Columna Interés público/Miguel Ángel Granados Chapa
Los errores de edición de Televisa
Publicado en Proceso (www.proceso.com.mx), No. 1655, 20/07/2008;
El que se mueve no sale en la foto, dictaminó Fidel Velázquez para expresar una regla de oro del autoritarismo priista: no había espacio para políticos autónomos, capaces de ejercer libertad de movimientos, de establecer sus propios tiempos. Había que esperar que un factor superior de decisión fijara el momento y el modo de la acción política. Había que practicar el quietismo: el que se mueve no sale en la foto.
Televisa, otro factor de la política real en que el presidencialismo exacerbado fundó su poder (y el panismo encaramado en él usufructúa como si nada hubiera cambiado, quizá porque nada ha cambiado), ha emitido un nuevo dictum: el que actúa contra sus intereses no aparece en la pantalla (o en una práctica paralela en que TV Azteca supera al consorcio de avenida Chapultepec, sale del peor modo posible).
Eso ocurrió a Santiago Creel, al que Televisa trata con el encono de quien se siente traicionado. Advertidos tardíamente de que la exposición de su imagen, frecuente en el caso de quien encabeza la mayor fracción en el Senado y ha presidido los dos órganos de dirección de esa cámara (la Junta de Coordinación Política y la Mesa Directiva), lo mantenía en el primer plano de la escena política, el principal consorcio de la televisión y la dirección panista decidieron expulsarlo de la pantalla y del liderazgo senatorial.
Televisa lo echó en diversas etapas. Se hizo notoria la reducida atención que merecían sus intervenciones, comparadas con las de Manlio Fabio Beltrones y aun de Carlos Navarrete, los líderes de las bancadas del PRI y del PRD. La frecuencia con que Creel aparecía en la pantalla era mucho menor que la de sus colegas, a quienes también se regateaba presencia, porque los tres encabezaron la reforma constitucional en materia de elecciones que privará a Televisa del jugoso negocio de la propaganda electoral (aunque no le ha impedido obtener pingüe provecho de los afanes publicitarios de Enrique Peña Nieto, por ejemplo, cuya imagen aparece en el noticiario de Joaquín López Dóriga muchas más veces de lo que justificaría el interés puramente informativo).
La voluntad contraria a Creel no consideró suficiente esa paulatina supresión de su imagen, y llegó al extremo de borrarla literalmente. Ignoramos cuántas veces antes haya ocurrido, pero la maniobra fue percibida el primero de julio. En Primero Noticias, el noticiario dirigido por Carlos Loret de Mola, la breve información sobre la sesión de la víspera del debate petrolero en el Senado apareció sin el presidente de esa cámara, no obstante que había estado allí constantemente, en su calidad de anfitrión. Se borró su rostro, según pudo advertirse con claridad en el material ofrecido por el diario Reforma una semana después: en vez de la cara del presidente de la Cámara de Senadores aparece un borrón luminoso.
La maniobra fue tan burda y la reacción tan sonora que la Secretaría de Gobernación (que sistemáticamente pasa por alto las violaciones a la ley perpetradas por Televisa, especialmente en cuanto al tiempo dedicado a la publicidad) dirigió un extrañamiento al concesionario, y la Comisión Permanente, por impulso de la senadora panista Adriana González, le pidió que fuera más allá y sancionara al infractor. Pillado en la maniobra, el consorcio no tuvo más que reconocerlo. Lo atribuyó, sin embargo, a un “error de edición”, excusa que ni siquiera los legos en la materia pueden admitir. Y ofreció una suerte de absurda reparación del daño en forma de una entrevista con el conductor del noticiario donde se produjo lo que llamaríamos “error deliberado”, que Creel no se apresuró a aceptar.
La aparición de una mancha luminosa en lugar de su rostro movió a Creel a denunciar las maniobras en su contra. Después de su remoción había sido renuente a hablar de ella y de sus causas. Ahora expresamente atribuyó a presiones de las televisoras el que Germán Martínez lo echara del liderazgo senatorial. El dirigente panista negó que así hubiera sido, pero el afectado se sostuvo en su dicho. Y fue más allá. Partió de la razonable consideración de que la mancha sobre su rostro no lo ofendía personalmente, sino que la maniobra afectaba al presidente del Senado, y sugirió que si de ese modo actuaba Televisa respecto de quien encabezaba uno de los órganos del Poder Legislativo, era de temer el sesgo que sistemáticamente imprimía la empresa de Azcárraga a las informaciones que la mayor parte de la población interesada en noticias recibe cotidianamente.
En esa tesitura, Creel decidió reinaugurarse, hacer un segundo debut, aprovechar la nueva oportunidad que la vida le brinda para trabajar por la democracia. Lo hizo en una entrevista con Carmen Aristegui difundida por CNN en español en dos partes. No es usual que un político admita haber cometido errores, y menos lo es que anuncie su propósito de enmendarlos. Dijo a la notable periodista (que recibirá el codiciado Premio María Moors Cabot, que otorga la Universidad de Columbia) que su caso ejemplifica la necesidad de diversificar los mensajes de la televisión, de introducir en ella la pluralidad, de abatir el predominio de dos empresas en la televisión abierta. Como senador raso, sin grado, anticipó que pugnará por la reforma de los medios electrónicos, objetivo con el que parecía comprometido el Senado, pero que no fue impulsado con decisión y oportunidad, acaso porque quien podría hacerlo de modo eficaz, Manlio Fabio Beltrones, despliega en la materia sus propios intereses.
En los 15 años en que ha participado en política de diversas maneras, Creel ha ejercido una conducta contradictoria, que parece haber llegado a un desenlace en que expresamente opta por el extremo en que se inició y que le cuadra. Como político ante el poder (como uno de los promotores del plebiscito por la autonomía política del DF en 1993, y principalmente como consejero ciudadano en el IFE, de 1994 a 1996), Creel contribuyó a la expansión de una vida pública liberada de taras y de compromisos con los intereses creados. Ya en el poder, como diputado en la bancada panista, mantuvo esa tensión en sus pretensiones de llevar a juicio político al gobernador de Tabasco Roberto Madrazo, ya desde entonces encarnación de la decadencia priista. Pero cuando fue secretario de Gobernación Creel eligió una senda distinta. Político en el poder, se adhirió a la lógica que busca favorecer a quien puede favorecerlo.
Televisa se benefició ampliamente de la mudanza de Creel. En sentido contrario a una iniciativa que él mismo había impulsado (con el talante democrático que en Bucareli conservó algunos meses), en vez de una reforma legal que abriera en todos sentidos los medios (algo que se propone impulsar ahora), ejecutó reformas secundarias que aprovecharon a los dominadores del mercado, especialmente el duopolio de la televisión. Y a Televisa le permitió entrar en el floreciente negocio de los juegos de azar en una prebenda que, consumada en vísperas de que marchara en pos de la candidatura presidencial, despidió los pestilentes tufos de la corrupción y el oportunismo.
Parece incomprensible, a la luz de tales favores, el encono con que Televisa trata a Creel. Quizá supuso haber cumplido con el canje de favores durante la campaña interna por la candidatura del PAN, proceso en que Creel cometió el error de aprovechar la buena voluntad que en ese momento le brindó Televisa dirigiéndose al público en general, en vez de centrar su atención a los panistas, como hizo Felipe Calderón con el resultado conocido. Pero es más probable que Televisa ni siquiera haya considerado un favor el trabajo de Creel en su provecho, sino creído que el secretario de Gobernación actuaba simplemente en función de lo que Televisa merece.
No estimó haber recibido dádivas suculentas y sí en cambio juzgó traición de uno de los suyos la actuación de Creel como líder senatorial. El ahora depuesto coordinador de su grupo reconoció que la Ley Televisa, algo que en otro momento él hubiera favorecido, fue lograda por presiones a las que sucumbieron las cámaras y aun los candidatos presidenciales (es decir, también el ahora presidente de la República). Creel estaba en libertad de decirlo porque al consumarse el proceso inducido por el duopolio él estaba al margen de la actividad política decisoria. Pero cuando volvió a estar en ella, como dirigente de su grupo parlamentario, contó como el que más en el impulso a la reforma que ofendió tan gravemente a Televisa y TV Azteca, que se le hace ahora pagar por ello.
Creel sabe que es una víctima circunstancial del modo de ser de esas televisoras. La sociedad mexicana, y no sólo él, está sujeta a la manipulación de intereses a los que nadie se había atrevido a tocar, y que esperan la revancha. Es deseable que en bien de esa sociedad el reinventado Santiago Creel recupere los ánimos civiles que lo impulsaron a favorecer, como consejero electoral, la construcción de nuevos cauces para la democracia. Hoy, abrir los medios es uno de esos cauces, obturado o inexistente.
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