañeros conocidos
en el universo, muchos de ellos hermosos y todos complejos e interesantes. Esto
es una tragedia, también para aquellos que no les interesa la pérdida de vida
silvestre. Las especies que están desapareciendo tan rápidamente ofrecen a los
seres humanos servicios indispensables de los ecosistemas: regulación
climática, conservación de la fertilidad del suelo, polinización de cultivos y
protección de las plagas, filtración de agua dulce y oferta alimentaria.
La
causa de esta gran velocidad en la pérdida de la biodiversidad del planeta es
clara: una rápida expansión de las actividades humanas, impulsada por una
sobrepoblación desenfrenada y consumo
per cápita creciente. Estamos destruyendo hábitats para crear plantaciones,
pastizales, caminos y ciudades. Nuestra contaminación está perturbando el clima
e intoxicando los suelos, el agua y el aire. Transportamos organismos invasivos
por todo el mundo y sobreexplotamos plantas o animales que tienen un valor
comercial o nutricional.
Entre
más crece la población más recursos productivos de la tierra se tienen que
movilizar para mantenerlos. Más población significa más arado de tierras
silvestres o más infraestructura urbana para acoger la expansión urbana de
ciudades como Manila, Chengdu, Nueva Delhi y San José. Más población significa
una mayor demanda de combustibles fósiles, que se traduce en más gases de
efecto invernadero en la atmósfera, tal vez sea la mayor amenaza de extinción
de todas. Mientras tanto, aumenta la necesidad de destruir más partes de Canadá
para extraer petróleo ligero de las arenas petrolíferas y más partes de Estados
Unidos se deben fracturar.
Más
población también significa más producción de computadoras y teléfonos
celulares al igual que más operaciones mineras para extraer las tierras raras
que se necesitan para fabricarlas. Se traduce en más pesticidas, detergentes,
antibióticos, pegamentos, lubricantes, preservativos y plásticos, muchos de
estos productos contienen elementos que imitan las hormonas de mamíferos. En
efecto, se traduce en partículas de plástico microscópicas en la biósfera
–partículas que pueden ser tóxicas o acumular toxinas en sus superficies. En
consecuencia, todos los seres vivientes –incluidos nosotros– nos hemos visto
sumergidos en un caldo venenoso y repugnante, donde los organismos incapaces de
adaptarse terminan extinguiéndose.
Con
cada nuevo ser humano, el problema empeora. Puesto que los seres humanos son
inteligentes, tienden a utilizar los recursos más accesibles primero. Se
establecen en las tierras más ricas y productivas, beben el agua más cercana y
limpia y aprovechan los recursos energéticos más fáciles de alcanzar.
Con
cada nuevo ser humano que llega, los alimentos se producen en tierras menos
fértiles y más frágiles, el agua se transporta a través de distancias más
grandes o se purifica. La energía se produce a partir de fuentes más
marginales. En resumen, cada persona que se añade a la población global agrega
una carga desproporcionadamente mayor al planeta y sus sistemas, provoca más
daños al medio ambiente y causa la extinción de más especies que los miembros
de generaciones anteriores.
Para
ver este fenómeno en acción, consideremos la industria del petróleo. Cuando se
perforó el primer pozo en Pennsylvania en 1859, la profundidad fue de menos de
25 para acceder al petróleo. En comparación, el pozo perforado por Deepwater
Horizon, célebre por su explosión en el Golfo de México en 2010, comenzó a más
de 1.5 kilómetros bajo la superficie del mar y continuó por varios kilómetros
más en la roca antes de llegar al petróleo. Esto exigió una enorme cantidad de
energía y, cuando el pozo explotó, fue mucho más difícil de contener y provocó
un daño continuo de gran magnitud a la biodiversidad del Golfo y las costas,
así como a muchas economías locales.
La
situación se puede resumir de manera sencilla. La creciente población del ser
humano en el mundo compite con la población de la mayoría de los demás animales
(salvo, entre otros, las ratas, el ganado, los gatos, los perros y las
cucarachas). Mediante la expansión de la agricultura, estamos acaparando
aproximadamente la mitad de la energía del sol que se utiliza para producir
alimentos para todos los animales, y nuestras necesidades siguen creciendo.
El
animal más dominante del mundo, nosotros, se está adueñando de la mitad del
pastel, por lo que no debe sorprender que los millones de especies restantes
que luchan por la otra mitad estén empezando a desaparecer rápidamente. Esta no
es solamente una tragedia moral; es una amenaza existencial. Las extinciones
masivas nos privarán de muchos de los ecosistemas de los que depende nuestra
civilización. Nuestra bomba poblacional ya ha cobrado sus primeras víctimas. No
serán las últimas.
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