Columna El búho no ha muerto/Pedro Ferriz
Con letras de oro
La última vez que hablé contigo, supe que ya no nos volveríamos a ver en esta vida… Seguramente en la siguiente. Me dijiste que no ibas a poder ir a la marcha de “Iluminemos México”, por causa de un nuevo marcapasos que te acababan de instalar en tu corazón doliente. Y así lo entendí. También supe que aunque no físicamente, tu noble alma me acompañaría a lo largo de Reforma, Juárez, Madero y hasta el Zócalo. Calles para ti tan familiares, como entrañables… Pero, ¿sabes Gilberto? Te quiero compartir lo que viví.
Entendí que la voz de un pueblo —que se acercó a contarme sus penas— semeja estrofas del himno que nos identifica. Pude ver que la bandera cambiaba todos sus colores por el blanco. Que aunque sea por la fatalidad que nos sacude, de todas maneras existen razones para estar unidos. La sociedad… todos, nos preguntábamos insistentemente si serviría de algo sacarlo del pecho. Caminar juntos. Vernos a los ojos. Estar para hacernos visibles. Sentir la carne viva de la solidaridad. Otros con voz trémula me preguntaban si lo viable, lo sensato era salir de México para hacer en otro lado, una nueva vida… Yo les dije que no. “Amar a tu país en las buenas, resulta fácil”. “Amarlo bajo la prueba de la adversidad, es demostrarle lealtad presente”. “Esperanza”. Oí, vi, sentí frases duras. “El Estado debe existir solo para protegernos” me decían unos. “Que no vengan aquí los políticos… no los queremos entre nosotros” era la voz de otros. “A mí me secuestraron en el 2003”… y me dijeron decenas de otras fechas. “A mi hermano lo mató la policía, porque se metió por una calle en sentido contrario” era la voz de una mujer llorosa. Fueron tantos testimonios, Gilberto, que podrás imaginar la carga que te deja en el alma. La sensación de frustración de no poder decirles nada. Nada más… “que no pierdas la fe”. “Lucha”. “Denuncia”. “No te quedes callado”.
Todo aquel río inagotable de gente. Toda esa energía. Me ha cambiado la vida. La forma de ver las cosas. Créeme que solo viéndolo. Viviendo esta experiencia, te puedes dar cuenta de la verdadera fuerza que mueve nuestra identidad. Esa que para muchos ya estaba perdida.
No obstante la justicia es el vínculo de la sociedad. Hoy supe que sin ella, la cohesión no se había extraviado.
Gilberto, sé que ya te fuiste. Pero tu vida apagada cobra sentido. Tu lucha por la paz, la igualdad, la democracia, la libertad y esmero por los demás, si bien no está resuelta, se ha encauzado. ¡Enderezaste el camino! Tantas veces preso por expresar tu conciencia. Hoy has dejado un fruto que con tu vida y los que amamos a México, no vamos a desperdiciar.
Vete en paz, Gilberto. Ya no sufras. Si bien no ha llegado a donde quieres. Tu tierra, esa que tanto amaste, ya sabe a donde ir. Qué hacer. Dónde nutrir su fe.
¡No sabes cuanto aprecio el impulso que diste al despertar de conciencias! Ahora que ya descansas, tendrás tiempo para aquilatarlo. Fue hermoso conocerte… importante. Te agradezco el ímpetu. Una mente brillante. Un alma que no te cupo en el cuerpo. Un preso de carne y no de conciencia. Hoy estás libre. Ya nada te limita. Solo lamento no haber estado contigo para darte un abrazo, después de terminada esta marcha. “Sí, iluminamos México”… Nosotros aquí abajo, a nivel de calle. Tú allá arriba. Seguro en un balcón, donde tu alma tendrá razones para estar contenta.
A Gilberto Rincón Gallardo
1939- 2008
La última vez que hablé contigo, supe que ya no nos volveríamos a ver en esta vida… Seguramente en la siguiente. Me dijiste que no ibas a poder ir a la marcha de “Iluminemos México”, por causa de un nuevo marcapasos que te acababan de instalar en tu corazón doliente. Y así lo entendí. También supe que aunque no físicamente, tu noble alma me acompañaría a lo largo de Reforma, Juárez, Madero y hasta el Zócalo. Calles para ti tan familiares, como entrañables… Pero, ¿sabes Gilberto? Te quiero compartir lo que viví.
Entendí que la voz de un pueblo —que se acercó a contarme sus penas— semeja estrofas del himno que nos identifica. Pude ver que la bandera cambiaba todos sus colores por el blanco. Que aunque sea por la fatalidad que nos sacude, de todas maneras existen razones para estar unidos. La sociedad… todos, nos preguntábamos insistentemente si serviría de algo sacarlo del pecho. Caminar juntos. Vernos a los ojos. Estar para hacernos visibles. Sentir la carne viva de la solidaridad. Otros con voz trémula me preguntaban si lo viable, lo sensato era salir de México para hacer en otro lado, una nueva vida… Yo les dije que no. “Amar a tu país en las buenas, resulta fácil”. “Amarlo bajo la prueba de la adversidad, es demostrarle lealtad presente”. “Esperanza”. Oí, vi, sentí frases duras. “El Estado debe existir solo para protegernos” me decían unos. “Que no vengan aquí los políticos… no los queremos entre nosotros” era la voz de otros. “A mí me secuestraron en el 2003”… y me dijeron decenas de otras fechas. “A mi hermano lo mató la policía, porque se metió por una calle en sentido contrario” era la voz de una mujer llorosa. Fueron tantos testimonios, Gilberto, que podrás imaginar la carga que te deja en el alma. La sensación de frustración de no poder decirles nada. Nada más… “que no pierdas la fe”. “Lucha”. “Denuncia”. “No te quedes callado”.
Todo aquel río inagotable de gente. Toda esa energía. Me ha cambiado la vida. La forma de ver las cosas. Créeme que solo viéndolo. Viviendo esta experiencia, te puedes dar cuenta de la verdadera fuerza que mueve nuestra identidad. Esa que para muchos ya estaba perdida.
No obstante la justicia es el vínculo de la sociedad. Hoy supe que sin ella, la cohesión no se había extraviado.
Gilberto, sé que ya te fuiste. Pero tu vida apagada cobra sentido. Tu lucha por la paz, la igualdad, la democracia, la libertad y esmero por los demás, si bien no está resuelta, se ha encauzado. ¡Enderezaste el camino! Tantas veces preso por expresar tu conciencia. Hoy has dejado un fruto que con tu vida y los que amamos a México, no vamos a desperdiciar.
Vete en paz, Gilberto. Ya no sufras. Si bien no ha llegado a donde quieres. Tu tierra, esa que tanto amaste, ya sabe a donde ir. Qué hacer. Dónde nutrir su fe.
¡No sabes cuanto aprecio el impulso que diste al despertar de conciencias! Ahora que ya descansas, tendrás tiempo para aquilatarlo. Fue hermoso conocerte… importante. Te agradezco el ímpetu. Una mente brillante. Un alma que no te cupo en el cuerpo. Un preso de carne y no de conciencia. Hoy estás libre. Ya nada te limita. Solo lamento no haber estado contigo para darte un abrazo, después de terminada esta marcha. “Sí, iluminamos México”… Nosotros aquí abajo, a nivel de calle. Tú allá arriba. Seguro en un balcón, donde tu alma tendrá razones para estar contenta.
A Gilberto Rincón Gallardo
1939- 2008
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