EL ASALTO A LA
RAZÓN/Carlos Marín
Milenio, 2 de octubre de 2015
Tu 2 de
Octubre, Joaquín
Sin
conocernos aún, coincidimos en la Plaza de las Tres Culturas: tú, iniciándote
como reportero de El Heraldo (empecé cinco meses después en El Día); yo,
bautizándome de miedo entre “los alborotadores”.
Comenzamos
a curtirnos en la campaña de Echeverría, en la que aprendimos que más importante
que la nota es averiguar cómo carajos transmitirla (desde poblados donde nadie
conocía los billetes de 20 pesos ni el sabor de las galletas o los sándwiches
que regalábamos, hasta que supimos del chorrillo que provocábamos a esa pobre
gente).
Hoy,
a 47 años de labrar tu éxito, la excrementicia revista insignia de los
carroñeros (léase Proceso) te hizo blanco de una más de las infamias de que medra y sobrevive,
excitando contra ti a tus demás mediocres y envidiosos malquerientes, incapaces
de digerir que el mejor de los oficios te ha dado para vivir muy bien, sin que
yo, como reportero también, sepa de nadie que te haya pagado por mentir,
tergiversar, extorsionar o hacer lo que esos pobres diablos hacen para sembrar
odios y ensalzar a falsos redentores.
Muchas
felicidades.
cmarin@milenio.com
#
Columna Razones de Jorge Fernández Menendez/ Excelsior.
“En estos días, Joaquín López-Dóriga está en el ojo de una tormenta para algunos legítima, para otros prefabricada. Pero hoy Joaquín cumple 47 años de reportero. Su primera adjudicación fue cubrir, en el desaparecido Heraldo, la marcha del 2 de octubre del 68. Nadie puede tener un bautismo profesional así sin engrandecerse o abandonar. Más allá de cualquier vicisitud, Joaquín es un periodista con enorme talento, que fue el primero que comprendió y llevó adelante lo que ahora es casi norma: que se podía y debía ser simultáneamente periodista de prensa, radio y televisión y tener éxito en los tres ámbitos. Medio siglo en esto es toda una vida. Felicidades.
Columna Razones de Jorge Fernández Menendez/ Excelsior.
“En estos días, Joaquín López-Dóriga está en el ojo de una tormenta para algunos legítima, para otros prefabricada. Pero hoy Joaquín cumple 47 años de reportero. Su primera adjudicación fue cubrir, en el desaparecido Heraldo, la marcha del 2 de octubre del 68. Nadie puede tener un bautismo profesional así sin engrandecerse o abandonar. Más allá de cualquier vicisitud, Joaquín es un periodista con enorme talento, que fue el primero que comprendió y llevó adelante lo que ahora es casi norma: que se podía y debía ser simultáneamente periodista de prensa, radio y televisión y tener éxito en los tres ámbitos. Medio siglo en esto es toda una vida. Felicidades.
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EN PRIVADO/Joaquín
López-Dóriga
Milenio, 2 de octubre de 2015
Hoy
hace 47 años…
Pues
sí están para saberlo.Florestán
Les
he contado que a eso de las ocho de la mañana del 3 de octubre de 1968 me
despertó don Gabriel Alarcón Chargoy, dueño de El Heraldo de México, para
reprocharme que me había dormido en la redacción, y el jefe de información, don
Mario Santoscoy, le explicó que venía llegando de Tlatelolco, lo que era
parcialmente cierto: por la tarde y noche había estado en la Plaza de las Tres
Culturas y en la madrugada en el anfiteatro de la tercera delegación y en el
hospital Rubén Leñero, central de la Cruz Verde. Al atardecer, bajo la lluvia, vi
los cadáveres, que luego apilarían en el atrio de la iglesia, mientras
ambulantes de sanidad militar se hacían cargo de los heridos y soldados de los
detenidos, todos en la plaza, descalzos y mojados.
El primer
reporte de que había comenzado la matanza lo envió mi compañero y amigo de
tantos años Miguel Reyes Razo, al que fuimos a apoyar en medio del
miedo, que luego sería incredulidad. Nunca había visto tantos muertos en mi
vida. La muerte la había conocido unos días antes, en el Casco de Santo Tomás,
en el Instituto Politécnico Nacional, frente a las instalaciones de la escuela
de Enfermería Rural, donde civiles de la dirección Federal de Seguridad, de la
Secretaría de Gobernación, a cargo de Luis Echeverría, con apoyo de militares,
mataron a varios jóvenes. Esa noche nos
refugiamos con Nidia Marín, compañera de aquella jornada, en el Rubén Leñero.
Al
anochecer del 2 de octubre, la matanza era un asunto de la zona de Tlatelolco.
En el resto de la ciudad, ya no se diga del país, se ignoraba la sangre que corría
en la plaza, donde me encontré con Reyes Razo, con Sotero García Reyes y con
Ramón Cossío, reporteros de El Heraldo. Como podíamos, con teléfonos de
veintes, eran los públicos, los pocos que había, enviábamos información a don
Mario Santoscoy, que armaba, con su serenidad inmutable, todo el rompecabezas
de algo que no tenía cabeza.
Cerca
de la medianoche, en autobuses, comenzaron a llevarse a centenaras de
estudiantes que tenían formados frente a la Secretaría de Relaciones
Exteriores. A un lado seguía la pila de cadáveres que trasladaron en unas
camionetas grises a la tercera delegación de policía, hasta donde los seguí.
Al
asomarme al anfiteatro, era imposible dar un paso o entender qué había pasado.
Los cadáveres no cabían en las planchas y los tenían en el suelo, unos encima
de otros.
De
allí fui, colgado de una ambulancia de la Cruz Verde, al Rubén Leñero, donde
los que no cabían eran los heridos.
Aún
no amanecía y regresé cerca de la prolongación de Melchor Ocampo a recoger mi
coche, que había dejado en un camellón. Allí seguía. Enfilé a la redacción de
El Heraldo, me senté ante mi escritorio hasta que me despertó don Gabriel.
Y
me dio la planta de reportero.
Mañana
se cumplen 47 años y cuando renazca, volveré a hacer lo mismo, reportero, porque
ha sido un privilegio.
Nos
vemos el martes, pero en privado
lopezdoriga@milenio.com
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