2 ene 2007

La muerte de Sadam Husein



Sadam Husein se mantuvo desafiante hasta el final.
No sólo se negó a que le cubriesen el rostro para ser ahorcado, sino que se encaró con uno de sus verdugos, que dio vivas por el clérigo chií Múqtada al Sáder.
Sadam le respondió ninguneando al clérigo.
Hay dos testimonios clave de los últimos gestos y palabras de Husein antes de morir. Uno es un vídeo grabado con un teléfono móvil por uno de los asistentes a la ejecución, difundido por la cadena Al Iraqiya. El otro es el testimonio del juez Munir Hadad, que corrobora lo que aparece en las imágenes. Ambos testimonios sirven para reconstruir los últimos minutos del dictador.
- Vídeo. Sadam Husein está de pie sobre la puerta trampa de la horca y con la soga al cuello. Uno de sus verdugos la sujeta con firmeza por detrás. En esos instantes se oye la versión chií de una plegaria. Sadam es suní, por lo que el rezo es ofensivo para el dictador. Sin embargo, pese a la afrenta, Sadam permanece impasible.
- Juez Munir Hadad. Este juez relata con claridad a la cadena CNN lo que se oye también en el vídeo. Uno de los verdugos le reprocha a Sadam Husein haber destruido el país, y varios de los presentes en la sala se suman a la crítica.
-"Larga vida a Múqtada al Sáder", en referencia al líder chií, grita el verdugo.
-"¿Múqtada al Sáder?", responde Sadam en tono despectivo.
El juez Hadad declaró que el dictador era "totalmente consciente de lo que estaba sucediendo en la sala". "Me sorprendió mucho. No parecía temer a la muerte", añadió .
- Vídeo. Sadam Husein repite con sorna el nombre de Múqtada al Sáder para dejar claro que el clérigo chií no era nadie para él.
-"Compórtense como hombres", se oye al dictador decir con su voz ronca.
-"Vete al infierno", responde a Sadam Husein alguno de los asistentes.
-"Silencio... Este hombre está a punto de morir", dice otro de los asistentes, preocupado por el rumbo que está tomando la ceremonia de ejecución.
Sadam Husein apenas tiene tiempo para ordenar sus pensamientos. Comienza a murmurar una plegaria, pero apenas logra invocar el nombre de Mahoma cuando su verdugo jala de la palanca que abre la puerta bajo sus pies.
El cuerpo cae con una fuerza tremenda. Debió de haber muerto de inmediato. La última imagen es la del cuerpo balanceándose.
El cadáver fue entregado a la familia un día después, y sepultado más tarde en Auya, en la región de Tikrit. Fue enterrado junto a sus hijos Uday y Qusay, sus más cercanos colaboradores, muertos por el Ejército de EE UUen 2003, poco después de la invasión. En la región, muchos seguidores de Sadam lloraron su muerte y clamaron venganza.
Mientras, decenas de miles de personas mostraron su júbilo por la ejecución en las provincias chiíes y kurdas, y en muchos barrios de Bagdad.
Empero, a pocas horas de la ejecución la violencia en Irak se ha recrudecido.
¡Era de esperarse!
No es casual que el embajador estadounidense en Bagdad, Zalmay Khalilzad, había pedido al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, que aplazara dos semanas la ejecución porque las autoridades estadounidenses "no estaban convencidas de que todo iba a marchar bien y de que todos los papeles estaban en regla para proceder a ejecutar la sentencia de muerte", declaró un alto cargo del Gobierno iraquí a la agencia Reuters.
El Ejército de EE UU mantuvo la custodia del dictador hasta minutos antes de ser llevado al patíbulo el sábado a la madrugada.
Y es que a los estadounidenses les preocupaba que a la población pudiera irritarle más de la cuenta el hecho de que la ejecución se llevara a cabo apenas unos instantes antes de que oficialmente comenzara la fiesta musulmana del sacrificio. El Código Penal aprobado mientras Sadam gobernaba prohibía las ejecuciones durante las festividades religiosas.
Ayer lunes 1 de enero mismo, el líder del Frente del Diálogo Nacional (FDN) iraquí, el suní Saleh al Mutlaq, afirmó que tropas de EE UU atacaron la sede de ese partido en Bagdad y mataron a seis civiles, cuatro de ellos de una misma familia. Añadido a esto hubo tres atentados en la capital iraquí que se saldaron con media docena de fallecidos y al menos 15 heridos. Todo ello, a pesar de las medidas de seguridad adoptadas por las autoridades tras la ejecución de Sadam, que continuaban en vigor.
Por otro lado, información proporcinada por el Ministerio del Interior Iraquí señalan que 16,273 iraquíes han muerto durante el 2006, lo que supone el mayor número de víctimas registrado desde que comenzó, en 2003, la ocupación del país por tropas multinacionales lideradas por EE UU. De esa cifra de fallecidos, 14,298 eran civiles, 1,348 eran policías y 627 eran soldados del ejército iraquí, según el comunicado del ministerio divulgado.
Estas cifras son las primeras ofrecidas por el Ministerio del Interior desde que se desató la insurgencia del país, varios días después de que fuera derrocado el régimen del presidente iraquí Sadam Husein, tras la ocupación del país el 20 de marzo de 2003.
Según analistas iraquíes, la mayoría de los civiles resultaron muertos durante la ola de violencia sectaria que se desató después del atentando perpetrado el 22 de febrero de 2006 contra un mausoleo chií en Samarra, situado a 125 kilómetros del norte de Bagdad.
Además de los 3,000 soldados estadounidenses muertos desde que comenzó la guerra, 22, 500 han resultado heridos, según el mando militar de ese país. El mayor número de muertes, 140, se registró en el momento de la invasión, según datos oficiales.
El primer millar se alcanzó en septiembre de 2004 y el segundo millar en octubre de 2005.
***
Algunos opiniones sobre la ejecución de Husein.
  • La Horca/ Federico Reyes Heroles
Tomado de Reforma, 02/01/2007);
Por principios. Provocar la muerte, asesinar, es un acto de barbarie. Lo es porque ningún ser humano tiene derecho de privar de la vida a alguien más. Ni Hussein persiguiendo chiitas o kurdos ni Bush persiguiendo a Hussein y causando un número todavía indefinido de muertes ni la Corte de Iraq cegando la vida de uno de los peores sátrapas que ha dado la humanidad. Barbarie muy popular en ciertos casos. Bush recibió el apoyo de los corazones encendidos de nacionalismo de su país. La soga en el cuello de Hussein contó con el apoyo de muchos jueces súbitos que en su interior susurran se lo merecía.
Ese último clamor -se lo merecía- revive una de las peores secreciones del ser humano: la idea de venganza, de crueldad contra los crueles. Es el retorno a la barbarie que de un plumazo libera las peores emociones, termina con la autocontención que a decir de Norbert Elias es la espina dorsal de la civilización. A los crueles y -Hussein lo era de manera monstruosa- también se les debe aplicar justicia y la justicia en el siglo XXI no puede aceptar la pena de muerte. La discusión entre juristas y filósofos es muy rica: la pena de muerte es contraria a los derechos humanos básicos. No se puede pugnar por ellos de dientes para afuera y cerrar un ojo para permitir que el pequeño bárbaro que todos llevamos dentro se regocije con el espectáculo del cuerpo de Hussein balanceándose invadido de estertores. La muerte como opción de justicia es una falacia. La pena de muerte es una reminiscencia de la barbarie.
Pero además existe un argumento irrebatible. La aplicación de la justicia es un acto humano y como tal es -hipotéticamente- siempre falible. Hoy nos cuesta trabajo creer que Hussein con ojos inyectados de furia no sea el culpable de las peores matanzas y persecuciones, pero hace apenas tres años el mundo estaba convencido de que el dictador fabricaba armamentos atómicos que nunca aparecieron. Un pequeño error de cálculo que justificó una guerra con miles de muertos y además que los Estados Unidos pisotearan a Naciones Unidas. En el mundo islámico las penas corporales y la de muerte son comunes. En Estados Unidos la pena de muerte también es cosa de todos los días. Qué curioso que en eso sí coincidan y den la espalda a una de las demandas centrales de los derechos humanos: abolir la pena de muerte.
Por cálculo. Allí no termina el enredo. Nos guste o no con frecuencia los dictadores cuentan con un respaldo popular nada despreciable. Pensemos en Los Inválidos en París construido por Luis XIV pero que sirve desde 1840 a Napoleón de mausoleo, o en el respaldo a Franco posterior a su muerte con todo y su Valle de los Caídos y sin importar los alrededor de 100 mil desaparecidos durante su dictadura, o en el 46 por ciento de los chilenos que votó por la perpetuación de Pinochet en el plebiscito, o en el 40 por ciento de los cubanos que según una asombrosa encuesta de Gallup todavía respalda a Castro. El problema de los dictadores es que además de las bayonetas encuentran filones culturales predemocráticos o antidemocráticos o simplemente útiles a sus fines: el nacionalismo cubano. Hussein no era la excepción y sus seguidores hoy están enardecidos. Que Bush no se engañe ni nos engañe: el mundo que nos va a heredar estará afectado por su miopía. No será ni más pacífico ni más democrático. La horca para Hussein aleja la pacificación de Iraq.
Juicio bajo sospecha. Todo mundo habla de las incipientes instituciones iraquíes. Todo el mundo sabe de la burda injerencia estadounidense en ese país. Es una democracia títere con unos hilos muy visibles y el operador fanfarronea con sus gracias. Sin embargo, esas mismas instituciones sí fueron lo suficientemente sólidas para caminar hacia la condena. Cabe la pregunta: ¿y si Bush no hubiese sido el presidente de los Estados Unidos se habría condenado a Hussein a la horca? ¿O quizá hubiera habido otro manejo del títere? ¿Por qué no pensar en una cadena perpetua que permitiese el tiempo necesario para demostrar y convencer de todas las brutalidades de Hussein? Para la opinión pública internacional siempre quedará la sospecha de hasta dónde las fobias de Bush no incidieron en esto.
Hussein no murió a manos de una turba enardecida que -fuera de sí- decidiera desollar al dictador. No es el caso. El sátrapa murió en manos de un aparato de justicia frágil -cuestionable y cuestionado- lo cual no resta méritos a su evidente condena pero sí a la pena indefendible. Y siempre quedará la duda del uso político de su muerte. Esos actos de justicia súbita no siembre dan los mejores resultados. Hay de todo en la lista, monstruos e inocentes. Pensemos en Luis XVI o María Antonieta decapitados por la Convención según la moda de monsieur Guillotine. Pensemos en el fusilamiento de Maximiliano, o en el atroz asesinato de los zares Nicolás II y Alejandra con todos sus hijos.
¿Qué hacer entonces con los dictadores, sátrapas, invasores, reyes en desgracia y aledaños? No hay muchas salidas. Lo primero, no caer en la sed de sangre que igual le cortó la cabeza a Mussolini pero dejó libres a muchos de los responsables del fascismo italiano. A la larga lo civilizado, aunque no siempre sea eficaz, es seguirles un proceso. La creación de la Corte Penal Internacional termina con los refugios para los sátrapas. Por supuesto las consecuencias no siempre satisfacen las demandas de justicia como ocurrió con Pinochet. La muerte de Milosevic en prisión durante su proceso ante el Tribunal de La Haya es frustrante. Y por supuesto que escapen es aun peor como sucedió con Mladic y Karadzic. Pero no puede haber confusión: la horca es una vergüenza para quien la aplica.
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Justicia incompleta, sentencia inútil/Mariano Aguirre,
director de Paz, Seguridad y Derechos Humanos en FRIDE
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 31/12/2006);
Uno de los principios básicos de la justicia moderna es que sea universal, que cada sentencia sobre casos particulares en nombre del sistema judicial tenga un sentido jurídico y normativo para el conjunto de una sociedad dada. El genocidio y las violaciones masivas de derechos humanos son, además, causa para los Estados nacionales y también para la justicia internacional, terreno en el que se ha avanzado mucho en los últimos años. La ejecución del ex presidente de Irak, Sadam Hussein, no satisface la justicia nacional iraquí ni la justicia internacional, y tampoco ayudará a la reconciliación entre las comunidades enfrentadas en su país.
El ajusticiamiento podrá trasladar la sensación de que se ha hecho justicia a los familiares, amigos y miembros de la comunidades chií y kurda, pero hay cuatro razones por las que el ahorcamiento de Sadam Hussein resultará contraproducente:
-El juicio sufrió muy serias irregularidades. El procesado, los testigos, jueces y abogados defensores no tuvieron garantías suficientes de seguridad ni para ejercer sus funciones. Unos fueron amenazados, algunos testigos asesinados y el conjunto del proceso se celebró sin transparencia y bajo fuertes medidas de seguridad a cargo de fuerzas de Estados Unidos. Mientras que nadie duda de la seriedad de los cargos contra Sadam Hussein y de la culpabilidad de éste, era necesario que tuviera un juicio justo y con todas las garantías procesales para que el proceso no pudiese ser visto como una venganza orquestada por Estados Unidos y por los representantes de la comunidad chií. El encausamiento de un dictador tiene que tener un sentido reparador para el conjunto de la sociedad. Este juicio, la condena a muerte y la ejecución no cumplen esa condición y sientan un desafortunado precedente.
-El juicio podría haberse celebrado en otras condiciones. Si en Irak no había contexto para llevar a cabo un proceso complejo y con tanto peso político como éste, existían mecanismos internacionales para haber juzgado a Sadam Hussein en otro país. Así se ha hecho con el ex presidente serbio Slobodan Milosevic, o se hará con el genocida Charles Taylor de Liberia, quien se encuentra en Holanda para ser procesado. Pero había un doble problema: Primero, que la justicia iraquí es débil e inestable dado que la guerra destruyó el aparato estatal. En un país donde no hay orden ni justicia y mueren 50 personas cada día sin que haya investigaciones ni procesamientos resultó una parodia que hubiese un juicio con la apariencia de orden legal. Y segundo, que Estados Unidos ha guiado este proceso contra en cada paso del mismo. Para Washington, haber apresado al ex presidente es el único logro que puede mostrar en tres años de guerra, algo que comparte con el débil Gobierno iraquí. EE UU, por otro lado, ha renegado de la Corte Penal Internacional y de cualquier medida de justicia extra-nacional. Atrapados Washington y Bagdad en el círculo de venganza y fracaso en la guerra, acabar con Sadam les crea una sensación de victoria que tardará pocos días en disiparse.
-La pena de muerte es una medida retrógrada. Aunque se mantiene como una opción vigente en la legislación de algunos países o ciertos Estados dentro de algunos países (como es el caso de EE UU), existe una fuerte tendencia jurídica y moral a eliminar la condena capital en las sociedades avanzadas. El supuesto nuevo Estado iraquí democrático, según la versión del presidente George W. Bush, debería haber dado ejemplo a Oriente Medio y al mundo de que era capaz de juzgar con fiabilidad y condenar duramente (por ejemplo, a cadena perpetua). Si no podía garantizar la seguridad del prisionero podría haber pedido ayuda a la comunidad internacional, para que el proceso se llevase a cabo en otro país.
-La ejecución generará más violencia. La justicia debe actuar de forma independiente de los contextos políticos, pero por la altísima inestabilidad y el enfrentamiento sectario que rigen en Irak lo más razonable era realizar un juicio justo y no dar un ejemplo más de violencia. La justicia iraquí, o la internacional si se la hubiese dejado actuar, no precisaba ser generosa sino justa, para de esta forma evitar que Sadam Hussein se convirtiese en un mártir o en una figura que ahora usarán sus partidarios para seguir matando y sus verdugos para defender la condena.
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El infierno sin el déspota/Mateo Madridejos, periodista e historiador
EL PERIÓDICO, 31/12/2006);
La ejecución de Sadam Husein en la horca, convicto de crímenes contra la humanidad, clausura el capítulo más turbulento y tenebroso de la historia de Irak desde el golpe de Estado militar y el regicidio de 1958, pero es muy poco probable que contribuya a mejorar la situación de un país caótico que se desangra en una guerra civil de carácter étnico bajo la ocupación de una potencia extranjera. Podría ocurrir incluso que la insurgencia de los sunís conozca un nuevo impulso, mientras el país se hunde en el abismo fratricida, a juzgar por esa extraña mezcla de los gritos de júbilo con los de tristeza y venganza que resuenan en todos los rincones.
Resulta prematuro especular con el juicio final que la historia reservará para el tiranicidio legalizado, pero no cabe duda de que la ejecución de la sentencia será rechazada no solo por los abolicionistas de la pena capital, que en Europa constituyen una inmensa mayoría, o los que deploran el retroceso de la justicia internacional, sino igualmente por los que denuncian las numerosas irregularidades del proceso o los que reputan inmoral la utilización de una persona, incluso aunque sea un malvado, como un peón o instrumento de una determinada estrategia utilitaria y globalizadora, por muy execrables que sean los crímenes o muy loables que parezcan los objetivos. Pero, como asevera Le Monde, “muy pocos derramarán una lágrima por Sadam”.
La pena capital contra el carnicero de Tikrit, por más que se tenga la convicción de que no resuelve ningún problema, debe enmarcarse en un orbe árabe-musulmán donde resulta moneda corriente, no solo contra la disidencia política, sino contra todo tipo de delincuentes. En ese estadio de la evolución histórica, Sadam es, a lo sumo, el símbolo de los líderes que, a pesar de las inmensas riquezas, recorrieron un camino tortuoso e infame de represión para acabar frustrando la modernización de la sociedad y la humanización de la política.
IRAK es un país devastado, lleno de cementerios y poblado de viudas, huérfanos y lisiados, en guerra inacabable desde 1980, cuando Sadam invadió Irán. La responsabilidad del tirano es indiscutible, pero su terrible legado no mitigará las previsibles y funestas consecuencias inmediatas de su ahorcamiento. Y las perspectivas parecen sombrías. Los chiís mayoritarios piensan que todas las calamidades son el resultado de la política irresponsable y genocida de Sadam desde 1979, pero sus partidarios, aunque sean minoría, vituperan el procedimiento de un tribunal que consideran sectario, emanación de un Gobierno ilegítimo apoyado por una potencia extranjera.Capturado hace poco más de tres años, los detalles poco gloriosos de su detención no enfriaron los ánimos de muchos de sus partidarios, hasta el punto de que su humillación televisada solo sirvió para recrudecer la escalada de la violencia.
Prisionero de los norteamericanos, autoproclamado “mártir” de la perfidia de sus enemigos, su desaparición no cambia ninguno de los datos fundamentales de la tragedia iraquí y no permite, por tanto, ninguna conjetura esperanzadora. Constituye un acontecimiento dichoso para los chiís y los kurdos –aunque estos quizá hubieran preferido verlo condenado también por genocidio–, y una desgracia añadida para la minoría suní.
Vista desde Estados Unidos, a la luz del deterioro constante de la situación sobre el terreno, la ejecución del déspota ya no suscita los sentimientos de alivio y esperanza que promovió su captura hace un año. El desenlace ya estaba integrado en los análisis tanto de la Administración republicana como del informe Baker-Hamilton o de los sectores demócratas que preconizan la retirada. Las encuestas revelan que los norteamericanos están persuadidos de que los beneficios del derrocamiento del tirano y ahora de su muerte no compensan en ningún caso el desastre sobrevenido, los miles de muertos y la incongruencia estratégica en una región en crisis permanente. Para Bush, la ejecución tiene también el sabor de la venganza contra el hombre que pretendió matar a su padre en 1993, mediante un atentado preparado después de la primera guerra del Golfo. Fiel a su enfermiza megalomanía, Sadam hizo colocar un mosaico con la cabeza de Bush padre en la recepción del hotel Rashid de Bagdad, en el lugar preciso para que fuera pisoteada por todos los huéspedes. El mosaico fue destruido por los primeros marines que entraron en la capital iraquí en abril de 2003 y derribaron la estatua del dictador.
EL DESQUITE no ayudará a Bush a resolver el dilema en que se halla desde que los electores desautorizaron su empresa en las legislativas del 7 de noviembre. Casi con toda seguridad, la ejecución de Sadam será una nueva ocasión perdida para modificar las líneas maestras de una ocupación militar que convirtió la victoria de 2003 en una pesadilla que debilita la posición mundial de la superpotencia. Tampoco es seguro que vaya a insuflar una nueva energía al tambaleante Gobierno de Bagdad, desgarrado entre las milicias antagónicas, los escuadrones de la muerte, los terroristas suicidas y las exigencias norteamericanas. La situación es infernal y sus actores desbordan el campo de los partidarios del ajusticiado.

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