Y ahora, solos... /Editorial
El Tiempo, 16/07/2008;
La decisión del Gobierno de descartar toda mediación con las Farc, no solo internacional, sino local, y de poner en cabeza de un supuesto enviado directo todo contacto con las Farc era tal vez previsible después del exitoso rescate de los 15 secuestrados el 2 de julio. ¿Pero es la mejor decisión? Después de sucesivos y contundentes éxitos en la guerra contra las Farc, ¿cuál debe ser ahora la conducta del Estado frente a esta guerrilla?
Una cosa, compartida por personajes influyentes en el alto Gobierno, es decirles que o se rinden o serán derrotadas militarmente de manera definitiva. Otra muy distinta sería asumir que el camino de la derrota militar está plagado de imprevistos y que una opción preferible sería, a la vez que se mantiene la presión militar, tender puentes hacia una organización que aún conserva suficiente capacidad militar y de mando organizado para decidir si entra en un proceso de negociación.
Tal opción depende, por supuesto, no solo del Estado, sino también de lo que las Farc quieran o puedan hacer. Pero sería un error que un exagerado triunfalismo llevara a cerrar toda puerta a una posibilidad de dialogar con las Farc, en condiciones infinitamente más favorables que en tiempos del Caguán.
Esta guerrilla tiene ante sí múltiples caminos. Puede optar por retomar la política y librarse del estigma mundial del secuestro. También podría acudir a la dinamita y al coletazo terrorista. Y, dada la penetración del narcotráfico y la desmoralización en sus filas, tampoco debe descartarse que llegue a disgregarse en grupos criminalizados que no obedezcan a una orientación centralizada. En un entorno de rearme de numerosos grupos postparamilitares y narcotráfico, esto podría conducir al país a una situación de violencia aún más difícil de controlar que el conflicto armado histórico.
De allí la importancia de que el Gobierno diseñe una política que contemple todas estas posibilidades y que, por contundente que sea hoy en su favor el signo de la confrontación militar, no descarte del todo la posibilidad de la negociación en una solución final.
A la mediación internacional se le ha puesto fin (llegando incluso a extremos tan innecesarios como el de abrir investigación contra el mediador suizo Gontard, según anunció ayer la Fiscalía). La vocería que ha asumido el Alto Comisionado, relegando a la Iglesia y a otros intermediarios, y la extraña noticia de que un "contacto directo" estaría en busca de 'Cano' lucen menos como decisiones efectivas para llegar a encuentros serios con las Farc, que como medidas tomadas al calor de la euforia por el rescate de Íngrid Betancourt y sus compañeros, que además sirven para librar al Gobierno de intermediaciones con las que raramente se sintió cómodo.
Por otra parte, no debe perderse de vista que en el mundo global el conflicto colombiano ya no es "interno". Para la muestra, la figuración mundial de Íngrid. Sin olvidar el impacto de nuestra violencia en el vecindario. Las Farc no solo conservan capacidad de daño (se le atribuyen este año 64 atentados, la mitad contra torres de energía y oleoductos), sino que siguen buscando a toda costa figuración externa. Así lo demuestra la carta de ayer en la que agradecen al presidente nicaragüense, Daniel Ortega, y le piden nada menos que una reunión. Menuda salida en falso.
¿Tras la decisión del Gobierno de terminar toda mediación está la idea de que "el fin del fin" ha llegado? ¿De que hay que darle prelación absoluta a la vía militar? ¿Existe un serio intento simultáneo por buscar contacto directo con las Farc con miras a una negociación que atienda a las nuevas realidades militares de la confrontación? De la respuesta a estas preguntas depende en buena medida qué tan cerca -o lejos- estemos de poner fin al conflicto armado que ha asolado al país por casi medio siglo.
Una cosa, compartida por personajes influyentes en el alto Gobierno, es decirles que o se rinden o serán derrotadas militarmente de manera definitiva. Otra muy distinta sería asumir que el camino de la derrota militar está plagado de imprevistos y que una opción preferible sería, a la vez que se mantiene la presión militar, tender puentes hacia una organización que aún conserva suficiente capacidad militar y de mando organizado para decidir si entra en un proceso de negociación.
Tal opción depende, por supuesto, no solo del Estado, sino también de lo que las Farc quieran o puedan hacer. Pero sería un error que un exagerado triunfalismo llevara a cerrar toda puerta a una posibilidad de dialogar con las Farc, en condiciones infinitamente más favorables que en tiempos del Caguán.
Esta guerrilla tiene ante sí múltiples caminos. Puede optar por retomar la política y librarse del estigma mundial del secuestro. También podría acudir a la dinamita y al coletazo terrorista. Y, dada la penetración del narcotráfico y la desmoralización en sus filas, tampoco debe descartarse que llegue a disgregarse en grupos criminalizados que no obedezcan a una orientación centralizada. En un entorno de rearme de numerosos grupos postparamilitares y narcotráfico, esto podría conducir al país a una situación de violencia aún más difícil de controlar que el conflicto armado histórico.
De allí la importancia de que el Gobierno diseñe una política que contemple todas estas posibilidades y que, por contundente que sea hoy en su favor el signo de la confrontación militar, no descarte del todo la posibilidad de la negociación en una solución final.
A la mediación internacional se le ha puesto fin (llegando incluso a extremos tan innecesarios como el de abrir investigación contra el mediador suizo Gontard, según anunció ayer la Fiscalía). La vocería que ha asumido el Alto Comisionado, relegando a la Iglesia y a otros intermediarios, y la extraña noticia de que un "contacto directo" estaría en busca de 'Cano' lucen menos como decisiones efectivas para llegar a encuentros serios con las Farc, que como medidas tomadas al calor de la euforia por el rescate de Íngrid Betancourt y sus compañeros, que además sirven para librar al Gobierno de intermediaciones con las que raramente se sintió cómodo.
Por otra parte, no debe perderse de vista que en el mundo global el conflicto colombiano ya no es "interno". Para la muestra, la figuración mundial de Íngrid. Sin olvidar el impacto de nuestra violencia en el vecindario. Las Farc no solo conservan capacidad de daño (se le atribuyen este año 64 atentados, la mitad contra torres de energía y oleoductos), sino que siguen buscando a toda costa figuración externa. Así lo demuestra la carta de ayer en la que agradecen al presidente nicaragüense, Daniel Ortega, y le piden nada menos que una reunión. Menuda salida en falso.
¿Tras la decisión del Gobierno de terminar toda mediación está la idea de que "el fin del fin" ha llegado? ¿De que hay que darle prelación absoluta a la vía militar? ¿Existe un serio intento simultáneo por buscar contacto directo con las Farc con miras a una negociación que atienda a las nuevas realidades militares de la confrontación? De la respuesta a estas preguntas depende en buena medida qué tan cerca -o lejos- estemos de poner fin al conflicto armado que ha asolado al país por casi medio siglo.
***
Los desplantes de Ortega
Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua, no se caracteriza propiamente por su sobriedad ni su mesura. Son varios y muy sonados los escándalos que su proceder y verbo desaforado han causado en su país, como el que produjo hace poco al decir que los países de la Unión Europea actúan "como moscas que se paran en la inmundicia", haciendo un ofensivo juego de palabras con el apellido de la embajadora de la UE allí, Francesca Mosca.
Con Colombia no ha llegado a esos extremos, pero hace tiempo que asumió hacia nuestro país una actitud de hostilidad que ya está pasando la raya. La más reciente expresión fue su destemplada declaración de apoyo a la decisión del presidente del Ecuador, Rafael Correa, de no reanudar relaciones con Colombia, en la que dijo que si el Gobierno colombiano rompe relaciones con Nicaragua, "bienvenido sea".
Hecha en vísperas de su reunión de ayer en el Ecuador con Correa y Hugo Chávez, esa declaración no fue un buen abrebocas para esa cumbre, en la que Colombia, según se anunció, fue uno de los temas de la agenda. Habrá que ver si Chávez -que ofreció mediar con el Ecuador después de dar por superadas sus diferencias con el presidente Álvaro Uribe en el encuentro de la semana pasada en Punto Fijo- logró llevar algo de moderación a la cumbre de Manabí, donde fue la figura central, entre otras cosas porque allí formalizó la vinculación de PDVSA, la petrolera estatal venezolana, a la construcción de la Refinería del Pacífico, proyectada como el mayor complejo petroquímico de la costa occidental de Suramérica.
Habrá que ver si el presidente Chávez logra que sus dos colegas socialistas le bajen el tono a sus ataques a Colombia. Lo que difícilmente cambiará es el mal gusto, la intemperancia y la grosera hostilidad de Daniel Ortega. Ya parecen atributos inamovibles de su personalidad.
editorial@eltiempo.com.co
Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua, no se caracteriza propiamente por su sobriedad ni su mesura. Son varios y muy sonados los escándalos que su proceder y verbo desaforado han causado en su país, como el que produjo hace poco al decir que los países de la Unión Europea actúan "como moscas que se paran en la inmundicia", haciendo un ofensivo juego de palabras con el apellido de la embajadora de la UE allí, Francesca Mosca.
Con Colombia no ha llegado a esos extremos, pero hace tiempo que asumió hacia nuestro país una actitud de hostilidad que ya está pasando la raya. La más reciente expresión fue su destemplada declaración de apoyo a la decisión del presidente del Ecuador, Rafael Correa, de no reanudar relaciones con Colombia, en la que dijo que si el Gobierno colombiano rompe relaciones con Nicaragua, "bienvenido sea".
Hecha en vísperas de su reunión de ayer en el Ecuador con Correa y Hugo Chávez, esa declaración no fue un buen abrebocas para esa cumbre, en la que Colombia, según se anunció, fue uno de los temas de la agenda. Habrá que ver si Chávez -que ofreció mediar con el Ecuador después de dar por superadas sus diferencias con el presidente Álvaro Uribe en el encuentro de la semana pasada en Punto Fijo- logró llevar algo de moderación a la cumbre de Manabí, donde fue la figura central, entre otras cosas porque allí formalizó la vinculación de PDVSA, la petrolera estatal venezolana, a la construcción de la Refinería del Pacífico, proyectada como el mayor complejo petroquímico de la costa occidental de Suramérica.
Habrá que ver si el presidente Chávez logra que sus dos colegas socialistas le bajen el tono a sus ataques a Colombia. Lo que difícilmente cambiará es el mal gusto, la intemperancia y la grosera hostilidad de Daniel Ortega. Ya parecen atributos inamovibles de su personalidad.
editorial@eltiempo.com.co
No hay comentarios.:
Publicar un comentario