Los payasos han entrado en la política:
nos vienen a la mente Donald Trump y Bernie Sanders en EE UU, Jeremy Corbyn en
Gran-Bretaña, y Viktor Orban en Hungría. Nos acordamos de los payasos
desaparecidos como Hugo Chávez en Venezuela, y medio desaparecidos como Fidel
Castro. El presidente chino Xi Jinping va bien encaminado para convertirse en
uno, así como el mariscal Al Sisi en Egipto. Todos, lo admito, son payasos de
segunda categoría en comparación con los grandes maestros Hitler y Mussolini. Ya
oigo las protestas: ¿cómo se atreve a meter en el mismo saco a criminales
históricos, a actores de poca monta y a jefes de Estado en ejercicio? Pero es
que considero que el payaso es un actor, universal, eterno y propio de todas
las culturas, que existe desde la antigüedad. La China antigua tenía sus
payasos, como los tenía el Imperio romano.
¿Cómo identificamos al payaso? Por
su traje, su fisionomía, sus mimos, el carácter previsible y mecánico del juego
y la ignorancia de la realidad (se choca con los muebles, rompe todo lo que le
rodea). La grandeza del payaso y la base de su universalidad son al mismo
tiempo trágicas y cómicas, porque hace reír y llorar, fascina a los niños,
grandes y pequeños, y los aterroriza. Uno de los payasos más famosos de la historia
del espectáculo fue el suizo Grock. En su gran número, llamado Grock y su
piano, se sentaba sobre un taburete y se disponía a tocar, pero descubría que
estaba demasiado lejos del teclado. Grock definió entonces la mecánica
tragicómica del payaso: en vez de acercar el taburete al piano, intentaba en
vano tirar del enorme piano hacia el taburete. Al haber visto a Grock en París,
hace mucho tiempo (pero es inolvidable), doy fe de que toda la sala reía… hasta
que se le saltaban las lágrimas.
Pues bueno, la
política exige acercar el taburete y el piano. Dependiendo de las
circunstancias, el piano será el progreso económico, la solidaridad social, la
educación, la sanidad pública, la paz, la libertad de expresión… En todos estos
casos, los payasos tiran del piano en vez de mover el taburete, porque el
taburete es el poder sobre el que están sentados, mientras que el piano
representa la realidad, pesada y un tanto inmutable.
Aquí tienen algunas transposiciones
políticas del gag de Grock. En la China de la década de 1950, la agricultura se
hundió después de que Mao Zedong confiscase la tierra a los campesinos. A
continuación ordenó matar a todos los pájaros, acusados de comerse las
cosechas. Señalaremos que Mao solo aparecía en público maquillado y con el pelo
teñido. Su sucesor actual, Xi Jinping, también está arreglado: ante el
hundimiento del mercado financiero, encarcela a los periodistas y a los agentes
de Bolsa. El escenario es idéntico al maoísmo, es tragicómico y totalmente
bufonesco. También Mussolini y Stalin aparecían solo con un traje, adoptando
tics del lenguaje y mímicas tragicómicas, sin igualar nunca a Hitler, el payaso
más grande de todos los tiempos, como lo representaron tan bien en el cine
Charlie Chaplin y Groucho Marx. Unos actores egipcios ya han identificado al
payaso que lleva dentro el mariscal Al Sisi, lo que les ha llevado a la cárcel.
Fidel Castro ha renovado su traje de payaso, pero está disfrazado: su piano era
la economía cubana y sus pájaros eran los saboteadores y los imperialistas.
Como los pájaros nunca desaparecen por
completo, ni los saboteadores, ni los imperialistas, ni los judíos, ni los
kulaks, ni los disidentes, el payaso siempre pierde. No hay ningún payaso
vencedor. Al final del espectáculo, el payaso huye abucheado por el público. En
el circo, esta catarsis final alivia a los niños, pero en la historia real,
mata. Eso no impide que el espectáculo siga. Donald Trump, que parece un
payaso, al natural y sin maquillaje, tiene un problema de piano, que son los
mexicanos. Por tanto, propone levantar un muro entre México y EE.UU. para
impedir que entren, pero ya están en EE.UU. A Grock le habría encantado este
sketch, que aplauden actualmente varios millones de estadounidenses. Para
Jeremy Corbyn, el nuevo líder del Partido Laborista británico, al igual que
para Bernie Sanders, el «socialista» de Vermont, el piano es la economía de
mercado. En vez de acercar el taburete mediante unas medidas sencillas como la
regulación de la competencia o la fiscalidad, uno y otro rebuscan en el baúl de
los payasos marxistas; les bastará con eliminar a los empresarios, a los
pájaros de Mao Zedong, a los saboteadores de Xi Jinping y a los kulaks de
Stalin.
¿Qué misterio hace que los payasos
conserven un público? Sin duda, a las personas mayores, como a los niños, les
gusta que les cuenten historias que ya conocen. Sin duda, la mezcla de lo
trágico y lo cómico responde a alguna aspiración profunda del alma humana. Y,
sin ninguna duda, una gran parte del público no acaba de aceptar que el piano,
es decir, la realidad, sea tan pesado e imposible de desplazar. A muchos les
gustaría que la realidad fuese ligera o que obedeciese a las muecas del payaso.
Por desgracia, los payasos en la política no son tan sutiles como Grock, porque
él, en el último instante de su espectáculo, descubría que lo que había que
mover era el taburete. Y por fin, podía tocar, y la música, recuerdo, surgía
del piano, no del taburete.
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