Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Los verdaderos golpes contra el narcotráfico
Dicen en Estados Unidos que uno de los grandes aciertos de Michelle Obama, la esposa de Barack, ha sido cambiar aquel viejo dicho feminista de “todo lo personal es político” por uno mucho más interesante: “Todo lo político es personal” (aunque desmienta al maestro Armando Manzanero).
Dicen en Estados Unidos que uno de los grandes aciertos de Michelle Obama, la esposa de Barack, ha sido cambiar aquel viejo dicho feminista de “todo lo personal es político” por uno mucho más interesante: “Todo lo político es personal” (aunque desmienta al maestro Armando Manzanero).
La lucha contra el narcotráfico es personalísima: es verdad que luchan las instituciones del Estado contra estructuras, redes criminales y que en última instancia serán unas o las otras las que se impongan. Pero esas fuerzas del Estado y esas redes, de uno y otro lados, tienen nombre, rostro, familias, pasiones y odios y están representadas por hombres y mujeres muy concretos. La batalla siempre ha sido así, tiene nombres y apellidos.
Por lo tanto, la ubicación de las piezas, de los hombres y las mujeres que deben llevar a cabo esa tarea, en uno u otro bandos, es fundamental. Al inicio de esta administración, un hecho que descontroló la estrategia decidida por el presidente Calderón fue el cambio de las alianzas entre los grupos del narcotráfico: no estaba contemplada la ruptura del cártel de los Beltrán Leyva con la gente de El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada ni tampoco la alianza de los primeros con el cártel de Juárez, que encabeza Vicente Carrillo, y de éstos con Los Zetas, que a su vez ya se habían aliado con los restos de los Arellano Félix. Una nueva federación que les permitía a sus integrantes pelear, prácticamente, el control de toda la frontera, con una fuerte penetración en varios puntos del país y también entre las autoridades.
El primer dato cierto de que los Beltrán Leyva habían penetrado estructuras de alto nivel, se tuvo el sexenio pasado, con la detención del jefe de giras de la Presidencia de la República, Nahum Acosta. Varias pláticas telefónicas de este funcionario con Arturo Beltrán Leyva fueron grabadas y presentadas como prueba. A pesar de que esas grabaciones las certificaron y habían sido realizadas en parte en México y en parte en Estados Unidos, un juez decidió dejarlo en libertad, al no admitirlas como prueba. Esa decisión rompió, en buena medida, las reglas del juego (unos pensaron que se estaba beneficiando a los otros) entre los grupos que se estaban preparando ya para embarcarse en su guerra interna.
La pugna entre los grupos de Sinaloa y la nueva alianza de los Beltrán, Los Zetas, Juárez y los Arellano, ha sido especialmente cruenta, como también la violencia contra las autoridades cuando han intentado combatirlos. En éste y otros espacios hemos dicho que la estrategia de seguridad que había implementado la administración de Calderón era correcta: recuperación de territorios y control, recuperación, también, de inteligencia directa para poder operar entonces sobre la nueva geografía de los cárteles. En ese sentido, la estrategia funcionó como un primer piso, pero por encima de ella había dos pisos más que no funcionaron adecuadamente: el segundo implicaba la coordinación efectiva con estados y municipios, una tarea política por definición, que necesitaba que éstos se involucraran en esa lucha y, sobre todo, que garantizaran el control sobre la seguridad local. No fue así, por falta de trabajo político y porque esas fuerzas resultaron estar más infiltradas de lo previsto. Y porque muchos gobernadores no quisieron o no se vieron en la necesidad de asumir esa responsabilidad. El tercer piso tenía que ver con la operación, pero también con las percepciones: los golpes dirigidos, significativos, los que le dicen a la gente no sólo si una batalla se está dando sino también si se está ganando o perdiendo.
Una serie de malas decisiones políticas y organizativas contaminaron la operación del gobierno federal y permitieron que se cuestionara la estrategia global y se llevó incluso a la tesis, favorable a todas luces para el narcotráfico, de que se debía llegar a un imposible “pacto” con ellos. Al mismo tiempo, se desató una campaña de descalificación injusta, inmoral, en la forma y en el fondo, contra Genaro García Luna, por grupos políticos internos y externos del poder que buscaban beneficios personales y de sector en la caída del secretario de Seguridad Pública. Pero el reacomodo de algunas piezas, la visualización más específica de los objetivos e incluso el rediseño institucional de la coordinación (que aún está en proceso para concluirla) han permitido en las últimas semanas otorgarle a la lucha contra el narcotráfico una serie de éxitos que no tenía: desde meses atrás, se había descubierto que parte del mando de la Siedo había sido infiltrada por los Beltrán Leyva. Esos funcionarios fueron detenidos, la institución depurada y por primera vez Eduardo Medina-Mora pudo colocar a su gente de confianza en ésa y otras estructuras. Se movió hacia otras áreas del Ejecutivo a José Luis Santiago Vasconcelos, para dejar en claro que no tenía relación alguna con aquellos hechos. Y se acomodaron piezas, se restablecieron estrategias, se modificó el Sistema Nacional de Seguridad Pública, llegó a la asesoría presidencial Jorge Tello Peón y, en unas pocas semanas, lo sembrado durante meses comenzó a dar algunos frutos importantes: la detención de Eduardo Arellano Félix, jefe de una de la partes en que ha quedado desmembrada del cártel que crearon sus hermanos; antes, la caída de la más importante célula de importación de cocaína de Colombia ligada a los Beltrán Leyva; al mismo tiempo, siendo de un grupo rival, la de El Rey Zambada, pieza clave del cártel de Sinaloa (unos y otros detenidos en el DF donde las autoridades siguen diciendo que en la capital no hay narcotráfico), sumados a numerosos golpes en distintos puntos del país. No concluyen la violencia ni la inseguridad ni lo harán en el corto plazo, pero empezar a poner las piezas en su lugar y en un nuevo tablero, comienza a dar los primeros frutos. Falta mucho, demasiado, por hacer, pero hay luces al final del camino.
Por lo tanto, la ubicación de las piezas, de los hombres y las mujeres que deben llevar a cabo esa tarea, en uno u otro bandos, es fundamental. Al inicio de esta administración, un hecho que descontroló la estrategia decidida por el presidente Calderón fue el cambio de las alianzas entre los grupos del narcotráfico: no estaba contemplada la ruptura del cártel de los Beltrán Leyva con la gente de El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada ni tampoco la alianza de los primeros con el cártel de Juárez, que encabeza Vicente Carrillo, y de éstos con Los Zetas, que a su vez ya se habían aliado con los restos de los Arellano Félix. Una nueva federación que les permitía a sus integrantes pelear, prácticamente, el control de toda la frontera, con una fuerte penetración en varios puntos del país y también entre las autoridades.
El primer dato cierto de que los Beltrán Leyva habían penetrado estructuras de alto nivel, se tuvo el sexenio pasado, con la detención del jefe de giras de la Presidencia de la República, Nahum Acosta. Varias pláticas telefónicas de este funcionario con Arturo Beltrán Leyva fueron grabadas y presentadas como prueba. A pesar de que esas grabaciones las certificaron y habían sido realizadas en parte en México y en parte en Estados Unidos, un juez decidió dejarlo en libertad, al no admitirlas como prueba. Esa decisión rompió, en buena medida, las reglas del juego (unos pensaron que se estaba beneficiando a los otros) entre los grupos que se estaban preparando ya para embarcarse en su guerra interna.
La pugna entre los grupos de Sinaloa y la nueva alianza de los Beltrán, Los Zetas, Juárez y los Arellano, ha sido especialmente cruenta, como también la violencia contra las autoridades cuando han intentado combatirlos. En éste y otros espacios hemos dicho que la estrategia de seguridad que había implementado la administración de Calderón era correcta: recuperación de territorios y control, recuperación, también, de inteligencia directa para poder operar entonces sobre la nueva geografía de los cárteles. En ese sentido, la estrategia funcionó como un primer piso, pero por encima de ella había dos pisos más que no funcionaron adecuadamente: el segundo implicaba la coordinación efectiva con estados y municipios, una tarea política por definición, que necesitaba que éstos se involucraran en esa lucha y, sobre todo, que garantizaran el control sobre la seguridad local. No fue así, por falta de trabajo político y porque esas fuerzas resultaron estar más infiltradas de lo previsto. Y porque muchos gobernadores no quisieron o no se vieron en la necesidad de asumir esa responsabilidad. El tercer piso tenía que ver con la operación, pero también con las percepciones: los golpes dirigidos, significativos, los que le dicen a la gente no sólo si una batalla se está dando sino también si se está ganando o perdiendo.
Una serie de malas decisiones políticas y organizativas contaminaron la operación del gobierno federal y permitieron que se cuestionara la estrategia global y se llevó incluso a la tesis, favorable a todas luces para el narcotráfico, de que se debía llegar a un imposible “pacto” con ellos. Al mismo tiempo, se desató una campaña de descalificación injusta, inmoral, en la forma y en el fondo, contra Genaro García Luna, por grupos políticos internos y externos del poder que buscaban beneficios personales y de sector en la caída del secretario de Seguridad Pública. Pero el reacomodo de algunas piezas, la visualización más específica de los objetivos e incluso el rediseño institucional de la coordinación (que aún está en proceso para concluirla) han permitido en las últimas semanas otorgarle a la lucha contra el narcotráfico una serie de éxitos que no tenía: desde meses atrás, se había descubierto que parte del mando de la Siedo había sido infiltrada por los Beltrán Leyva. Esos funcionarios fueron detenidos, la institución depurada y por primera vez Eduardo Medina-Mora pudo colocar a su gente de confianza en ésa y otras estructuras. Se movió hacia otras áreas del Ejecutivo a José Luis Santiago Vasconcelos, para dejar en claro que no tenía relación alguna con aquellos hechos. Y se acomodaron piezas, se restablecieron estrategias, se modificó el Sistema Nacional de Seguridad Pública, llegó a la asesoría presidencial Jorge Tello Peón y, en unas pocas semanas, lo sembrado durante meses comenzó a dar algunos frutos importantes: la detención de Eduardo Arellano Félix, jefe de una de la partes en que ha quedado desmembrada del cártel que crearon sus hermanos; antes, la caída de la más importante célula de importación de cocaína de Colombia ligada a los Beltrán Leyva; al mismo tiempo, siendo de un grupo rival, la de El Rey Zambada, pieza clave del cártel de Sinaloa (unos y otros detenidos en el DF donde las autoridades siguen diciendo que en la capital no hay narcotráfico), sumados a numerosos golpes en distintos puntos del país. No concluyen la violencia ni la inseguridad ni lo harán en el corto plazo, pero empezar a poner las piezas en su lugar y en un nuevo tablero, comienza a dar los primeros frutos. Falta mucho, demasiado, por hacer, pero hay luces al final del camino.
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