El
antes y el ahora de las falacias de Bentham/Peter Singer is Professor of Bioethics at Princeton University and Laureate Professor at the University of Melbourne. His books include Animal Liberation, Practical Ethics, One World, The Ethics of What We Eat (with Jim Mason), Rethinking Life and Death, The Point of View of the Universe, co-authored with Katarzyna de Lazari-Radek, and, most recently, The Most Good You Can Do. In 2013, he was named the world’s third “most influential contemporary thinker” by the Gottlieb Duttweiler Institute. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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Syndicate | 17 de agosto de 2015
En
el año 1809, Jeremy Bentham, fundador del utilitarismo, se puso a trabajar en
su libro titulado The Book of Fallacies. Su objetivo era exponer los argumentos
falaces que se utilizaban para bloquear reformas, como por ejemplo la abolición
de los “distritos municipales podridos” – electorados con tan pocos electores
que un lord o un terrateniente poderoso podía seleccionar, en los hechos, al
miembro del parlamento que iría a representar a dicho distrito, mientras que
ciudades más nuevas, como ser Manchester, permanecían sin representación.
Bentham
recolectó ejemplos de falacias, a menudo provenientes de los debates
parlamentarios. Hasta el año 1811, había clasificado las falacias en cerca de
50 tipos diferentes, utilizando títulos como “Si nos atacas, atacas al
Gobierno”, “El argumento de la no existencia de precedentes” y la falacia
denominada como “bueno en teoría, malo en la práctica”. (Una cosa sobre la que
tanto Immanuel Kant como Bentham están de acuerdo es que este último ejemplo
realmente es una falacia: Si algo sale mal en la práctica, debe existir alguna
falla en la teoría).
Bentham
fue así un pionero de un área de la ciencia que ha avanzado considerablemente
en los últimos años. Él habría disfrutado el trabajo de los psicólogos que
muestran que tenemos un sesgo hacia la confirmación (favorecemos y recordamos
información que apoya, en vez de contradecir, nuestras creencias); que
sobreestimamos sistemáticamente la exactitud de nuestras creencias (el efecto
de exceso de confianza); y que tenemos una propensión a responder ante una mala
situación que enfrenta una sola persona identificable, en lugar de responder
ante una mala situación que atraviesan un gran número de personas, sobre las
que tenemos sólo información estadística.
Bentham
no tuvo premura por publicar su obra. Una versión abreviada apareció en francés
en el año 1816, y en inglés el 1824, pero la obra completa se mantuvo en forma
de manuscrito hasta su publicación este año como parte de un proyecto en curso,
bajo la dirección editorial de Philip Schofield del University College de
Londres, establecido con el objetivo de publicar las Obras Completas de
Bentham.
Algunas
de las falacias que Bentham identificó aún aparecen de manera frecuente,
mientras que otros son menos relevantes. La falacia de la “sabiduría de
nuestros antepasados” a menudo ha sido invocada en los debates sobre el
matrimonio entre personas del mismo sexo. Cualquiera que esté familiarizado con
el debate político en Estados Unidos reconocerá al instante una versión más
específica que se podría denominar como la falacia de la “sabiduría de los
padres fundadores”.
Otra
falacia popular tanto en la época de Bentham y en la nuestra es la que se
caracterizó como “¿Cómo? ¿Más puestos de trabajo?”, por “puestos de trabajo”
Bentham quiso decir gasto público, y consideraba que esto era una falacia
porque la oposición general a más gasto público no tomaba en cuenta lo bueno
que los empleados adicionales iban a ser capaces de lograr.
Sin
embargo, las “falacias” que realmente desafían al lector moderno son las que
caracterizan a los argumentos que hoy en día son ampliamente aceptados, incluso
en los círculos más cultos e ilustrados. Uno de ellas, según Bentham, en una
yuxtaposición discordante, “pudiese denominarse como la falacia del predicador
de anarquía – o la falacia de Los Derechos del Hombre”.
Cuando
las personas argumentan en contra de una medida propuesta fundamentando que la
misma viola “los derechos del hombre” – o, como diríamos en la actualidad, los
derechos humanos – afirma Bentham que ellos están realizando vagas
generalizaciones que nos distraen de la evaluación de la utilidad de la medida.
Bentham acepta que puede ser en beneficio de la comunidad que la ley debería
conferir ciertos derechos a las personas. Lo que amenaza con acercarnos a la
anarquía, sostiene este autor, es la idea de que yo ya tengo ciertos derechos,
de manera independiente de la ley. Considerando que el principio de utilidad es
el que hace un llamamiento para que se lleven a cabo investigaciones y
fundamentaciones, Bentham considera que aquellos que defienden esos derechos
preexistentes desdeñan ambos y son más propensos a movilizar a las personas
para que usen la fuerza.
Se
cita a menudo la objeción de Bentham a los “derechos naturales”. Se discute con
menor frecuencia lo que él denomina como el “dispositivo encadenador de la
posteridad”. Un ejemplo es el Acta de Unión entre Inglaterra y Escocia, que
obliga a todos los posteriores soberanos del Reino Unido juren mantener a la
Iglesia de Escocia y a la Iglesia de Inglaterra. Bentham piensa que si las
generaciones futuras se van a sentir obligadas por tales disposiciones, dichas
generaciones van a ser esclavizadas por tiranos que murieron mucho tiempo
atrás.
La
objeción de Bentham a tales intentos de vincular la posteridad no sólo se
aplica a la unión que creó al Reino Unido, sino también a la que formó EE.UU.:
¿Por qué debería la actual generación considerarse obligada a cumplir lo que se
decidió cientos de años atrás? A diferencia de los redactores de la
Constitución de Estados Unidos, hemos tenido siglos de experiencia para juzgar
si la misma “promueve o no promueve el bienestar general”.
Si
la Constitución promueve el bienestar, no es necesario dar mayor justificativo
para mantenerla; sin embargo, si no lo hace, ¿no deberíamos tener el mismo
poder y derecho para cambiar las disposiciones bajo las cuales se nos gobierna
que, en primer lugar, tuvieron los redactores de las mismas cuando las
dispusieron? Si verdaderamente tenemos el mismo poder y derecho, ¿por qué
deberían ser vinculantes, para una mayoría del electorado, las disposiciones
que hacen que sea tan difícil modificar la Constitución?
En
el caso de la unificación de dos o más Estados que anteriormente eran
soberanos, Bentham se da cuenta del problema relativo a proporcionar garantías
a los Estados más pequeños sobre que los más grandes no los vayan a dominar.
Teniendo en cuenta lo que él considera como la imposibilidad de atar las manos
de las generaciones futuras, Bentham confía en la creencia de que, tarde o
temprano, después de haber estado bajo un único gobierno, “las dos comunidades
se van a fundir en una sola”.
El
apoyo público a la independencia en Escocia y Cataluña muestra que ese no es
siempre el caso. Bentham, por supuesto, habría aceptado que él podía haberse
equivocado. Después de todo, la “argumentación del adorador de la autoridad”
fue otra de las falacias que él rechazó.
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