Publicado en Reforma, 28/07/2008;
El contraste de las imágenes condujo a una conclusión inmediata. El noticiero había editado la señal para borrar digitalmente al personaje detestado. En una fotografía aparecía la limpia transmisión del Congreso, captando la plena identidad de todos los participantes en el foro parlamentario. La segunda estampa provenía de un noticiero matutino. Ahí se veían con claridad las facciones de cada uno de los integrantes de la mesa. Todos menos uno. La cara del senador Creel aparecía difuminada. Encima de los hombros, una mancha borrosa de la que era imposible distinguir ojos, nariz, boca. La conclusión unánime fue que la televisora había desvanecido digitalmente al político.
Las asociaciones corrieron de inmediato: las televisoras actúan como entidades totalitarias que borran del planeta a sus enemigos. Quien no se subordina a su imperio desaparece de las pantallas, no existe. El recuerdo de Stalin apareció con fuerza. La malevolencia del dictador no se detenía en la extinción física de sus enemigos. No era suficiente matar a otro, era necesario borrar su imagen. De ahí la obsesiva manipulación de las fotografías bajo su imperio. Tras el ajusticiamiento de sus rivales, venía la supresión de todos sus retratos. En un libro sobre esta obstinación con las imágenes del enemigo, David King apunta que, tras la aniquilación física de sus rivales, Stalin se empeñaba en destruirlos de toda existencia pictórica. Trotsky desapareció definitivamente de los archivos fotográficos de la Unión Soviética. Nadie podría ver su barbita y sus anteojos.Los editores de Stalin dejaban ocasionalmente rastro de sus tijeras y sus pinceles. En algunos casos la supresión del enemigo era cuidadosa. Nadie podría percatarse de la eliminación que habían consumado esos guardianes de la memoria oficial. Un trabajo minucioso anulaba cualquier rastro de la figura suprimida. Pero otras veces la edición era tosca: un burdo tijeretazo que no escondía sino que ostentaba la eliminación del enemigo. Detrás del dictador, una sombra. En el presídium, una silla misteriosamente vacía. ¿Se trataba de una torpeza del editor o de una amenaza? La perceptible silueta de un fantasma era, tal vez, un recordatorio, una advertencia a todos: enemistarse con el dictador conduce a la desaparición física y simbólica.Hemos comentado la imagen difuminada del senador Creel a partir de esa experiencia totalitaria. De ser fundada esta interpretación, la indignación debería ser aún mayor. La disculpa de la televisora -"un error de edición", dijeron- sería, además de absurda, inaceptable. Borrar una imagen no es una distracción ante una computadora sino un empeño bien meditado. Tengo la impresión, sin embargo, que Woody Allen, y no Stalin, nos ayuda a entender ese extraño contraste de imágenes. Un personaje de la filmografía del neoyorquino nos ayuda a entender el origen de esa figura opaca y difusa que la televisión transmitió por unos instantes. Tal vez la adulteración provino del Canal del Congreso que manipuló las imágenes para incorporar nitidez a un personaje incurablemente borroso. Las imágenes del noticiero parecen en algún sentido más fieles que las difundidas por la transmisora del Congreso. El senador panista parece un personaje de Deconstructing Harry, traducida por acá como Desmontando a Harry. Se trata del actor desafocado. Robin Williams aparece en esa cinta como un hombre difuminado, un personaje sin silueta precisa, sin facciones distinguibles que es cada vez más borroso. Así lo vemos en la pantalla: un personaje fuera de foco. El camarógrafo que filma al actor piensa en un primer momento que es la cámara la que está descompuesta, pero pronto se da cuenta que no puede ajustar el lente. El actor es irremediablemente borroso, indefinido. Fuera de foco. El actor cree que se trata de un mal temporal pero no: al día siguiente, después de descansar, sigue borroso. No hay nada que puedan hacer los médicos. Sus manos son borrosas, su silueta es vaga, sus ojos se desvanecen, su cara es una nube. Si alguien quiere verlo bien, tendría que usar lentes. Lo mismo pudo haber sucedido en este caso. Dejemos por un momento la manipulación mediática. El noticiero no hizo más que capturar el desvanecimiento de un político.No era posible imaginar un desenlace más justo para el difuminado senador. Creo que por primera vez, hemos podido ver la imagen real del panista. Un político difuminado. ¿Qué nitidez podría tener la imagen pública de un personaje que ha combinado la superficialidad de todos los lugares comunes de la transición con el cinismo de la política tradicional? ¿Qué semblante podría tener la obsecuencia de un cortesano que se rinde ante los poderes reales para luego disfrazarse de gallardo y decente ciudadano? ¿Qué definición podría tener un político que es incapaz de decidir, un político intimidado por todos que encarna el fiasco político del foxismo?La aversión a las televisoras puede conducir a la invención de un héroe. Nadie tan negado para esa adoración como el senador difuminado. Son necesarios lentes que distorsionen la realidad para dejar de ver a Santiago Creel como un político desafocado.
Las asociaciones corrieron de inmediato: las televisoras actúan como entidades totalitarias que borran del planeta a sus enemigos. Quien no se subordina a su imperio desaparece de las pantallas, no existe. El recuerdo de Stalin apareció con fuerza. La malevolencia del dictador no se detenía en la extinción física de sus enemigos. No era suficiente matar a otro, era necesario borrar su imagen. De ahí la obsesiva manipulación de las fotografías bajo su imperio. Tras el ajusticiamiento de sus rivales, venía la supresión de todos sus retratos. En un libro sobre esta obstinación con las imágenes del enemigo, David King apunta que, tras la aniquilación física de sus rivales, Stalin se empeñaba en destruirlos de toda existencia pictórica. Trotsky desapareció definitivamente de los archivos fotográficos de la Unión Soviética. Nadie podría ver su barbita y sus anteojos.Los editores de Stalin dejaban ocasionalmente rastro de sus tijeras y sus pinceles. En algunos casos la supresión del enemigo era cuidadosa. Nadie podría percatarse de la eliminación que habían consumado esos guardianes de la memoria oficial. Un trabajo minucioso anulaba cualquier rastro de la figura suprimida. Pero otras veces la edición era tosca: un burdo tijeretazo que no escondía sino que ostentaba la eliminación del enemigo. Detrás del dictador, una sombra. En el presídium, una silla misteriosamente vacía. ¿Se trataba de una torpeza del editor o de una amenaza? La perceptible silueta de un fantasma era, tal vez, un recordatorio, una advertencia a todos: enemistarse con el dictador conduce a la desaparición física y simbólica.Hemos comentado la imagen difuminada del senador Creel a partir de esa experiencia totalitaria. De ser fundada esta interpretación, la indignación debería ser aún mayor. La disculpa de la televisora -"un error de edición", dijeron- sería, además de absurda, inaceptable. Borrar una imagen no es una distracción ante una computadora sino un empeño bien meditado. Tengo la impresión, sin embargo, que Woody Allen, y no Stalin, nos ayuda a entender ese extraño contraste de imágenes. Un personaje de la filmografía del neoyorquino nos ayuda a entender el origen de esa figura opaca y difusa que la televisión transmitió por unos instantes. Tal vez la adulteración provino del Canal del Congreso que manipuló las imágenes para incorporar nitidez a un personaje incurablemente borroso. Las imágenes del noticiero parecen en algún sentido más fieles que las difundidas por la transmisora del Congreso. El senador panista parece un personaje de Deconstructing Harry, traducida por acá como Desmontando a Harry. Se trata del actor desafocado. Robin Williams aparece en esa cinta como un hombre difuminado, un personaje sin silueta precisa, sin facciones distinguibles que es cada vez más borroso. Así lo vemos en la pantalla: un personaje fuera de foco. El camarógrafo que filma al actor piensa en un primer momento que es la cámara la que está descompuesta, pero pronto se da cuenta que no puede ajustar el lente. El actor es irremediablemente borroso, indefinido. Fuera de foco. El actor cree que se trata de un mal temporal pero no: al día siguiente, después de descansar, sigue borroso. No hay nada que puedan hacer los médicos. Sus manos son borrosas, su silueta es vaga, sus ojos se desvanecen, su cara es una nube. Si alguien quiere verlo bien, tendría que usar lentes. Lo mismo pudo haber sucedido en este caso. Dejemos por un momento la manipulación mediática. El noticiero no hizo más que capturar el desvanecimiento de un político.No era posible imaginar un desenlace más justo para el difuminado senador. Creo que por primera vez, hemos podido ver la imagen real del panista. Un político difuminado. ¿Qué nitidez podría tener la imagen pública de un personaje que ha combinado la superficialidad de todos los lugares comunes de la transición con el cinismo de la política tradicional? ¿Qué semblante podría tener la obsecuencia de un cortesano que se rinde ante los poderes reales para luego disfrazarse de gallardo y decente ciudadano? ¿Qué definición podría tener un político que es incapaz de decidir, un político intimidado por todos que encarna el fiasco político del foxismo?La aversión a las televisoras puede conducir a la invención de un héroe. Nadie tan negado para esa adoración como el senador difuminado. Son necesarios lentes que distorsionen la realidad para dejar de ver a Santiago Creel como un político desafocado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario