Columna Botica de Jorge Meléndez Preciado en El Universal, 15/09/2008;
Dinosaurio mayor
Francisco Galindo Ochoa fue conocido por sus dichos: “Perro no come carne de perro”, significando que los periodistas no deberían hablar de ellos ni de los medios. Arcaísmo si vemos revistas y columnas donde se analiza el papel de radio y televisión. En sus mesas de restaurantes, desayuno y comida, otorgaba privilegios a sus seguidores y quería, incluso a desconocidos, señalarles el camino oficial. Hasta el final de sus días tuvo adeptos. Pero envejeció como el sistema al cual sirvió. Su ejemplo no será luminoso, igual que el de muchos de su generación. La vida cobra.
Francisco Galindo Ochoa fue conocido por sus dichos: “Perro no come carne de perro”, significando que los periodistas no deberían hablar de ellos ni de los medios. Arcaísmo si vemos revistas y columnas donde se analiza el papel de radio y televisión. En sus mesas de restaurantes, desayuno y comida, otorgaba privilegios a sus seguidores y quería, incluso a desconocidos, señalarles el camino oficial. Hasta el final de sus días tuvo adeptos. Pero envejeció como el sistema al cual sirvió. Su ejemplo no será luminoso, igual que el de muchos de su generación. La vida cobra.
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Columna Interés Público/Miguel Angel Granados Chapa:
Favores Garantizadas a la Orden
Somos uno con unos y otro con otros, escribió Pirandello. Según Beatriz Paredes, presidenta del PRI, Francisco Galindo Ochoa fue un "digno integrante de nuestras filas, quien a lo largo de su vida fue ejemplo de lealtad a nuestro partido y de compromiso patriótico con México. Quienes conocimos su sentido del humor, su fina ironía y su entereza de hombre cabal, sabemos que la política mexicana sufrió una gran pérdida".Hay visiones diferentes sobre la actuación pública de Galindo Ochoa, nacido en Tamazula, Jalisco, y muerto el miércoles pasado, 10 de septiembre de 2008. Fue uno de los más activos agentes del mecanismo de corrupción de la prensa que formó parte, y no ha sido extirpado todavía, del sistema autoritario priista que perdió la mayoría en las cámaras y la Presidencia de la República pero que sigue ejerciendo una enorme porción del poder público mexicano.
Galindo Ochoa fue diputado por primera vez en 1949, y volvió a la Cámara en 1955. En esta legislatura, la 43ª, había encontrado ya su vocación. Era el encargado de entregar a los reporteros de la fuente parlamentaria un sobre con dinero, el embute que favorecía las relaciones de los periodistas de a pie con el gobierno. Esa paga, ilegítima e innecesaria (porque los directores de los medios para los cuales trabajaban tenían sus propios vínculos, aceitados de modo semejante pero en dimensiones mayores), "facilitaba que los periodistas, la mayoría con sueldos cortos, pudiera moverse con soltura en los escenarios de lujo de la política", según descubrió el entonces joven reportero Julio Scherer, quien veía a Galindo Ochoa vestido "con ropa que compraba en dólares", y quien contaba con "dinero sin medida, (...) relaciones al más alto nivel (...) influencia en los medios...".
Galindo Ochoa construía esas relaciones sirviendo de acompañante servil en sus parrandas a políticos poderosos, como lo enseña esta anécdota -que muestra también el sentido del humor y la finura a que se refirió la presidenta Paredes- contada en el responso que José Elías Romero Apis escribió 48 horas después del fallecimiento de Galindo Ochoa:
"Corría el fin de los años cuarenta o principios de los cincuenta. Una tarde, la comida se prolongó hasta bien entrada la noche. Galindo Ochoa, cuya edad no llegaba a los 40 años, había recorrido el Tampico Club, el Lincoln y otros comederos de primera categoría política. Puesto que era el más joven del grupo y el de mejor jerarquía, le había correspondido la ingrata y tradicional obligación de manejar el automóvil y medio atender a los demás.
"Dado lo avanzado de la noche y del cansancio y puesto que los otros tres ya estaban profundamente 'cuajados', orilló el auto para descansar cinco o siete minutos y de esa manera recobrar las fuerzas necesarias para realizar el itinerario del depósito domiciliario de sus amigos.
"En eso llegó un 'tamarindo' soez y corrupto que lo primero que hizo fue gritarle: 'Oiga amigo, está usted mal parado'. A ello, Galindo le respondió con mayor vigor: 'Cállate, güey, te voy a decir quiénes son esos tres borrachos que vienen dormidos. El de atrás a la derecha, que viene roncando, es el presidente del PRI. El de atrás de mí, que viene todo amorcillado, es el gobernador de Sinaloa. El que está a mi derecha, con la jeta recargada en la ventanilla, es el gobernador de Chihuahua. Yo, que soy el más jodido de todos, soy diputado federal. Y así dices, pendejo, que estoy mal parado." (Excélsior, 12 de septiembre.)
Secretario de prensa de su partido cuando lo presidió Alfonso Corona del Rosal, era el encargado de elegir los regalos para los periodistas amigos. Según una grabación recogida por Jacinto Rodríguez Murguía en La otra guerra sucia, la relación de los medios con el poder se expresaba con desdeñoso realismo de los beneficiarios de su función: Respecto de Julio Ernesto Teissier, que a la sazón escribía en Novedades la columna De domingo a domingo, Galindo Ochoa recomendaba: "a esa gente, mejor lana (...) siempre anda tras ella". Y a Carlos Denegri, a quien Corona del Rosal quería mandarle como regalo de fin de año "lo que más le gustara", Galindo recomendaba: "mándele lana (...) porque ahorita está ladrando aquel (...) Tuvo que correr a un gerente y tuvo que darle 50 mil pesos".
Galindo Ochoa y Denegri fueron socios en el Fichero político, una columna mercenaria que aparecía los domingos en el Excélsior de los años cincuenta y el comienzo de la década siguiente. A partir de fichas que identificaban a los políticos, sus nombres aparecían impresos, acompañados de elogios o denuestos, según la paga, del propio interesado o de sus detractores, que obviamente no aparecían en la escena. Un industrioso ayudante propuso un día transcribir las fichas, organizadas en tres categorías: de los que se habla bien, de los que se habla mal, y de los que no se habla, en colores que permitieran su rápida localización. No es práctico, lo disuadieron, "porque eso cambia".
Díaz Ordaz lo hizo director de prensa de la casa presidencial, hasta el 12 de febrero de 1968. Se ignora la causa del despido, pero el presidente se encargó de difundir que no mantenían buena relación. Socarrón y procaz, explicaba que había conferido a su antiguo colaborador una comisión que le reclamaba todo su tiempo: chingar a su madre. Volvió a Palacio Nacional, a la misma función, en el último tramo del sexenio de López Portillo. Echó por la borda los afanes de su antecesor, Luis Javier Solana, por cumplir y fortalecer el derecho a la información. Al contrario, se convirtió en censor. Convenció al presidente para romper con Proceso, que vivía con esfuerzo su primera década. Hizo pronunciar a López Portillo la sentencia que es divisa autoritaria: "no pago para que me peguen", expresión que denota la decisión de dotar de publicidad gubernamental sólo a los serviles, a los que adulan, no a los que critican, como si la contratación de anuncios en los medios fuera una dádiva, un favor, y no una función de gobierno.
Galindo Ochoa construyó un puente entre políticos en apuros o en trance de ascender, y periodistas y medios de información. Colocaba a "gente suya" en los periódicos y los surtía de chismes o datos que favorecían o desprestigiaban. Pagaba el servicio con fondos que él recolectaba y administraba, aportados por los políticos interesados en ese género de difusión, en ese tipo de recados. Manuel Buendía llamó a ese mecanismo Favores Garantizados a la Orden, para jugar con las iniciales del nombre de quien formulaba esa oferta.
Aunque diariamente a su mesa en el restaurante Champs Elysées, que ahora queda vacante, acudían a comer o a saludar infinidad de políticos, pocos acudieron a su sepelio, pocos firmaron esquelas con sus condolencias. Quizá procedieron así para que en públicos amplios no se les vincule con modos de hacer política que siguen practicándose pero que ya no son bien vistos y hasta pueden resultar embarazosos.
Galindo Ochoa fue diputado por primera vez en 1949, y volvió a la Cámara en 1955. En esta legislatura, la 43ª, había encontrado ya su vocación. Era el encargado de entregar a los reporteros de la fuente parlamentaria un sobre con dinero, el embute que favorecía las relaciones de los periodistas de a pie con el gobierno. Esa paga, ilegítima e innecesaria (porque los directores de los medios para los cuales trabajaban tenían sus propios vínculos, aceitados de modo semejante pero en dimensiones mayores), "facilitaba que los periodistas, la mayoría con sueldos cortos, pudiera moverse con soltura en los escenarios de lujo de la política", según descubrió el entonces joven reportero Julio Scherer, quien veía a Galindo Ochoa vestido "con ropa que compraba en dólares", y quien contaba con "dinero sin medida, (...) relaciones al más alto nivel (...) influencia en los medios...".
Galindo Ochoa construía esas relaciones sirviendo de acompañante servil en sus parrandas a políticos poderosos, como lo enseña esta anécdota -que muestra también el sentido del humor y la finura a que se refirió la presidenta Paredes- contada en el responso que José Elías Romero Apis escribió 48 horas después del fallecimiento de Galindo Ochoa:
"Corría el fin de los años cuarenta o principios de los cincuenta. Una tarde, la comida se prolongó hasta bien entrada la noche. Galindo Ochoa, cuya edad no llegaba a los 40 años, había recorrido el Tampico Club, el Lincoln y otros comederos de primera categoría política. Puesto que era el más joven del grupo y el de mejor jerarquía, le había correspondido la ingrata y tradicional obligación de manejar el automóvil y medio atender a los demás.
"Dado lo avanzado de la noche y del cansancio y puesto que los otros tres ya estaban profundamente 'cuajados', orilló el auto para descansar cinco o siete minutos y de esa manera recobrar las fuerzas necesarias para realizar el itinerario del depósito domiciliario de sus amigos.
"En eso llegó un 'tamarindo' soez y corrupto que lo primero que hizo fue gritarle: 'Oiga amigo, está usted mal parado'. A ello, Galindo le respondió con mayor vigor: 'Cállate, güey, te voy a decir quiénes son esos tres borrachos que vienen dormidos. El de atrás a la derecha, que viene roncando, es el presidente del PRI. El de atrás de mí, que viene todo amorcillado, es el gobernador de Sinaloa. El que está a mi derecha, con la jeta recargada en la ventanilla, es el gobernador de Chihuahua. Yo, que soy el más jodido de todos, soy diputado federal. Y así dices, pendejo, que estoy mal parado." (Excélsior, 12 de septiembre.)
Secretario de prensa de su partido cuando lo presidió Alfonso Corona del Rosal, era el encargado de elegir los regalos para los periodistas amigos. Según una grabación recogida por Jacinto Rodríguez Murguía en La otra guerra sucia, la relación de los medios con el poder se expresaba con desdeñoso realismo de los beneficiarios de su función: Respecto de Julio Ernesto Teissier, que a la sazón escribía en Novedades la columna De domingo a domingo, Galindo Ochoa recomendaba: "a esa gente, mejor lana (...) siempre anda tras ella". Y a Carlos Denegri, a quien Corona del Rosal quería mandarle como regalo de fin de año "lo que más le gustara", Galindo recomendaba: "mándele lana (...) porque ahorita está ladrando aquel (...) Tuvo que correr a un gerente y tuvo que darle 50 mil pesos".
Galindo Ochoa y Denegri fueron socios en el Fichero político, una columna mercenaria que aparecía los domingos en el Excélsior de los años cincuenta y el comienzo de la década siguiente. A partir de fichas que identificaban a los políticos, sus nombres aparecían impresos, acompañados de elogios o denuestos, según la paga, del propio interesado o de sus detractores, que obviamente no aparecían en la escena. Un industrioso ayudante propuso un día transcribir las fichas, organizadas en tres categorías: de los que se habla bien, de los que se habla mal, y de los que no se habla, en colores que permitieran su rápida localización. No es práctico, lo disuadieron, "porque eso cambia".
Díaz Ordaz lo hizo director de prensa de la casa presidencial, hasta el 12 de febrero de 1968. Se ignora la causa del despido, pero el presidente se encargó de difundir que no mantenían buena relación. Socarrón y procaz, explicaba que había conferido a su antiguo colaborador una comisión que le reclamaba todo su tiempo: chingar a su madre. Volvió a Palacio Nacional, a la misma función, en el último tramo del sexenio de López Portillo. Echó por la borda los afanes de su antecesor, Luis Javier Solana, por cumplir y fortalecer el derecho a la información. Al contrario, se convirtió en censor. Convenció al presidente para romper con Proceso, que vivía con esfuerzo su primera década. Hizo pronunciar a López Portillo la sentencia que es divisa autoritaria: "no pago para que me peguen", expresión que denota la decisión de dotar de publicidad gubernamental sólo a los serviles, a los que adulan, no a los que critican, como si la contratación de anuncios en los medios fuera una dádiva, un favor, y no una función de gobierno.
Galindo Ochoa construyó un puente entre políticos en apuros o en trance de ascender, y periodistas y medios de información. Colocaba a "gente suya" en los periódicos y los surtía de chismes o datos que favorecían o desprestigiaban. Pagaba el servicio con fondos que él recolectaba y administraba, aportados por los políticos interesados en ese género de difusión, en ese tipo de recados. Manuel Buendía llamó a ese mecanismo Favores Garantizados a la Orden, para jugar con las iniciales del nombre de quien formulaba esa oferta.
Aunque diariamente a su mesa en el restaurante Champs Elysées, que ahora queda vacante, acudían a comer o a saludar infinidad de políticos, pocos acudieron a su sepelio, pocos firmaron esquelas con sus condolencias. Quizá procedieron así para que en públicos amplios no se les vincule con modos de hacer política que siguen practicándose pero que ya no son bien vistos y hasta pueden resultar embarazosos.
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El decano Galindo Ochoa/José Elias Romero
Publicado en Exceslisor (http://www.exonline.com.mx/) 12-Sep-2008
Amaba al Partido Revolucionario Institucional y estaba orgulloso de él en cuanto a su origen, su historia y sus logros. Le dolía cuando se equivocaba y cuando fracasaba. Le lastimaba que lo criticaran y que lo humillaran.
Murió Francisco Galindo Ochoa quien fue, durante mucho tiempo, el decano del PRI.
Él y mi padre eran amigos y yo habría de heredar los beneficios de esa buena amistad, reforzada por la que entablé con sus hijos. Ello me permitió sostener con don Pancho conversaciones francas, directas, interesantes, importantes y amenas. Con su partida nos deja tristezas. Pero, con su vida nos dejó riquezas. Fue un hombre lleno de equipamientos. Supo ser maestro generoso, hombre de bien y leal amigo.
Siempre orientó a los jóvenes de muchas generaciones. Yo fui uno de ellos. Nos animó y nos guió. Nos instaló curiosidades y entusiasmos. Fortaleció nuestras seguridades. Descubrió nuestras aptitudes. Nos dio alas y nos enseñó a volar. Yo, y muchos más, recibimos mucho de él.
Su credencial de militancia partidista es del 18 de octubre de 1933. La firman Carlos Riva Palacio y Federico Medrano como presidente y secretario general, respectivamente. Durante esos 75 años, Galindo portó diariamente su credencial. También, diariamente, utilizó en la solapa izquierda su distintivo partidista. Ostentó ese pin aun en su velorio. A la capilla ardiente fueron muchos priistas a despedirlo, encabezados por Beatriz Paredes.
Amaba al Partido Revolucionario Institucional y estaba orgulloso de él en cuanto a su origen, su historia y sus logros. Le dolía cuando se equivocaba y cuando fracasaba. Le lastimaba que lo criticaran y que lo humillaran.
Pero no me refiero con ello a aquel cariño que profesa el aficionado deportivo y que proviene de la simpatía cariñosa o de la pasión, mas no de un sentimiento o de una creencia más profundos. Galindo Ochoa amaba al PRI porque creía en la Revolución Mexicana y porque estaba convencido de que su partido político ha sido el instrumento formidable e insuperable para que su credo ideológico se convirtiera en realidad en nuestra vida colectiva.
Galindo creía en que los recursos estratégicos deben ser de la nación. Que la seguridad social debe ser más amplia y más eficiente. Que la escuela debe ser laica y gratuita. Que las conquistas agrarias y laborales deben ser irreversibles. Que la universidad pública debe seguir siendo un mecanismo de transformación social. Que en la defensa de la soberanía y en la preservación del nacionalismo está depositada la ineludible grandeza nacional.
En los últimos años le noté en la expresión algo que, para quien no lo trató, pudiera parecerle melancolía o tristeza pero que, en el caso de quienes lo conocimos, sabíamos que era exactamente preocupación. Estaba convencido de que las cosas mexicanas no van bien. Que no hay dirección ni soluciones a la vista. Que hay berrinches e inconducencias. Me decía que siempre había habido problemas graves en la nación, pero existieron las voluntades para resolverlos. Cuando la política va bien, todos nuestros problemas tienen solución, pero cuando la política va mal hasta lo que hoy está sano puede enfermar mañana.
Sin embargo, como no se trata de que todo sea tristeza, no resisto la tentación de contar una anécdota que es de las más famosas en el anecdotario mexicano y que he escuchado en infinidad de narradores que, aun cuando difieren en detalles, deja en claro que, con respecto a la esencia y a los protagonistas, no existen divergencias.
Corría el fin de los años cuarenta o el principio de los cincuenta. Una tarde, la comida se prolongó hasta bien entrada la noche. Galindo Ochoa, cuya edad no llegaba a los cuarenta años, había recorrido el Tampico Club, el Lincoln y otros comederos de primera categoría política. Puesto que era el más joven del grupo y el de menor jerarquía, le había correspondido la ingrata y tradicional obligación de manejar el automóvil y de medio atender a los demás.
Dado lo avanzado de la noche y del cansancio y puesto que los otros tres ya estaban profundamente “cuajados”, orilló el auto para descansar cinco o siete minutos y, de esa manera, recobrar las fuerzas necesarias para realizar el itinerario del depósito domiciliario de sus amigos.
En eso llegó un “tamarindo” soez y corrupto que lo primero que hizo fue gritarle: “Oiga, amigo, está usted mal parado”. A ello, Galindo le respondió con mayor vigor: “Cállate, güey. Te voy a decir quienes son esos tres borrachos que vienen dormidos. El de atrás a la derecha, que viene roncando, es el presidente del PRI. El de atrás de mí, que está todo amorcillado, es el gobernador de Sinaloa. El que está a mi derecha, con la jeta recargada en la ventanilla, es el gobernador de Chihuahua. Yo, que soy el más jodido de todos, soy diputado federal. Y así dices, pendejo, que yo soy el que está mal parado”. Hasta allí la anécdota que describe su carácter y su estilo.
Estas breves líneas tratan de pintarlo de cuerpo entero. Como dijo Beatriz Paredes en su condolencia, fue un hombre pleno de lealtades ideológicas y partidistas. Fue un hombre lleno de fidelidades amistosas. Fue un hombre colmado de lucidez y de buen humor. Fue un mexicano de los mejores.
w989298@prodigy.net.mx
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Murió Francisco Galindo Ochoa quien fue, durante mucho tiempo, el decano del PRI.
Él y mi padre eran amigos y yo habría de heredar los beneficios de esa buena amistad, reforzada por la que entablé con sus hijos. Ello me permitió sostener con don Pancho conversaciones francas, directas, interesantes, importantes y amenas. Con su partida nos deja tristezas. Pero, con su vida nos dejó riquezas. Fue un hombre lleno de equipamientos. Supo ser maestro generoso, hombre de bien y leal amigo.
Siempre orientó a los jóvenes de muchas generaciones. Yo fui uno de ellos. Nos animó y nos guió. Nos instaló curiosidades y entusiasmos. Fortaleció nuestras seguridades. Descubrió nuestras aptitudes. Nos dio alas y nos enseñó a volar. Yo, y muchos más, recibimos mucho de él.
Su credencial de militancia partidista es del 18 de octubre de 1933. La firman Carlos Riva Palacio y Federico Medrano como presidente y secretario general, respectivamente. Durante esos 75 años, Galindo portó diariamente su credencial. También, diariamente, utilizó en la solapa izquierda su distintivo partidista. Ostentó ese pin aun en su velorio. A la capilla ardiente fueron muchos priistas a despedirlo, encabezados por Beatriz Paredes.
Amaba al Partido Revolucionario Institucional y estaba orgulloso de él en cuanto a su origen, su historia y sus logros. Le dolía cuando se equivocaba y cuando fracasaba. Le lastimaba que lo criticaran y que lo humillaran.
Pero no me refiero con ello a aquel cariño que profesa el aficionado deportivo y que proviene de la simpatía cariñosa o de la pasión, mas no de un sentimiento o de una creencia más profundos. Galindo Ochoa amaba al PRI porque creía en la Revolución Mexicana y porque estaba convencido de que su partido político ha sido el instrumento formidable e insuperable para que su credo ideológico se convirtiera en realidad en nuestra vida colectiva.
Galindo creía en que los recursos estratégicos deben ser de la nación. Que la seguridad social debe ser más amplia y más eficiente. Que la escuela debe ser laica y gratuita. Que las conquistas agrarias y laborales deben ser irreversibles. Que la universidad pública debe seguir siendo un mecanismo de transformación social. Que en la defensa de la soberanía y en la preservación del nacionalismo está depositada la ineludible grandeza nacional.
En los últimos años le noté en la expresión algo que, para quien no lo trató, pudiera parecerle melancolía o tristeza pero que, en el caso de quienes lo conocimos, sabíamos que era exactamente preocupación. Estaba convencido de que las cosas mexicanas no van bien. Que no hay dirección ni soluciones a la vista. Que hay berrinches e inconducencias. Me decía que siempre había habido problemas graves en la nación, pero existieron las voluntades para resolverlos. Cuando la política va bien, todos nuestros problemas tienen solución, pero cuando la política va mal hasta lo que hoy está sano puede enfermar mañana.
Sin embargo, como no se trata de que todo sea tristeza, no resisto la tentación de contar una anécdota que es de las más famosas en el anecdotario mexicano y que he escuchado en infinidad de narradores que, aun cuando difieren en detalles, deja en claro que, con respecto a la esencia y a los protagonistas, no existen divergencias.
Corría el fin de los años cuarenta o el principio de los cincuenta. Una tarde, la comida se prolongó hasta bien entrada la noche. Galindo Ochoa, cuya edad no llegaba a los cuarenta años, había recorrido el Tampico Club, el Lincoln y otros comederos de primera categoría política. Puesto que era el más joven del grupo y el de menor jerarquía, le había correspondido la ingrata y tradicional obligación de manejar el automóvil y de medio atender a los demás.
Dado lo avanzado de la noche y del cansancio y puesto que los otros tres ya estaban profundamente “cuajados”, orilló el auto para descansar cinco o siete minutos y, de esa manera, recobrar las fuerzas necesarias para realizar el itinerario del depósito domiciliario de sus amigos.
En eso llegó un “tamarindo” soez y corrupto que lo primero que hizo fue gritarle: “Oiga, amigo, está usted mal parado”. A ello, Galindo le respondió con mayor vigor: “Cállate, güey. Te voy a decir quienes son esos tres borrachos que vienen dormidos. El de atrás a la derecha, que viene roncando, es el presidente del PRI. El de atrás de mí, que está todo amorcillado, es el gobernador de Sinaloa. El que está a mi derecha, con la jeta recargada en la ventanilla, es el gobernador de Chihuahua. Yo, que soy el más jodido de todos, soy diputado federal. Y así dices, pendejo, que yo soy el que está mal parado”. Hasta allí la anécdota que describe su carácter y su estilo.
Estas breves líneas tratan de pintarlo de cuerpo entero. Como dijo Beatriz Paredes en su condolencia, fue un hombre pleno de lealtades ideológicas y partidistas. Fue un hombre lleno de fidelidades amistosas. Fue un hombre colmado de lucidez y de buen humor. Fue un mexicano de los mejores.
w989298@prodigy.net.mx
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