El
Papa climático/Johan Rockström is Professor in Global Sustainability and Director of the Stockholm Resilience Center at Stockholm University.
Project
Syndicate |3 de julio de 2015
La
encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente que se dio a conocer
recientemente es un mensaje poderoso no sólo para los 1.200 millones de
católicos del mundo, sino también para el resto de la población global.
Firmemente arraigado en la ciencia, el documento instructivo –el más importante
del Vaticano en más de diez años- reconoce la necesidad de medidas urgentes, en
tanto el mundo enfrenta un cambio climático potencialmente catastrófico.
En
2000, los científicos Paul Crutzen y Eugene Stoermer propusieron que la
actividad humana, particularmente en el mundo desarrollado, estaba
interfiriendo en la escala planetaria con las fuerzas fundamentales de la
naturaleza –el agua, los ciclos de carbono y nitrógeno, las capas de hielo, la
biodiversidad, los océanos y los bosques-. Los cambios eran tan profundos,
sugirieron, que los geólogos en el futuro verían un claro quiebre entre la era
geológica previa, el Holoceno, y una nueva a la que llamaron el Antropoceno.
En
los últimos 15 años, la evidencia científica reforzó la conclusión de que la
actividad humana está transformando el planeta de manera fundamental. El
Vaticano ya ha reconocido esta visión de modo explícito: la Pontificia Academia
de las Ciencias se refirió al Antropoceno en las actas de una reunión llevada a
cabo en mayo de 2014.
El
Holoceno, que comenzó hace 11.700 años cuando acabó la Era de Hielo, ha sido un
período de notable estabilidad. Después de una era de cambios drásticos, las
temperaturas globales promedio se establecieron en un patrón estable dentro de
un rango extraordinariamente estrecho de 1° Celsius. La relativa estabilidad
del clima y la predictibilidad de las estaciones facilitaron el surgimiento de la
agricultura que, a su vez, permitió la creación de pueblos y ciudades.
En
otras palabras, las características definitorias del Holoceno son críticas para
sustentar a la civilización humana tal como la conocemos –una conclusión
respaldada por la última encíclica-. Es más, como indica la evidencia reciente,
cuando grandes sistemas naturales son sometidos a altos niveles de estrés,
pueden alcanzar momentos críticos, en los cuales sólo un pequeño ajuste es
suficiente para desatar su colapso. Parece que muchos sistemas ya están
acercándose a ese punto.
El
año pasado, investigadores que trabajaban en la Antártida observaron que partes
importantes de la capa de hielo parecen estar colapsando irrevocablemente. Del
otro lado del planeta, el hielo marino está atravesando una espiral descendente
tan rápida que, en apenas unas décadas, el Ártico podría ser un océano abierto
en el verano. Esto podría hacer subir aún más las temperaturas globales, porque
el océano más oscuro absorbe el calor solar, mientras que el hielo marino
blanco lo refleja.
En
2009, mis colegas y yo identificamos nueve fronteras planetarias vinculadas a
áreas como el clima, la biodiversidad, el uso del nitrógeno y el fósforo y la
deforestación que, si se las respetara, nos permitirían preservar –o al menos
evitar alterar aún más- las condiciones del Holoceno. Cuando actualizamos
nuestro análisis a comienzos de este año, llegamos a la conclusión de que ya
hemos violado cuatro de las nueve fronteras.
Si
no cambiamos rápidamente nuestro comportamiento, es muy probable que perdamos
la estabilidad ambiental de la que dependen nuestro planeta y nuestras vidas.
Este es el mensaje principal de la encíclica papal.
Proteger
a nuestro planeta es un imperativo moral. Como señaló el Vaticano, los pobres
se ven desproporcionadamente afectados por las consecuencias del cambio
climático; por ejemplo, algunas de nuestras actividades amenazan con perjudicar
la producción de alimentos en zonas más secas –y más pobres- del mundo. Pero
también enfrentamos un imperativo económico, porque el acceso confiable a
recursos naturales es esencial para el desarrollo y la prosperidad humanos. Y,
por cierto, los desastres naturales cada vez más frecuentes y severos conllevan
costos humanos y económicos enormes.
Como
deja en claro la encíclica, el futuro no tiene por qué ser sombrío. Podemos
aprovechar esta oportunidad para construir un futuro nuevo, en el que la
sostenibilidad ambiental sustente el progreso y la dignidad humanos. Si
seguimos actuando como hasta ahora, entonces sí las perspectivas para la
humanidad serán muy lúgubres.
La
prioridad más inmediata es abordar el cambio climático y la pérdida de
biodiversidad, que está alcanzando niveles de extinción masiva. Las
temperaturas globales han aumentado casi 1° Celsius en el último siglo,
colocándolas en el límite del Holoceno. Si, como subraya la “declaración de la
Tierra” publicada recientemente, las temperaturas alcanzan los 2° Celsius sobre
los niveles preindustriales, los resultados podrían ser desastrosos. Sin
embargo, si se mantienen las tendencias de emisiones actuales, las temperaturas
van a aumentar más de 4°C con respecto a los niveles preindustriales para
finales del siglo.
Según
la encíclica de Francisco, el mundo debe trabajar en conjunto para revertir
esta tendencia, reconectándose con la biósfera y armonizando sus actividades
con la naturaleza. Con una postura firme que se alinea con nuestra
investigación de las fronteras planetarias, la encíclica subraya la
responsabilidad de la humanidad a la hora de sustentar la estabilidad de la era
del Holoceno en respaldo del desarrollo mundial.
Sin
embargo, hay quienes –como el recientemente difundido “Manifiesto
ecomodernista”- no están tan preocupados por los riesgos ambientales del
Antropoceno y recurren a nuestra capacidad tecnológica para adaptarse a las
condiciones cambiantes.
Sin
duda, la innovación y el desarrollo tecnológicos serán vitales en el cambio a
un mundo más sustentable, en especial si se permite la creación de una sociedad
de emisiones cero para alrededor del 2050. Pero no bastará para sustentar
buenos estilos de vida para todos los ciudadanos del mundo. La transformación
global que se necesita ahora no debe basarse en el avance tecnológico, sino en
nuestros valores y convicciones colectivos –especialmente nuestro compromiso
para salvaguardar la estabilidad y resiliencia del planeta protegiendo el
patrimonio de la humanidad.
En
septiembre, los líderes mundiales se reunirán para acordar sobre nuevos
Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS), que guiarán los esfuerzos de
desarrollo globales en los próximos 15 años. A diferencia de los antecesores de
los nuevos objetivos, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los ODS se
aplicarán a todos los países, e incluirán un foco explícito en la
sustentabilidad ambiental, además del desarrollo humano y económico. En diciembre,
cuando los líderes mundiales vuelvan a reunirse para sacar adelante un acuerdo
climático, la calidad de su trabajo, en muchos sentidos, determinará la
trayectoria del planeta.
La
declaración del Papa se hace eco del texto borrador para los ODS: “El futuro de
la humanidad y de nuestro planeta está en nuestras manos”. Esto es más que
simple retórica; representa un giro hacia un nuevo paradigma, en el que los
seres humanos son la fuerza impulsora detrás de los desarrollos planetarios, y
en consecuencia tienen una nueva responsabilidad de resguardo. Nuestras
elecciones nunca han sido tan importantes.
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