Columna Horizonte político/José A. Crespo
Publicado en Excelsior (www.exonline.com.mx), 22 de septiembre de 2008;
¿Seguimos ganando?
Los operativos antinarco de Vicente Fox y Felipe Calderón contra los cárteles de la droga se fijaron como propósito disminuir la narcoviolencia y elevar la seguridad pública nacional, así como reducir la oferta de droga y su consumo en México. Pese a los decomisos de armas, dinero y drogas, la destrucción de cultivos y la captura de sicarios y capos, ninguna de esas metas se ha alcanzado. Se pueden decomisar todos los arsenales que se quiera; basta un par de granadas no requisadas para provocar un desastre. Incluso, la oferta y el consumo de drogas se incrementaron en estos seis años, según informó la Secretaría de Salud.
Lo cual fortalece la teoría del avispero que sostienen muchos especialistas: mientras más le pegas a un monstruo de mil cabezas con gran capacidad de respuesta, como lo es el narcotráfico, más violencia se genera contra agentes estatales, militares y ciudadanos. Desde luego, esa es una de las tesis alternativas. La otra, la que sostiene el gobierno, consiste en que a través de la confrontación directa con los cárteles se llegará a su desmantelamiento, si bien eso exige un elevado costo de violencia e inseguridad. Un corolario de esta doctrina podría denominarse, “mientras peor, mejor”: el crecimiento de la narcoviolencia es un indicio inequívoco de que los cárteles se van debilitando y, por ende, están en vías de ser desarticulados. A partir de lo cual, más allá de la condena sobre el 15-S, deberíamos estar contentos por la inminente derrota de los cárteles. Eso, si de verdad es correcta la teoría de “mientras peor, mejor”. Ojalá lo sea, pero, ¿cuál es la buena? Sólo el tiempo lo dirá. Conforme se prolongue la etapa de la violencia (así sea como preludio de la victoria sobre el narco), los ciudadanos tenderán a dar por válida la tesis del avispero —sea o no válida—, pues perderán la paciencia y cuestionarán crecientemente la racionalidad de combatir frontalmente a los capos como si se tratara de una guerra convencional.
En todo caso, quienes desde el principio de los operativos militares de Calderón pusimos en duda su conveniencia, contemplábamos como un riesgo real la eventualidad del narcoterrorismo, igual que ocurrió en Colombia en su momento. Por ejemplo, en enero de 2007, después de consultar con varios especialistas en el tema, en esta columna recordábamos que, ante el acoso del Estado colombiano, con el presidente Virgilio Barco a la cabeza, “la respuesta de los cárteles fue una violencia inusitada, que incluyó devastadores actos de terrorismo contra la población civil”. Y a partir de esa experiencia, calculábamos que en México: “Habrá que esperar mayor violencia, aunque el procurador Eduardo Medina-Mora asegure que no la habrá, pues no estamos en Colombia, y que si la hubiera, el gobierno está preparado para afrontarla. Esperemos que no haya dicha reacción violenta, pero de haberla, no me queda tan clara la capacidad gubernamental para evitar que afecte la seguridad cotidiana de los ciudadanos” (24/ene/07).
Ahora vuelve a recordarse el narcoterrorismo colombiano porque la estrategia seguida allá permitió a la postre reducir significativamente la violencia, pero no la producción de cocaína (Colombia sigue siendo el mayor productor mundial). Es decir, las víctimas de varios años de guerra contra el narco no sirvieron allá para su propósito primigenio: reducir la producción de la droga. Tras un largo ciclo de matanzas y sangre, se regresó al punto de partida.
Por otro lado, en la reducción de la violencia en ese país contó el hecho de que se despenalizó el consumo de las drogas (en 1994), algo que aquí intentó hacer Fox en abril de 2006, pero por exigencia de los estadunidenses se echó para atrás. Y también contó la aplicación del Plan Colombia, con todo lo que eso representa. ¿Estamos listos a aceptar algo así, en lugar del insignificante Plan Mérida?
En cuanto a los operativos de Calderón, en realidad fueron la continuación y profundización de la estrategia elegida por Fox, si bien éste tiró la toalla al final de su gobierno, al constatar que se le había salido de control. Fox auguró después que “México tendrá en Felipe Calderón sus mejores seis años de la historia... (pues) tiene la gran capacidad de lidiar con los asuntos que yo no pude resolver, como la seguridad y la lucha contra el crimen” (12/feb/07). Lástima que Fox nunca fue muy atinado en sus pronósticos.
En todo caso, cabe preguntar si Calderón, al decidir los operativos militares contra el narco, tenía contemplado el riesgo del terrorismo como parte de los costos que deberíamos pagar. De ser así, debió haberlo comunicado con precisión a la ciudadanía, para que supiera exactamente a lo que nos enfrentaríamos, y que eventuales actos de terrorismo no la tomara por sorpresa (como la tomó). Pero el pasmo y el tono del discurso de Calderón ante los atentados de Morelia llevan a suponer que él mismo no había calculado esa posibilidad. En cuyo caso, al tomar tan grave decisión quizá no consultó a expertos en la materia o, si lo hizo, éstos le dijeron sólo lo que quería oír (suele suceder).
Como sea, ahora sabemos que, entre los costos de esta cruzada, en tanto el Estado no logre derrotar a los cárteles, estará presente el riesgo de que cualquier ciudadano, en cualquier lugar y momento, sea víctima del narcoterrorismo. La condena unánime contra esos actos, las expresiones de unidad y las marchas multitudinarias no lograrán per se solucionar el problema. Por lo cual, el 15-S debería servir para debatir a nivel nacional si vamos por el rumbo adecuado o si conviene explorar estrategias alternativas. Y es que si la teoría de “mientras peor, mejor” resulta incorrecta, pagaremos elevadísimos costos de violencia, inseguridad e inestabilidad... en vano.
Los operativos antinarco de Vicente Fox y Felipe Calderón contra los cárteles de la droga se fijaron como propósito disminuir la narcoviolencia y elevar la seguridad pública nacional, así como reducir la oferta de droga y su consumo en México. Pese a los decomisos de armas, dinero y drogas, la destrucción de cultivos y la captura de sicarios y capos, ninguna de esas metas se ha alcanzado. Se pueden decomisar todos los arsenales que se quiera; basta un par de granadas no requisadas para provocar un desastre. Incluso, la oferta y el consumo de drogas se incrementaron en estos seis años, según informó la Secretaría de Salud.
Lo cual fortalece la teoría del avispero que sostienen muchos especialistas: mientras más le pegas a un monstruo de mil cabezas con gran capacidad de respuesta, como lo es el narcotráfico, más violencia se genera contra agentes estatales, militares y ciudadanos. Desde luego, esa es una de las tesis alternativas. La otra, la que sostiene el gobierno, consiste en que a través de la confrontación directa con los cárteles se llegará a su desmantelamiento, si bien eso exige un elevado costo de violencia e inseguridad. Un corolario de esta doctrina podría denominarse, “mientras peor, mejor”: el crecimiento de la narcoviolencia es un indicio inequívoco de que los cárteles se van debilitando y, por ende, están en vías de ser desarticulados. A partir de lo cual, más allá de la condena sobre el 15-S, deberíamos estar contentos por la inminente derrota de los cárteles. Eso, si de verdad es correcta la teoría de “mientras peor, mejor”. Ojalá lo sea, pero, ¿cuál es la buena? Sólo el tiempo lo dirá. Conforme se prolongue la etapa de la violencia (así sea como preludio de la victoria sobre el narco), los ciudadanos tenderán a dar por válida la tesis del avispero —sea o no válida—, pues perderán la paciencia y cuestionarán crecientemente la racionalidad de combatir frontalmente a los capos como si se tratara de una guerra convencional.
En todo caso, quienes desde el principio de los operativos militares de Calderón pusimos en duda su conveniencia, contemplábamos como un riesgo real la eventualidad del narcoterrorismo, igual que ocurrió en Colombia en su momento. Por ejemplo, en enero de 2007, después de consultar con varios especialistas en el tema, en esta columna recordábamos que, ante el acoso del Estado colombiano, con el presidente Virgilio Barco a la cabeza, “la respuesta de los cárteles fue una violencia inusitada, que incluyó devastadores actos de terrorismo contra la población civil”. Y a partir de esa experiencia, calculábamos que en México: “Habrá que esperar mayor violencia, aunque el procurador Eduardo Medina-Mora asegure que no la habrá, pues no estamos en Colombia, y que si la hubiera, el gobierno está preparado para afrontarla. Esperemos que no haya dicha reacción violenta, pero de haberla, no me queda tan clara la capacidad gubernamental para evitar que afecte la seguridad cotidiana de los ciudadanos” (24/ene/07).
Ahora vuelve a recordarse el narcoterrorismo colombiano porque la estrategia seguida allá permitió a la postre reducir significativamente la violencia, pero no la producción de cocaína (Colombia sigue siendo el mayor productor mundial). Es decir, las víctimas de varios años de guerra contra el narco no sirvieron allá para su propósito primigenio: reducir la producción de la droga. Tras un largo ciclo de matanzas y sangre, se regresó al punto de partida.
Por otro lado, en la reducción de la violencia en ese país contó el hecho de que se despenalizó el consumo de las drogas (en 1994), algo que aquí intentó hacer Fox en abril de 2006, pero por exigencia de los estadunidenses se echó para atrás. Y también contó la aplicación del Plan Colombia, con todo lo que eso representa. ¿Estamos listos a aceptar algo así, en lugar del insignificante Plan Mérida?
En cuanto a los operativos de Calderón, en realidad fueron la continuación y profundización de la estrategia elegida por Fox, si bien éste tiró la toalla al final de su gobierno, al constatar que se le había salido de control. Fox auguró después que “México tendrá en Felipe Calderón sus mejores seis años de la historia... (pues) tiene la gran capacidad de lidiar con los asuntos que yo no pude resolver, como la seguridad y la lucha contra el crimen” (12/feb/07). Lástima que Fox nunca fue muy atinado en sus pronósticos.
En todo caso, cabe preguntar si Calderón, al decidir los operativos militares contra el narco, tenía contemplado el riesgo del terrorismo como parte de los costos que deberíamos pagar. De ser así, debió haberlo comunicado con precisión a la ciudadanía, para que supiera exactamente a lo que nos enfrentaríamos, y que eventuales actos de terrorismo no la tomara por sorpresa (como la tomó). Pero el pasmo y el tono del discurso de Calderón ante los atentados de Morelia llevan a suponer que él mismo no había calculado esa posibilidad. En cuyo caso, al tomar tan grave decisión quizá no consultó a expertos en la materia o, si lo hizo, éstos le dijeron sólo lo que quería oír (suele suceder).
Como sea, ahora sabemos que, entre los costos de esta cruzada, en tanto el Estado no logre derrotar a los cárteles, estará presente el riesgo de que cualquier ciudadano, en cualquier lugar y momento, sea víctima del narcoterrorismo. La condena unánime contra esos actos, las expresiones de unidad y las marchas multitudinarias no lograrán per se solucionar el problema. Por lo cual, el 15-S debería servir para debatir a nivel nacional si vamos por el rumbo adecuado o si conviene explorar estrategias alternativas. Y es que si la teoría de “mientras peor, mejor” resulta incorrecta, pagaremos elevadísimos costos de violencia, inseguridad e inestabilidad... en vano.
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