1 sept 2008

Gilberto, la opinión de R. Raphael

Gilberto permanece/Ricardo Raphael
Publicado en El Universal, 1 de septiembre de 2008
Varias veces fue encarcelado y todas por motivos políticos. La estancia más larga ocurrió después de la represión que sufrieron los estudiantes en 1968. Como era parte de la dirección del Partido Comunista, Gilberto Rincón Gallardo fue recluido con otros varios de sus compañeros en la prisión de Lecumberri.
Por aquellos días las autoridades dijeron de él muchas mentiras. La más inverosímil fue cuando se le acusó de haber lanzado bombas molotov. Riendo de sí mismo, Rincón solía levantar los brazos y afirmar que aquello era imposible.
Y lo era, no por las razones más obvias, sino por el imbatible rechazo que a lo largo de su vida sostuvo en contra de la violencia. Fue comunista, fue socialista, fue un hombre de izquierda, pero nunca consideró a la vía armada como instrumento de transformación.
Esta convicción suya sería la brújula más importante de su larga e histórica actuación política en nuestro país. En lugar de reunir furia, enojo o rencores, una vez que pudo salir de Lecumberri, Rincón Gallardo se convirtió en una de las voces más vibrantes para convocar al cambio pacífico del sistema político mexicano.
Se asumió demócrata, antes que cualquier otra cosa. Reformista y ya no revolucionario.
Intuía bastante bien dónde podrían terminar las cosas para México si la ruta de la confrontación escalaba. En su juventud visitó varias veces Europa del este. Miró de cerca la destrucción moral que un Estado autoritario podía provocar sobre las sociedades cuando se instalaba la polarización.
Con otros dirigentes del Partido Comunista Mexicano redactó un airado extrañamiento en contra del gobierno de la Unión Soviética cuando los tanques rusos invadieron la ciudad de Praga, en la primavera de 1967. Aquél fue uno de los tantos actos de autosubversión que Gilberto Rincón Gallardo se impuso a lo largo de su vida.
Por su confianza en las soluciones pactadas fue que, como dirigente relevante de la izquierda mexicana, se opuso una y otra vez a la guerrilla. Entendió las razones de aquellos jóvenes. Simpatizó con sus argumentos. Pero no estuvo dispuesto a apoyar la ruta armada que los guerrilleros hubieran tomado para defenderse.
En contraste, se invirtió con todas sus energías en las pista contraria. En los complejos años 70 apostó por el diálogo con el régimen priísta. Exigió la amnistía para los presos políticos. Reclamó la apertura del régimen. Cuando todavía era inviable, se empeñó en la vía electoral para despresurizar las tensiones y, sobre todo, para volver plural al poder político.
Muy pronto comenzó a recibir recriminaciones de los suyos. Fue calificado de antirrevolucionario, de traidor a la lucha de clases, de ingenuo, cuando no, de vendido al sistema. Pero aquello tampoco lo amedrentó. Necio por momentos, y tenaz la mayoría de las veces, Rincón Gallardo logró convencer a más de uno sobre la viabilidad de sus propuestas.
En 1976 recibió respuesta a sus afanes. Jesús Reyes Heroles —operador político de José López Portillo y luego secretario de Gobernación— le propuso legalizar al Partido Comunista Mexicano. Invitó a los dirigentes de esa organización para que participaran en la confección de una nueva ley electoral.
No hay manera de explicarse la transición a la democracia que se vivió después en México sin aquel importantísimo momento.
Rincón volvería a participar de manera protagónica en las subsiguientes reformas democráticas. Casi siempre supo colocarse por encima de las luchas partisanas. Gracias a su notable capacidad para logar acuerdos, se hizo amigo de personalidades cuyo origen político era muy distinto al suyo. Fue cercano a Carlos Castillo Peraza. Valorado por Ernesto Zedillo. Político respetado ante los ojos de Andrés Manuel López Obrador.
Hombres de su naturaleza humana quedan ya muy pocos hoy. Deja ahora un inmenso hueco, pero queda también su obra. Es justo afirmar que Gilberto Rincón Gallardo fue uno de los principales fundadores del nuevo Estado mexicano.
Analista político

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