A propósito de lo que lo sucedió el domingo al Senador democráta Carlos Navarrete, por cierto excelente conocedor de la historia de las canciones de José Alfredo Jiménez;.
Ya antes, el "fuego amigo" había llegado, sin pasar a mayores, al mismo ingeniero Cárdenas en una reunión en el monumento a la Revolución, y no se diga a Ruth, con esas frases burdas de ya "aflojó el cuerpo", "le agarraron la pierna", etcétera.
Fue vulgar y misógino el ataque a Ruth Zavaleta por parte de Andrés Manuel López Obrador ...
Y así siguieron otros más y muchos se quedaban callados.
¡Lástima!
Y bueno así son las cosas, primero son los adversarios de afuera, y después, después -sino se hace nada-, los de casa.
¡La sabiduría popular dice que cuando la perra es brava hasta los de casa muerde!
No se acordadará el Senador Navarrete de las agresiones que sufrieron, entre otros, el escritor Carlos Tello, o el guero Castañeda y Jorge Fernández en las presentaciones de libros.
La misma mano que mece la cuna. ¿o no?
Todo esto para recomendar la columna de Ricardo. Alemán...
Columna Itinerario Político/por Ricardo Alemán
Publicado en El Universal, 26 de febrero de 2008;
AMLO: envenenar todo… incluso al PRD
Reapareció la turba y se lanzó contra los líderes del partido en las cámaras de Diputados y de Senadores
Es claro: en una elección federal o interna, López Obrador está dispuesto a destruir todo lo que no esté con él.
Ver y escuchar… para creer. Durante meses, desde el 3 de julio de 2006 en este y otros espacios se denunció que la estrategia de Andrés Manuel López Obrador —en tanto candidato derrotado en las urnas— no era otra que la de “envenenar la vida política nacional”, para provocar la caída del gobierno de Felipe Calderón y para cobrar venganza por una derrota que nunca imaginó y para la cual no estaba preparado.
La primera y más fuerte dosis de ese veneno letal para la naciente democracia mexicana fue la duda mentirosa y deliberada sobre el resultado del proceso electoral del 2 de julio; intriga que, aderezada con el grito de la victimización y del “¡fraude!”, se tragaron sin masticar y digerir millones de ciudadanos a los que se había engañado previamente con el cuento de que la victoria estaba en la bolsa y que las encuestas le daban 10 puntos porcentuales de ventaja al rayito de esperanza.
Desde entonces muchas voces se alzaron para advertir que se estimulaba el regreso a los tiempos de la venganza política, polarización, confrontación entre buenos y malos, ricos y pobres; de fanatismo e intolerancia, fascismo y estalinismo, de la quema en leña verde de los supuestos traidores, y que eran claros los signos de que el derrotado candidato presidencial buscaba enlodar la naciente democracia mexicana.
Y como había ocurrido antes, durante y después del 2 de julio de ese 2006 abundaron las reacciones furibundas de fanáticos y enamorados de AMLO —aquellos cuya razón fue anulada por el corazón—, y las nada casuales campañas de los llamados call center, para insultar a los críticos de AMLO, a los que no compartían sus posiciones y estrategias, y para calificar de traidor a todo aquel que cometió el “pecado capital” de poner en duda o cuestionar el proceder locuaz, poco serio y nada ético del mesías tropical.
Así, los periodistas críticos de AMLO fueron los primeros en padecer la etiqueta de presuntos traidores, ya que criticar o pensar diferente los colocaba en el costal de los “vendidos”, y por esa razón debían ser exhibidos en la plaza pública sin más argumento que el de no pensar igual o, si se quiere, pensar distinto. Y claro, al tiempo que se quemaba en leña verde a los críticos de AMLO, sin pudor se elogiaba a sus halagadores, a los que se acreditaban todas las medallas posibles, sobre todo la de la incondicionalidad. Eran los únicos merecedores de la confianza de “la gente”, del “pueblo”, de “los buenos”. El maniqueísmo como argumento.
Luego cayeron de la gracia del mesías aquellos intelectuales que de manera tibia reclamaron autocrítica y que la elección se perdió por graves errores. En tanto, los intelectuales adictos hacían malabares para justificar la línea fascista que seguía AMLO, con argumentos chabacanos como que “en ninguna parte del mundo la izquierda es autocrítica”, y que la izquierda que representa AMLO, una izquierda atrasada, inculta, nada democrática, nada ética, peleonera, incongruente, mentirosa y tramposa, mesiánica, de un solo hombre, debe ser aceptada tal como es. ¿Cómo se les ocurre a los críticos de AMLO pensar en una izquierda distinta?
Nadie parecía estar a salvo de ser arrastrado por el tobogán de esa perversa estrategia lopistas; la de envenenar todo y a todos los que no estuvieran de acuerdo con las cada vez más delirantes estrategias de AMLO; las de destruir todo a su paso, incluso al propio partido amarillo. Queda claro que sea en una elección federal, sea en una elección interna, el señor AMLO está dispuesto a destruir todo lo que no esté con él, a todos los que no estén sometidos a sus decisiones y sus ambiciones.
Y en efecto, al señor López Obrador se le atravesó su padre político, el líder fundador Cuauhtémoc Cárdenas. Y sí, la turba se fue contra Cárdenas. Más adelante al tabasqueño se le atravesaron Los Chuchos en la lucha por la dirigencia del partido. Y sí, la turba adicta al mesías se fue contra la diputada Ruth Zavaleta, a la que el propio tabasqueño insultó en un tono de abierta misoginia, propia de esa dizque izquierda de AMLO.
Pero como la campaña de intolerancia y linchamiento —de supuestas o reales traiciones— impulsada por AMLO ya no tiene como objetivo a los adversarios y críticos del tabasqueño, sino que su blanco es el territorio de Los Chuchos —que podrían arrebatarle el control del partido—, entonces esa intolerancia, la persecución y las acusaciones de traición se volvieron contra los propios perredistas.
De esa manera, el domingo pasado el señor López Obrador encabezó un mitin frente a las instalaciones de Pemex para protestar contra la supuesta privatización de Pemex. Y sí, entonces reapareció la turba adicta al señor López Obrador y se lanzó contra los líderes de las cámaras de Diputados y Senadores del PRD: Javier González Garza y Carlos Navarrete, a quienes esa turba abucheó, insultó, agredió y denigró, porque los fanáticos, intolerantes y fascistas que siguen al señor López Obrador consideran que los líderes de diputados y senadores son traidores.
Y entonces aparecieron en voz del perredismo no adicto a AMLO los mismos señalamientos que aquí y en otros espacios se denunciaron antes, durante y después de julio de 2006: que el grupo político de Andrés Manuel López Obrador nada tiene de demócrata, que se trata de un puñado de intolerantes, herederos de cultura y prácticas fascistas, estalinistas, alejadas de la cultura y prácticas de la izquierda; que representa a lo más atrasado de esa izquierda y que usa los métodos más cuestionables del viejo PRI, como la amenaza de violencia y el chantaje político.
En pocas palabras, se confirma que el veneno que AMLO inoculó en amplios sectores sociales a los que engañó con el cuento del fraude, no sólo le restó una importante cauda de simpatizantes —hay que ver lo menguado de la manifestación de AMLO—, sino que ese veneno también llegó al PRD, a los que se acusa de traición y se les persigue por pensar y hablar distinto. Hoy, como ayer, AMLO y su turba persiguen a la izquierda por pensar distinto. Se comporta como Díaz Ordaz, como Echeverría, como López Portillo. Y dicen que es el símbolo de la izquierda buena, claro, según sus intelectuales orgánicos. Y aún hay quien niega la ruptura.
aleman2@prodigy.net.mx
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