‘Operación Jaque’ a las FARC/Antoni Traveria, periodista. Director de la Fundació Casa América Catalunya
Publicado en EL PERIÓDICO, 04/07/2008;
Lo único importante hoy es que 15 seres humanos han recuperado su libertad secuestrada. Una gran noticia que conlleva una inyección de esperanza para el conjunto de una sociedad colombiana estigmatizada por la violencia. Tiempo habrá para conocer otros muchos detalles de la espectacular operación militar, de atender versiones matizadas a la oficial, de leer libros e incluso de visionar películas acerca de un rescate que ciertamente resulta muy cinematográfico. La denominada operación Jaque ha puesto en evidencia una vez más la extrema debilidad e ineficacia con la que operan los dirigentes guerrilleros de las FARC y, al mismo tiempo, muestra la renovada capacidad estratégica del Ejército de Colombia, unido al éxito social y político de gran calado del presidente Álvaro Uribe Vélez después de seis años de gobierno.
El rescate de Ingrid Betancourt, combinado además con el de tres mercenarios de origen norteamericano, supone la pérdida de las bazas de presión política más preciadas que mantenían los guerrilleros y abre, sin duda, una profunda crisis en el interior de la organización, con un cuestionamiento seguro del ya de por sí precario liderazgo de Alfonso Cano por parte de otros comandantes que no desaprovecharán la ocasión para intentar derribar al sucesor del recientemente fallecido Pedro Antonio Marín, conocido por sus alias Manuel Marulanda o Tirofijo, el viejo líder fundador al que nadie osaba cuestionar.
Ingrid Betancourt y sus compañeros de dramático cautiverio están por fin libres, en sus casas, con sus familias, sin apariencia de que se haya producido negociación ni cesión política alguna, sin derramamiento de sangre. Una operación limpia con detenciones. Un descuido guerrillero, un engaño que solo es posible cuando se tiene una muy abundante información fiable del enemigo. Los sofisticados satélites que apuntan a la selva colombiana, la inestimable ayuda de Estados Unidos, la infiltración de informantes en el propio secretariado de las FARC o las continuas deserciones han hecho mucho más vulnerables los hasta hace poco ilocalizables campamentos insurgentes ubicados en la espesa selva colombiana. Puede ser, tras un golpe de enorme trascendencia como este, ahora sí, el principio del fin de la guerrilla activa más antigua de América Latina, pero sin descartar acciones de violencia a la desesperada de los integrantes más convencidos de la continuidad del terror, con represalias para los más de 600 rehenes que aún permanecen en su poder.
UNA NUEVA derrota militar para las FARC, la más significativa y humillante, a sumar a los numerosos golpes de envergadura recibidos en el último año que proyectan en el futuro un triunfo político de gran magnitud del presidente Álvaro Uribe. Si sus índices de aceptación se acercaban el martes al 70%, no hace falta acariciar una bola de cristal esotérica para vaticinar una consolidación y aumento de ese porcentaje de apoyo aun con sus muy controvertidas decisiones. Además, el éxito de esta operación le libera de la presión externa que ejercían sobre él presidentes como Hugo Chávez, Daniel Ortega y Rafael Correa, o, en el ámbito interno, la senadora de oposición Piedad Córdoba, como interlocutores a los que se consideraba imprescindibles para lograr la libertad de Ingrid Betancourt.
Álvaro Uribe nunca ha dejado de ser fiel a su ideario político. Disidente del Partido Liberal, economista graduado en Harvard, con su padre asesinado por las FARC, en su primera campaña electoral, en los comicios presidenciales del 26 de mayo del 2002 anunciaba con vehemencia: “Yo voy a convencer a más colombianos de que el camino de la paz es el camino de la autoridad, porque los violentos van a sentir que hay un Estado fuerte que los frena”. Las conversaciones de paz del presidente conservador Andrés Pastrana habían fracasado con estrépito el 20 de febrero –tres días después se producía el secuestro de Ingrid Betancourt– y el entonces candidato Álvaro Uribe proponía la distribución entre un millón de colombianos de equipos de comunicación conectados a las redes de las Fuerzas Armadas para transmitir información. Antes, como gobernador del industrial departamento de Antioquia, impulsó en la década de los 90 la creación de las llamadas fuerzas Convivir, grupos privados de civiles armados que decían “autodefenderse” de las agresiones de las guerrillas, lo que se asimiló después por sus críticos como el nacimiento de los grupos paramilitares, precisamente denominados Autodefensas Unidas de Colombia.
EL REELECTO presidente tiene ahora el escenario despejado con todos los triunfos en su mano para modificar la Constitución, si quiere, y acceder así a un tercer mandato consecutivo en los comicios previstos para el 2010. Pero también podría darse el caso, si decidiera mantener como está el actual texto constitucional, que no le permite una nueva reelección, que dos de los candidatos a sustituirle en la presidencia fueran la liberada Ingrid Betancourt, opositora en el 2002 de Uribe, y el actual ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, artífice político del plan de rescate de Betancourt, hijo del editor durante 50 años del influyente diario liberal El Tiempo, Enrique Santos Castillo, y nieto de quien fue presidente de Colombia de 1938 a 1942, Eduardo Santos Montejo.
El rescate de Ingrid Betancourt, combinado además con el de tres mercenarios de origen norteamericano, supone la pérdida de las bazas de presión política más preciadas que mantenían los guerrilleros y abre, sin duda, una profunda crisis en el interior de la organización, con un cuestionamiento seguro del ya de por sí precario liderazgo de Alfonso Cano por parte de otros comandantes que no desaprovecharán la ocasión para intentar derribar al sucesor del recientemente fallecido Pedro Antonio Marín, conocido por sus alias Manuel Marulanda o Tirofijo, el viejo líder fundador al que nadie osaba cuestionar.
Ingrid Betancourt y sus compañeros de dramático cautiverio están por fin libres, en sus casas, con sus familias, sin apariencia de que se haya producido negociación ni cesión política alguna, sin derramamiento de sangre. Una operación limpia con detenciones. Un descuido guerrillero, un engaño que solo es posible cuando se tiene una muy abundante información fiable del enemigo. Los sofisticados satélites que apuntan a la selva colombiana, la inestimable ayuda de Estados Unidos, la infiltración de informantes en el propio secretariado de las FARC o las continuas deserciones han hecho mucho más vulnerables los hasta hace poco ilocalizables campamentos insurgentes ubicados en la espesa selva colombiana. Puede ser, tras un golpe de enorme trascendencia como este, ahora sí, el principio del fin de la guerrilla activa más antigua de América Latina, pero sin descartar acciones de violencia a la desesperada de los integrantes más convencidos de la continuidad del terror, con represalias para los más de 600 rehenes que aún permanecen en su poder.
UNA NUEVA derrota militar para las FARC, la más significativa y humillante, a sumar a los numerosos golpes de envergadura recibidos en el último año que proyectan en el futuro un triunfo político de gran magnitud del presidente Álvaro Uribe. Si sus índices de aceptación se acercaban el martes al 70%, no hace falta acariciar una bola de cristal esotérica para vaticinar una consolidación y aumento de ese porcentaje de apoyo aun con sus muy controvertidas decisiones. Además, el éxito de esta operación le libera de la presión externa que ejercían sobre él presidentes como Hugo Chávez, Daniel Ortega y Rafael Correa, o, en el ámbito interno, la senadora de oposición Piedad Córdoba, como interlocutores a los que se consideraba imprescindibles para lograr la libertad de Ingrid Betancourt.
Álvaro Uribe nunca ha dejado de ser fiel a su ideario político. Disidente del Partido Liberal, economista graduado en Harvard, con su padre asesinado por las FARC, en su primera campaña electoral, en los comicios presidenciales del 26 de mayo del 2002 anunciaba con vehemencia: “Yo voy a convencer a más colombianos de que el camino de la paz es el camino de la autoridad, porque los violentos van a sentir que hay un Estado fuerte que los frena”. Las conversaciones de paz del presidente conservador Andrés Pastrana habían fracasado con estrépito el 20 de febrero –tres días después se producía el secuestro de Ingrid Betancourt– y el entonces candidato Álvaro Uribe proponía la distribución entre un millón de colombianos de equipos de comunicación conectados a las redes de las Fuerzas Armadas para transmitir información. Antes, como gobernador del industrial departamento de Antioquia, impulsó en la década de los 90 la creación de las llamadas fuerzas Convivir, grupos privados de civiles armados que decían “autodefenderse” de las agresiones de las guerrillas, lo que se asimiló después por sus críticos como el nacimiento de los grupos paramilitares, precisamente denominados Autodefensas Unidas de Colombia.
EL REELECTO presidente tiene ahora el escenario despejado con todos los triunfos en su mano para modificar la Constitución, si quiere, y acceder así a un tercer mandato consecutivo en los comicios previstos para el 2010. Pero también podría darse el caso, si decidiera mantener como está el actual texto constitucional, que no le permite una nueva reelección, que dos de los candidatos a sustituirle en la presidencia fueran la liberada Ingrid Betancourt, opositora en el 2002 de Uribe, y el actual ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, artífice político del plan de rescate de Betancourt, hijo del editor durante 50 años del influyente diario liberal El Tiempo, Enrique Santos Castillo, y nieto de quien fue presidente de Colombia de 1938 a 1942, Eduardo Santos Montejo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario