Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicado en Excelsior, 12/05/2008;
Cuanto más violento, más vulnerable
En el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, la conductora de televisión Virginia Vallejo, quien fue durante ocho años amante de Pablo Escobar, el mítico líder del cártel de Medellín, muerto en 1993 luego de provocar decenas de miles de decesos, incluidos unos con estallidos de carros-bomba y aviones en pleno vuelo, el ajusticiamiento de miles de policías y jueces, de rivales en el negocio y cuatro candidatos presidenciales, cuenta cómo, en la medida en que Escobar comienza a ser perseguido y se caen sus principales redes para enviar cocaína a Estados Unidos (lo que lo había hecho inmensamente rico e incluso miembro del parlamento de su país), se va convirtiendo, de lo que él mismo consideraba como una suerte de Robin Hood paisa, nacionalista y preocupado por los pobres, en un ser cada vez más oscuro y violento, en el Rey del terror. Cuanto más débil era Escobar, cuantos más enemigos acumulaba y menor capacidad de operación y, por ende, de recursos, tenía, en mayor medida recurría a la violencia para tratar de vengarse y atemorizar a sus adversarios.
El libro de Vallejo no es, ni remotamente, la mejor historia del narcotráfico en Colombia, pero posiblemente sí el retrato más íntimo de Pablo Escobar. Dice Vallejo que “una guerra (refiriéndose a la que lanza Escobar contra el Estado colombiano) es lo más costoso que existe. Se deben comprar armas por toneladas. Se debe pagar generosamente no sólo a los soldados sino a todo tipo de espías y delatores y en el particular caso de Pablo, también a las autoridades de Medellín y Bogotá, a políticos y periodistas amigos. Estos centenares, posiblemente miles, de personas, equivalen a la nómina de una corporación y no hay toneladas de coca que resistan ese desangre cotidiano de recursos”. Y aborda un punto crucial con el fin de comprender el proceso que lleva a la caída de Escobar: “Para este momento (mediados de 1989) Escobar tiene dos problemas en la vida: para el público es obviamente la extradición; pero para los bien informados es el dinero. Tras la caída de su conexión cubana, Escobar se enfrenta a la urgencia de masivos recursos líquidos para una guerra que está polarizando a todos sus enemigos... para obtener recursos Escobar recurrirá cada vez más al secuestro y, para poner al Estado de rodillas, despedezará Bogotá y utilizará cada vez más fríamente a la prensa... Y el megalomaníaco obsesionado con la fama, el extorsionista que conoce como ninguno el precio de los presidentes, aprende a manipularlos (a los medios y los políticos) para vender la imagen de que cada día se vuelve más aterrador y todopoderoso, precisamente porque a cada hora se torna más vulnerable y menos rico”.
Años después Escobar estaría muerto, sus eternos rivales, los hermanos Rodríguez Orejuela, extraditados y presos en Estados Unidos, y los dos grandes cárteles de la droga, el de Medellín y el de Cali, han desaparecido para dar paso a otro tipo de organizaciones criminales mucho más horizontales y, también, con un margen de poder mucho menor que sus antecesores. Sin duda, el narcotráfico sigue siendo un grave problema en Colombia pero el Estado ha recuperado el control de las ciudades y de buena parte del país que antes estuvo en manos de narcotraficantes y grupos armados aliados a ellos, como las FARC, el ELN y las UAC. Sin embargo, para dar ese paso se requirió un proceso largo, una ola inaudita de violencia y la percepción, que en un momento ganó a una considerable parte de la sociedad colombiana, de que era preferible negociar con el narcotráfico o por lo menos dejarlo hacer, para no continuar con la violencia. No fue hasta que el narcotráfico sobrepasó todas las barreras tratando de demostrar una fuerza y unos recursos que no tenía, cuando se invirtió la relación de fuerzas y esos grandes cárteles fueron derrotados.
Siempre los intentos de comparar acríticamente las situaciones diferentes, que ocurren en distintos países, resultan fallidos, pero si se analizan los procesos con todos los ajustes del caso, las enseñanzas son útiles. Y lo que estamos viviendo en estas semanas y meses aciagos en términos de violencia, parece ser parte de un proceso similar al que se vivió entonces en Colombia. Nada es más parecido, por historia, por el tipo de líderes, por el paso de “benefactores sociales” a reyes del terror, que lo que sucede con el cártel de Sinaloa y en ese estado en particular. La vieja Federación, que encabezaba Joaquín El Chapo Guzmán (y antes lo hizo Amado Carrillo, el más parecido arquetipo de Escobar), se ha roto: existe hoy un enfrentamiento entre los viejos aliados de El Chapo Guzmán, con el cártel de Juárez que encabeza Vicente Carrillo y, a su vez, ambos con los hermanos Beltrán Leyva, que se sienten con derecho a apoderarse del control de toda la estructura. Se están enfrentando entre ellos, se enfrentan con sus rivales del Golfo en casi todo el país y se están enfrentando a una guerra real del Estado en su contra que, a diferencia del pasado, cuando se enfocaba a buscar y detener a capos, ahora le está pegando a su estructura territorial y de operación, tratando de debilitarlos desde la base. Si a eso le sumamos que no está llegando la misma cantidad de cocaína de Sudamérica y tampoco de metanfetaminas desde Oriente, tenemos un cuadro, para esas organizaciones, de falta de recursos, así como de vulnerabilidad, que se trata de compensar con sicarios e intimidación social. Allí está la raíz de la violencia que estamos viviendo. Por supuesto que, además, siguen existiendo corrupción, infiltración, deficiencias graves en los sistemas de seguridad y falta de compromiso de muchas instancias de gobierno, sumado a una falta de comprensión de muchos políticos y medios sobre lo que realmente está sucediendo en esta verdadera guerra. Pero, como en toda guerra (aunque el término muchas veces no nos guste), el resultado lo determinará la verdadera comprensión estratégica de la misma.
En el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, la conductora de televisión Virginia Vallejo, quien fue durante ocho años amante de Pablo Escobar, el mítico líder del cártel de Medellín, muerto en 1993 luego de provocar decenas de miles de decesos, incluidos unos con estallidos de carros-bomba y aviones en pleno vuelo, el ajusticiamiento de miles de policías y jueces, de rivales en el negocio y cuatro candidatos presidenciales, cuenta cómo, en la medida en que Escobar comienza a ser perseguido y se caen sus principales redes para enviar cocaína a Estados Unidos (lo que lo había hecho inmensamente rico e incluso miembro del parlamento de su país), se va convirtiendo, de lo que él mismo consideraba como una suerte de Robin Hood paisa, nacionalista y preocupado por los pobres, en un ser cada vez más oscuro y violento, en el Rey del terror. Cuanto más débil era Escobar, cuantos más enemigos acumulaba y menor capacidad de operación y, por ende, de recursos, tenía, en mayor medida recurría a la violencia para tratar de vengarse y atemorizar a sus adversarios.
El libro de Vallejo no es, ni remotamente, la mejor historia del narcotráfico en Colombia, pero posiblemente sí el retrato más íntimo de Pablo Escobar. Dice Vallejo que “una guerra (refiriéndose a la que lanza Escobar contra el Estado colombiano) es lo más costoso que existe. Se deben comprar armas por toneladas. Se debe pagar generosamente no sólo a los soldados sino a todo tipo de espías y delatores y en el particular caso de Pablo, también a las autoridades de Medellín y Bogotá, a políticos y periodistas amigos. Estos centenares, posiblemente miles, de personas, equivalen a la nómina de una corporación y no hay toneladas de coca que resistan ese desangre cotidiano de recursos”. Y aborda un punto crucial con el fin de comprender el proceso que lleva a la caída de Escobar: “Para este momento (mediados de 1989) Escobar tiene dos problemas en la vida: para el público es obviamente la extradición; pero para los bien informados es el dinero. Tras la caída de su conexión cubana, Escobar se enfrenta a la urgencia de masivos recursos líquidos para una guerra que está polarizando a todos sus enemigos... para obtener recursos Escobar recurrirá cada vez más al secuestro y, para poner al Estado de rodillas, despedezará Bogotá y utilizará cada vez más fríamente a la prensa... Y el megalomaníaco obsesionado con la fama, el extorsionista que conoce como ninguno el precio de los presidentes, aprende a manipularlos (a los medios y los políticos) para vender la imagen de que cada día se vuelve más aterrador y todopoderoso, precisamente porque a cada hora se torna más vulnerable y menos rico”.
Años después Escobar estaría muerto, sus eternos rivales, los hermanos Rodríguez Orejuela, extraditados y presos en Estados Unidos, y los dos grandes cárteles de la droga, el de Medellín y el de Cali, han desaparecido para dar paso a otro tipo de organizaciones criminales mucho más horizontales y, también, con un margen de poder mucho menor que sus antecesores. Sin duda, el narcotráfico sigue siendo un grave problema en Colombia pero el Estado ha recuperado el control de las ciudades y de buena parte del país que antes estuvo en manos de narcotraficantes y grupos armados aliados a ellos, como las FARC, el ELN y las UAC. Sin embargo, para dar ese paso se requirió un proceso largo, una ola inaudita de violencia y la percepción, que en un momento ganó a una considerable parte de la sociedad colombiana, de que era preferible negociar con el narcotráfico o por lo menos dejarlo hacer, para no continuar con la violencia. No fue hasta que el narcotráfico sobrepasó todas las barreras tratando de demostrar una fuerza y unos recursos que no tenía, cuando se invirtió la relación de fuerzas y esos grandes cárteles fueron derrotados.
Siempre los intentos de comparar acríticamente las situaciones diferentes, que ocurren en distintos países, resultan fallidos, pero si se analizan los procesos con todos los ajustes del caso, las enseñanzas son útiles. Y lo que estamos viviendo en estas semanas y meses aciagos en términos de violencia, parece ser parte de un proceso similar al que se vivió entonces en Colombia. Nada es más parecido, por historia, por el tipo de líderes, por el paso de “benefactores sociales” a reyes del terror, que lo que sucede con el cártel de Sinaloa y en ese estado en particular. La vieja Federación, que encabezaba Joaquín El Chapo Guzmán (y antes lo hizo Amado Carrillo, el más parecido arquetipo de Escobar), se ha roto: existe hoy un enfrentamiento entre los viejos aliados de El Chapo Guzmán, con el cártel de Juárez que encabeza Vicente Carrillo y, a su vez, ambos con los hermanos Beltrán Leyva, que se sienten con derecho a apoderarse del control de toda la estructura. Se están enfrentando entre ellos, se enfrentan con sus rivales del Golfo en casi todo el país y se están enfrentando a una guerra real del Estado en su contra que, a diferencia del pasado, cuando se enfocaba a buscar y detener a capos, ahora le está pegando a su estructura territorial y de operación, tratando de debilitarlos desde la base. Si a eso le sumamos que no está llegando la misma cantidad de cocaína de Sudamérica y tampoco de metanfetaminas desde Oriente, tenemos un cuadro, para esas organizaciones, de falta de recursos, así como de vulnerabilidad, que se trata de compensar con sicarios e intimidación social. Allí está la raíz de la violencia que estamos viviendo. Por supuesto que, además, siguen existiendo corrupción, infiltración, deficiencias graves en los sistemas de seguridad y falta de compromiso de muchas instancias de gobierno, sumado a una falta de comprensión de muchos políticos y medios sobre lo que realmente está sucediendo en esta verdadera guerra. Pero, como en toda guerra (aunque el término muchas veces no nos guste), el resultado lo determinará la verdadera comprensión estratégica de la misma.
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