Cómo
el FMI le falló a Grecia/Arvind Subramanian is Chief Economic Adviser at India’s finance ministry. Traducción: Esteban Flamini
Project
Syndicate | 15 de agosto de 2015.
La
democracia implica poder elegir entre alternativas reales. Pero durante toda la
crisis en Grecia, el pueblo griego estuvo privado de ellas. La responsabilidad
es en buena medida de la Unión Europea y especialmente del Fondo Monetario
Internacional.
A
Grecia se le dieron dos opciones tajantes: dejar la eurozona y perder la
financiación, o quedarse y recibir apoyo, al precio de una mayor austeridad. Se
le debió dar una tercera opción: salir del euro, con financiación abundante.
Esta
opción debería haber estado sobre la mesa, ya que Grecia tiene motivos
políticos más amplios para quedarse en la eurozona. Salir de la unión monetaria
hubiera traído importantes beneficios, pero también implicaba cuantiosos
costos.
Los
beneficios incluían una devaluación a gran escala, que restauraría cierto
dinamismo en lo que otrora fue una economía de rápido crecimiento. Pero los
costos eran aterradores. El gobierno caería en cesación de pagos, los bancos
quedarían arruinados y a ambas partes les llevaría años recuperar la confianza
de los mercados financieros. Se generaría un alza prolongada de los tipos de
interés, que obstaculizaría los intentos de restaurar el crecimiento. No es
extraño que el gobierno griego haya retrocedido ante este horror para elegir en
cambio la opción “segura” de la austeridad.
Pero
tal vez no resulte una decisión segura al fin. De hecho, como en el verso de T.
S. Eliot, puede haber sido “la terrible osadía de un momento de renuncia”.
Ahora Grecia deberá bregar por años en la austeridad, con la esperanza de que
en algún futuro lejano la “devaluación interna” (es decir, la deflación de
precios y salarios) ayude a iniciar una recuperación.
Solamente
el FMI podía ofrecer la tercera opción: una salida ordenada. Había que decirle
a Grecia que podía obtener los beneficios de la devaluación, y que la comunidad
internacional ayudaría a minimizar los costos derivados. Sin duda las
condiciones precisas (acordadas por la troika, esto es, el FMI, la Comisión
Europea y el Banco Central Europeo, y las autoridades griegas) incluirían una
reducción negociada de la deuda y una estrategia para la recapitalización del
sistema bancario con el fin de minimizar la incertidumbre, el sufrimiento y el
caos.
Aun
así, como los costos hubieran sido importantes, el FMI tendría que ofrecer
financiación abundante, como para cubrir las necesidades de importación del
país durante, digamos, dos años y al mismo tiempo proveer de liquidez durante
la transición a una moneda nueva. Esto hubiera aumentado la ya cuantiosa
exposición del FMI a la deuda griega, pero sería un costo aceptable, porque
serviría a una estrategia mucho más promisoria.
Pero
¿alguna estrategia hubiera sido capaz de restaurar la economía griega? Al fin y
al cabo, en cualquier escenario, Grecia necesita superávit primario y reformas
estructurales para transformar su economía. Y muchos están convencidos de que
eso no sucederá, simplemente porque Grecia se niega a cambiar.
Sin
embargo, eso es subestimar el historial de los últimos años, cuando gobiernos
sucesivos tomaron medidas bastante radicales para fortalecer la posición fiscal
de Grecia y reducir el gasto público. Los escépticos también subestiman el
hecho de que los incentivos para la reforma estructural son en parte endógenos.
Al fin y al cabo, sin devaluación y sin perspectivas de reducción de deuda, las
reformas sólo traen más sufrimiento en el corto plazo, no menos.
La
razón por la que nunca se ofreció una salida ordenada parece clara: los
acreedores europeos se opusieron con vehemencia. Pero no está claro que el FMI
tuviera que darle tanta atención a sus objeciones.
Allá
por 2010, los países acreedores temían un contagio al resto de la eurozona. La
salida de Grecia hubiera puesto en vilo a toda la unión monetaria, al sembrar
dudas entre los inversores de que otros países muy endeudados de la eurozona
pudieran seguir el ejemplo griego.
Pero
en realidad, este riesgo es otro argumento para darle a Grecia la opción de
salir. Decididamente hay algo errado en la idea de obligar a andar juntos a
países a los que les iría mejor por separado.
Más
tarde, los países acreedores expresaron inquietud por los costos financieros
para los gobiernos de la eurozona que le prestaron a Grecia. Pero la
experiencia de América Latina en los ochenta muestra que los países acreedores
tienen mejores chances de recobrar lo prestado (en términos de valor esperado)
cuando los países deudores realmente tienen posibilidades de crecer.
En
síntesis, el FMI no debió dejar que los temores de Europa al contagio o al
impago de deudas pesaran tanto en su toma de decisiones. Por el contrario,
tendría que haber promovido públicamente la tercera opción; eso hubiera sido un
antes y un después, al dar una señal de que el FMI no dejará que sus miembros
poderosos lo obliguen a consentir políticas erradas. De hecho, hubiera sido
para el Fondo una oportunidad de reparar su complicidad con el sufrimiento
impuesto a los griegos estos últimos cinco años por las medidas de austeridad
impulsadas por los acreedores.
Y
sobre todo, el FMI dejaría de ser instrumento de las potencias del statu quo:
Estados Unidos y Europa. A ojos de Asia, que el FMI desafiara a sus accionistas
europeos hubiera preanunciado el nacimiento de una nueva institución: un fondo
monetario verdaderamente internacional, en vez del Fondo Monetario Euroatlántico
de hoy.
No
todo está perdido. Si la estrategia actual fracasa, la tercera opción (una
salida con ayuda) sigue en pie. El FMI debería hacer planes para ella. El
pueblo griego se merece alternativas reales pronto.
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