Revista
Proceso
# 2022, 1 de agosto de 2015...
“Renovación”
priista... por dedazo/José Gil Olmos…
Para
algunos militantes del PRI, su retorno al poder no implica la reedición de
instituciones autoritarias como el “dedazo”. Pero un documento salido de la
casa presidencial confirma que Peña Nieto trata de imponer al jefe de la
Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, como sustituto de César Camacho, al
frente del priismo.
Como
en los viejos tiempos, el 25 de julio el presidente de la República festejó las
recientes victorias electorales en la sede del PRI. Y como entonces,
prácticamente dio la señal para que se inicie la sucesión en la dirigencia del
partido. Sólo que les pidió a quienes ya se apuntaron que no se adelanten, pues
“no hay espacios para proyectos personales”.
Se
menciona a cinco aspirantes: Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, César
Duarte, José Reyes Baeza y Aurelio Nuño.
No
obstante, de acuerdo con un documento de Los Pinos al que este semanario tuvo
acceso, Nuño tiene el apoyo del presidente Enrique Peña Nieto para dirigir a su
partido porque –se indica en el texto– “proyecta una imagen joven, del nuevo
PRI”.
Según
el documento, el lugar de Nuño como jefe de la Oficina de la Presidencia podría
ser ocupado por el actual secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio
Meade, o también por Andrés Massieu Fernández, coordinador de Estrategia y
Mensaje Gubernamental de la Presidencia de la República e hijo de Andrés
Massieu Berlanga, quien fuera secretario particular del presidente Carlos
Salinas de Gortari.
Nuño
debería cumplir los requisitos de los estatutos partidistas. El artículo 156
señala que los candidatos a dirigentes deben tener 10 años de militancia
fehaciente y haber desempeñado algún cargo de dirigencia. En ninguna de sus
biografías públicas, incluida la del portal de la Presidencia, aparece el
historial priista de Nuño.
Sin
embargo, el joven aspirante puede beneficiarse del “dedazo” presidencial
porque, según Peña Nieto, los nuevos tiempos requieren que el PRI atraiga al
electorado urbano, de clase media y universitario.
En
el encuentro con la dirigencia del PRI el 25 de julio, el presidente pidió la
renovación generacional del partido para conquistar el voto que se le escapó en
la elección intermedia del 7 de junio:
“Es
momento de que el PRI actualice su organización y estructura para reflejar las
nuevas condiciones y dinámicas sociales del país. Es momento de que el PRI
regrese a las universidades, que despierte nuevamente el entusiasmo de la
juventud.
“Es
tiempo y oportunidad de que nuestro partido sea un espacio de participación
para los jóvenes talentosos, comprometidos con su país. Es tiempo de que el PRI
renueve su misión ética y social en favor de los menos favorecidos, de los que
padecen hambre y viven en marginación.”
Días
después, en una entrevista radiofónica, el líder de los diputados federales de
ese partido, Manlio Fabio Beltrones, quien ya declaró su interés por dirigirlo,
dijo que tal renovación no es una cuestión generacional sino de capacidades y
de proyectos.
La
crisis
Las
palabras de Peña Nieto aludieron implícitamente a los problemas que el PRI
resintió en las recientes elecciones, al no convencer a los electores jóvenes
del sector urbano ni superar la mala evaluación de la actual administración
presidencial, que le hizo perder cerca de 2 millones de votos en los recientes
comicios intermedios.
Desde
2006, cuando tuvo sólo 26% de los votos, el PRI no había registrado una
votación tan baja como la obtenida el pasado 7 de junio, cuando obtuvo 11
millones 638 mil 675 sufragios, equivalentes a 29% de los 39.87 millones que
definieron la elección para renovar la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas,
así como los congresos y presidencias municipales en 16 entidades.
Aunque
Peña Nieto celebró que el PRI alcanzara la mayoría relativa en la Cámara de
Diputados –que consideró como “un referéndum” sobre la aprobación de las
reformas estructurales–, el PRI perdió 66 presidencias municipales, 25
diputaciones locales y las gubernaturas de Querétaro, Michoacán y Nuevo León.
El
PRI tampoco ganó la simpatía de los jóvenes de 18 a 38 años, que representan
45% del electorado. Una encuesta de salida realizada en los comicios del 7 de
junio por la empresa Parametría señala que 40% de quienes votaron por
candidatos priistas a diputados federales tienen 56 años o más.
De
igual forma, 49% de las personas que manifestaron no tener estudios dijeron
haber votado por el PRI, así como 42% de los que sólo cursaron la primaria. En
la encuesta mencionada se observa que, conforme aumenta la escolaridad,
disminuye la intención de voto por el tricolor.
En
términos generales, se considera que el 7 de junio el voto duro del PRI bajó
cerca de 15%, al perder cerca de 2 millones de votos, y dejará de gobernar a 10
millones de mexicanos.
Dulce
María Sauri, expresidenta nacional de ese partido, considera que éste salió
“tablas” porque mantuvo más o menos el número de sus diputados y conservó el
número de sus gubernaturas.
Sin
embargo, advierte que la situación política del PRI está “sostenida de
alfileres, con piezas muy frágiles”, pues su 29% de votos, y sobre todo la
distribución espacial por segmento poblacional y por grupo o clase social,
representan potenciales problemas.
Desde
su punto de vista, el partido y sus candidatos no lograron convencer a amplios
sectores urbanos en la elección intermedia. Como ejemplo, cita la amplia
derrota que sufrieron en la zona metropolitana de Guadalajara:
“Ahí
no pudo obtener la mayoría del voto de los jóvenes y primeros votantes, sino de
las personas adultas mayores. Volvió de nuevo el perfil del votante promedio
del PRI: baja escolaridad, menores niveles de ingreso y habitante de colonias
populares o de poblaciones rurales, principalmente. Eso no sucedió en 2012,
cuando la candidatura de Enrique Peña Nieto tuvo aceptación entre votantes de
clase media urbana.”
El
mismo problema detecta en dos estados con gobernadores priistas: Querétaro y
Jalisco.
“El
primero tiene uno de los gobernadores mejor calificado por sus conciudadanos,
lo cual no fue suficiente para refrendar el triunfo de 2009. El segundo,
Jalisco, con elecciones municipales y de Congreso local, registró la mayor
derrota priista en zonas urbanas, pues Movimiento Ciudadano, que dio cobijo al
grupo político vinculado a Enrique Alfaro, arrasó en la zona metropolitana de
Guadalajara, se llevó un buen número de diputados al Congreso del estado y
logró influir significativamente en las elecciones de legisladores federales.”
La
exgobernadora de Yucatán observa que fue evidente que los votantes de clase
media de las zonas urbanas se alejaron del PRI o castigaron el desempeño de las
autoridades de ambos estados, y considera que sin este sector de la población
el partido no podrá ganar la elección presidencial de 2018.
Al
respecto, el especialista en temas electorales Jorge Alcocer coincide en que
las próximas elecciones parecen inciertas para el PRI “porque tiene una
tendencia a la baja en los votos conseguidos, y porque tiene un electorado
viejo, muy amaestrado en sus propios vicios”.
Peña,
factor electoral
Sauri
presidió el PRI en 2000, cuando por primera vez en su historia de 71 años
perdió la Presidencia, con su candidato Francisco Labastida Ochoa.
Con
base en esa experiencia, señala que para las siguientes elecciones, incluyendo
la presidencial de 2018, los resultados de gobierno de Peña Nieto influirán
mucho en las posibilidades de victoria:
“La
incertidumbre económica, la inseguridad y la corrupción podrían crear un
ambiente poco favorable a las candidaturas del PRI, que tendrá una fuerte
competencia en todas y cada una de las elecciones de gobernador que se celebrarán
en los próximos tres años.”
Sostiene
que el PRI puede seguir aprovechando los conflictos internos de la izquierda
para avanzar, así como la incapacidad que el PAN ha mostrado para reconstruirse
después de la derrota en la elección presidencial de 2012. Pero advierte que
esto tiene un límite, como se mostró en los casos recientes de Colima y San
Luis Potosí, ambos gobernados por el PRI, donde los candidatos del PAN
estuvieron a punto de llevarse el triunfo.
En
este sentido, Jorge Alcocer sostiene que si bien el gobierno de Peña Nieto en
apariencia gozará de tres años de tranquilidad legislativa, de comodidad porque
tiene asegurados los votos para aprobar el presupuesto y sacar las leyes
secundarias pendientes, no será lo mismo para el partido.
“En
la perspectiva de los próximos tres años –explica– se percibe incertidumbre
para afrontar las 12 elecciones de gobernador que habrá el año entrante, otras
tres en 2017 –siendo la más importante la del Estado de México– y las
elecciones en 2018, en las cuales además de elegir presidente, diputados
federales y senadores, habrá comicios en 19 estados, de los cuales nueve van a
elegir gobernador.
“Por
eso digo que el gobierno de Peña va a tener tranquilidad legislativa y para el
PRI será la incertidumbre de cara a las elecciones que vienen.”
Un
error, el nuevo “dedazo”
En
el ya citado documento elaborado en Los Pinos, se menciona a Aurelio Nuño como
el aspirante idóneo para sustituir en la presidencia del PRI a César Camacho,
que se va a la Cámara de Diputados.
En
cuanto al líder de la bancada priista, Manlio Fabio Beltrones, está considerado
como relevo en las secretarías de Agricultura, Energía o Economía.
No
obstante, Sauri opina que la nueva dirigencia del partido debe mantener
distancia con Peña Nieto, no repetir el tradicional “dedazo”, y definir con
autonomía las reglas del juego interno para elegir candidato a la Presidencia
de la República.
“No
coincido con la apreciación de que el triunfo del PRI trajo de vuelta la
facultad presidencial de designar a su sucesor –abunda Sauri–. Desde 1987 ésta
registró un acelerado desgaste, que se hizo patente en 1993, 1994 y con
particular intensidad en 1999.
“El
presidente y el PRI tendrán que diseñar una estrategia que conjugue el
aprendizaje de 2006 y 2012, un fracaso y un éxito, para construir candidaturas
realmente competitivas, frente a un electorado cada vez más escéptico respecto
al gobierno y los partidos en general.”
Aclara
que “el reto externo está vinculado a los resultados obtenidos por el gobierno
surgido de sus filas. El PRI tiene la responsabilidad política de sostenerlo,
de apoyar las políticas y los programas que impulsa.
“El
partido y el presidente tienen una relación de mutua dependencia: uno no es
fuerte sin el otro. Pero el PRI tiene muchas formas de fortalecer a la figura
presidencial, que no pasan necesariamente por la incondicionalidad. Y el
presidente tiene también caminos para fortalecer a su partido respetando la ley
y dando buenos resultados de gobierno.”
La
entrevistada sostiene que las divisiones internas y las imposiciones se pueden
convertir en un “veneno” para el PRI. Por eso, dice, tendrán que tejerse
alianzas y negociaciones, en las cuales el presidente será una parte
fundamental, pero no la única.
“Su
comprensión del proceso inédito que enfrentará y su actitud frente a éste serán
claves para lograr una candidatura con posibilidad de competir frente a otros
partidos o candidaturas independientes”, resume.
–¿Qué
tipo de liderazgo requiere el PRI? –se le pregunta.
–Un
liderazgo que comprenda la magnitud del reto que tiene ante sí, que tenga
experiencia política y disposición de ponerla al servicio del partido, que sepa
reconocer a los interlocutores y negociar, internamente con los distintos
interesados en la candidatura presidencial y sus grupos, y hacia afuera con
otras fuerzas políticas.
Para
ella, el próximo líder priista tampoco puede ser una simple correa de
transmisión de las instrucciones reales o supuestas del presidente.
“Tiene
que poseer la disciplina necesaria, pero no puede ser un incondicional ni verse
como un subordinado. Debe erigirse en árbitro de la contienda interna. Para que
no haya duda alguna, deberá restablecerse el candado estatutario que le impida
aspirar a la candidatura presidencial. Será su escudo protector frente a las
tentaciones futuras y los cuestionamientos de los aspirantes.
–¿Cree
que Peña Nieto busque más a un incondicional que no le cause ruido por su
liderazgo?
–Si
busca un incondicional, correría el enorme riesgo de equivocarse cuando ya no
pueda corregir el rumbo. Una dirigencia del partido percibida como subordinada
acríticamente a Los Pinos limitaría el propio margen de maniobra del
presidente; eliminaría mediaciones indispensables en los conflictos internos;
no podría repartir el juego entre los participantes y, lo peor, nadie le
creería. ¿Para qué le serviría así al PRI y al presidente?
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