La
pandilla del MIT/Paul Krugman, es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.
El
País | 25 de julio de 2015
Adiós,
Chicago boys. Hola, pandilla del MIT.
Por
si no saben de lo que hablo, la expresión “muchachos de Chicago” se usaba en su
momento para referirse a aquellos economistas latinoamericanos, formados en la
Universidad de Chicago, que se llevaron el radicalismo del libre mercado a sus
países de origen. La influencia de estos economistas se enmarcó en un fenómeno
más generalizado: las décadas de 1970 y 1980 fueron una época de supremacía
para las ideas económicas basadas en el laissez-faire y para la escuela de
Chicago, promotora de dichas ideas.
Pero
hace mucho tiempo de eso. Ahora hay otra escuela que está en alza, y
merecidamente.
De
hecho, resulta sorprendente la poca atención que han prestado los medios de
comunicación al predominio de los economistas formados en el MIT, el Instituto
Tecnológico de Massachusetts, en los cargos políticos y la retórica política.
Pero es de lo más llamativo. Ben Bernanke se doctoró en el MIT; igual que Mario
Draghi, presidente del Banco Central Europeo, y Olivier Blanchard, el
enormemente influyente jefe de economía del Fondo Monetario Internacional
(FMI). Blanchard va a jubilarse, pero su sustituto, Maurice Obstfeld, es otro
hombre del MIT (y otro alumno de Stanley Fischer, que dio clase en el MIT
durante muchos años y ahora es vicepresidente de la Reserva Federal).
Estos
son solo los ejemplos más destacados. Los economistas formados en el MIT,
especialmente los que se doctoraron durante la década de 1970, tienen un peso
desproporcionado en las instituciones y los debates políticos de todo el mundo
occidental. Y sí, yo formo parte de la misma panda.
¿Qué
distingue la economía del MIT de las demás y qué importancia tiene esto? Para
responder a esa pregunta, hay que remontarse a la década de 1970, cuando todas
las personas que acabo de nombrar cursaban sus estudios de posgrado.
En
aquella época, el gran problema era la combinación de un paro elevado con una
inflación elevada. La llegada de la estanflación fue un gran triunfo para
Milton Friedman, quien había predicho exactamente ese desenlace si el Gobierno
intentaba mantener la tasa de paro demasiado baja durante demasiado tiempo;
todo el mundo lo consideró, con razón o —en su mayoría— sin ella, una prueba de
que los mercados acertaban y el Gobierno debía limitarse a quitarse de en
medio.
O,
por decirlo de otra manera, muchos economistas respondieron a la estanflación
dando la espalda a la economía keynesiana y a su petición de que el Gobierno
adoptara medidas para combatir las recesiones.
Sin
embargo, Keynes nunca se marchó del MIT. Sin duda, la estanflación ponía de
manifiesto que las medidas políticas tenían limitaciones. Pero los alumnos
siguieron aprendiendo acerca de las imperfecciones de los mercados y la función
que la política fiscal y monetaria puede desempeñar a la hora de estimular una
economía deprimida.
Y
los estudiantes del MIT de la década de 1970 ahondaron en esas ideas en su
trabajo posterior. Blanchard, por ejemplo, demostró que las pequeñas
desviaciones de la racionalidad perfecta pueden tener grandes repercusiones
económicas; Obstfeld probó que los mercados de divisas pueden experimentar a
veces un pánico causado por ellos mismos.
Este
punto de vista pragmático y de mentalidad abierta se vio reivindicado de forma
abrumadora tras el estallido de la crisis en 2008. Los economistas de la
escuela de Chicago advertían una y otra vez de que si se respondía a la crisis
imprimiendo dinero y permitiendo que aumentase el déficit, se provocaría una
estanflación similar a la de la década de 1970, y que la inflación y los tipos
de interés se dispararían. Pero los del MIT predijeron, con acierto, que la
inflación y los tipos de interés seguirían bajos mientras la economía estuviese
deprimida, y que los intentos prematuros de reducir drásticamente el déficit
agravarían la depresión.
La
verdad, aunque nadie lo crea, es que el análisis económico que algunos
aprendimos en el MIT hace mucho tiempo ha funcionado muy, pero que muy bien
durante los siete últimos años.
¿Pero
se ha traducido el éxito intelectual de la economía del MIT en un éxito
político comparable? Por desgracia, la respuesta es que no.
Es
cierto que se han producido varios triunfos monetarios importantes. La Reserva
Federal, dirigida por Bernanke, hizo caso omiso de las presiones y amenazas de
la derecha —Rick Perry, siendo gobernador de Texas, llegó al extremo de
acusarle de traición— y se mantuvo fiel a una política resueltamente expansiva
que contribuyó a limitar los estragos causados por la crisis financiera. En
Europa, el activismo de Draghi ha sido crucial para tranquilizar los mercados
financieros, lo que probablemente ha salvado al euro de una catástrofe.
En
otros frentes, sin embargo, los buenos consejos de la panda del MIT no se han
tenido en cuenta. El departamento de investigación del FMI, bajo la dirección
de Blanchard, ha llevado a cabo un trabajo escrupuloso sobre los efectos de la
política fiscal y ha demostrado, más allá de toda duda razonable, que recortar
drásticamente el gasto cuando la economía está deprimida es un tremendo error y
que los intentos de reducir una deuda elevada mediante la austeridad son
contraproducentes. Pero los políticos europeos han recortado drásticamente el
gasto y exigido una austeridad devastadora a los deudores de todo el
continente.
Mientras
tanto, en Estados Unidos, los republicanos han respondido al estrepitoso
fracaso de la ortodoxia del libre mercado y al notable éxito de las
predicciones de sus odiadísimos keynesianos plantándose en sus trece todavía
más, decididos a no aprender nada de la experiencia.
En
otras palabras, tener razón no siempre basta para cambiar el mundo. Pero, aun
así, es mejor tener razón que equivocarse, y la economía del MIT, con su
pragmática apertura a la evidencia, ha estado, efectivamente, muy acertada.
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