Revista Proceso #2028,
13 de septiembre de 2015..
Una “verdad
histórica” a base de intimidación y falsedades/MARCELA TURATI
La “verdad histórica” del caso Ayotzinapa, presentada el pasado enero por
el entonces procurador Jesús Murillo Karam, y que concluye que los 43
normalistas fueron incinerados en un basurero de Cocula, se armó al vapor y
basándose en párrafos de literatura científica sacados de contexto. Está llena
de datos falsos, salpicada de omisiones y suposiciones. Y cuando los
testimonios y los estudios serios empiezan a demoler las increíbles hipótesis
de la PGR, o cuando algunos indicios apuntan hacia el ámbito militar, se
recurre a las amenazas y al hostigamiento de testigos.
El gobierno federal hizo cuadrar los hechos que la Procuraduría General
de la República (PGR) presentó como la “verdad histórica” del caso Ayotzinapa y
borró evidencias que incriminaban a instancias federales en la desaparición de
los 43 normalistas.
Dos testigos a quienes la PGR silenció fueron los empleados del servicio
de limpia del municipio de Cocula, Rosí Millán y Wenceslao Rifas, tripulantes
del camión recolector que lleva la basura al tiradero municipal donde
supuestamente incineraron a los normalistas. Su testimonio apareció en la
página de internet de Proceso el 29 de octubre del año pasado; afirmaron que
aproximadamente el día 23 –una semana antes de que la PGR anunciara que los 43
podrían haber sido cremados ahí–, militares les impidieron el paso argumentando
razones de seguridad.
“Dijeron: ‘Procuren no venir aquí, porque tarde o temprano puede haber un
tiroteo’… y no vaya a ser la de malas, mejor ya no subimos”, dijo Millán esa
vez. Hasta ese momento no habían sido citados a declarar.
Ambos aseguraron que siguieron usando el tiradero desde el día de la
supuesta quema de los 43 y durante casi un mes, y nunca se percataron de que en
ese lugar hubiera habido algún hecho extraordinario. Parte de su trabajo
consistía en vigilar de lejos el basurero para detectar cualquier humo. Millán
insistía en que la noche del 26 de septiembre no hubo fuego; llovía y él no vio
humareda alguna.
Sin embargo, en la conferencia de enero de este año, en la cual la PGR
presentó su “verdad histórica” sobre el destino de los normalistas, el entonces
procurador Jesús Murillo Karam mencionó un testimonio de los recolectores de
basura opuesto a esa primera versión: en esta, los dos empleados municipales
habrían dicho que narcotraficantes les impidieron el paso y que por miedo
habían dejado de usar el basurero.
Esta reportera visitó varias veces Cocula para reconfirmar esa nueva
versión. Una vez la casa de los Millán estaba cerrada; una segunda vez, la
familia entera mintió y negó que Rosí estuviera ahí. Su madre y hermanos se
notaban asustados. Él estaba escondido. Cuando se decidió a salir, temblaba.
Antes de negarse a dar la entrevista dijo: “No voy a hablar, porque luego me
acusan de mentiroso”.
Su miedo tiene explicación: el 2 de noviembre, cuatro días después de la
publicación de su testimonio, personal de la Subprocuraduría Especializada en
Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) trasladó al Distrito Federal a
los dos empleados municipales y los sometió a dos días de interrogatorios sin
darles comida.
Les preguntaron los hechos, les mostraron un ejemplar de la revista
Proceso y los amenazaron. Una persona cercana a ellos revela que en la SEIDO
les dijeron que “si no recordaban” y “si no dejaban de decir mentiras” iban a
terminar presos en Nayarit con los funcionarios y delincuentes de Guerreros
Unidos.
Entonces declararon lo contrario. Este dato fue confirmado por dos
fuentes.
A ambos les hicieron firmar papeles cuyo contenido desconocían. Wences
–ayudante de Rosí– no sabe leer. Cuando fue entrevistado por un grupo de reporteros
este año, seguía sosteniendo que en el basurero no hubo incineración. De los
militares nada dijo.
Ese no fue el único operativo para silenciar testigos o borrar
evidencias.
También la Sedena
Tras darse a conocer el Informe Ayotzinapa, donde se mencionan los
documentos que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) les entregó a los
expertos del GIEI, queda al descubierto que la dependencia respondió a las
solicitudes de información pública con informes mutilados o datos falsos.
En su edición 2003 de este semanario se publicaron las bitácoras del
Ejército sobre los hechos del 26 y 27 de septiembre en Iguala. Desde ahí se
evidenciaban varios errores: uno de ellos fue el borrado de los croquis de la
escena del crimen de un quinto camión tomado por los normalistas y que
–confirmó la investigación del GIEI– fue borrado de todas las diligencias
ministeriales de la PGR y pudo haber sido la causa del feroz ataque contra los
estudiantes pues podría haber estado cargado de heroína.
Uno de los croquis entregados por el Ejército (folio 22638) a Proceso
describía la escena del crimen donde perdieron la vida los jugadores de futbol
Los Avispones, pero omitía el quinto autobús, que estaría a pocos metros en la
misma carretera. El croquis anexo describía la posición de dos autobuses
atacados en la calle Juan N. Álvarez y la ubicación de los estudiantes
asesinados. Omitía otro autobús.
También el reporte sobre el normalista Julio César Mondragón, encontrado
por el Ejército muerto y torturado, tenía datos falsos, como el lugar de su
hallazgo.
Los reportes del personal de Inteligencia Militar que testificó cómo los
normalistas eran atacados tampoco fueron entregados.
Desde que se recibió esa información se metió un recurso de inconformidad
ante la Sedena por la información falseada e incompleta que había entregado y
porque no aparecían otros elementos que se sabía que existían, como las
fotografías tomadas por los militares a los estudiantes que encontraron
escondidos en el Hospital Cristina la noche del 26 de septiembre.
Según los normalistas, en ese encuentro fueron amenazados por la patrulla
comandada por el capitán José Martínez Crespo. Ese encuentro en el Hospital
Cristina fue la evidencia de que los militares estuvieron informados de los
ataques y no hicieron nada para ayudar a los estudiantes. Los militares se
cercioraron de que no quedara evidencia.
En octubre, en entrevista realizada por esta reportera, el médico Ricardo
Herrera, director de dicho hospital, informó que días antes personal del
Ejército se había presentado a pedirle los videos de las cámaras de seguridad
de su clínica. Según su testimonio, su cámara estaba descompuesta y no grabó
nada.
En la entrevista publicada el 11 de octubre en este semanario (Proceso
1980) él defendió la actuación de los militares y el buen trato que le dieron a
los estudiantes.
El Informe Ayotzinapa del GIEI revela que antes de rendir su declaración
judicial, ese médico había sido invitado a la sede del 27 Batallón por el
general Alejandro Saavedra, entonces comandante de la 35 Zona Militar, de
Chilpancingo, y responsable del cuartel de Iguala. No se sabe de qué hablaron.
“El médico fue llamado, según sus palabras, por los militares debido ‘a
que el general Saavedra quería que platicara con unas personas de justicia
militar y me dijo que si nos veíamos en el hospital o en el 27 Batallón. Yo fui
al Batallón 27. El capitán Crespo pide que no lo anoten en el libro de entrada
porque es invitado de mi general. Después lo llamó el mayor T y le dijo que la
primera declaración había sido informal y que le iba a tomar otra, así que esa
sí la firmé y le puse la huella”, se lee en el pie de página 196 del informe.
Las bitácoras del C-4 (Centro de Control, Comando, Comunicaciones y
Cómputo) obtenidas y publicadas por Anabel Hernández y Steve Fisher (Proceso
2027) también muestran que la información fue mutilada y dista de la que ese
mismo órgano entregó a los expertos del GIEI.
Los expertos mencionaron que la noche del 26 la Sedena tomó el control
del C-4 y dejó de transmitir información.
Ciencia a conveniencia
Personal de la PGR también manipuló los peritajes realizados en el
basurero de Cocula para que cuadraran con la versión presentada por Murillo
Karam.
Ya antes el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), coadyuvante
del caso por parte de los familiares de los 43 normalistas desaparecidos, había
señalado que no había evidencia que ligara al basurero de Cocula con el pedazo
de hueso recuperado del río San Juan, con el que se identificó al normalista
Alexander Mora Venancio y cuyo hallazgo sustentaba la versión de Murillo sobre
la incineración de los 43.
'El equipo de Aristegui demostró que la dependencia usó sólo dos párrafos
de ese estudio para armar su “verdad histórica” y los sacó de contexto, pues
dicho investigador concluye que tal temperatura sólo se puede alcanzar bajo
condiciones industriales o controladas en un laboratorio.
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