Por si no ha leído "Crematorio"/Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, 02/02/2008;
No es fácil que, fuera de un puñado de lectores avezados, uno se adentre en una novela como Crematorio. Y no porque se trate de un libro difícil, ni hermético, ni con referencias crípticas y culturales. Todo lo contrario. Es una novela directa como una patada al bajo vientre y tiene la virtud, si es que se puede hablar de virtudes en la literatura, de que una vez sobrepasadas las primeras treinta páginas, hay algo en ella que te obliga a seguir; como esas ocasiones en las que uno casualmente cruza delante de un espejo, y se para y se mira y remira, contemplándose, sin saber si se trata de narcisismo o masoquismo. Pero hay que decirlo todo. Crematorio tiene dos problemas.
El primero. Que no es una novela para simples, y a la gente que usa la lectura como si se tratara de marcas comerciales, la literatura les parece un producto y de ahí deducen que todo producto es literatura. Se lleva el libro bajo en calorías pero que llena mucho, como las pastillas para culturistas, llenas de mierda pero bajas en colesterol. Libritos promocionados especialmente para gente que afirma no tener tiempo pero que dedica un mínimo de tres horas diarias a la televisión, porque distrae,y quieren algo que les enganche y que la literatura no sea la huérfana de su consumo cultural. El segundo problema es el autor, Rafael Chirbes.
El primero. Que no es una novela para simples, y a la gente que usa la lectura como si se tratara de marcas comerciales, la literatura les parece un producto y de ahí deducen que todo producto es literatura. Se lleva el libro bajo en calorías pero que llena mucho, como las pastillas para culturistas, llenas de mierda pero bajas en colesterol. Libritos promocionados especialmente para gente que afirma no tener tiempo pero que dedica un mínimo de tres horas diarias a la televisión, porque distrae,y quieren algo que les enganche y que la literatura no sea la huérfana de su consumo cultural. El segundo problema es el autor, Rafael Chirbes.
Debo confesar que yo me interesé por Rafael Chirbes gracias a una particularidad insólita entre la gente que escribe. Ocurre que nuestro mundo editorial tiene la singularidad, creo que única entre los países que leen libros, de concederse premios a sí mismos. Toda gran casa editora española, sin excepción que yo sepa, tiene un par de premios que se otorgan ellos mismos con un descaro sólo comparable a la beatería del personal participante en el festejo. Me explico y lo digo con sus nombres, porque si no la gente, acostumbrada a desayunar con ruedas de molino, no se da por enterada. Planeta, Alfaguara, Tusquets, Anagrama… y así sucesivamente, programan anualmente una serie de premios que podrían denominarse los Juan Palomo, porque ellos se los guisan y ellos se los comen. Ponen el jurado, los participantes y hasta la edición, y luego llaman a los medios de comunicación para que bendigan el acto y se lo vendan a una ciudadanía ignorante y atolondrada. Del mecanismo funcional de los premios existe un anecdotario tan rico como perplejante, pero ahí siguen. Premios de novela, de ensayo, de biografía, de lo que sea con el ánimo de provocar una cierta expectativa publicitaria y aumentar las ventas. Nada que objetar salvo que está dirigido a un lector cándido y engañadizo, poco frecuentador del mundo de los libros fuera de los saraos y los comentarios de sociedad. En general a los autores, y no digamos a los agentes literarios, les parece de perlas porque suponen unos ingresos añadidos por una pequeña trampa que al fin y a la postre no denuncia nadie. Los premios en España consisten en que te publica la misma editorial que te contrata, pero te aumenta la cuota de publicidad y el adelanto.
Rafael Chirbes no participa de esta fórmula, o lo que es lo mismo, no tiene el más mínimo inconveniente en recibir premios sin calzador, y a texto publicado, igual que se hace en el mundo editorialmente maduro. Y yo confieso que llegué a él por esa singularidad; el resto vino acompañado de una novela que me impresionó como una punzada en el costado izquierdo, que es en algunos nuestro lado malo. Crematorio, recién publicada por Anagrama, me tuvo sumido en la sorpresa sobre algo que no lograba entender. No sólo se trataba de saber quién demonios era el tal Chirbes sino cómo era posible que uno pudiera descubrir a un escritor curtido en muchas batallas - es decir, en muchas derrotas- que sin embargo no había sobrepasado ni siquiera el ámbito de lo más propio, de lo suyo, de lo inmediato. Me explico. Rafael Chirbes nació en 1949 junto al pueblo valenciano de Tabernes que no figura en la más reciente y canónica enciclopedia de Valencia, donde no hay idiota meritorio que no tenga sus líneas. Es más, si usted busca a Chirbes en Wikipedia tendrá que saber alemán porque su biografía no está en castellano.
Y entonces ya nos vamos acercando a la realidad. Quizá por eso de que Chirbes es huérfano de un ferroviario desde los cuatro años debe tener muy claro que la historia de la literatura, al menos la española, es la cosa más parecida a Renfe. Cuando se hicieron mayores las gentes como Chirbes había tres clases de vagones - para pobres, clases medias y gente asentada-. Ahora, fíjense si la vida se ha simplificado, incluida la literatura, que sólo hay dos, y tienen nombres geniales: turista y preferente. O sea que en la vida, y en la literatura, en el siglo que acabamos de empezar se puede ir de turista o de preferente. Chirbes me da la impresión que pertenece por voluntad y derecho propio a la época donde con sólo dejar caer el culo sobre madera, escay o badana, era posible saber la posición de cada cual. Estudió Filosofía y hasta terminó, en Madrid, con una licenciatura y un máster en la cárcel de Carabanchel - ¿por qué no empezamos a llamar másters a las estancias carcelarias del franquismo; eso ayudaría mucho a que la gente entendiera el pasado?- y vivió intensamente el periodismo frenético y entusiasta de la transición. Lógicamente salió corriendo, o lo que es lo mismo, cuando empezó a entender lo que pasaba se retiró primero a un pequeño pueblo de Extremadura, de esos donde la vida es barata y todos lo demás muy caro, y cuyo nombre no oso decir para evitarme problemas con el ibarrato extremeño. Y luego a otro de Alicante, igualmente difícil pero con mejor clima.
Rafael Chirbes es un escritor español fundamental de nuestra literatura que vive gracias a los lectores alemanes. Y no porque tenga una de esas agentes literarias que abren mercados, otra expresión de la posmodernidad editorial más palpitante, sino porque Rafael Chirbes a pesar de ser un tipo orgulloso, locuaz, espléndido, buen gastrónomo, avispado catador, divertido, defensor de Galdós y Faulkner sin esquizofrenia, soltero, depresivo e inestable de carácter. Además, y sobre todo, tiene suerte. Esa fortuna del perdedor sonriente y con encaje, y resultó que una traductora alemana le buscó a él y al editor - genial la historia de nuestra literatura exportable, donde vienen a buscar lo que no está en el expositor- y así Chirbes se convirtió en autor leído en Alemania. ¿Por qué se dice que Javier Marías fue elogiado por los críticos alemanes, con Reich-Ranicki a la cabeza, y nadie señala que Chirbes también lo fue y en mayor medida? Pues por la misma razón que se mantiene la vieja concepción de Renfe, sigue habiendo tres clases de vagones, al menos para la gente que espera a los escritores en la estación. Me hace gracia pensar que de su soberbia narración
Rafael Chirbes no participa de esta fórmula, o lo que es lo mismo, no tiene el más mínimo inconveniente en recibir premios sin calzador, y a texto publicado, igual que se hace en el mundo editorialmente maduro. Y yo confieso que llegué a él por esa singularidad; el resto vino acompañado de una novela que me impresionó como una punzada en el costado izquierdo, que es en algunos nuestro lado malo. Crematorio, recién publicada por Anagrama, me tuvo sumido en la sorpresa sobre algo que no lograba entender. No sólo se trataba de saber quién demonios era el tal Chirbes sino cómo era posible que uno pudiera descubrir a un escritor curtido en muchas batallas - es decir, en muchas derrotas- que sin embargo no había sobrepasado ni siquiera el ámbito de lo más propio, de lo suyo, de lo inmediato. Me explico. Rafael Chirbes nació en 1949 junto al pueblo valenciano de Tabernes que no figura en la más reciente y canónica enciclopedia de Valencia, donde no hay idiota meritorio que no tenga sus líneas. Es más, si usted busca a Chirbes en Wikipedia tendrá que saber alemán porque su biografía no está en castellano.
Y entonces ya nos vamos acercando a la realidad. Quizá por eso de que Chirbes es huérfano de un ferroviario desde los cuatro años debe tener muy claro que la historia de la literatura, al menos la española, es la cosa más parecida a Renfe. Cuando se hicieron mayores las gentes como Chirbes había tres clases de vagones - para pobres, clases medias y gente asentada-. Ahora, fíjense si la vida se ha simplificado, incluida la literatura, que sólo hay dos, y tienen nombres geniales: turista y preferente. O sea que en la vida, y en la literatura, en el siglo que acabamos de empezar se puede ir de turista o de preferente. Chirbes me da la impresión que pertenece por voluntad y derecho propio a la época donde con sólo dejar caer el culo sobre madera, escay o badana, era posible saber la posición de cada cual. Estudió Filosofía y hasta terminó, en Madrid, con una licenciatura y un máster en la cárcel de Carabanchel - ¿por qué no empezamos a llamar másters a las estancias carcelarias del franquismo; eso ayudaría mucho a que la gente entendiera el pasado?- y vivió intensamente el periodismo frenético y entusiasta de la transición. Lógicamente salió corriendo, o lo que es lo mismo, cuando empezó a entender lo que pasaba se retiró primero a un pequeño pueblo de Extremadura, de esos donde la vida es barata y todos lo demás muy caro, y cuyo nombre no oso decir para evitarme problemas con el ibarrato extremeño. Y luego a otro de Alicante, igualmente difícil pero con mejor clima.
Rafael Chirbes es un escritor español fundamental de nuestra literatura que vive gracias a los lectores alemanes. Y no porque tenga una de esas agentes literarias que abren mercados, otra expresión de la posmodernidad editorial más palpitante, sino porque Rafael Chirbes a pesar de ser un tipo orgulloso, locuaz, espléndido, buen gastrónomo, avispado catador, divertido, defensor de Galdós y Faulkner sin esquizofrenia, soltero, depresivo e inestable de carácter. Además, y sobre todo, tiene suerte. Esa fortuna del perdedor sonriente y con encaje, y resultó que una traductora alemana le buscó a él y al editor - genial la historia de nuestra literatura exportable, donde vienen a buscar lo que no está en el expositor- y así Chirbes se convirtió en autor leído en Alemania. ¿Por qué se dice que Javier Marías fue elogiado por los críticos alemanes, con Reich-Ranicki a la cabeza, y nadie señala que Chirbes también lo fue y en mayor medida? Pues por la misma razón que se mantiene la vieja concepción de Renfe, sigue habiendo tres clases de vagones, al menos para la gente que espera a los escritores en la estación. Me hace gracia pensar que de su soberbia narración
La buena letra, la editorial Anagrama debió colocar unos diez mil ejemplares, como mucho, aventuro, y sin embargo en Alemania pasó de los doscientos mil, y hasta le dedicaron una semana en Colonia, donde por cierto no apareció autoridad española: ni literaria ni consular ni periodística.
¿Y qué es Crematorio?
¿Y qué es Crematorio?
Las novelas no se explican, se leen, y lo más que puede hacer un comentarista es acercar el libro a los lectores. Ahí encontrarán nuestro mundo; el que nació en la posguerra, creció en la transición y se hizo grande gracias al socialismo especiado y los populares imperturbables. Una familia, un constructor, un mundo. Cuando los sueños se hacen realidad y resulta que la realidad no tiene nada que ver con aquellos sueños. Pero así es la vida que hemos ido creando relatada por un escritor que un día decidió retirarse a vivir en un pequeño pueblo y se limita a la cosa más difícil de cuantas tareas puede tener un novelista: abrir bien los ojos del recuerdo, afilar el lápiz y ponerle una cierta distancia a lo indescriptible. A esto, algunos chicos de la crítica brillante lo llaman moralismo, cosa que no he entendido en mi vida, porque ellos lo aprendieron de sus abuelas, mientras que las gentes como Rafael Chirbes y los protagonistas de Crematorio no conocen ninguna moral como no sea la frustración de no haber llegado más lejos. ¿Habrá algún día quien cuente que si no fuera por escritores como Chirbes buena parte de nuestra literatura podría pasar por andorrana? Algo así como una variante del antiguo duralex;para todos los usos y todos los gustos.
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