El Financiero, 30 de septiembre de 2015
Columna Estrictamente
Personal.
Todos
los días, en el arranque de su columna en Milenio, Joaquín López Dóriga publica un aforismo bajo el seudónimo de
Florestán. El viernes, frente a las versiones de que sus días como
conductor del noticiario estelar de Televisa estaban contados, por la denuncia
de extorsión contra su esposa y la acusación de que quiso chantajear a María
Asunción Aramburuzavala, una de las empresarias más importantes de México,
escribió burlón y desafiante: “Los hay
que, en su miseria humana, andan por la vida repartiendo falsos certificados de
defunción”. Para el buen entendedor, López Dóriga aseguró que su patrón lo
respaldaba.
El
primer reviere al reto público de López Dóriga vino en Proceso, en la pluma de Jenaro Villamil, en un reportaje de
portada que tituló: “Los Negocios de López Dóriga”. Villamil describió cómo a
través de varias empresas el conductor y su esposa recibieron contratos de
gobiernos federal y estatales entre 2001 y 2015 por casi 240 millones de pesos,
y habló de entrevistas que fueron pagadas por políticos y comentarios que, en
ambos casos, son el equivalente en papel de gacetillas –o propaganda–
disfrazada de información. López Dóriga
dijo que un cheque que mostró Villamil era falso, pero no desmintió el resto
del contenido. Quiso descalificar a través de un documento la acusación
directa. Tampoco, por cierto, ha desmentido que haya amenazado y buscado
chantajear a la señora Aramburuzavala.
Este
tema no es sobre dimes y diretes, ni se refiere a un diferendo entre
periodistas. Tampoco se trata realmente de un periodista. El asunto no es de
egocentrismos. Tiene que ver con la estrecha relación de los medios y el poder
en México y de la institución políticamente más retrasada en México y que menos
rinde cuentas a la sociedad. La radiografía sobre el cuestionamiento de la
ética profesional de López Dóriga no es una crítica a él solo, sino a quienes
le pagan y quienes lo contratan. Obliga, por tanto, a preguntar:
1) Por qué sigue
al aire el conductor del principal noticiario de Televisa –la más grande
empresa de comunicación en el segundo nivel de los gigantes mundiales–, pese a
las acusaciones de la señora Aramburuzavala de un intento de extorsión por
parte de su esposa –cuyo
caso se está ventilando en tribunales– y de amenazas de López Dóriga en su
contra para que se desista de su demanda, donde le dijo que la acabaría
mediáticamente. López Dóriga no tiene mejor espacio para destruirla que la
pantalla del Canal 2 a las 10:30 de la noche, y en segundo lugar, el micrófono
de Radio Fórmula de una y media a tres y media de la tarde de lunes a viernes.
Si se piensa en sus palabras, López Dóriga afirmó que Televisa y Radio Fórmula
son instrumentales para su venganza, aunque ninguno de los dos le han permitido
ventilar los problemas judiciales de su esposa en sus espacios.
2)
Por qué si el conductor está en medio de un escándalo que envuelve corrupción,
extorsiones y amenazas, que incluye delitos perseguidos de oficio y que pueden
significar cárcel para la esposa de López Dóriga, la política de comunicación
social de Los Pinos sigue manteniéndolo como eje de su estrategia, y el
presidente Enrique Peña Nieto lo ve regularmente. La oficina de prensa de Los
Pinos sigue filtrando a través de él información y adelantos antes que sus
propios canales de comunicación; además es el número uno en las entrevistas
programadas por la Presidencia.
La
forma como sus patrones y en Los Pinos han tratado de distanciarse y
deslindarse del caso llama poderosamente la atención. Los medios de
comunicación se sustentan en la calidad ética de sus criterios editoriales, el
profesionalismo, la responsabilidad y la honestidad del medio y de sus
periodistas. Radio Fórmula, incluso, presume el “talento, credibilidad y
prestigio” de sus colaboradores. Las denuncias contra López Dóriga –en el
contexto de las imputaciones de la señora Aramburuzavala se han recordado
anteriores casos de amenazas y extorsión de políticos y empresarios– lastiman
precisamente su prestigio y credibilidad, y desmontan todo criterio ético que
pueda argumentar. El daño a su persona tendría que significar un daño a las
empresas para las cuales trabaja, que como evidentemente no han visto su
afectación ni en el campo de sus audiencias, ni en sus ingresos, han preferido
cerrar los ojos. La moral, pareciera ser su axioma, sí es el árbol que da
moras.
El
caso de López Dóriga es un gran ejemplo de que en México no pasa nada.
Realmente no pasa nada. Sus patrones miran para otro lado bajo el argumento de
que es un asunto entre particulares. El gobierno igual. Es irrelevante la
calidad moral del mensajero en una sociedad que no castiga con el rechazo. Los
actores políticos ni ven ni oyen. Siguen buscando que los entreviste y los
colaboradores del conductor no dejan de estar a su lado. El hecho es de alta
relevancia para la salud pública, porque la relación del poder y los medios es
toral en una democracia. Es decir, por lo que atraviesa López Dóriga no es el
centro del todo. Lo fundamental es la forma como procesen este conflicto sus
patrones y el gobierno, y que manden la señal de que en México las cosas no
pasan hasta que pasan.
Twitter:
@rivapa
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