19 mar 2017

El café de Orwell y el periodismo (1)

 El café de Orwell y el periodismo (1)/ Gregorio Morán 
La Vanguardia, domingo, 19/Mar/2017
No deja de ser significativo que el centro de debate sobre el periodismo digital en España tenga su lugar en Huesca. Una ciudad poco frecuentada por las élites y que este año ha llegado a su XVIII congreso, magníficamente organizado y con una asistencia de unos quinientos congresistas, en su mayoría jóvenes.
Sin ánimo de ofender, Huesca queda muy lejos de todo, menos del periodismo, gracias a un puñado de profesores aragoneses que se desviven por exhibir una ciudad tranquila, donde sería un delito de lesa ciudadanía no respetar los pasos de cebra, donde la gente camina despacio y donde todo está a mano -50.000 habitantes orgullosos de vivir en la ciudad menos conocida quizá de España- y cuyo pasado más cercano se concentra en los conflictos entre el cacique Manuel Camo y el intelectual Joaquín Costa, al que dio estudios y muchas querellas. Huesca, como Oviedo, y otras pocas ciudades españolas, fueron fascistas desde el primer momento de la Guerra Civil. Supuso una matanza de liberales de todos los colores, en la que cayó el anarquista Ramón Acín, al que dedica el modesto parque de la ciudad dos pajaritas de papel que hubieran hecho las delicias de Unamuno, obseso de la papiroflexia; palabra casi retirada del uso corriente y que de niños nos atraía como un imán.

George Orwell, voluntario republicano en la Guerra Civil y escritor notable, dejó en el papel de su Homenaje a Cataluña que él se tomaría un café en Huesca. No fue posible, como tantas profecías suyas, que él achacaba al estabilismo y que acabaron siendo asumidas, con descaro, por el capitalismo rampante de los países proclamados democráticos. Habrá ocasión de hablar de ello.
A Orwell ha dedicado Huesca en estos días una exposición y un catálogo que dejaría en mantillas las tonterías que se publican. Confieso que aún vengo impresionado por una ciudad que no conocía; baste decir, para la pijería de moda, que tiene tres restaurantes, tres, con estrellas Michel in (aquí, cuando se apoderan de una, es un acontecimiento patriótico. Detesto las estrellas Michelin porque apenas si tienen que ver con la gastronomía), disfruta de una meteorología amable, nada que ver con sus alrededores, y una gente que comparte con el clima una tranquilidad de personas sin agresividad, ni patrioterismo, como si el aislamiento y el desdén que mantienen hacia ellos el resto de España les hubiera dado un temple sosegado, sin ambición de capital del mundo que tanto mal ha hecho a ciudades más grandes y mediocres, dominadas por una intelectualidad frustrada.
Allí se reunieron jóvenes y menos jóvenes estudiosos del periodismo virtual. El 2.0 en competencia con lo analógico. La alta tecnología informativa frente al humilde
papel que hizo nuestra historia hasta antes de ayer. Es obvio decir que Orwell nunca llegó a tomar el café en Huesca, pero se ha convertido en un referente del periodismo contemporáneo. ¿Qué hubiera dicho ante un tuit de esos que todas las mañanas nos desayuna Donald Trump? ¿Eso tiene algo que ver con el periodismo o es la manipulación publicitaria de un cuatrero rodeado de un equipo de farsantes de la manipulación? Nunca, hasta ahora mismo, habíamos considerado los anuncios publicitarios como una forma de redacción periodística, ¡y en verdad que algunos, pocos, son obras maestras! El resto, basura.
La primera frase que escuché en Huesca la pronunció una treintañera con oficio en el sacamantecas de la publicidad digital:
“Una cosa debe quedar muy clara: no hay vida fuera del móvil”. Entonces me pregunté qué carajo hacía yo allí, muerto en vida, desolado como un personaje del Dante infernal: ¡yo no tengo móvil, ni lo he tenido nunca! Y además he alcanzado una edad que confirma haber vivido bastante e intensamente.
El dogmatismo del periodismo digital, o sus aledaños más bastos, no tienen nada que ver con la escritura, base de quien quiera dirigirse a otro. Está escrito directamente con las paites bajas del vientre, y reconozco que es una manera de entenderse si el interlocutor está a la misma altura mental del supuesto redactor. Los tu its en general no se redactan, se garabatean.
¿Se han dado cuenta de que la prensa virtual se concentra poco más allá de un titu-
lar? Sólo en casos excepcionales, si uno desea saber más, pero están escritos como los antiguos telex de las agencias. Necesitan a alguien que los descifre. El periodismo no está sólo para dar noticias sino también debe desarrollarlas ante los lectores para que entiendan ese seductor titular, que sirve lo mismo que una muleta para un cojo. No es frecuente detenerse ante la pantalla y leer un texto lleno de iconos y tropelías gramaticales, cuyo único objetivo es dejar pasmado al lector. A mí lo que me afecta es la realidad y no el patán que pretende resumirla.
Aún estamos en los albores del periodismo digital y ya tenemos problemas de la época de Gutenberg. Alemania y Noruega están trabajando en la ordenación de esas
puertas de váter público donde cualquier frustrado escribe la parida que se le ocurre. En el franquismo, y aún hoy, las puertas de los inodoros públicos tenían querencia por la grosería, la calumnia y el exhibicionismo… y eso sólo se trata en los gabinetes de psiquiatras y psicólogos. Ahí no pinta nada el periodismo, ni la libertad de expresión. En ese desecho de tienta, que si no va más allá, a la violencia, es porque les falta valor, no intención.
No es lo mismo escribir un artículo o un reportaje para un periódico que para un virtual. Cambia el estilo, porque varía la intención del lector, ven este dilema aún estamos empezando. No es sólo una cuestión de espacios y de diseño, es algo más hondo. La prensa en papel cada vez tiene un sentido más parecido a las viejas gacetas de antaño; la prensa virtual es un instrumento imprescindible para estar al tanto de lo inmediato.
La noticia a secas o la reflexión, breve y contundente, sobre lo que ha sido la noticia. El papel siempre irá detrás, pero, sin que aparezca en él, lo virtual se irá a la nube antes de que lo pronostiquen los meteorólogos de la comunicación.
En el fondo, este es un falso dilema vinculado a la publicidad, a los intereses políticos y financieros, a la implacable pelea entre los grandes. Ha avanzado más el arte de la manipulación que la artesanía de la lectura. Porque el poder está en el papel y no habrá nada que le destierre de su superioridad. ¿Se acuerdan cuando decían que la novela en papel estaba acabada y el futuro se volcaba en el libro electrónico? Se acabó la soberbia, simplemente conviven.
Estamos acosados por la técnica. Y por la frivolidad. Sin embargo, sí hay una cosa que ya nadie podrá repetir como antaño. El viejo lema: “No le digas a mi madre que soy periodista, asegúrale que trabajo de pianista en un burdel”. Ahora basta que añada que aparece en televisión anunciando el tiempo para que su familia se sienta entusiasmada.
Ser famoso es un oficio. Lo que no acabo de entender es qué tiene eso que ver con el periodismo.

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