- El dirigente áraba más popular/Said K. Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Naser, el último árabe.
Tomado de LA VANGUARDIA, 26/10/2006);
Traducción de José María Puig de la Bellacasa.
En medio de tantas vicisitudes como la guerra de Iraq, la guerra contra el terror, el último capítulo del conflicto palestino y el actual enfrentamiento Oriente-Occidente de asombrosas proporciones, el mundo árabe celebra el quincuagésimo aniversario del conflicto de Suez y recuerda al general Gamal Abdel Naser, el dirigente árabe más popular desde el profeta Mahoma.
Este aniversario no podría llegar en un momento más oportuno. Los árabes no se han visto nunca tan huérfanos de líderes, desunidos y faltos de guía como en este momento. En consecuencia, renace el prestigio de Naser, figura que ha quedado en la memoria de muchos como la última oportunidad que tuvo el mundo árabe. “Si hoy viviera Naser, las cosas serían distintas”, dicen.
Naser llegó al poder mediante un golpe de Estado que derrocó una monarquía impopular en el año 1952. Fue el primer egipcio en gobernar su país en más de tres mil años. Su última aparición en calidad de dirigente del mundo árabe vino a coincidir con el comienzo de la posición dominante de Estados Unidos en Oriente Medio y, aunque combatió y ganó la baza de Suez contra Gran Bretaña, Francia e Israel, lo importante es que el carácter y la evolución de sus relaciones con Estados Unidos marcaron el futuro del mundo árabe.
Tras dedicarse durante dos años a los problemas internos de Egipto, Naser adoptó una postura política que parecía responder a las aspiraciones del pueblo árabe. Defendió la transformación social, la unidad árabe y la liberación de las interferencias y presiones de potencias extranjeras, y se propuso que los árabes se sumaran al progreso mundial.
En todos y cada uno de tales empeños, Naser personificaba la voz del pueblo. Invirtió todas sus energías en la consecución de la dignidad de su pueblo. Más que de una doctrina política o una filosofía social, se trataba de una apelación a levantarse contra los derroteros seguidos por otros regímenes árabes y sus patrocinadores occidentales. El establishment reaccionó irritado, pero el ansia de la calle árabe en pos de un cambio le elevó a la categoría de líder de todo el mundo árabe.
Buena parte de la atracción que ejercía la figura de Naser radicaba en la misma naturaleza de su llamamiento. Más allá del contenido de sus propuestas, se explicaba en un lenguaje comprensible a oídos de todos los árabes. Hablaba a sus auditorios de manera muy personal y cercana como si se dirigiera a cada uno de los asistentes. Desde un punto de vista conceptual e intelectual, su mensaje podía si se quiere pecar de candoroso, pero nadie podía reprocharle su esfuerzo por liberar Oriente Medio de manos extranjeras. “El petróleo de los árabes es para los árabes”, decía. Ni tampoco podía nadie censurarle por pretender alcanzar la paridad militar con Israel.
Naturalmente, más allá de la retórica gobernaba el líder dotado de un impecable sentido del ritmo y la oportunidad, conocimiento a fondo de sus oyentes y respetable presencia física. Aunque el engranaje chirriaba a veces, poseía cualidades y rasgos que excedían su condición de líder: jugaba al tenis, veía películas de James Bond y exultaba de alegría juvenil ante la atención que le dispensaban las principales potencias. Trabajaba de 14 a 16 horas al día, era devoto padre de familia y observante de la fe musulmana aunque de orientación laica como gobernante. Fue el Mister Proper de la política árabe moderna.
La CIA gastó grandes sumas de dinero tratando de descubrir elementos susceptibles de tenderle un chantaje: volvió con las manos vacías. Naser murió pobre.
Desde el punto de vista político, Gamal Abdel Naser empezó a subir peldaños en el año 1955, cuando acabó con el monopolio occidental de suministro de armas al concluir un par de acuerdos con Checoslovaquia en este terreno. También se opuso al pacto de Bagdad (24/ II/ 1955) entre Turquía e Iraq, abierto a otras potencias y al que se adhirió Gran Bretaña; se trataba de un pacto de alianzas de países del mundo árabe-musulmán frente a la amenaza soviética. Posteriormente, Naser nacionalizó la Compañía del Canal de Suez el 26 de julio de 1956, se produjo la crisis de Suez y la ruptura de hostilidades. Lo cierto es que el respaldo de Naser a los palestinos, los argelinos y el pueblo de Aden le enemistó con esos otros países árabes y Naser se encaró él solo a la hegemonía occidental sobre Oriente Medio.
Pero, aunque victoriosos en el plano militar, sus tres enemigos se vieron obligados a retirar sus fuerzas de Egipto debido al clamor internacional hostil. De este modo, Suez marcó no solamente el final del colonialismo, sino también la formación de una opinión pública internacional. Naser estrechó lazos con Tito de Yugoslavia, Nehru de India y Sukarno de Indonesia a fin de crear un bloque de países no alineados que no formara parte ni tomara partido por el Este ni por el Oeste. Gamal Abdel Naser alcanzó la cima de su poder en el año 1958 cuando Siria constituyó con Egipto la República Árabe Unida (RAU); su popularidad propició incluso que otros países árabes se mostraran inclinados a fusionarse con la RAU. Meses después de la creación de la RAU, los iraquíes derrocaron sangrientamente al régimen monárquico y todo el mundo supuso que se sumarían a la iniciativa de Naser. Sin embargo, resultó un golpe procomunista.
Naser actuó sin dudarlo contra los comunistas iraquíes, postura que le acarreó fricciones con la URSS. Naser era totalmente hostil a una toma del poder comunista en cualquier país árabe y manifestó a la URSS que los países árabes tenían su propia ideología y perspectiva.
En el año 1962, Naser se vio complicado en una guerra civil en Yemen, apoyando a los republicanos enfrentados a los monárquicos respaldados por Arabia Saudí. No pudo alzarse con la victoria total y sus tropas se empantanaron en aquel país.
Al inicio de la guerra de 1967, Naser aún seguía enzarzado en aquella guerra en la que le habían metido el rey Husein de Jordania y el rey Faisal de Arabia Saudí. Ambos le acusaban de ocultarse tras las Naciones Unidas debido a los observadores que separaban sus fuerzas armadas de las de los israelíes desde la guerra de Suez de 1956. Naser pidió la retirada de los cascos azules que permitían la comunicación israelí con el mar Rojo, Israel atacó inmediatamente a Egipto y le propinó la mayor derrota militar de la historia árabe. Entonces, con gran caballerosidad, apareció en la televisión para manifestar al pueblo árabe que asumía la responsabilidad de la derrota y en consecuencia presentaba la dimisión, aunque las manifestaciones en todo Oriente Medio le hicieron cambiar de opinión.
En septiembre de 1970, varios jefes de Estado árabes se reunieron para resolver la guerra civil entre Jordania y la OLP. Naser presidió la reunión. Estaba agotado y exhausto, presa del dolor. Cuando finalizó la conferencia, Naser sufrió un ataque y falleció dos horas más tarde.
Ningún líder árabe era tan libre de corrupción como lo era Naser. Además, su postura neutral entre el Este y el Oeste era sincera y auténtica. Estuvo a punto de afrontar con éxito los aspectos más difíciles y espinosos del establishment árabe de la época. Se opuso a los movimientos musulmanes fundamentalistas cuando Occidente los apoyaba.
Gamal Abdel Naser fue un fracaso. Fracasó en Egipto. Fracasó en el empeño de unir a los árabes. Fracasó en la escena internacional. Pero, a pesar de sus fracasos, el pueblo le amaba: comprendió su búsqueda de la dignidad y la importancia de su ejecutoria. Tal vez deberíamos recordar de modo perdurable que en la última reunión de jefes de Estado árabes todos se dirigieron a él en los términos de “señor presidente” y “su excelencia” en tanto él llamaba a cada uno por su nombre de pila. Naser era un gigante entre enanos.
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