Cuando el periodista es el enemigo/
El Gobierno de EE UU pide que los medios "retiren" a sus periodistas iraquíesReportaje de John Carlin,
El PAIS, 11/02/2008;
La agencia de noticias Associated Press (AP) es una institución tan quintaesencialmente estadounidense como Walt Disney, General Motors o Boeing. A tal grado que, con sus 243 oficinas en todo el mundo y con clientes en 121 países, ha sido acusada en repetidas ocasiones de ser un instrumento de propaganda del "imperialismo yanqui". Pero ya no. Hoy se ha convertido en otro enemigo más del Gobierno de George W. Bush en su guerra global contra el terrorismo.
O así lo entiende, al menos, el presidente y consejero delegado de la AP, Tom Curley, padre de familia de 59 años que anteriormente fue presidente y fundador de otra venerable institución, USA Today, el diario de mayor venta de Estados Unidos.
En abril del año pasado, Curley participó en un coloquio en el Museo de Televisión y Radio de Nueva York al que también asistió Brian Whitman, el portavoz del Pentágono. Whitman mantuvo que en Irak existían muchos casos de organizaciones mediáticas internacionales que habían empleado, sin saberlo, a nativos que pertenecían a la insurgencia y que representaban una amenaza para los militares estadounidenses. El portavoz dijo que estos individuos debían ser retirados de los campos de batalla.
Las declaraciones provocaron gritos de indignación de parte del público, entre ellos de Tom Curley, quien se sintió directamente aludido. Un fotógrafo iraquí de la AP, Bilal Hussein, fue detenido por el ejército norteamericano el 12 de abril de 2006 bajo sospecha de pertenecer a un grupo terrorista. Permanece encarcelado hoy, junto a los otros 24,000 presos sin cargos que EE UU mantiene en Irak, y todavía no se le ha acusado formalmente de nada. Su pecado, según entiende la AP, fue haber tenido contactos entre los insurgentes armados, de algunos de los cuales hizo fotos, y de llegar con sospechosa rapidez a lugares donde se había llevado a cabo un atentado.
Curley, enfurecido por las declaraciones del hombre del Pentágono, prometió que el día que Hussein saliera de la cárcel "seguirá trabajando para la Associated Press" porque los argumentos utilizados por las fuerzas armadas para favorecer la tesis de que Hussein era un terrorista eran "tonterías sin sentido". La verdad, dijo Curley, era que la información transmitida por periodistas honestos como Hussein de la atroz realidad iraquí, del "descontrol" que hay en las peores zonas de conflicto, ponen en evidencia la engañosa visión triunfalista que el Gobierno de Bush pretende que vea el pueblo. Por eso, continuó, "el meollo de la cuestión no es Bilal Hussein". "Él es una víctima inocente. El meollo de la cuestión es la Associated Press. Nosotros somos el objetivo. La libertad de prensa es el objetivo".Lo que la libertad de prensa significa es el derecho a dar una visión amplia, sin límites y, dentro de lo posible, equilibrada de los hechos. Esto requiere que los periodistas publiquen los puntos de vista de todas las partes involucradas.
Pero ¿tiene razón el Gobierno norteamericano en creer que los mismos criterios no se deben de aplicar en Washington y en Irak? ¿Se deben suspender los derechos del periodista cuando trabaja en una zona de guerra? "Si la pregunta es si considero que para hacer nuestro trabajo debemos de mantener contactos con los que algunos consideran los malos, mi respuesta es, de la manera más inequívoca, que sí", dice Ray Bonner, veterano periodista que ha trabajado en zonas de conflicto de todo el mundo. "Proponer que no deberíamos de hablar con todos los bandos es, sencillamente, ridículo", añade.
Bonner, que ha trabajado de corresponsal durante 30 años para The New York Times y la revista The New Yorker, propuso la siguiente hipótesis: "¿Si a un periodista estadounidense hoy le fueran a ofrecer una entrevista con Osama Bin Laden debería de responder que muchas gracias, pero no? ¿Debería de temer que si dijera que sí le arrestarían por sospechosa cercanía al enemigo? Obviamente no. Obviamente conocer la opinión de Bin Laden, por más malo que se le considere, sería de interés tanto para los lectores como para el Gobierno de Estados Unidos".
El Gobierno de Israel parece entender esta sencilla lógica mejor que su aliado norteamericano. "Si los israelíes lo hubieran deseado podrían fácilmente haber argumentado que yo mantenía relaciones sospechosamente fraternales con el enemigo", dice Chris McGreal, corresponsal del Guardian en Jerusalén entre 2002 y 2006. "Hablaba con mucha frecuencia con los líderes políticos de Hamás, y con miembros de su brazo armado, los que estaban llevando a cabo ataques suicidas en Israel. También hablaba con Yasser Arafat y la Brigada de los Mártires de Al Aqsa. Así que no les hubiera costado mucho acusarme de estar asociado con los terroristas".
Pero no lo hicieron, y eso a pesar de que McGreal fue visto por muchos como un periodista propalestino. Escribió, por ejemplo, un artículo muy polémico en el que comparó la situación de los palestinos de hoy con la de los negros surafricanos bajo el apartheid, aunque interesantemente el artículo provocó más furor en EE UU que en Israel.
"Lo que ocurrió fue que los israelíes entendieron que hablar con Hamás y la gente de Arafat era mi trabajo, del mismo modo que era el trabajo de los diplomáticos extranjeros basados allá", explica McGreal, que cubrió también las guerras de Centroamérica en los años ochenta, el genocidio de Ruanda de 1994, y sigue hoy cubriendo las guerras que se libran en el continente africano. "Es el deber de los periodistas y los diplomáticos conocer a gente con la que no está necesariamente de acuerdo, o incluso con la que está seriamente en desacuerdo, con el fin de entender qué es lo que les impulsa. Es la única manera de poder llegar a la verdad. Los israelíes eran inteligentes. Lo entendían y ni siquiera intentaban impedir que te reunieras con los del otro lado".
El problema surge cuando la gente en el poder tiene la mentalidad de que, como diría George W. Bush, "el que no está con nosotros, está en contra". "Esto lo vemos repetidamente tanto con los periodistas como con los grupos de derechos humanos", opina Steve Crawshaw, actual ejecutivo de Human Rights Watch en Nueva York, corresponsal del Independent en los Balcanes a principios de los noventa. "El problema es que en todos los conflictos todas las partes se ven a sí mismas como las víctimas. Para ese tipo de mentalidad, el conflicto se reduce, entonces, a un choque entre los buenos y los malos y si, por ejemplo, escribes algo que saca a la luz una atrocidad que se ha cometido contra los malos, no dudan en acusarte de ser su cómplice".
La reacción del Gobierno de EE UU en el caso de Bilal Hussein no representa nada nuevo. Ray Bonner se enfrentó a la misma mentalidad a principios de los ochenta cuando cubría El Salvador para The New York Times. No lo detuvieron, pero, debido a la insistencia con la que denunciaba abusos por parte del Gobierno aliado de Estados Unidos en aquellos días, el Departamento de Estado presionó duramente al periódico para que lo retirara de El Salvador, acusándole de haberse identificado con la guerrilla marxista.
"Es verdad que salía con la guerrilla a las zonas de combate", dijo Bonner. "Suponía que mis lectores y mis editores querrían saber de esto. ¿Significaba esto que compartía su visión política o que estaba con ellos en la lucha? ¡Claro que no! Deberíamos siempre intentar ver y transmitir lo que piensa el otro lado".
En cuanto al caso del fotógrafo iraquí, Bonner dice que no conoce los hechos. "Pero lo que sí digo es que si estaba haciendo su trabajo, lo cual con toda seguridad significaba tener algún tipo de relación con los que para un lado eran los enemigos, entonces lo que ha pasado está muy mal. No es sólo una cuestión de principios. Se trata de lo que el público quiere, o al menos debería querer, saber. Que te metan en la cárcel por hacer tu trabajo... ¡Estamos mal!".
Mal porque si el mismo criterio que los estadounidenses han aplicado a Hussein se extendiera a todos los periodistas que han trabajado en guerras, los mejores profesionales de la AP, del New York Times, de Le Monde, The Guardian y EL PAÍS hubieran pasado por la cárcel también. Como dijo Santiago Lyon, el jefe de fotografía de la AP, en un discurso que dio sobre el caso Hussein: "Lo que en cualquier otro lugar sería considerado como buen periodismo, de repente se convierte en comportamiento sospechoso".
En cuanto a periodistas nativos en Irak, como Hussein, merecen especial respeto y protección, según un fotógrafo norteamericano que ha trabajado allá pero que pidió que no se diera su nombre. "Son ellos los únicos que realmente cubren la noticia, y en condiciones de peligro extremo, ya que han muerto más de 100 periodistas en Irak desde la invasión norteamericana. Son considerados muchas veces como enemigos tanto por los militares de Estados Unidos como por el Gobierno de Irak; tanto por la población civil como también por la insurgencia, que en algunos casos tiene la política de asesinar a periodistas iraquíes que trabajan para medios extranjeros".
A eso se suma otra dura realidad: que mientras los corresponsales extranjeros en lugares como Irak vuelven, por definición, a sus cómodas casas en Europa o Estados Unidos, los nativos siguen viviendo ahí, sufriendo las que pueden ser las consecuencias mortales de su compromiso profesional.
"Pero, a pesar de todo esto, nuestros periodistas iraquíes perseveran en el intento de contar la historia de su país", dijo Lyon, que tiene prohibido por razones legales hablar públicamente sobre el caso hoy. "Perseveran hasta que los paran. Y a este hombre [Bilal Hussein], lo han parado. Le han prohibido contar la verdad; le han prohibido ser periodista. Inaceptable".
Un premio Pulitzer en la cárcel
Bilal Hussein, de 36 años y oriundo de la ciudad de Fallujah en la provincia de Anbar, fue contratado como fotógrafo por la Associated Press (AP) en el verano de 2004. Más del 90% de los 200 empleados de la AP en Irak son iraquíes, debido al peligro permanente de muerte o secuestro que corren los periodistas de aspecto extranjero en las zonas de conflicto.
La contratación de Hussein fue, para la AP, un acierto. Sus fotos formaron parte de una serie que ganó el Premio Pulitzer de 2005. Lo que no sabía el fotógrafo en aquel momento fue que este reconocimiento acabaría siendo su maldición. Blogs de la derecha neoconservadora norteamericana empezaron a fijarse en él, a acusarle abiertamente de colaborar con la insurgencia. Si no, argumentaban, ¿cómo se explicaba que los terroristas le permitieran que les hiciera fotos?, ¿o la regularidad con la que llegaba el primero a los lugares donde se había llevado a cabo un atentado?
Michelle Malkin, que aparece con frecuencia en la cadena de televisión de derechas Fox News, cuestionó en su blog en abril de 2005 -un año antes de la detención de Hussein- "la relación" de la AP con "los terroristas yihadistas", ya que algunas de las fotos ganadoras del Pulitzer demostraban la sospechosa rapidez con que los periodistas habían llegado a la escena de los atentados.
Otros blogs con los que el de Malkin tiene enlaces fueron más directos. El Premio Pulitzer, otorgado a terroristas, tituló uno. Un par de días después empezó a aparecer el nombre de Bilal Hussein, identificado de manera inequívoca como "terrorista" por los blogs con los que Malkin comparte criterio.
Según Scott Horton, otro de los abogados de Bilal Hussein, existe una conexión clara entre Malkin y el Gobierno de Bush. Horton, que mantiene que se ha perseguido a Hussein para dar "un ejemplo" al resto de los medios en Irak, escribió hace dos meses en la revista norteamericana Harper's que blogs como el de Malkin han sido utilizados "como puntos de diseminación de información sobre el caso por altos funcionarios del Pentágono".
Según Horton, los motivos de la detención del fotógrafo fueron idénticos a los que condujo a los bloggers neoconservadores a sospechar de él. Horton citó a una fuente en el Pentágono que le confesó que las supuestas pruebas contra Hussein eran "extremadamente débiles", pero que "después de más de año y medio de tener a este hombre preso no era posible sencillamente dejarle en libertad, porque eso sería reconocer que se había cometido un error".
La Associated Press está convencida, tras una intensa investigación interna, de que, más que débiles, las pruebas contra Hussein son inexistentes. Entre otras cosas, porque hicieron un repaso exhaustivo de todas las fotos que hizo Hussein durante los dos años que trabajó para la agencia y constataron, según ellos, la falsedad de las conclusiones a las que habían llegado el Pentágono y las Michelle Malkin de turno. Sólo un ínfimo porcentaje de las fotos de Hussein retrataban a insurgentes armados, y sencillamente no era verdad que llegara él "con sospechosa regularidad" a la escena de los atentados antes que otros fotógrafos.
Lo que nadie discute es que Hussein tuvo un cierto grado de relación con iraquíes pertenecientes a algunos de los grupos armados que se oponen a la ocupación norteamericana. La ironía, según fuentes bien informadas que hablaron con EL PAÍS, es que los terroristas con los que aparentemente tuvo lazos más estrechos pertenecen hoy a una organización llamada Despertar creada en abril del año pasado para combatir a los "extranjeros de Al Qaeda". Este grupo no sólo cuenta con el beneplácito del Gobierno iraquí, sino que recibe apoyo de Estados Unidos.
Abogados estadounidenses contratados por la agencia para representar al fotógrafo se han quedado atónitos no sólo ante la falta de pruebas serias en contra de su cliente, sino también por lo que interpretan como las maniobras de las autoridades militares para entorpecer sus intentos de brindar a Bilal Hussein una defensa justa, acorde con los cánones del sistema legal de Estados Unidos.
Tras estar detenido sin cargos durante 19 meses, Hussein compareció el mes pasado ante un juez iraquí a instancias de las fuerzas de ocupación norteamericanas. El juez está determinando en este momento si existen pruebas suficientes para que Hussein sea sometido a juicio. Según el secretario de prensa del Pentágono, Geoff Morrell, sí las hay, y son "convincentes e irrefutables". Bilal Hussein, declaró Morrell, "representa una amenaza a la estabilidad y la seguridad en Irak".
El problema es que, como agregó Morrell, estas pruebas no se pueden revelar aún a los abogados de Hussein, lo cual les obliga, como dijo una de ellos, "a trabajar a ciegas". Dave Tomlin, uno de los abogados que hoy representa al fotógrafo, ha acusado a las fuerzas armadas de colusión en "una farsa judicial" y, al mismo tiempo, de "jugar con el futuro de un hombre y quizá con su vida", ya que si el caso llegara a juicio y se lo encontrara culpable, podría ser condenado a muerte.
O así lo entiende, al menos, el presidente y consejero delegado de la AP, Tom Curley, padre de familia de 59 años que anteriormente fue presidente y fundador de otra venerable institución, USA Today, el diario de mayor venta de Estados Unidos.
En abril del año pasado, Curley participó en un coloquio en el Museo de Televisión y Radio de Nueva York al que también asistió Brian Whitman, el portavoz del Pentágono. Whitman mantuvo que en Irak existían muchos casos de organizaciones mediáticas internacionales que habían empleado, sin saberlo, a nativos que pertenecían a la insurgencia y que representaban una amenaza para los militares estadounidenses. El portavoz dijo que estos individuos debían ser retirados de los campos de batalla.
Las declaraciones provocaron gritos de indignación de parte del público, entre ellos de Tom Curley, quien se sintió directamente aludido. Un fotógrafo iraquí de la AP, Bilal Hussein, fue detenido por el ejército norteamericano el 12 de abril de 2006 bajo sospecha de pertenecer a un grupo terrorista. Permanece encarcelado hoy, junto a los otros 24,000 presos sin cargos que EE UU mantiene en Irak, y todavía no se le ha acusado formalmente de nada. Su pecado, según entiende la AP, fue haber tenido contactos entre los insurgentes armados, de algunos de los cuales hizo fotos, y de llegar con sospechosa rapidez a lugares donde se había llevado a cabo un atentado.
Curley, enfurecido por las declaraciones del hombre del Pentágono, prometió que el día que Hussein saliera de la cárcel "seguirá trabajando para la Associated Press" porque los argumentos utilizados por las fuerzas armadas para favorecer la tesis de que Hussein era un terrorista eran "tonterías sin sentido". La verdad, dijo Curley, era que la información transmitida por periodistas honestos como Hussein de la atroz realidad iraquí, del "descontrol" que hay en las peores zonas de conflicto, ponen en evidencia la engañosa visión triunfalista que el Gobierno de Bush pretende que vea el pueblo. Por eso, continuó, "el meollo de la cuestión no es Bilal Hussein". "Él es una víctima inocente. El meollo de la cuestión es la Associated Press. Nosotros somos el objetivo. La libertad de prensa es el objetivo".Lo que la libertad de prensa significa es el derecho a dar una visión amplia, sin límites y, dentro de lo posible, equilibrada de los hechos. Esto requiere que los periodistas publiquen los puntos de vista de todas las partes involucradas.
Pero ¿tiene razón el Gobierno norteamericano en creer que los mismos criterios no se deben de aplicar en Washington y en Irak? ¿Se deben suspender los derechos del periodista cuando trabaja en una zona de guerra? "Si la pregunta es si considero que para hacer nuestro trabajo debemos de mantener contactos con los que algunos consideran los malos, mi respuesta es, de la manera más inequívoca, que sí", dice Ray Bonner, veterano periodista que ha trabajado en zonas de conflicto de todo el mundo. "Proponer que no deberíamos de hablar con todos los bandos es, sencillamente, ridículo", añade.
Bonner, que ha trabajado de corresponsal durante 30 años para The New York Times y la revista The New Yorker, propuso la siguiente hipótesis: "¿Si a un periodista estadounidense hoy le fueran a ofrecer una entrevista con Osama Bin Laden debería de responder que muchas gracias, pero no? ¿Debería de temer que si dijera que sí le arrestarían por sospechosa cercanía al enemigo? Obviamente no. Obviamente conocer la opinión de Bin Laden, por más malo que se le considere, sería de interés tanto para los lectores como para el Gobierno de Estados Unidos".
El Gobierno de Israel parece entender esta sencilla lógica mejor que su aliado norteamericano. "Si los israelíes lo hubieran deseado podrían fácilmente haber argumentado que yo mantenía relaciones sospechosamente fraternales con el enemigo", dice Chris McGreal, corresponsal del Guardian en Jerusalén entre 2002 y 2006. "Hablaba con mucha frecuencia con los líderes políticos de Hamás, y con miembros de su brazo armado, los que estaban llevando a cabo ataques suicidas en Israel. También hablaba con Yasser Arafat y la Brigada de los Mártires de Al Aqsa. Así que no les hubiera costado mucho acusarme de estar asociado con los terroristas".
Pero no lo hicieron, y eso a pesar de que McGreal fue visto por muchos como un periodista propalestino. Escribió, por ejemplo, un artículo muy polémico en el que comparó la situación de los palestinos de hoy con la de los negros surafricanos bajo el apartheid, aunque interesantemente el artículo provocó más furor en EE UU que en Israel.
"Lo que ocurrió fue que los israelíes entendieron que hablar con Hamás y la gente de Arafat era mi trabajo, del mismo modo que era el trabajo de los diplomáticos extranjeros basados allá", explica McGreal, que cubrió también las guerras de Centroamérica en los años ochenta, el genocidio de Ruanda de 1994, y sigue hoy cubriendo las guerras que se libran en el continente africano. "Es el deber de los periodistas y los diplomáticos conocer a gente con la que no está necesariamente de acuerdo, o incluso con la que está seriamente en desacuerdo, con el fin de entender qué es lo que les impulsa. Es la única manera de poder llegar a la verdad. Los israelíes eran inteligentes. Lo entendían y ni siquiera intentaban impedir que te reunieras con los del otro lado".
El problema surge cuando la gente en el poder tiene la mentalidad de que, como diría George W. Bush, "el que no está con nosotros, está en contra". "Esto lo vemos repetidamente tanto con los periodistas como con los grupos de derechos humanos", opina Steve Crawshaw, actual ejecutivo de Human Rights Watch en Nueva York, corresponsal del Independent en los Balcanes a principios de los noventa. "El problema es que en todos los conflictos todas las partes se ven a sí mismas como las víctimas. Para ese tipo de mentalidad, el conflicto se reduce, entonces, a un choque entre los buenos y los malos y si, por ejemplo, escribes algo que saca a la luz una atrocidad que se ha cometido contra los malos, no dudan en acusarte de ser su cómplice".
La reacción del Gobierno de EE UU en el caso de Bilal Hussein no representa nada nuevo. Ray Bonner se enfrentó a la misma mentalidad a principios de los ochenta cuando cubría El Salvador para The New York Times. No lo detuvieron, pero, debido a la insistencia con la que denunciaba abusos por parte del Gobierno aliado de Estados Unidos en aquellos días, el Departamento de Estado presionó duramente al periódico para que lo retirara de El Salvador, acusándole de haberse identificado con la guerrilla marxista.
"Es verdad que salía con la guerrilla a las zonas de combate", dijo Bonner. "Suponía que mis lectores y mis editores querrían saber de esto. ¿Significaba esto que compartía su visión política o que estaba con ellos en la lucha? ¡Claro que no! Deberíamos siempre intentar ver y transmitir lo que piensa el otro lado".
En cuanto al caso del fotógrafo iraquí, Bonner dice que no conoce los hechos. "Pero lo que sí digo es que si estaba haciendo su trabajo, lo cual con toda seguridad significaba tener algún tipo de relación con los que para un lado eran los enemigos, entonces lo que ha pasado está muy mal. No es sólo una cuestión de principios. Se trata de lo que el público quiere, o al menos debería querer, saber. Que te metan en la cárcel por hacer tu trabajo... ¡Estamos mal!".
Mal porque si el mismo criterio que los estadounidenses han aplicado a Hussein se extendiera a todos los periodistas que han trabajado en guerras, los mejores profesionales de la AP, del New York Times, de Le Monde, The Guardian y EL PAÍS hubieran pasado por la cárcel también. Como dijo Santiago Lyon, el jefe de fotografía de la AP, en un discurso que dio sobre el caso Hussein: "Lo que en cualquier otro lugar sería considerado como buen periodismo, de repente se convierte en comportamiento sospechoso".
En cuanto a periodistas nativos en Irak, como Hussein, merecen especial respeto y protección, según un fotógrafo norteamericano que ha trabajado allá pero que pidió que no se diera su nombre. "Son ellos los únicos que realmente cubren la noticia, y en condiciones de peligro extremo, ya que han muerto más de 100 periodistas en Irak desde la invasión norteamericana. Son considerados muchas veces como enemigos tanto por los militares de Estados Unidos como por el Gobierno de Irak; tanto por la población civil como también por la insurgencia, que en algunos casos tiene la política de asesinar a periodistas iraquíes que trabajan para medios extranjeros".
A eso se suma otra dura realidad: que mientras los corresponsales extranjeros en lugares como Irak vuelven, por definición, a sus cómodas casas en Europa o Estados Unidos, los nativos siguen viviendo ahí, sufriendo las que pueden ser las consecuencias mortales de su compromiso profesional.
"Pero, a pesar de todo esto, nuestros periodistas iraquíes perseveran en el intento de contar la historia de su país", dijo Lyon, que tiene prohibido por razones legales hablar públicamente sobre el caso hoy. "Perseveran hasta que los paran. Y a este hombre [Bilal Hussein], lo han parado. Le han prohibido contar la verdad; le han prohibido ser periodista. Inaceptable".
Un premio Pulitzer en la cárcel
Bilal Hussein, de 36 años y oriundo de la ciudad de Fallujah en la provincia de Anbar, fue contratado como fotógrafo por la Associated Press (AP) en el verano de 2004. Más del 90% de los 200 empleados de la AP en Irak son iraquíes, debido al peligro permanente de muerte o secuestro que corren los periodistas de aspecto extranjero en las zonas de conflicto.
La contratación de Hussein fue, para la AP, un acierto. Sus fotos formaron parte de una serie que ganó el Premio Pulitzer de 2005. Lo que no sabía el fotógrafo en aquel momento fue que este reconocimiento acabaría siendo su maldición. Blogs de la derecha neoconservadora norteamericana empezaron a fijarse en él, a acusarle abiertamente de colaborar con la insurgencia. Si no, argumentaban, ¿cómo se explicaba que los terroristas le permitieran que les hiciera fotos?, ¿o la regularidad con la que llegaba el primero a los lugares donde se había llevado a cabo un atentado?
Michelle Malkin, que aparece con frecuencia en la cadena de televisión de derechas Fox News, cuestionó en su blog en abril de 2005 -un año antes de la detención de Hussein- "la relación" de la AP con "los terroristas yihadistas", ya que algunas de las fotos ganadoras del Pulitzer demostraban la sospechosa rapidez con que los periodistas habían llegado a la escena de los atentados.
Otros blogs con los que el de Malkin tiene enlaces fueron más directos. El Premio Pulitzer, otorgado a terroristas, tituló uno. Un par de días después empezó a aparecer el nombre de Bilal Hussein, identificado de manera inequívoca como "terrorista" por los blogs con los que Malkin comparte criterio.
Según Scott Horton, otro de los abogados de Bilal Hussein, existe una conexión clara entre Malkin y el Gobierno de Bush. Horton, que mantiene que se ha perseguido a Hussein para dar "un ejemplo" al resto de los medios en Irak, escribió hace dos meses en la revista norteamericana Harper's que blogs como el de Malkin han sido utilizados "como puntos de diseminación de información sobre el caso por altos funcionarios del Pentágono".
Según Horton, los motivos de la detención del fotógrafo fueron idénticos a los que condujo a los bloggers neoconservadores a sospechar de él. Horton citó a una fuente en el Pentágono que le confesó que las supuestas pruebas contra Hussein eran "extremadamente débiles", pero que "después de más de año y medio de tener a este hombre preso no era posible sencillamente dejarle en libertad, porque eso sería reconocer que se había cometido un error".
La Associated Press está convencida, tras una intensa investigación interna, de que, más que débiles, las pruebas contra Hussein son inexistentes. Entre otras cosas, porque hicieron un repaso exhaustivo de todas las fotos que hizo Hussein durante los dos años que trabajó para la agencia y constataron, según ellos, la falsedad de las conclusiones a las que habían llegado el Pentágono y las Michelle Malkin de turno. Sólo un ínfimo porcentaje de las fotos de Hussein retrataban a insurgentes armados, y sencillamente no era verdad que llegara él "con sospechosa regularidad" a la escena de los atentados antes que otros fotógrafos.
Lo que nadie discute es que Hussein tuvo un cierto grado de relación con iraquíes pertenecientes a algunos de los grupos armados que se oponen a la ocupación norteamericana. La ironía, según fuentes bien informadas que hablaron con EL PAÍS, es que los terroristas con los que aparentemente tuvo lazos más estrechos pertenecen hoy a una organización llamada Despertar creada en abril del año pasado para combatir a los "extranjeros de Al Qaeda". Este grupo no sólo cuenta con el beneplácito del Gobierno iraquí, sino que recibe apoyo de Estados Unidos.
Abogados estadounidenses contratados por la agencia para representar al fotógrafo se han quedado atónitos no sólo ante la falta de pruebas serias en contra de su cliente, sino también por lo que interpretan como las maniobras de las autoridades militares para entorpecer sus intentos de brindar a Bilal Hussein una defensa justa, acorde con los cánones del sistema legal de Estados Unidos.
Tras estar detenido sin cargos durante 19 meses, Hussein compareció el mes pasado ante un juez iraquí a instancias de las fuerzas de ocupación norteamericanas. El juez está determinando en este momento si existen pruebas suficientes para que Hussein sea sometido a juicio. Según el secretario de prensa del Pentágono, Geoff Morrell, sí las hay, y son "convincentes e irrefutables". Bilal Hussein, declaró Morrell, "representa una amenaza a la estabilidad y la seguridad en Irak".
El problema es que, como agregó Morrell, estas pruebas no se pueden revelar aún a los abogados de Hussein, lo cual les obliga, como dijo una de ellos, "a trabajar a ciegas". Dave Tomlin, uno de los abogados que hoy representa al fotógrafo, ha acusado a las fuerzas armadas de colusión en "una farsa judicial" y, al mismo tiempo, de "jugar con el futuro de un hombre y quizá con su vida", ya que si el caso llegara a juicio y se lo encontrara culpable, podría ser condenado a muerte.
John Carlin es periodista británico, Premio Ortega y Gasset al mejor trabajo de reportaje en 2000 por Viaje por la emigración, ha sido corresponsal para el diario británico The Independent en México y Centroamérica, Suráfrica y Estados Unidos.
Sus primeros pasos en el periodismo los realizó en el Buenos Aires Herald. Posteriormente colaboró con la BBC y The Times, donde destacó por su gran conocimiento de Latinoamérica.
De madre española y padre británico, Carlin escribe desde hace tres años para EL PAÍS.
Sus primeros pasos en el periodismo los realizó en el Buenos Aires Herald. Posteriormente colaboró con la BBC y The Times, donde destacó por su gran conocimiento de Latinoamérica.
De madre española y padre británico, Carlin escribe desde hace tres años para EL PAÍS.
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