15 abr 2011

Opinión de Diego Fernández de Cevallos

,Pacto claro gobierno-sociedad, primer paso/Diego Fernández de Cevallos, texto de su participación en Espacio 2011 en Puebla
 Milenio Diario, 2011-04-15
Primera afirmación: solamente puede vivir a lo grande quien educado para lo grande está.
Segunda afirmación: una sociedad que ha perdido valores religiosos, éticos y cívicos es presa segura de la barbarie y ésta se apoyará, para mayor tragedia, en los maravillosos avances tecnológicos de la era digital.
Toda lucha contra la corrupción, la impunidad y las diversas manifestaciones del crimen debe empezar por cambiar lo más profundo del ser humano; todo debe comenzar por fortalecer los valores sociales.
Gracias a la era digital podemos transmitir mensajes a todo el mundo, a la velocidad de la luz, así como guardarlos en archivos seguros.
Sin duda esto es algo fascinante, algo verdaderamente asombroso y revolucionario; empero, también, lamentablemente hoy en día la tecnología digital es herramienta indispensable para sojuzgar a los más débiles y para el avance del crimen organizado.
En la exposición de motivos de este panel se nos dice que: “se requiere la creación de entornos éticos donde la solidaridad se exprese en la provisión de opciones que faculten prácticas de vida saludable”.
Lo anterior es cierto, sin embargo, todas las teorías, todos los esfuerzos y todas las inversiones fracasarán si no asumimos que para reducir a su mínima expresión la pobreza, la injusticia y la violencia se requiere el trabajo diario, concertado y generoso de las familias, las iglesias, las escuelas, los gobiernos y los medios de comunicación para que cada institución haga su tarea y así formar seres verdaderamente humanos y sociables.
La tecnología, está claro, sirve para lo bueno y lo malo; para construir y para destruir; para la paz y para la guerra; para la superación de los pueblos y para su exterminio. Por ello, sin una gran cruzada educativa y cultural todo será fallido.
Entendamos de una vez por todas que el delito, provenga desde las esferas del poder político o económico o de las organizaciones criminales, solamente es un aspecto de la enfermedad. Esto es así, pues por cada delincuente muerto o encarcelado aparecen cinco, más desquiciados y violentos, disputándose la plaza. Cuando la sociedad se sustentaba en valores éticos más sólidos hasta los criminales guardaban cierto código de comportamiento; perdidos esos valores ninguna brutalidad resulta inimaginable.
Las grandes injusticias sociales no son propiamente enfermedades, sino consecuencia de la enfermedad estructural y endémica de las personas y de la sociedad. Todas las expresiones de la violencia, activa y pasiva, desde la que con frecuencia se da en las familias, pasando por las sociedades intermedias como pueden ser, en algunos casos, corporaciones religiosas, escuelas, sindicatos, centros de trabajo, oficinas públicas y medios de comunicación, son la consecuencia natural de la sustitución de los verdaderos valores humanos y sociales por ese maquillaje en las relaciones personales que hace perder a la verdad de los hechos frente a la percepción, al bien común frente a la voracidad, al valor frente al acomodo cobarde. Esa sustitución de valores que privilegia a la honra frente al honor, que, con frecuencia, nos permite ser indiferentes ante la injusticia, cuando no promotores de ella.
¿Para qué combatimos la depredación si no combatimos la depravación que la genera?
Recordemos que el estado superior de la conciencia es lo que nos lleva del “Yo” al “Nosotros” y del “Nosotros” al “Todos Nosotros”, para aceptar finalmente que “Todos somos uno”. Esa es la verdadera solidaridad. Nos salvamos todos o nos perdemos todos.
¿Cómo entender a Héctor, en La Ilíada, que vence sus miedos y enfrenta al semidios Aquiles a sabiendas de que morirá? Lo entendemos porque el héroe tuvo valores religiosos, éticos y cívicos por los que valía la pena morir, por eso defendió a Troya.
¿Cómo podemos entender que un hidalgo, con armadura rota, un caballo flaco y un amigo fiel, empuñando lanza y espada conquistara al mundo? Porque Don Quijote amó y decidió ser libre; porque decidió romper las peores cadenas que son aquellas que aprisionan nuestro espíritu.
Se me dirá que esos ejemplos son producto de la imaginación de Homero y de Cervantes. Es cierto, pero basta con observar el comportamiento que hoy tiene el pueblo japonés ante su tragedia, así como la generosidad sin límites de quienes protegen a migrantes que viajan en La Bestia en el sureste de México para comprender que frente a la adversidad y el crimen hay en todas partes hombres y mujeres con una categoría superior.
Jóvenes universitarios: es de la mayor importancia hallar en la exposición de motivos de este foro la genuina preocupación por lo que en ella se llama “la falta de conectividad principalmente en segmentos de bajo poder adquisitivo”, así como la necesidad de lograr el “empoderamiento ciudadano” a través de la digitalización, pero no olvidemos el imperativo de dar sustancia y valor a la “conectividad” y al “empoderamiento”.
No es posible en pocos minutos agotar una agenda tan vasta como la que se propone en este foro, pero al menos apuntaré finalmente, como enunciados para más amplia discusión, dos cuestiones adicionales que considero relevantes si hablamos de inseguridad y violencia:
Primero, el papel que juega Estados Unidos como vecino de México y, segundo, presentar una propuesta práctica, aunque es incompleta, pero que puede adicionarse al esfuerzo que el gobierno y la sociedad vienen haciendo contra el delito y la violencia.
Respecto del primero, no debemos olvidar que para el gobierno americano hay tres enunciados básicos, a saber: “cero tolerancia” al terrorismo; que la violencia se dé más allá de sus fronteras y que a sus funcionarios no se les toca. En los hechos, aunque digan que no pactan con delincuentes, lo hacen todos los días con los testigos protegidos e informantes del crimen organizado; en los hechos, el tráfico de drogas y armas, así como lavado de dinero son tolerados y representan un elemento de la mayor importancia para su economía. Lo anterior no puede ser soslayado por la comunidad internacional y especialmente por México.
Respecto de lo segundo, como propuesta práctica y sin que implique renunciar a la lucha por un auténtico Estado de Derecho, ante la descomposición social que padecemos, con enormes márgenes de corrupción e impunidad, resulta una quimera querer cambiar todo de un día para otro e imponer “cero tolerancia” ante toda transgresión a la ley. Posiblemente un primer paso sería un pacto claro entre gobierno y sociedad en el que se fijen prioridades, respecto de ciertas conductas, como pueden ser la violación, la corrupción de menores, el secuestro y el homicidio contra los cuales la fuerza del Estado pueda asociar rápidamente crimen y castigo. No se propone dejar paso franco a las demás transgresiones al derecho, sino priorizar los esfuerzos del gobierno y de la sociedad contra los flagelos más sensibles que aquejan a ésta. Es de reconocerse el enorme esfuerzo del gobierno federal y de muy diversas autoridades por combatir las múltiples expresiones de la criminalidad, pero tal vez sería preferible poner énfasis y ser verdaderamente eficaces en temas que laceran dramáticamente a la colectividad y pasar de ahí, en círculos concéntricos, a proteger efectivamente al complejo mundo de la convivencia social.
Recordemos que nada abona más al delito que la impunidad y que nadie nace violento; se hace violento en la familia y en la sociedad. No permitamos que el milagro de lo digital potencialice la maldad. La ciencia y la tecnología siempre deben estar al servicio de la humanidad.
Ojalá, jóvenes universitarios, pronto podamos decir que en México se vive en paz y con justicia; ojalá pronto podamos decir que el pueblo de México sabe vivir a lo grande porque educado para lo grande está.

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