En la beatificación de Pablo VI..
Ante una múltitud en la Plaza de San Pedro, Francisco utilizó un
cáliz, vistió una casulla y llevó el báculo del Beato.
El
báculo rematado en la cruz de Jesucristo crucificado es de color plateado y
representa que Jesús no se quedó en la cruz sino que resucitó, por tanto
representa la muerte y la resurrección como explicó Radio Vaticana.
El
Beato Pablo VI utilizó este báculo durante el Concilio Vaticano II y hasta hoy
ha sido utilizado por los Pontífices sucesores como San Juan Pablo II.
Francisco vistió además una casulla que el Beato recibió de regalo en su
80 cumpleaños, El cáliz que usó durante la Misa también perteneció al Papa
Montini.
En la ceremonia de beatificación estuvo presente Benedicto XVI.
Antes de dar inicio a la Santa Misa, el Papa Francisco se acercó al Sumo Pontífice Emérito y lo saludó como ya es costumbre.
Como se recuerda el predecesor del Papa Francisco, quien fue creado Cardenal por el futuro beato, aprobó el 20 de diciembre de 2012 las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pablo VI. (Giovanni Battista Montini), Sumo Pontífice, nacido en Concesio (Italia) el 26 de septiembre de 1897 y fallecido en Castel Gandolfo (Italia) el 6 de agosto, 1978
El milagro atribuido a la intercesión de Pablo VI, fue el de la curación de un niño en el vientre de su madre.
En
la liturgia de la Palabra la primera lectura fue leída en italiano y la segunda
en español. También durante las peticiones de los fieles, el Papa Francisco realizó la primera petición
por intercesión del Beato diciendo: “Señor Jesús por la intercesión del Beato
Pablo VI, que con su vida ha enseñado el amor apasionado a ti y a la Iglesia,
acoge nuestra oración y cólmanos de tu presencia”.
El
actual Beato para la Iglesia Católica fue el primer pontífice en visitar el
continente americano, visitó en 1968 la ciudad de Medellín (Colombia) para la
Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM). Al bajar del avión en Bogotá
antes de llegar a la ciudad donde estaban reunidos los obispos, el Pontífice
besó el suelo, gesto que repitió posteriormente San Juan Pablo II en cada uno
de sus viajes.
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