América
Latina, tierra de ‘millennials’/Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diairo 14ymedio
El
País, 24 de septiembre de 2016..
Nacieron
por los días en que se publicaba El nombre de la rosa de Umberto Eco, cuando
miles de cubanos escapaban de la isla a través del puerto de Mariel y un
fanático asesinaba a John Lennon en Nueva York. Son los millennials, que se
hicieron adultos con el cambio de siglo y conforman un tercio de la actual
población de América Latina. El mercado quiere cautivar a esa Generación Y,
mientras las empresas buscan aprovechar su estrecha vinculación con la
tecnología. Sin embargo, es en la escena política donde podrían rendir sus
mejores frutos para el continente. A diferencia de sus padres, que crecieron
entre conflictos armados, dictaduras e inestabilidad económica, a los
millennialsles ha tocado chocar con las imperfecciones de la democracia.
Herederos
del “fin de la historia”, estos jóvenes, que tienen hoy entre 20 y 35 años, se
enfrentan al desafío de cambiarle el rostro a una región urgida de
reinventarse. Llevan el pragmatismo por delante y cierta dosis de cinismo… que
nunca viene mal. Inconformes, quieren luchar contra el sistema que conocen,
pero sin los arranques épicos de sus abuelos, ni las elevadas expectativas de
sus progenitores. Rechazan las heroicidades y los actos de inmolación.
Para
transformar nuestras sociedades, estos “milenios” cuentan con herramientas
recién estrenadas. Han crecido en el más extenso periodo de innovación
tecnológica que se haya conocido y su manera de apreciar el mundo pasa, en la
mayoría de los casos, por la pantalla de un móvil. Estas criaturas, bisagras entre
el siglo XX y el XXI, marcan la impronta de la actual comunicación digital. Los
políticos dejan en sus manos el manejo de las redes sociales, las campañas
online y el crowdfunding. En esas labores están acumulando la experiencia que
un día les permitirá ejercer la gobernanza a través de la red.
A
pesar de las desigualdades que siguen caracterizando a América Latina en cuanto
a la calidad del sistema educativo y el poder adquisitivo de los hogares, la
comunicación digital ha sido una compañera frecuente en la vida de estos
jóvenes. Internet, la telefonía móvil y las redes sociales los escoltan desde
que tienen uso de razón.En el abecedario que dominan estos retoños de los baby
boomers, la G representa a Google y un pájaro azul carga con la T de Twitter.
Resulta difícil convencerlos de que alguna vez los teléfonos fueron de disco y
de que antaño, al comprar un producto, solo se podía pagar en efectivo. Nunca
han podido fumar dentro de un avión, ni han hecho café en un colador de tela.
Ecologistas,
veganos, pansexuales, multilingües e irreverentes, los millennials optan cada
vez más por la formación a distancia y el comercio electrónico. Se resisten a
pagar por la música que consumen y de los videojuegos han extraído la idea de
que la vida se expresa en una simple y dura fórmula: “Acción versus tiempo”.
Eran
pequeños cuando quedó atrás la oscuridad provocada por los sucesivos golpes
militares en el Cono Sur. En muchos casos ha habitado democracias débiles,
marcadas por la corrupción, las limitaciones a la libertad de expresión y la
concentración de poder en manos de unos pocos. La revista Forbes prevé que en
2025 representarán el 75% del total de la fuerza laboral mundial, pero pocos se
aventuran a calcular su participación política y su posicionamiento en mecanismos
de poder. Ya están en los despachos de los palacios de Gobierno, todavía como
ayudantes, haciendo prácticas o escuchando. Preparan agazapados la toma del
poder.
Entre
las asignaturas pendientes que deberán enfrentar en América Latina, les tocará
la postergada democratización de las fuerzas armadas. Circunscribir a esos
actores uniformados que han sido indeseados protagonistas del sistema político
y apuntalar el frágil poder civil, será tarea difícil en una región donde las
charreteras han mandado por siglos. Recelosos, los millennials han visto una y
mil veces las imágenes de la caída del Muro de Berlín, pero saben que aquellos
martillos que rompieron el concreto fueron empuñados por manos que ahora llevan
un bastón o despiden a los nietos desde la ventana.
Ahora,
escuchan cómo se apagan los últimos ecos del conflicto más largo del hemisferio
que late en Colombia, pero se mantienen a su alrededor los gritos del populismo
y las escaramuzas de la intolerancia política. Los estrictos límites de la derecha
y de la izquierda que han definido por medio siglo a la región, suenan en sus
oídos como los chirridos de un DJ sin experiencia que no sabe mezclar melodías.
Estos
millennials exhiben un alto grado de descontento político y se muestran
especialmente críticos con la calidad de los sistemas educativos. Sin ser una
población homogénea, se asemejan en la pugna por un espacio para la innovación
y el emprendimiento. En las redes sociales, han logrado acercar todas las
partes de un territorio cuyo principal desafío diplomático sigue siendo la
integración. Cansados de las siglas de tantos inútiles mecanismos regionales,
han disuelto las fronteras a través de la efectividad de un like en Facebook y
la compra de un producto en Amazon. Encarnan la globalización.
Hasta
en Cuba, “la isla de los desconectados”, con la menor tasa de penetración de
Internet del hemisferio, se les ve poblando los parques donde el Gobierno ha
abierto zonas wifi. Se les reconoce porque miran constantemente sus teléfonos
móviles, incluso cuando están en la cama, el baño o al volante. Tienen la
tirante necesidad de compartir información, por lo que son enemigos naturales
de la censura. En un continente donde la televisión ha moldeado el liderazgo y
los dictadores se han comportado más como estrellas de un culebrón que como
estadistas, los millennials prefieren consumir audiovisuales a la carta en
servicios online, en lugar de aferrarse a una programación hecha por otros.
Desde
la imagen en que sostienen su diploma hasta los momentos más íntimos, una buena
parte de ellos quiere colgarlo todo en línea. Sienten que los tiempos de la
privacidad llegaron a su fin y que su vida ahora es pública. En las redes
sociales los hemos visto superar el acné, librarse de los aparatos en los
dientes y estrenar barba o extensiones de cabello. Están dispuestos a entregar
información personal a cambio de una más intensa socialización. Sus hijos son
parte del experimento y los muestran en la red, sonrientes, ingenuos,
desprovistos de filtros. Paren, aman, protestan y mueren frente a una webcam.
Crean relaciones basadas en la horizontalidad, en parte porque las redes les
han inculcado la convicción de que interactúan con sus pares, sin jerarquías.
A
los millennials de América Latina solo les queda el optimismo, en la mayoría de
los casos creen que el mejor momento de su nación aún no ha llegado. No se
atreven a decir en voz alta que el futuro del continente pertenece por entero a
sus decisiones, pero lo moldearán a su antojo. Son sobrevivientes de ese
convulso siglo XX en el que nacieron, pero del que no se sienten parte. ¿Con
tales antecedentes, acaso podrían haber sido mejores?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario