Concluido
el encuentro con las familias cubanas, sostenido en la Catedral de Nuestra
Señora de la Asunción en Santiago de Cuba, el papa Francisco se despidió de Cuba, alentándo a los fieles cubanos con una “palabra de esperanza” a cuidar a los ancianos,
los niños y los jóvenes del país.
“Les
saludo, les agradezco toda la acogida la calidez de estos días. Gracias,
realmente son amables, bondadosos y hacen sentir a uno como en casa, muchas gracias”,
expresó.
Señaló que su “palabra de esperanza” quizás “nos haga girar la
cabeza hacia atrás y hacia adelante. Mirando hacia atrás, memoria”.
“Memoria
de aquellos que nos fueron trayendo la vida y en especial memoria a los
abuelos. Un gran saludo a los abuelos, no descuidemos a los abuelos. Los
abuelos son nuestra memoria viva. Y mirando hacia adelante los niños y los
jóvenes que son la fuerza de un pueblo”.
“¡Que
Dios los bendiga! Y permítanme que les dé la bendición con una condición, van a
tener que pagar algo. Les pido que recen por mí, esa es la condición. Que los
bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo. Adiós y
gracias”, concluyó.
A
continuación, el Papa Francisco se dirigió al aeropuerto de Santiago de Cuba.
Ahí se despidió de las autoridades del país, para dirigirse luego a Washington
D.C., en Estados Unidos.
El texto completo del discurso del Papa Francisco en su encuentro
con las familias en Santiago de Cuba:
Estamos
en familia. Y cuando uno está en familia se siente en casa. Gracias a ustedes
familias cubanas, gracias cubanos por hacerme sentir todos estos días en
familia, por hacerme sentir en casa. Gracias por todo esto. Este encuentro con
ustedes es como «la frutilla de la torta». Terminar mi visita viviendo este
encuentro en familia es un motivo para dar gracias a Dios por el «calor» que
brota de gente que sabe recibir, que sabe acoger, que sabe hacer sentir en
casa. Gracias a todos los cubanos.
Agradezco
a Mons. Dionisio García, Arzobispo de Santiago, el saludo que me ha dirigido en
nombre de todos y al matrimonio que ha tenido la valentía de compartir con
todos nosotros sus anhelos, sus esfuerzos por vivir el hogar como una «iglesia
doméstica».
El
Evangelio de Juan nos presenta como primer acontecimiento público de Jesús las
Bodas de Caná, en la fiesta de una familia. Ahí está con María su madre y
algunos de sus discípulos compartían la fiesta familiar. Las bodas son momentos
especiales en la vida de muchos. Para los «más veteranos», padres, abuelos, es
una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a
los hijos crecer y que puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un
instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los
hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus
vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para los padres. A su vez, la
alegría de los jóvenes esposos.
Todo
un futuro que comienza y todo tiene «sabor» a casa nueva, a esperanza. En las
bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay
memoria y esperanza. Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que
nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido. Y Jesús
comienza su vida pública en una boda. Se introduce en esa historia de siembras
y cosechas, de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos
trabajos que araron la tierra para que esta dé su fruto. Jesús comienza su vida
en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y es precisamente en el
seno de nuestros hogares donde continuamente él se sigue introduciendo, él
sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia.
Es
interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las comidas, en las
cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes casas fue un lugar
privilegiado por Jesús para dar a conocer el proyecto de Dios. Él va a la casa
de sus amigos –Marta y María–, pero no es selectivo, ¿eh? no le importa si son
publicanos o pecadores, como Zaqueo, va a la casa de Zaqueo. No sólo Él actuaba
así, sino cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del Reino
de Dios, les dijo: «Quédense en la casa que los reciba, coman y beban de los
que ellos tengan» (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de
«especial» tendrán estos momentos en la vida de las personas para que Jesús
elija manifestarse allí.
Recuerdo
en mi diócesis anterior que muchas familias me comentaban que el único momento
que tenían para estar juntos era normalmente en la cena, a la noche, cuando se
volvía de trabajar, donde los más chicos terminaban la tarea de la escuela. Era
un momento especial de vida familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno
había hecho, se ordenaba el hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban tareas
fundamentales para los demás días. Los chicos se peleaban, pero era el momento.
Son momentos en los que uno llega también cansado y alguna que otra discusión,
alguna que otra pelea, entre marido mujer, aparece, pero no hay que tenerle
miedo. Yo le tengo más miedo a los matrimonios que me dicen que nunca, nunca
tuvieron una discusión, es raro, es raro.
Jesús
elige estos momentos para mostrarnos el amor de Dios, Jesús elige estos
espacios para entrar en nuestras casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo
y actuando en nuestras cosas cotidianas. Es en casa donde aprendemos la
fraternidad, la solidaridad, el no ser avasalladores. Es en casa donde
aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir
adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos invitados
continuamente a perdonar, a dejarnos transformar. Es curioso en casa no hay
lugar para las «caretas», somos lo que somos y de una u otra manera estamos
invitados a buscar lo mejor para los demás.
Por
eso la comunidad cristiana llama a las familias con el nombre de iglesias
domésticas, porque en el calor del hogar es donde la fe empapa cada rincón,
ilumina cada espacio, construye comunidad. Porque en momentos así es como las
personas iban aprendiendo a descubrir el amor concreto y el amor operante de
Dios.
En
muchas culturas hoy en día van desapareciendo estos espacios, van
desapareciendo estos momentos familiares, poco a poco todo lleva a separarse,
aislarse; escasean momentos en común, para estar juntos, para estar en familia.
Entonces no se sabe esperar, no se sabe pedir permiso, no se sabe pedir perdón,
no se sabe dar gracias, porque la casa va quedando vacía, no de gente, Sino , de padres, hijos, nietos,
abuelos, hermanos, vacía de relaciones,
vacía de contactos, vacía de encuentros.
Hace
poco, una persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se
habían ido de vacaciones y él se había quedado solo. El primer día, la casa
estaba toda en silencio, «en paz», estaba feliz, nada estaba desordenado. Al
tercer día, cuando le pregunto cómo estaba, me dice: quiero que vengan ya todos
de vuelta. Sentía que no podía vivir sin su esposa y sus hijos y eso es lindo.
Sin
familia, sin el calor de hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las
redes que nos sostienen en la adversidad, las redes que nos alimentan en la
cotidianidad y motivan la lucha para la prosperidad. La familia nos salva de
dos fenómenos actuales, dos cosas que suceden: la fragmentación (la división) y
la masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos
aislados fáciles de manipular y de gobernar y entonces encontramos en el mundo
sociedades divididas, rotas, separadas o altamente masificadas que son
consecuencia de la ruptura de los lazos familiares; cuando se pierden las
relaciones que nos constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas.
Bueno uno se olvida de cómo se dice papá mamá, hijo, hija, abuelo, abuela. Se van como
olvidando esa relaciones que son el fundamento, son fundamento del nombre que
tenemos.
La
familia es escuela de humanidad, escuela que enseña a poner el corazón en las
necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás. Cuando vivimos
bien en familia los egoísmos quedan chiquitos, existen porque todo tenemos algo
de egoístas, pero cuando no se vive una vida de familia se van engendrando esas
personalidades que las podemos llamar así: yo, me, mi, conmigo, para mí,
totalmente centradas en sí mismo, que no saben de solidaridad, de fraternidad,
de trabajo en común, de amor, de discusión entre hermanos, no saben.
A
pesar de tantas dificultades como las que aquejan hoy a nuestras familias en el
mundo, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema,
son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar,
proteger y acompañar. Es una manera de decir que son una bendición. Cuando tú
empiezas a vivir la familia como un problema, te estancas, no caminas, porque
estás muy centrado en ti mismo.
Se
discute hoy mucho sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarle a nuestros
hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo que una de las posibles
respuestas se encuentra en mirarlos a ustedes. Una familia que habló a cada uno
de ustedes.Dejemos un mundo con familias, es la mejor herencia, dejemos un
mundo con familias. Es cierto, no existe la familia perfecta, no existen
esposos perfectos, padres perfectos ni hijos perfectos, y sino se enojan yo
diría suegras perfectas. Pero eso no impide que no sean la respuesta para el
mañana. Dios nos estimula al amor y el amor siempre se compromete con las
personas que ama. El amor siempre se compromete con las personas que ama. Por
eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a
nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras
familias, verdaderos centros de humanidad.
Y
aquí me viene una imagen cuando en la audiencia de los miercoles paso a saludar
a la gente y tantas tantas mujeres me muestran la panza y me dicen, Padre, me
lo bendice. Yo les voy a proponer algo a todas aquellas mujeres que están
embarazadas de esperanza, porque un hijo es una esperanza, que en este momento
se toquen la panza. Si hay alguna acá, que lo haga acá, o las que están
escuchando por radio o televisión, y yo a
cada una de ellas, a cada chico o chica que está ahí adentro esperando
te doy la bendición, así que cada una se toca la panza y yo le doy la bendición
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y deseo que venga
sanito, que crezca bien, que lo pueda criar lindo, acaricien al hijo que están
esperando.
No
quiero terminar sin hacer mención a la Eucaristía. Se habrán dado cuenta que
Jesús quiere utilizar como espacio de su memorial, una cena. Elige como espacio
de su presencia entre nosotros un momento concreto en la vida familiar. Un
momento vivido y entendible por todos, la cena.
La
Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la
tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es
el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar siempre presente
alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con
su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que Él
es el verdadero Pan del cielo.
En
unos días participaré junto a las familias del mundo en el Encuentro Mundial de
las Familias y en menos de un mes en el Sínodo de los Obispos, que tiene como
tema la Familia. Los invito a rezar, les pido por favor que recen por estas dos
instancias, para que sepamos entre todos ayudarnos a cuidar la familia, para
que sepamos seguir descubriendo al Emmanuel, es decir, al Dios que vive en
medio de su Pueblo haciendo de cada familia y de todas las familias su
hogar.Cuento con la oración de ustedes. Gracias.
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