Columna Sólo
para Iniciados/Juan Bustillos..
Impacto, 5 de junio de 2015
Camacho,
el villano
Manlio,
Gamboa, Marcelo, López Obrador, Aspe a través de Videgaray, Liébano y Salinas
le sobreviven y prolongan la pelea de 1994
Se
equivocan quienes califican a Carlos Salinas como el villano favorito de mi
generación; el apelativo lo ganó Manuel Camacho con todo merecimiento.
Esta
madrugada, aquel personaje fundamental de mi generación, se marchó dejando en
la orfandad ideológica a la izquierda y sin protección a Marcelo Ebrard… pero
presos de la nostalgia a muchos otros, al menos a mí.
La
noticia me impresiona; apenas el jueves en MESA DE REDACCIÓN, el programa en
Internet de IMPACTO TV, había dicho a Hugo Páez y Roberto Cruz que Manuel
estaba muy grave; había seguido paso a paso sus males; de hecho reportamos lo
que muy pocos sabíamos, que en un penúltimo esfuerzo, penúltimo porque el
último fue su postrer respiro, viajó a la India en busca de salvación y sólo
consiguió agravar más su situación.
No,
no fue en busca de la medicina alternativa, pero la ciencia le falló.
En
los últimos 25 años sólo nos reencontramos en una ocasión… a instancias suyas.
Acepté
con gusto, pero pedí que a la mitad del encuentro se incorporaran Rafa Reséndiz
y Manuel Aguilera que lo sucedió en la jefatura del Distrito Federal. Dos
testigos de calidad, le dije riendo; riendo, aceptó. Rafa fue el mejor amigo y
colaborador de Luis Donaldo Colosio y Aguilera de Camacho.
Estábamos
de nueva cuenta ¡cómo no! en lo nuestro, en lo único a lo que le entendemos, en
tiempos de sucesión presidencial; hablamos de todo y de nada; de Carlos, Luis
Donado Colosio, Pepe Córdoba, Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones, el
subcomandante Marcos, Liébano Sáenz, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc
Cárdenas, de Jorge “El Güero” Rosillo, y de tantos otros grandes de nuestra
generación. Marcelo no mereció un segundo de aquel precioso tiempo. Durante
hora y media reímos a placer de las cosas que nos tocó vivir; aliados cuando
Salinas quería ser presidente y peleando cuando él lo quiso suceder.
Antes
de llegar Reséndiz y Aguilera, le comenté que me resultaba absurdo que de nueva
cuenta nos enfrentáramos como si en realidad fuésemos enemigos, y sólo porque
él le iba a Andrés Manuel López Obrador; Manlio a Roberto Madrazo; a Emilio
Gamboa se le acabó el royal y se quedó sin candidato porque Enrique Jackson se
desinfló como pastel mal horneado, y yo me jugué la vida con Arturo Montiel.
Apenas
dejó el velatorio, Aguilera le aconsejó ver al presidente Salinas; fue entonces
que pidió una carta que lo exculpara del magnicidio.
Diana
Laura me contaría más tarde, cuando le propuse postularse candidata en lugar de
su marido, que a la petición de Carlos de firmar la misiva de Manuel, contestó
con unas cuantas palabras: “No soy tan generosa como mi marido”. No lo fue y Manuel
se quedó sin carta que lo hermanara con el difunto.
También
recordé aquella mañana con Manuel sus esfuerzos en los medios de comunicación
para cargar en las efemérides sobre los hombros de Salinas del cadáver de
Colosio en las efemérides del magnicidio; decía que la prensa se movía sola,
pero ni él lo creía. Ambos sabíamos que Marcelo la tenía bien aceitada.
Y
desde luego, hablamos de los encuentros, propiciado por él, de Salinas con
Cuauhtémoc Cárdenas en casa de Manuel Aguilera pasada la elección de 1988.
PROPICIADOS
POR ÉL
El
oficio, pero sobre todo la confianza ganada a base de amistad leal, me ha
permitido saber más de lo que he publicado. Sin duda por Aguilera y por el
inolvidable Ricardo Castillo Peralta, “El Güero” Rosillo me dispensaba su amistad.
En algunas tardes y noches de whisky, animado por el trío que preguntaba sin
cesar ¿”De dónde son los cantantes?”, Jorge nos entretenía con su inagotable
egoteca. ¿Cuántas de sus historias son verdaderas y cuántas inventó? ¿De veras
fue quien mató a balazos al jefe de la policía de Batistas cuando tomó La
Habana con el Che Guevara? ¿Cómo no imaginarlo robando a su esposa en plena
fiesta del gobernador de Chiapas? Era una delicia escuchar cómo fue que su cama
quedó intacta en el temblor del 85, pese a que se desplomó con todo y
penthouse. Ahí estaban en cueros ante los asustados capitalinos que corrían de
un lado para el otro.
Así
que un día resignado leí la “exclusiva” en un periódico y no me quedó más que
recordar a Doña Clemen, aunque ella no tuviera culpa de mi traición al oficio y
mi lealtad a Rosillo.
¿QUIÉN
TE ESCRIBE LAS COLUMNAS?
De
aquello platiqué con Manuel, pero hablamos de mucho más, de cosas que sólo los
dos sabíamos, por ejemplo, de cuando el presidente Salinas me pidió en Los
Pinos, el 19 de septiembre de 1993, que le revelara quién me dictaba las
columnas contra el jefe del Departamento del DF que publicaba en IMPACTO y en
el periódico La Prensa.
Válgame,
el presidente actuando como jefe de prensa de Camacho. Salinas tenía una
explicación: los precandidatos se estaban golpeando salvajemente entre sí y
estaban ensuciando la sucesión.
La
fecha se me quedó grabada porque ese día se suicidó Fernando Serrayonga, que
había sido secretario particular de Manlio y de Arturo Núñez en la
Subsecretaría de Gobernación.
De
Los Pinos me marché a la funeraria; ahí encontré a don Fernando Gutiérrez
Barrios y le platiqué lo ocurrido con el presidente Salinas.
“Dele
vacaciones a la máquina de escribir de su cuñada”, me recomendó el gran viejo,
ya convertido en ex secretario de Gobernación, refiriéndose a las palabras de
despedida de Carlos en la residencia presidencial.
Había
platicado al mandatario de mi situación familiar de ese momento y en respuesta
había recibido la petición de ese favor. Por supuesto, di vacaciones a la
máquina de mi cuñada, pero no a la mía. Camacho siguió siendo el personaje
principalísimo de la columna. Quien la sufrió fue Liébano, él era el sospechoso
de ser mi manipulador.
Un
recuerdo más. A Julio Camelo casi lo sacaron del hospital (había sufrido un
percance automovilístico) para organizar una cena con Manuel. Hablamos largo,
hasta casi sufrir, cual vampiros, los rayos del sol. Camacho quería saber cómo
me llegaba la información que él llamaba “privilegiada”. Entre pregunta y
pregunta era una delicia escucharlo hablar de historia de México.
Sospechaba
de todos, en especial de Manlio, Córdoba y Gamboa, pero se equivocaba.
Al
despedirnos, le pregunté qué asunto le había quedado pendiente con Cárdenas
después de autorizar la Fiscalía Especial de Leonel Godoy para investigar el
asesinato de Gil y Ovando. “¡El teléfono!”, gritó. Hacía tiempo que un viejo
amigo de la Dirección Federal de Seguridad había reaparecido y para
corresponder un favor, me entregaba de vez en vez una especie de suscripción de
lo que llamaba “el antropométrico”; se trataba de un compendio de transcripciones
de grabaciones telefónicas de todo tipo de personajes.
La
mayor parte del contenido era basura, pero en aquellos tiempos de los pájaros
en el alambre y de las cocas en refrigerados, en los que no había smartphones
ni redes sociales, aterraba a los indiscretos leer en periódico lo que habían
olvidado de sus pláticas telefónicas.
Ya
para despedirnos, le platiqué que una mañana en Gobernación me habían
obsequiado un expediente de memorándums en los que “El Güero” Rosillo le
comunicaba que, conforme a sus órdenes, había entregado al subcomandante Marcos
uniformes, botas y todo lo necesario para la revolución, pero que me había
negado a publicarlo.
Me
preguntó por qué había desperdiciado la oportunidad si tenía lo que parecía un
arma mortal en su contra.
Primero,
le dije, porque Jorge era mi amigo, y segundo porque no los creía tan tontos
como para hacer la revolución a base de memorándums. Era evidente que el
gobierno había fabricado las evidencias.
Todavía
sin invitados le dije que no había sido el único derrotado de 1994. Tú perdiste
con nosotros (Salinas, Beltrones, Gamboa, Aspe, Córdoba, Reséndiz, etcétera),
pero todos, tú y nosotros, perdimos con Zedillo. Más aún, la paradoja es que al
final tú también ganaste porque la izquierda de López Obrador no tendría
sentido sin ti.
--“No
lo había visto así”, contestó y se carcajeó. Era cierto, quizá al final él ganó
porque terminó adueñándose de la izquierda. No llegó a ser el jefe, pero sí su
manipulador ideológico y estratégico; el resto debió sufrir a Zedillo y sus
fobias.
Más
tarde, conforme a lo convenido, llegaron Rafa y Manuel y la plática giró sobre
la actualidad; nunca más nuestros caminos se volvieron a cruzar, pero tampoco
nunca más me volví a ocupar de él con la ferocidad de los tiempos de la
precampaña y campaña de Luis Donaldo, ni como cuando su privilegiada
inteligencia y capacidad de maniobra lo llevaron a inventar y aprovechar al
subcomandante Marcos y su revolución de a mentiritas para convencer a Carlos y
al país de que él y no “Pelo Chino” era la solución en aquel año convulso 1994.
La
chiapaneca fue la más excelsa de sus maniobras magistrales: fabricó un problema
para solucionarlo. Era su pan nuestro de todos los días.
Con
su muerte no muere mi generación porque de aquellos tiempos aún quedan muchos
en el poder o disputando el futuro: Manlio, Gamboa, Marcelo Ebrard, Andrés
Manuel, Liébano Sáenz, Pedro Aspe a través de Luis Videgaray, muchos más y,
quién lo pudiera creer, Cuauhtémoc Cárdenas. Y, desde luego, Carlos,
eternamente omnipresente.
Pero
con Camacho perdemos a uno de los grandes. No tengo duda que su ausencia causa
pesar, incluso a Salinas, que con él, Emilio Lozoya padre y José Francisco Ruiz
Massieu organizaron un grupo para servir a la población y tomar el poder.
No
tengo certeza, pero estoy seguro que en aquellos tiempos de bohemia de los años
70s aquel grupo de amigos se comprometió a sucederse en el poder uno a uno.
Carlos, el mejor posicionado y con mayores aptitudes, arribó primero y los
arrastró a todos consigo, pero llegado el momento, otro fue el elegido,
Colosio. ¿Qué motivó el cambio? ¿Por qué Carlos se desencantó de su amigo de la
juventud?
Camacho
se percató de que algo andaba mal desde que Gutiérrez Barrios y no él fue
designado secretario de Gobernación.
Después
hizo todo por convencer a Salinas de que el recién llegado, el advenedizo, Luis
Donaldo, no era la solución. Llegó a extremos, es cierto; intentó arrebatarle
la candidatura en plena campaña e, imagino, que sin percatarse ni proponérselo,
creó el clima del magnicidio.
Hoy
ya no está con nosotros y los priístas siguen sin perdonarlo.
Descanse
en paz.
#SóloParaIniciados
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